CAP. II: Se propone la cuestión: ¿Es cierto el juicio del Papa?

Para que podamos ahora abordar la segunda cuestión, es necesario saber al principio que el Pontífice puede ser considerado de cuatro maneras. PRIMERO, como una persona particular o un doctor particular. SEGUNDO, como Pontífice, pero solo. TERCERO, como Pontífice, pero con el grupo habitual de consejeros. CUARTO, como Pontífice, pero junto con un concilio general.

En segundo lugar, hay que observar que se pueden plantear dos preguntas sobre el Pontífice, considerado de cualquiera de las cuatro formas, cuando se pregunta si puede errar. PRIMERO, si él mismo puede ser hereje. SEGUNDO, si puede enseñar herejía. Finalmente, es importante anotar un tercer punto:

Las sentencias y decretos de los pontífices a veces versan sobre asuntos universales, que se proponen a toda la Iglesia, como los decretos de fe y los preceptos generales de costumbres; a veces, sobre asuntos particulares, que conciernen solo a unos pocos, como casi todas las controversias de hecho, tales como si alguien debe ser promovido al episcopado, si fue promovido legalmente, o si parece ser depuesto.

Con estas consideraciones, tanto católicos como herejes están de acuerdo en dos puntos. PRIMERO, que el Pontífice, incluso como Pontífice, y con su grupo de consejeros, o con un concilio general, puede errar en controversias de hechos particulares, que dependen principalmente de la información y los testimonios de los hombres. SEGUNDO, que el Pontífice, como doctor privado, puede errar incluso en cuestiones universales de derecho, tanto de fe como de costumbres, debido a la ignorancia, como a veces sucede con otros doctores.

Luego, todos los católicos están de acuerdo en otros dos puntos, aunque no con los herejes, sino entre ellos mismos. PRIMERO, que el Pontífice con un concilio general no puede errar al emitir decretos de fe o preceptos generales de costumbres. SEGUNDO, que el Pontífice solo, o con su concilio particular, al tomar una decisión en un asunto dudoso, sea que pueda errar o no, debe ser escuchado obedientemente por todos los fieles.

Dado lo anterior, solo quedan cuatro opiniones diferentes. La PRIMERA es que el Pontífice, incluso como Pontífice, aunque defina algo en un concilio general, puede ser hereje en sí mismo y enseñar herejía, y que esto de hecho ha sucedido alguna vez. Esta es la opinión de todos los herejes de estos tiempos, y en particular de LUTERO, quien en su libro sobre los concilios señaló errores incluso en aquellos concilios generales aprobados por el Sumo Pontífice; y de CALVINO, quien en el libro 4 de su Institución, cap. 7, §. 28, afirma que el Pontífice, junto con todo el colegio de cardenales, alguna vez enseñó la herejía más manifiesta, a saber, que el alma del hombre perece junto con el cuerpo. Sin embargo, mostraremos después que esto es una mentira manifiesta. Luego, en el mismo libro, cap. 9, §. 9, enseña que incluso con un concilio general, el Papa puede errar.

La SEGUNDA opinión es que el Pontífice, incluso como Pontífice, puede ser hereje y enseñar herejía si define algo sin un concilio general, y que de hecho alguna vez ha sucedido. Esta opinión es seguida y defendida por Nilo en su libro contra el primado del Papa; también fue seguida por algunos de París, como Gerson y Almain en sus libros sobre el poder de la Iglesia, así como Alfonso de Castro en el libro 1, cap. 2, contra las herejías, y Adriano VI, Papa, en la cuestión sobre la confirmación; todos ellos sostienen que la infalibilidad del juicio sobre las cosas de fe reside únicamente en la Iglesia o en el concilio general, y no en el Pontífice.

La TERCERA opinión está en el otro extremo, que el Pontífice no puede de ninguna manera ser hereje ni enseñar públicamente herejía, aunque defina algo solo. Así lo sostiene Alberto Pighio en el libro 4 de su Jerarquía Eclesiástica, cap. 8.

La CUARTA opinión está de algún modo en el medio, que el Pontífice, sea hereje o no, no puede de ninguna manera definir algo herético que deba ser creído por toda la Iglesia. Esta es la opinión más común de casi todos los católicos; así lo sostiene Santo Tomás en la Suma Teológica 2. 2. q. 1. art. 10, Tomás de Walden en el libro 2 de la Doctrina de la Fe, caps. 47 y 48, Juan de Torquemada en el libro 2 de la Suma, cap. 109 y siguientes, Juan Driedo en el libro 4 de los Dogmas Eclesiásticos, cap. 3 parte 3, Cayetano en su opúsculo sobre el poder del Papa y el concilio, cap. 9, Hosius en el libro 2 contra Brencio, que trata sobre los jueces legítimos; Juan Eckio en el libro 1 sobre el primado de Pedro, cap. 18, Juan de Lovaina en el libro sobre la protección perpetua y la firmeza de la sede de Pedro, cap. 11, Pedro de Soto en su Apología, parte 1, caps. 83, 84 y 85, y Melchor Cano en el libro 6, cap. 7, sobre los lugares.

Estos autores parecen, en cierto modo, estar en desacuerdo entre sí: algunos de ellos dicen que el Pontífice no puede errar si procede con madurez y escucha el consejo de otros pastores; otros dicen que el Pontífice incluso solo no puede errar de ninguna manera. Pero, en realidad, no están en desacuerdo entre sí. Pues los últimos no quieren negar que el Pontífice debe proceder con madurez y consultar a hombres doctos; solo quieren decir que la infalibilidad no reside en el grupo de consejeros ni en el concilio de obispos, sino solo en el Pontífice. Del mismo modo, los primeros no quieren situar la infalibilidad en los consejeros, sino solo en el Pontífice. Pero lo que quieren explicar es que el Pontífice debe hacer lo que le corresponde, consultando a hombres doctos y expertos en la materia en cuestión. Si alguien preguntara si el Pontífice erraría si definiera algo temerariamente, sin duda todos estos autores responderían que no es posible que el Pontífice defina algo temerariamente. Pues aquel que ha prometido el fin, sin duda ha prometido también los medios necesarios para alcanzar ese fin. De poco serviría saber que el Pontífice no errará cuando no defina temerariamente, si no supiéramos también que la providencia de Dios no permitirá que defina temerariamente.

De estas cuatro opiniones, la primera es herética; la segunda no es propiamente herética: pues aún vemos que la Iglesia tolera a quienes siguen esa opinión; sin embargo, parece completamente errónea y próxima a la herejía; la tercera es probable, pero no cierta; la cuarta es absolutamente segura y debe ser defendida. Y para que esta pueda entenderse y confirmarse más fácilmente, establezcamos algunas proposiciones.

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