CAP. V: Sobre los decretos morales.

Tercera proposición: No solo el Sumo Pontífice no puede errar en los decretos de fe, sino tampoco en los preceptos morales que se prescriben a toda la Iglesia y que tratan de cuestiones necesarias para la salvación o de aquellas que son buenas o malas en sí mismas.

Decimos PRIMERO, que el Pontífice no puede errar en aquellos preceptos que se prescriben a toda la Iglesia; porque, como dijimos antes, no es absurdo que el Pontífice pueda errar en preceptos o juicios particulares. Añadimos SEGUNDO, que se refiere a las cosas necesarias para la salvación o que son buenas o malas en sí mismas, porque no es erróneo decir que el Pontífice puede errar en otras leyes, por ejemplo, promulgando una ley superflua o una ley menos prudente, etc.

Para aclarar todo esto con ejemplos: No es posible que el Pontífice se equivoque al ordenar un vicio, como la usura, o al prohibir una virtud, como la restitución, porque estas cosas son buenas o malas en sí mismas. Tampoco es posible que se equivoque al ordenar algo contrario a la salvación, como la circuncisión o el sábado, o al prohibir algo necesario para la salvación, como el bautismo o la eucaristía; aunque estas cosas no sean buenas o malas en sí mismas. Pero si el Papa ordenara algo que no es ni bueno ni malo por sí mismo, ni contrario a la salvación, pero que es inútil, o lo ordenara bajo una pena demasiado grave, no es absurdo decir que podría suceder; aunque no corresponde a los súbditos dudar de esto, sino obedecer simplemente.

Ahora se prueba la proposición; y PRIMERO, que el Papa no puede errar en los preceptos morales necesarios para la salvación: porque entonces toda la Iglesia sería gravemente herida y erraría en cosas necesarias, lo cual va en contra de la promesa del Señor en Juan 16: "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, os guiará a toda la verdad". Esto se entiende, al menos, sobre la verdad necesaria para la salvación. SEGUNDO, porque entonces Dios abandonaría a su Iglesia en las cosas necesarias; dado que le ordenó seguir al Pontífice, y permitiría que el Pontífice errara en lo necesario. Pero ciertamente, si Dios no falta en lo necesario a ninguna cosa, mucho menos lo hará con su Iglesia.

El hecho de que el Pontífice no pueda errar en los preceptos morales que son buenos o malos en sí mismos se prueba de la siguiente manera: PRIMERO, porque entonces la Iglesia no podría llamarse verdaderamente santa, como se la llama en el Credo de los Apóstoles. Pues se la llama santa principalmente por su santa profesión, como mostramos en otro lugar; porque profesa una ley y una profesión santa, que no enseña nada falso ni prescribe nada malo. SEGUNDO, porque entonces necesariamente erraría también en cuanto a la fe. Pues la fe católica enseña que toda virtud es buena y todo vicio es malo: si el Papa errara ordenando vicios o prohibiendo virtudes, la Iglesia estaría obligada a creer que los vicios son buenos y las virtudes malas, a menos que quisiera pecar contra su conciencia.

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