CAP. XVIII: Se resuelve el argumento basado en la comparación de las leyes.

SEXTO argumento: Si Dios quiso que los cristianos fueran libres de las ceremonias judías y de otras leyes positivas del Antiguo Testamento, entonces también deberían serlo de las ceremonias introducidas por los pontífices y de otras leyes humanas. Pues si debiéramos tener leyes positivas, sería mejor tener leyes divinas que humanas. Además, no nos beneficiaría, sino que nos perjudicaría, la liberación de las leyes judías. Las leyes de Moisés fueron llamadas "un yugo insoportable" por el beato Pedro en Hechos 15, tanto por su número como por la obligación de pecar al no cumplirlas. Individualmente, las leyes no eran tan graves ni mucho menos insoportables. Pero las leyes positivas de los cristianos son diez veces más numerosas que las de los judíos, como se puede ver al comparar los volúmenes del Derecho Canónico y los tomos de los concilios con el Pentateuco de Moisés. Si todas estas leyes obligan bajo pena de castigo eterno, hubiera sido mejor para nosotros tener la ley de Moisés.

Calvino refuerza su argumento con el testimonio de San Agustín, quien en la epístola 119, capítulo 19, se queja de los ritos eclesiásticos introducidos imprudentemente y dice: "La misma religión que la misericordia de Dios quiso libre con poquísimos y clarísimos sacramentos, ahora está oprimida con cargas serviles, de modo que la condición de los judíos es más tolerable, quienes, aunque no hayan reconocido el tiempo de la libertad, están sujetos a cargas legales, no a presunciones humanas." A esto, Calvino añade en el libro 4 de las Instituciones, capítulo 10, §13: "Si aquel santo varón hubiera vivido en nuestra época, ¿con qué quejas habría lamentado la servidumbre que tenemos ahora? Pues el número es diez veces mayor y los detalles se exigen cien veces más estrictamente que entonces. Así sucede cuando estos legisladores perversos ocupan el poder; no ponen fin a los mandamientos y prohibiciones hasta que llegan al extremo de la rigidez."

Respondo: Cristo quiso que fuéramos liberados de las ceremonias y preceptos judiciales de Moisés porque aquellas ceremonias eran figuras del Nuevo Testamento, y, una vez que la realidad estaba presente, debían cesar. Los preceptos judiciales también pertenecían al gobierno del pueblo de Dios bajo el antiguo estado, y, como ese estado cambió, también debían cambiarse los preceptos. Como dice el Apóstol en Hebreos 7:12: "Cambiado el sacerdocio, es necesario que se haga también un cambio de ley." Pero de esto no se sigue que debamos carecer de leyes políticas y eclesiásticas solo porque no tenemos las de Moisés.

En cuanto a la objeción sobre el número y la gravedad de las leyes pontificias, respondo: Las leyes pontificias son mucho menos numerosas y menos gravosas que las leyes mosaicas. De hecho, las leyes impuestas a todos los cristianos son apenas cuatro: la observancia de los días festivos, los ayunos, la confesión anual y la recepción de la Sagrada Comunión en Pascua. Todas las demás leyes, que llenan los tomos de los concilios y los libros del Derecho Canónico, o no son leyes, sino recomendaciones o piadosas costumbres sin obligación de culpa, como muchos ritos cristianos. Por ejemplo, no pecan quienes, sin desprecio, no rezan el Avemaría tres veces al día, no llevan ramas de olivo el Domingo de Ramos, no se rocían con agua bendita al entrar en la iglesia o no se golpean el pecho durante la misa. Calvino clama que la Iglesia está gravada con estas y otras costumbres similares. O bien, son leyes condicionales, impuestas solo a quienes desean recibir las órdenes sagradas, como el celibato, que no gravan a la Iglesia, pues nadie está obligado a ser clérigo o monje. O son normas prescritas no a todos, sino solo a los jueces eclesiásticos, para que las sigan al juzgar los casos. O son censuras y penas impuestas a quienes violan la ley divina, sin las cuales no se podría mantener la disciplina. O son explicaciones de los dogmas de fe o del derecho divino, que no imponen nuevas cargas a los cristianos. En cambio, las leyes de Moisés eran innumerables y se imponían a todos y cada uno de los judíos, sobre purificaciones, sacrificios, selección de alimentos, etc. Por lo tanto, no debemos comparar el Pentateuco con los tomos de los concilios y los libros del Derecho Canónico, sino con el pequeño catecismo, pues un cristiano puede salvarse con solo conocer el pequeño catecismo.

En cuanto a la gravedad de las leyes, tampoco hay comparación entre la severidad de las leyes judías y la suavidad de las eclesiásticas. De nuestras cuatro leyes, ninguna es completamente nueva, sino más bien una determinación del derecho divino. Pues por el derecho divino estamos obligados a dedicar algún tiempo al culto de Dios, a ayunar en algún momento, a confesarnos y a comulgar. Los pontífices solo han determinado los tiempos. Por lo tanto, si hay alguna dificultad en estas leyes, debe atribuirse más al derecho divino que al derecho positivo, especialmente en lo que se refiere al precepto de la confesión, que se considera el más difícil. No es difícil por el hecho de tener que hacerse en un tiempo determinado, sino por el hecho de tener que hacerse en absoluto, y esto no puede ser puesto en duda.

Además, la determinación de los tiempos de las fiestas y de los ayunos hecha por los pontífices tiene una obligación muy leve. Solo están obligados a ayunar aquellos que pueden hacerlo, por lo que quedan exentos los niños, los ancianos, los enfermos, etc. Igualmente, en los días festivos estamos obligados a abstenernos de trabajos serviles y a asistir a misa, pero con muchas excepciones, como para quienes realizan trabajos necesarios o muy útiles para el bienestar humano, como médicos, farmacéuticos, cocineros, etc. De la misma manera, aquellos que, por una causa justa, no pueden asistir a misa, no son considerados culpables. Pero los judíos estaban obligados a observar el descanso del sábado con tanta severidad que ni siquiera podían encender fuego o cocinar alimentos. De hecho, alguien que simplemente recogió leña en sábado fue apedreado por orden del Señor.

En cuanto a San Agustín, digo que Calvino abusó maliciosamente de sus palabras. Agustín no se queja de los ritos instituidos por los pontífices, sino de ciertas costumbres particulares del pueblo y de personas ignorantes, que poco a poco adquieren fuerza de ley, y que, cuando crecen demasiado, deberían ser eliminadas y derogadas por la autoridad de los obispos. Agustín dice: "Todo lo que no se encuentra en la autoridad de las Sagradas Escrituras, ni ha sido establecido en los concilios de los obispos, ni ha sido reforzado por la costumbre de toda la Iglesia, sino que varía innumerablemente según las costumbres de diferentes lugares, hasta el punto de que apenas o nunca se pueden encontrar las razones por las cuales los hombres establecieron tales cosas, pienso que, si es posible, deben ser eliminadas sin duda alguna. Aunque no se pueda encontrar cómo estas cosas están en contra de la fe, sin embargo, oprimen la religión que Dios quiso que fuera libre con poquísimos y clarísimos sacramentos."

Por lo tanto, ves que San Agustín quería que se mantuvieran todas las leyes establecidas por los obispos en concilios o reforzadas por la costumbre de la Iglesia universal. Y esas son las leyes que llamamos "eclesiásticas", pues no estarían presentes en los tomos de los concilios o en los volúmenes del Derecho Canónico si no hubieran sido promulgadas por los obispos, sino por personas privadas sin autoridad.

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