- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?
- CAP. II: Que Pedro estuvo en Roma.
- CAP. III: Que San Pedro murió en Roma.
- CAP. IV: Que Pedro fue obispo en Roma hasta su muerte.
- CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.
- CAP. VI: Se resuelve el segundo argumento.
- CAP. VII: Se resuelven otros cinco argumentos
- CAP. VIII: Se responden otros ocho argumentos.
- CAP. IX: Se responde al argumento decimosexto.
- CAP. X: Se responde al argumento decimoséptimo.
- CAP. XI: Se responde al último argumento.
- CAP. XII: Se demuestra que el Pontífice Romano sucede a Pedro en la monarquía eclesiástica por derecho divino y razón de sucesión.
- CAP. XIII: Se prueba lo mismo a partir de los Concilios.
- CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.
- CAP. XV: Lo mismo se prueba con los Padres Griegos.
- CAP. XVI: Lo mismo se prueba con los Padres Latinos.
- CAP. XVII: Lo mismo se prueba a partir del origen y la antigüedad del primado.
- CAP. XVIII: Lo mismo se prueba a partir de la autoridad que ha ejercido el Pontífice Romano sobre otros Obispos.
- CAP. XIX: Lo mismo se prueba a partir de las leyes, dispensas y censuras.
- CAP. XX: Lo mismo se prueba a partir de los vicarios del Papa.
- CAP. XXI: Lo mismo se prueba por el derecho de apelación.
- CAP. XXII: Refutación de los argumentos de Nilo sobre el derecho de apelación.
- CAP. XXIII: Refutación del primer argumento de los luteranos.
- CAP. XXIV: Se resuelven otros tres argumentos.
- CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.
- CAP. XXVI: Lo mismo se prueba por el hecho de que el Sumo Pontífice no es juzgado por nadie.
- CAP. XXVII: Respuesta a los argumentos de Nilo.
- CAP. XXVIII: Se responden las objeciones de Calvino.
- CAP. XXIX: Se responden otros nueve argumentos.
- CAP. XXX: Se resuelve el último argumento y se trata la cuestión: ¿Puede ser depuesto un Papa herético?
- CAP. XXXI: Lo mismo se prueba a partir de los títulos que suelen atribuirse al Pontífice Romano.
- PREFACIO
CAP. III: Se establece la primera proposición sobre el juicio infalible del Sumo Pontífice.
Que sea, por lo tanto, la primera proposición: El Sumo Pontífice, cuando enseña a toda la Iglesia en asuntos que pertenecen a la fe, no puede errar en ningún caso. Esta proposición está en contra de la primera y segunda opinión y a favor de la cuarta. Se prueba, en primer lugar, por aquella promesa del Señor en Lucas 22: “Simón, Simón” (pues así se dice en el griego), “he aquí que Satanás ha pedido zarandearos como a trigo, pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”. Este pasaje se suele interpretar de tres maneras. La primera interpretación es la de los parisinos, quienes dicen que el Señor aquí oró por la Iglesia universal, o por Pedro, ya que representaba la figura de toda la Iglesia; y que con esta oración obtuvo que la fe de la Iglesia Católica nunca falleciera. Esta interpretación, si se entendiera de manera que dijera que se oró inmediatamente por la cabeza de la Iglesia y, consecuentemente, por todo el cuerpo representado por la cabeza, sería verdadera; pero no es así como la entienden ellos. Ellos sostienen que se oró solo por la Iglesia.
Esta interpretación es falsa. PRIMERO, porque el Señor designó a una sola persona, diciendo dos veces: “Simón, Simón” y añadiendo tantas veces el pronombre de segunda persona: “por ti”, “tu fe”, “y tú”, “tus hermanos”. ¿Para qué estas palabras? Si no fuera para que entendiéramos que algo especial fue obtenido por Cristo para Pedro. SEGUNDO, porque el Señor comenzó hablando en plural: “Satanás ha pedido zarandearos” y luego inmediatamente cambió la forma de hablar y dijo: “Pero yo he rogado por ti”. ¿Por qué no dijo: “por vosotros”, como había comenzado? Ciertamente, si estuviera hablando de toda la Iglesia, mucho más apropiado hubiera sido decir: “He rogado por vosotros”. TERCERO, el Señor ora por aquel a quien le dice: “Y tú, cuando hayas vuelto”. Esto ciertamente no puede aplicarse a toda la Iglesia, a menos que digamos que toda la Iglesia será en algún momento pervertida y que luego se convertirá de nuevo. CUARTO, ora por aquel a quien le dice: “Confirma a tus hermanos”; pero la Iglesia no tiene hermanos a los que deba o pueda confirmar. Pues, ¿quiénes, me pregunto, podrían ser los hermanos de la Iglesia universal? ¿Acaso no son todos los fieles sus hijos?
La segunda interpretación es de algunos que viven en este tiempo, quienes enseñan que el Señor oró en este pasaje solo por la perseverancia de Pedro en la gracia de Dios hasta el final. Pero, por el contrario, PRIMERO, porque el Señor poco después oró por la perseverancia de todos los Apóstoles, e incluso de todos los elegidos, en Juan 17: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado”. No había razón, entonces, para que orara dos veces por la perseverancia de Pedro. SEGUNDO, porque sin duda aquí el Señor obtuvo algo especial para Pedro, como se desprende de la designación de una persona específica: la perseverancia en la gracia es un don común de todos los elegidos. TERCERO, porque es seguro que el Señor, al menos de manera indirecta, también oró en este pasaje por los otros Apóstoles. Pues, como motivo de su oración, Él previamente mencionó: “Satanás ha pedido zarandearos”, y luego añadió como efecto: “Confirma a tus hermanos”. Por lo tanto, el Señor no oró solo por la perseverancia de Pedro, sino por algún don que debía ser comunicado a Pedro para utilidad de los demás. CUARTO, este don otorgado a Pedro en este pasaje también se refiere a sus sucesores. Pues Cristo oró por Pedro para beneficio de la Iglesia: la Iglesia siempre necesita a alguien que la confirme, cuya fe no pueda fallar. Ni siquiera Satanás pidió zarandear solo a aquellos que en ese momento eran fieles, sino a todos en absoluto: pero ciertamente el don de la perseverancia no corresponde a todos los sucesores de Pedro. Finalmente, el Señor no dijo: “He rogado para que no desfallezca tu caridad”; sino “tu fe”. Y en realidad sabemos que la caridad de Pedro sí desfalleció, cuando negó al Señor; pero no sabemos que su fe haya desfallecido.
Así que la tercera interpretación es la verdadera, que el Señor obtuvo dos privilegios para Pedro. UNO, que él nunca pudiera perder la verdadera fe, por mucho que fuera tentado por el Diablo; lo cual es algo más que el don de la perseverancia: se dice que persevera hasta el final quien, aunque caiga alguna vez, se levanta de nuevo y se encuentra fiel al final; pero el Señor obtuvo para Pedro que nunca pudiera caer en lo que concierne a la fe.
El segundo privilegio es que él, como Pontífice, nunca pudiera enseñar algo contrario a la fe; o, dicho de otro modo, que nunca se encontrara en su sede alguien que enseñara contra la verdadera fe. De estos dos privilegios, el primero tal vez no fue transmitido a sus sucesores; pero el segundo sin duda fue transmitido a sus sucesores.
Del primer privilegio tenemos testimonios expresos de los antiguos. SAN AGUSTÍN, en su libro sobre la corrección y la gracia, cap. 8, dice: “Cuando rogó, dice, para que no desfalleciera su fe, rogó para que tuviera en la fe una voluntad completamente libre, fortísima, invictísima, perseverantísima”. SAN JUAN CRISÓSTOMO, en la homilía 83 sobre Mateo, dice: “No dijo, no me negarás, sino que tu fe no desfallezca. Pues fue por el cuidado y el favor de él que la fe de Pedro no desapareció por completo”. TEÓFILO en el cap. 22 de Lucas dice: “Aunque, dice, por breve tiempo serás sacudido, tienes las semillas de la fe bien guardadas; aunque el viento invasor haga caer las hojas, la raíz seguirá viva y tu fe no desfallecerá”. Donde explica con una elegante analogía que, al negar a Cristo, Pedro perdió la confesión de la fe, que se hace con la boca, pues las hojas representan las palabras; sin embargo, no perdió la fe con la cual se cree en el corazón para la justicia. De la misma manera lo explica PRÓSPERO en el libro 1 sobre la vocación de los gentiles, cap. último. Aunque estos Padres en estos pasajes no mencionan el segundo privilegio, tampoco lo niegan, ni podrían negarlo sin contradecir a muchos otros Padres.
Sobre el segundo privilegio tenemos principalmente los testimonios de siete antiguos y santos pontífices. SAN LUCIO I, Papa y Mártir, en la epístola 1 a los obispos de Hispania y de las Galias, dice: “La Iglesia Romana es apostólica y madre de todas las Iglesias, que nunca ha sido probada en el error ni ha sucumbido a las novedades heréticas, según la promesa del mismo Señor, quien dijo: He rogado por ti, etc.” SAN FELIX I, en su epístola a Benigno, hablando sobre la Iglesia Romana, dice: “Como, dice, en el principio recibió la norma de la fe cristiana de sus autores, los príncipes de los Apóstoles de Cristo, se mantiene sin mancha; conforme a lo dicho: He rogado por ti, etc.”
SAN LEÓN I, en su sermón 3 sobre su asunción al Pontificado, dice: “La especial atención de Pedro es recibida por el Señor, y se ruega por la fe de Pedro de manera particular, como si el estado de los demás fuera más seguro si la mente del Príncipe no fuese vencida. En Pedro, por lo tanto, se refuerza la fortaleza de todos; y el auxilio de la gracia divina se ordena de tal manera que la firmeza que a través de Cristo es conferida a Pedro, a través de Pedro es conferida a los demás apóstoles”. Aquí, León reconoce ambos privilegios: el primero cuando dice: “Si la mente del Príncipe no fuese vencida”; el segundo cuando añade: “La firmeza que a través de Cristo es conferida a Pedro, a través de Pedro es conferida a los demás”. Pues la firmeza no se confiere a los demás sino exponiendo la verdadera fe.
AGATO, Papa, en su carta al emperador Constantino, leída en el VI Concilio,
acto 4 y luego aprobada por todos en el acto 8, dice: "Esta es la regla de la verdadera fe, que la Iglesia Apostólica de Cristo ha mantenido firmemente tanto en la prosperidad como en la adversidad, la cual, por la gracia de Dios, se ha demostrado que nunca ha errado en el camino de la tradición apostólica, ni ha sucumbido jamás a las novedades heréticas, porque fue dicho a Pedro: 'Simón, Simón, he aquí que Satanás ha pedido zarandearte como trigo, pero yo he rogado por ti', etc. Aquí, el Señor prometió que la fe de Pedro no fallaría, y le advirtió que confirmara a sus hermanos; lo cual se ha reconocido que los Sumos Pontífices, predecesores míos, siempre han hecho con confianza."
NICOLÁS I, en su carta a Miguel,
dice: "Los privilegios de esta sede son perpetuos, arraigados y plantados divinamente; pueden ser atacados, pero no trasladados; pueden ser arrastrados, pero no arrancados. Los que existieron antes de su imperio permanecen, gracias a Dios, hasta ahora intactos; y permanecerán después de usted, y mientras se predique el nombre cristiano, estos no cesarán de subsistir." Y más adelante, mostrando de dónde provenía tanta libertad para predicar estas cosas, dice: "Porque entre otras cosas, aquel por quien especialmente se nos concedieron estos privilegios; escuchó del Señor: 'Tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos'."
LEÓN IX, en su carta a Pedro de Antioquía,
dice: "Sin duda, fue solo por él (Pedro), por quien el Señor y Salvador declaró que había rogado para que su fe no desfalleciera, diciendo: 'He rogado por ti', etc. Y esta venerable y eficaz oración ha obtenido que hasta ahora la fe de Pedro no ha fallado, ni se cree que fallará en su trono."
INOCENCIO III, en su carta al obispo de Arlés, que se encuentra en el capítulo "Maiores", extra de Bautismo y su efecto, dice: "Los asuntos mayores de la Iglesia, especialmente aquellos que tocan los artículos de la fe, se deben referir a la sede de Pedro, quien sabe que el Señor rogó por él para que su fe no fallara." A estos pontífices se les debe creer absolutamente; tanto porque fueron santos, como porque sin duda ellos eran los más capacitados para conocer la autoridad de su propia sede.
Además de estos pontífices, no faltan otros autores que interpretan de la misma manera. TEÓFILO, en el capítulo 21 de Lucas, enseña claramente que este privilegio fue dado a Pedro porque él iba a ser el príncipe y la cabeza de los demás; y, por tanto, se otorga a todos los que le suceden en el principado: "Porque yo te tengo", dice, "como el príncipe de los discípulos, confirma a los demás. Esto es lo que te conviene, ya que después de mí eres la piedra de la Iglesia y su fundamento."
PEDRO CRISÓLOGO, en su carta a Eutiques, que se encuentra en el primer tomo de los Concilios, antes del Concilio de Calcedonia, dice: "Te exhortamos, hermano honorable, a que atiendas obedientemente a las cosas que han sido escritas por el beatísimo Papa de la ciudad de Roma, porque el bienaventurado Pedro, que vive y preside en su propia sede, proporciona a los que buscan la verdad de la fe." Aunque este autor no cita el pasaje del Evangelio: "He rogado por ti", etc., sin duda se refiere a ello, cuando afirma tan confiadamente que desde la sede romana se proporciona a todos los que buscan la verdad de la fe.
BERNARDO, en su carta 190 a Inocencio, dice: "Es necesario, dice, que los peligros y escándalos del reino de Dios se refieran a vuestro apostolado, especialmente aquellos que conciernen a la fe. Pues creo que es digno que allí se reparen principalmente los daños de la fe, donde la fe no puede sufrir ningún defecto. Porque, ¿a qué otra sede se le ha dicho alguna vez: 'He rogado por ti, para que tu fe no falle'?"
OBJECIONES contra esta interpretación: PRIMERO, porque la Iglesia Romana no existía cuando Cristo prometió a Pedro que su fe no fallaría; ni mencionó el Señor en absoluto la sede romana. ¿Cómo, entonces, puede deducirse que el Señor prometió algo a la sede romana cuando dijo: "He rogado por ti", etc.? SEGUNDO, porque si lo que se dice a Pedro, "He rogado por ti", etc., se dice a sus sucesores, entonces también se dice lo de "tú, cuando te hayas convertido". Entonces, ¿todos los sucesores de Pedro deben negar a Cristo alguna vez, y luego convertirse?
RESPONDO a la primera objeción: se dice que Cristo rogó por la sede romana, porque rogó por Pedro y sus sucesores, cuya sede estaba destinada a establecerse en Roma.
A la segunda objeción, respondo PRIMERO, que no es absurdo si decimos que la expresión "convertido" no se refiere al arrepentimiento de Pedro, sino a las tentaciones de los demás, de modo que el sentido no sería: "Tú, convertido del pecado al arrepentimiento, confirma a tus hermanos", sino "tú, cuya fe no puede fallar, cuando veas a algunos tambaleantes, vuelto hacia ellos, confirma a esos hermanos". Pues aún no había predicho a Pedro su caída, pero poco después la iba a predecir; y parece absurdo que se prediga la conversión antes que la caída, la resurrección antes que la caída. SEGUNDO, si interpretamos "convertido" como referido a la negación de Pedro, no es necesario que se aplique a los sucesores de Pedro el convertirse del pecado de la negación, aunque necesariamente se les aplique el confirmar a los hermanos. Pues convertirse del pecado no es propio de los hombres, excepto en la medida en que son personas privadas, y por eso es un don personal; pero confirmar a los hermanos es propio del hombre como cabeza y príncipe de los demás, y por eso pasa a los sucesores.
SEGUNDO, la misma conclusión se prueba a partir de aquella promesa hecha a Pedro.
En Mateo 16: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” Pues, como mostramos anteriormente en el libro 1, capítulo 10, literalmente, Pedro es llamado la piedra y el fundamento de la Iglesia, en su calidad de supremo Rector de la Iglesia; y por lo tanto, cualquier sucesor suyo es igualmente la piedra y el fundamento de la Iglesia. De esto se derivan dos argumentos.
PRIMERO, del nombre "piedra". ¿Por qué el Pontífice es llamado piedra, sino por su constancia y solidez? Ciertamente, si es una piedra, no se quebrará, ni será llevada por cualquier viento de doctrina; es decir, no errará en la fe, al menos en cuanto es la piedra, es decir, en cuanto es el Pontífice.
SEGUNDO, de la razón del fundamento que sostiene el edificio, el cual de ninguna manera puede caer.
Porque si tal es el edificio, que no puede caer, ciertamente tampoco su fundamento puede caer. No se puede entender cómo el fundamento se destruiría y la casa no se derrumbaría. De hecho, con mayor razón el fundamento no puede destruirse si la casa no puede caer. Pues la casa recibe su firmeza del fundamento, no el fundamento de la casa. Y de este modo lo han explicado todos los Padres: y de aquí han deducido que Pedro, y consecuentemente los demás Pontífices, no pueden errar. ORÍGENES, en este pasaje, dice: “Es manifiesto, aunque no se exprese, que ni contra Pedro ni contra la Iglesia prevalecerán las puertas del infierno. Pues si prevalecieran contra la piedra en la que la Iglesia estaba fundada, también prevalecerían contra la Iglesia.”
CRISÓSTOMO, en este pasaje, dice que solo Dios pudo hacer que la Iglesia, fundada sobre un pescador y un hombre sin renombre, no cayera, a pesar de las muchas tormentas que la azotarían. CIRILO, en la obra de Santo Tomás en la Catena de este pasaje, dice: “De acuerdo con esta promesa, la Iglesia Apostólica de Pedro permanece inmaculada ante todo engaño y acecho herético.” TEODORETO, en su carta al presbítero romano Renato, dice: “Esta sede santa tiene el timón de las Iglesias de todo el mundo, tanto por otras razones como porque siempre ha permanecido sin la mancha de la herejía.” Donde parece argumentar que el gobierno de toda la Iglesia debe estar en manos de aquella sede que no puede fallar en la fe; pero vemos que solo la sede romana ha estado y está libre de cualquier error herético, por lo que es manifiesto que a esta sede se le ha dado el gobierno de las Iglesias.
JERÓNIMO, en su carta a Dámaso sobre el nombre de hipóstasis, después de decir: “Sé que la Iglesia está edificada sobre esta piedra”, añade: “Te ruego que por medio de tus cartas me des autoridad para hablar o callar sobre las tres hipóstasis; no temeré decir tres hipóstasis si tú lo ordenas.” Donde afirma que seguirá con seguridad la sentencia del Pontífice, porque sabe que sobre él está edificada la Iglesia; y no puede ser que el fundamento de la Iglesia caiga. SAN AGUSTÍN, en su Comentario al Salmo contra la secta de Donato, dice: “Contad a los sacerdotes desde la misma sede de Pedro: ved en ese orden de Padres quién sucedió a quién; esa es la piedra que no vencerán las soberbias puertas del infierno.”
GELASIO, en su carta al emperador Anastasio, dice: “Esto es lo que la Sede Apostólica cuida con gran esmero, que, siendo la confesión gloriosa del Apóstol la raíz del mundo, no sea manchada por ninguna grieta de error ni por contagio alguno; porque si (lo que Dios no permita, y confiamos en que no puede suceder) tal cosa ocurriera, ¿cómo podríamos resistir a los errores de alguien?” Aquí, Gelasio enseña que la Sede Apostólica no puede errar; porque siendo su predicación y confesión la raíz del mundo, si ella errara, todo el mundo erraría.
SAN GREGORIO, en el libro 4, carta 32, a Mauricio, demuestra que no es posible que el obispo de Constantinopla sea obispo universal, y por tanto cabeza de toda la Iglesia, porque muchos obispos de Constantinopla habían sido públicamente herejes, e incluso herejarchas, como Macedonio y Nestorio. Pues parece que toda la Iglesia caería si cayera quien es universal. Del mismo modo, en el libro 6, carta 37, a Eulogio, dice: “¿Quién no sabe que la santa Iglesia está fundada sobre la solidez del príncipe de los apóstoles? A quien se le dijo: ‘Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’. Y nuevamente: ‘Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos’.” Aquí, Gregorio enseña abiertamente que la firmeza de la Iglesia depende de la firmeza de Pedro; y por lo tanto, es menos probable que Pedro pueda errar que la propia Iglesia.
TERCERO, se prueba por las palabras de Juan 21: “Apacienta mis ovejas.” Pues, como se demostró anteriormente en el libro 1, capítulos 14, 15 y 16, con estas palabras el Pontífice fue instituido como Pastor y Doctor de toda la Iglesia. De aquí surge el siguiente argumento: El Pontífice es el Doctor y Pastor de toda la Iglesia; por lo tanto, toda la Iglesia está obligada a escucharlo y seguirlo. Así que si él errara, toda la Iglesia erraría. RESPONDERÁN que la Iglesia debe escucharlo si enseña correctamente; de lo contrario, es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
CONTRA; porque ¿quién juzgará si el Pontífice enseña correctamente o no? No es tarea de las ovejas juzgar si el pastor se equivoca, especialmente en asuntos verdaderamente dudosos; ni las ovejas cristianas tienen otro juez o maestro mayor al cual recurrir. Porque, como mostramos anteriormente en el libro 2, capítulos 13 y 14, de toda la Iglesia se puede apelar al Pontífice, pero de él no se puede apelar; por lo tanto, necesariamente, toda la Iglesia erraría si el Pontífice errara.
Nuevamente, algunos responderán que se puede recurrir a un concilio general. CONTRA; porque, además de que mostraremos en el tratado sobre los concilios que el Papa es superior al concilio, está demostrado que los concilios generales han errado cuando carecieron del respaldo del Sumo Pontífice, como ocurrió en el Concilio de Éfeso II, en el de Arimino, y en otros.
Otros responderán que se puede recurrir a un concilio general en el cual también participe el Pontífice, ya que un concilio con el Pontífice es mayor que el Pontífice solo. PERO CONTRA; en primer lugar, el Señor dijo únicamente a Pedro: "He rogado por ti", etc., y "Apacienta mis ovejas"; no dijo estas cosas a Pedro y al concilio. Además, solo llamó a Pedro piedra y fundamento, no a Pedro con el concilio, lo que muestra que toda la firmeza de los concilios legítimos proviene del Pontífice, no en parte del Pontífice y en parte del concilio.
En segundo lugar, a menudo no es posible convocar un concilio general, como no fue posible durante los primeros 300 años debido a las persecuciones de los paganos; y sin duda, ese estado de la Iglesia podría haber perdurado hasta el fin del mundo: por lo tanto, debe haber en la Iglesia, incluso sin un concilio general, un juez que no pueda errar.
Finalmente, ¿qué sucedería si en un concilio de ese tipo los padres se opusieran a su presidente, es decir, si el concilio se opusiera al Sumo Pontífice presente y presidiendo? ¿No habría remedio alguno? Sin duda debería haber un juez. En ese caso, el concilio no sería el juez, porque los concilios, cuando disienten del Pontífice, pueden errar, y de hecho han errado, como dijimos sobre el Concilio de Éfeso II y otros. Por lo tanto, queda que el Papa es el juez, y en consecuencia no puede errar.
CUARTO, se prueba a partir del Antiguo Testamento, que fue figura del Nuevo.
En Éxodo 28, el Señor ordena que en el pectoral del sumo sacerdote se coloquen la doctrina y la verdad. En hebreo se dice אורים ותומים (Urim y Tumim). Es importante notar que no ha habido acuerdo entre los hebreos ni entre los cristianos sobre qué son exactamente estos dos elementos. Rabí Salomón cree que era el nombre de Dios, יהוה (YHWH), escrito en el pectoral, y que por su resplandor el sacerdote conocía la respuesta divina cuando se le preguntaba algo. Arias Montano, en su Aparato, enseña que eran dos piedras muy luminosas, producidas y entregadas directamente por Dios a Moisés. Josefo, en el libro 3, capítulo 12 de sus Antigüedades, dice que eran las mismas doce piedras en las que estaban escritos los nombres de los doce hijos de Israel, que Dios ordenó colocar en el pectoral; y allí mezcla muchas fábulas. Es más probable lo que escribe San Agustín en la Cuestión 118 sobre Éxodo, que estas mismas palabras estaban escritas con letras doradas en medio del pectoral, que colgaba sobre el pecho del sacerdote.
No obstante, se objeta que los judíos y judaizantes dicen que אורים (Urim) no significa doctrina, sino resplandores, derivado de la raíz אור (or), y que תומים (Tumim) no significa verdad, sino perfección, derivado de la raíz תם (tam). Pero es más confiable creer en San Jerónimo, quien tradujo doctrina y verdad, y en los Setenta, que tradujeron "doctrina" (δούλωσιν) y "verdad" (ἀλήθειαν), que en todos los rabinos. Y por lo tanto, se debe decir que אורים (Urim) se deriva de la raíz ירה (yarah), que significa "enseñar", y תומים (Tumim) de la raíz אמן (aman), que significa "creer".
La razón por la cual estaba escrita la doctrina y la verdad en el pecho del sumo sacerdote se explica en Deuteronomio 17, donde el Señor ordena a aquellos que duden sobre la interpretación de la ley divina que suban al sumo sacerdote y le pregunten por la solución, y añade: "Ellos te declararán la verdad del juicio". Entonces, por signo y por palabra, el Señor prometió que en el pecho del sumo sacerdote habitarían la doctrina y la verdad; y por lo tanto, él no podría errar cuando enseñara al pueblo. Si esto se aplicaba al sacerdote aarónico, ciertamente mucho más al sacerdote cristiano. Por esta razón, San Pedro de Rávena, como se dijo anteriormente, exhorta a Eutiques a que atienda obedientemente a las cosas escritas por el beatísimo Papa de la ciudad de Roma, porque el bienaventurado Pedro, quien vive y preside en su propia sede, proporciona la verdad de la fe a quienes la buscan.
QUINTO, se prueba por la experiencia, y de dos maneras. En primer lugar, está claro que todas las sedes patriarcales han caído en la fe, de tal manera que herejes y promotores de herejías se han sentado en ellas, excepto la sede romana. En la sede de Constantinopla se sentaron herejes como Macedonio, Nestorio y Sergio, todos ellos herejarchas. En la sede de Alejandría se sentaron herejes como Jorge y Lucio, que eran arrianos; Dióscoro, que era eutiquiano; Ciro, que era monotelita, y otros. En la sede de Antioquía se sentaron herejes como Pablo de Samosata, herejarcha; Pedro el Gnapeo, eutiquiano; Macario, monotelita, y otros. En la sede de Jerusalén se sentaron herejes como Juan, origenista, y antes que él, Eutiquio, Ireneo y Hilario, todos arrianos. Nada similar puede mostrarse sobre la Iglesia de Roma, lo que demuestra que verdaderamente el Señor oró por ella para que su fe no desfalleciera. Por eso, Rufino, en su Exposición del Credo, dice: "En la Iglesia de Roma no se ha originado ninguna herejía, y allí se mantiene la antigua tradición."
La segunda experiencia es que el Papa de Roma ha condenado muchas herejías sin un concilio general; como las de Pelagio, Prisciliano, Joviniano, Vigilancio y muchos otros.
Estas mismas fueron consideradas verdaderas herejías por toda la Iglesia de Cristo y rechazadas, simplemente porque habían sido condenadas por el Papa de Roma. Por lo tanto, es un signo de que toda la Iglesia cree que el Pontífice Romano no puede errar en asuntos como estos. Véase a Próspero en el último libro contra el Colador, y a Pedro Diácono en su libro sobre la Encarnación y la gracia de Cristo, dirigido a Fulgencio.