CAP. IV: Sobre la Iglesia particular de Roma.

Segunda proposición. No solo el Pontífice Romano no puede errar en la fe, sino tampoco la Iglesia particular de Roma. Es necesario observar aquí que la firmeza de la Iglesia Romana en la fe debe entenderse en un sentido diferente al de la firmeza del Pontífice; porque el Pontífice no puede errar en un error judicial, es decir, cuando juzga y define una cuestión de fe. En cambio, la Iglesia Romana, es decir, el pueblo y el clero de Roma, no pueden errar en un error personal, de manera que todos erren al mismo tiempo y no haya fieles en la Iglesia Romana que sigan al Pontífice. Aunque cada uno individualmente puede errar, no puede suceder que todos erren al mismo tiempo, convirtiéndose toda la Iglesia Romana en apóstata.

Además, es importante notar que la Iglesia Romana no puede errar en el sentido explicado, y esto se puede entender de dos maneras: Primero, que no puede errar mientras la sede apostólica permanezca en Roma; en cambio, si la sede fuera removida, sería diferente. Segundo, que simplemente no puede errar ni decaer, ya que la sede apostólica no puede ser trasladada de Roma a otro lugar. Y ciertamente, según el primer sentido, nuestra proposición es verísima, y quizás tan verdadera como la primera sobre el Pontífice. Pues los autores citados, como los papas y mártires Lucio y Félix, los papas y confesores Agatón y Nicolás, así como Cirilo y Rufino, afirmaron no solo que el Pontífice, sino también la Iglesia Romana, no pueden errar.

Además, San Cipriano, en el libro 1, carta 3, dice: "Se atreven a navegar hacia la cátedra de Pedro y la Iglesia principal, y no consideran que ellos son romanos, a quienes no puede llegar la perfidia."

San Jerónimo, en el libro 3 de su Apología contra Rufino, dice: "Sabe que la fe romana, alabada por la voz apostólica, no puede recibir tales engaños: aunque un ángel anunciara algo diferente de lo que ya se ha predicado una vez, por la autoridad de Pablo, no puede ser cambiada."

San Gregorio Nacianceno, en un poema sobre su vida, dice: "La antigua Roma ha mantenido la fe correcta desde tiempos antiguos y siempre la conserva, como corresponde a una ciudad que preside sobre todo el mundo, conservando siempre una fe íntegra en Dios."

Añadamos también los testimonios de dos Pontífices, que aunque sean despreciados por los herejes, deben ser recibidos con honor por los católicos. Uno es del Papa Martín V, quien en una bula emitida con la aprobación del Concilio de Constanza, declaró que deben ser considerados herejes aquellos que sienten de manera diferente sobre los sacramentos o los artículos de la fe de lo que siente la Iglesia Romana. El otro es del Papa Sixto IV, quien primero, a través del Sínodo de Alcalá, y luego por sí mismo, condenó los artículos de un tal Pedro de Oxford, uno de los cuales era que la Iglesia de la ciudad de Roma podía errar. Y aunque esto parece referirse principalmente al Pontífice, como la Iglesia Romana no es solo el Pontífice, sino también el Pontífice y el pueblo, cuando los Padres o los Pontífices dicen que la Iglesia Romana no puede errar, quieren decir que en la Iglesia Romana siempre habrá un obispo que enseñe católicamente y un pueblo que crea católicamente.

Según el segundo sentido, la proposición de que la Iglesia Romana no puede decaer es ciertamente piadosa y muy probable, pero no tan cierta como para que la opinión contraria pueda ser considerada herética o manifiestamente errónea, como correctamente enseña Juan Driedo en el libro 4, capítulo 3, parte 3, de Dogmas eclesiásticos y Escrituras. Que no es absolutamente de fe que la sede apostólica no pueda ser separada de la Iglesia Romana es claro, porque ni la Escritura ni la tradición afirman que la sede apostólica esté tan fijada en Roma que no pueda ser trasladada. Y todos los testimonios de los Pontífices y Padres que dicen que la Iglesia Romana no puede errar podrían interpretarse en el sentido de que la Iglesia Romana no puede errar mientras la sede apostólica permanezca en ella, pero no de manera absoluta y simple.

No obstante, aunque no sea absolutamente cierta, sigue siendo una opinión piadosa y muy probable que la cátedra de Pedro no pueda ser separada de Roma y que, por tanto, la Iglesia Romana no pueda errar ni decaer. Esto se prueba PRIMERO por el hecho de que la sede apostólica ha permanecido en Roma a pesar de innumerables persecuciones y ocasiones para trasladarse. La primera gran ocasión para trasladar la sede de Roma a otro lugar fue en los tiempos de los emperadores paganos, quienes estaban profundamente molestos de que la sede apostólica estuviera en Roma. Por lo tanto, tan pronto como se enteraban de que se había elegido un nuevo Pontífice, lo mataban o lo enviaban al exilio. Por esta razón, San Cipriano, alabando la constancia del Papa Cornelio en el libro 4, carta 2, dice: "¡Cuánta fue su virtud al asumir el episcopado! ¡Cuánto valor y firmeza de fe! Sentarse intrépidamente en la cátedra sacerdotal en Roma en un tiempo en que el tirano estaba furioso contra los sacerdotes de Dios, amenazando con cosas terribles e indecibles, y cuando escuchaba con mucho más odio la creación de un sacerdote de Dios en Roma que la aparición de un príncipe rival."

A continuación, hubo otra ocasión para trasladar la sede durante la época de los godos. Primero, en tiempos del Papa Inocencio I, Alarico tomó Roma, la saqueó e incendió, como refiere San Jerónimo en su carta a Principia sobre la muerte de Marcela. Luego, en tiempos del Papa León I, Genserico nuevamente tomó Roma y la saqueó, como escribe Blondo en el libro 2, década 1, durante cuyo tiempo Roma permaneció sin habitantes durante un período. Nuevamente, en tiempos del Papa Vigilio, Totila destruyó completamente Roma, derribando gran parte de sus muros y quemando casi todas sus casas, dejándola tan desolada que no quedó ni hombre ni mujer en la ciudad, como escribe el mismo Blondo en el libro 6, década 1. Finalmente, durante toda la época de los longobardos, los Pontífices Romanos sufrieron grandísimas miserias, como se puede ver en muchas cartas de San Gregorio. Sin embargo, los Pontífices Romanos nunca pensaron en trasladar el episcopado romano.

La tercera ocasión para trasladar la sede fue durante el tiempo del Beato Bernardo, debido a la persecución de los propios ciudadanos romanos. Durante muchos años, los ciudadanos romanos acosaron tanto a sus Pontífices que los obligaron a exiliarse de la ciudad repetidamente, como se puede ver tanto en los historiadores como en las cartas del Beato Bernardo, particularmente en la carta 242 al pueblo romano y la carta 243 al emperador Conrado.

La cuarta ocasión fue cuando los Pontífices Romanos permanecieron durante setenta años en Francia. Pues, ya que ellos decidieron vivir con toda la curia lejos de Roma, ¿por qué no trasladaron la sede? ¿Por qué no cambiaron el episcopado romano por el de Aviñón? Así, con tantas ocasiones para trasladar la sede, que sin embargo permaneció en Roma durante más de 1,500 años, es muy probable que no pueda trasladarse de ninguna manera.

SEGUNDO; esto también se puede probar por el hecho de que Dios mismo ordenó que la sede apostólica de Pedro se estableciera en Roma; y lo que Dios ordena, los hombres no pueden cambiarlo. Esto lo testifica el Beato Marcelo, Papa y Mártir, en su carta a los antioquenos, donde dice que Pedro, por mandato del Señor, trasladó su sede de Antioquía a Roma. También lo testifica el Beato Ambrosio en su oración sobre la entrega de las basílicas, donde relata que Cristo quiso absolutamente que Pedro muriera en Roma, y por eso le dijo cuando huía: "Voy a Roma para ser crucificado nuevamente". Esto es un signo manifiesto de que Dios quiso que la sede de Pedro se consolidara en Roma mediante su muerte. A esto también se refiere lo que dice San León en su sermón 1 sobre el natalicio de los Apóstoles Pedro y Pablo: "Tú llevabas el trofeo de la cruz de Cristo a las fortalezas de Roma, hacia donde las disposiciones divinas te guiaban previamente, y te precedía el honor del poder y la gloria del martirio."

ALGUIEN PODRÍA DECIR; que este argumento parece probar que es de fe que la sede no puede ser trasladada de Roma, pues es de fe que los preceptos divinos no pueden ser alterados por los hombres. Si Dios ordenó que la sede se estableciera en Roma, parecería de fe que no pueda ser trasladada a otro lugar.

RESPONDO, que no se sigue necesariamente; pues Marcelo y León, los Pontífices, no definen este asunto como algo de fe, sino que lo narran como historia. Las narraciones de los Pontífices no son de fe, solo lo son los decretos. Además, lo que ellos dicen, que el Señor ordenó a Pedro trasladar su sede a la ciudad, puede entenderse de dos maneras: Primero, que el Señor apareció claramente a Pedro y le ordenó hacer esto; y entonces sería cierto que la sede de Pedro en Roma fue establecida por un precepto divino. En segundo lugar, puede entenderse que Cristo no lo ordenó abiertamente, pero se dice que lo ordenó porque Pedro lo hizo por inspiración divina; de la misma manera que todos los decretos y preceptos de la Iglesia se podrían llamar divinos, aunque sean mutables.

Además, incluso si estuviera claro que Cristo ordenó a Pedro establecer su sede en Roma, no seguiría necesariamente que Él ordenara que permaneciera inmóvil allí. Por lo tanto, como no está claro de qué manera Cristo ordenó a Pedro establecer su sede en Roma, no es de fe que la sede esté constituida en Roma por un precepto divino e inmutable; pero como dijimos, es muy probable y debe creerse piadosamente. NI OBSTA el hecho de que durante el tiempo del Anticristo Roma será desolada y quemada, como se deduce del capítulo 17 del Apocalipsis. Pues esto no sucederá sino hasta el fin del mundo, y además, en ese momento el Sumo Pontífice seguirá siendo llamado Pontífice Romano y será tal, aunque no resida en Roma, como ocurrió en tiempos del rey Totila, como mencionamos anteriormente. Además, San Agustín y muchos otros no creen que en ese pasaje del Apocalipsis, la ciudad que será quemada se refiera a Roma, sino a la multitud de impíos, que es la ciudad del diablo.

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