- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?
- CAP. II: Que Pedro estuvo en Roma.
- CAP. III: Que San Pedro murió en Roma.
- CAP. IV: Que Pedro fue obispo en Roma hasta su muerte.
- CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.
- CAP. VI: Se resuelve el segundo argumento.
- CAP. VII: Se resuelven otros cinco argumentos
- CAP. VIII: Se responden otros ocho argumentos.
- CAP. IX: Se responde al argumento decimosexto.
- CAP. X: Se responde al argumento decimoséptimo.
- CAP. XI: Se responde al último argumento.
- CAP. XII: Se demuestra que el Pontífice Romano sucede a Pedro en la monarquía eclesiástica por derecho divino y razón de sucesión.
- CAP. XIII: Se prueba lo mismo a partir de los Concilios.
- CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.
- CAP. XV: Lo mismo se prueba con los Padres Griegos.
- CAP. XVI: Lo mismo se prueba con los Padres Latinos.
- CAP. XVII: Lo mismo se prueba a partir del origen y la antigüedad del primado.
- CAP. XVIII: Lo mismo se prueba a partir de la autoridad que ha ejercido el Pontífice Romano sobre otros Obispos.
- CAP. XIX: Lo mismo se prueba a partir de las leyes, dispensas y censuras.
- CAP. XX: Lo mismo se prueba a partir de los vicarios del Papa.
- CAP. XXI: Lo mismo se prueba por el derecho de apelación.
- CAP. XXII: Refutación de los argumentos de Nilo sobre el derecho de apelación.
- CAP. XXIII: Refutación del primer argumento de los luteranos.
- CAP. XXIV: Se resuelven otros tres argumentos.
- CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.
- CAP. XXVI: Lo mismo se prueba por el hecho de que el Sumo Pontífice no es juzgado por nadie.
- CAP. XXVII: Respuesta a los argumentos de Nilo.
- CAP. XXVIII: Se responden las objeciones de Calvino.
- CAP. XXIX: Se responden otros nueve argumentos.
- CAP. XXX: Se resuelve el último argumento y se trata la cuestión: ¿Puede ser depuesto un Papa herético?
- CAP. XXXI: Lo mismo se prueba a partir de los títulos que suelen atribuirse al Pontífice Romano.
- PREFACIO
CAP. XI: Sobre Honorio I.
El vigésimo tercero es Honorio I, a quien Nilus, en su libro sobre el primado del Pontífice Romano, sostiene que fue un hereje monotelita. Lo mismo afirman los Centuriadores de Magdeburgo en el siglo VII, cap. 10, en la vida de él, y en el cap. 11, col. 553, lo colocan entre los herejes manifiestos. No solo los herejes, sino también algunos católicos afirman que Honorio fue hereje, como Melchor Cano en el libro 6 de los lugares, cap. último. Sus argumentos son los siguientes:
PRIMERO, de sus cartas, pues existen dos cartas de Honorio a Sergio; una en el sexto sínodo, acta 12, y la otra en la misma acta 13, en las que Honorio aprueba la doctrina de Sergio, el líder de los monotelitas, y ordena que no se debe decir que Cristo tiene dos voluntades o acciones.
SEGUNDO, del sexto sínodo, acta 13, donde se condena a Honorio como hereje, y se queman sus cartas, repitiéndose su condena en todas las acciones posteriores.
TERCERO, del séptimo sínodo, acta última, donde todo el Concilio declara anatema a Honorio, Sergio, Ciro y los demás monotelitas; y lo repite en la carta que envía a todos los clérigos.
CUARTO, del octavo sínodo, acta 7, donde se lee y se aprueba la carta del Concilio Romano bajo el papa Adriano II, donde el Pontífice, junto con el Concilio, afirma que Honorio fue juzgado después de su muerte en el sexto sínodo, porque había sido acusado de herejía.
QUINTO, de la carta del papa Agatón, quien en su carta al emperador Constantino, que se encuentra en la cuarta acta del sexto concilio general, declara anatema a Honorio como monotelita.
SEXTO, de León II, quien en su carta al mismo emperador, que se encuentra al final del concilio, también execró a Honorio como quien había contaminado la sede apostólica con su herejía.
SÉPTIMO, de varios escritores griegos y latinos, quienes testifican que Honorio fue hereje. Lo afirma Tarasio, obispo de Constantinopla, en una carta a los patriarcas, que se encuentra en el séptimo sínodo, acta 3. También lo afirma Teodoro, obispo de Jerusalén, en la carta sinódica que se encuentra en el mismo séptimo sínodo, acta 3. También lo afirma Epifanio, diácono católico, en su disputa con Gregorio, el hereje, que se encuentra en la sexta acta del séptimo sínodo, tomo 2. Psellus, en un poema sobre los siete sínodos. Beda, en su obra sobre las seis edades, en la vida del emperador Constantino IV. Y el libro pontifical en la vida de León II.
Por Honorio escribieron Alberto Piggio, en su libro 4 sobre la jerarquía eclesiástica, cap. 8, Hosius en su libro 2 contra Brencio, y Juan de Lovaina en su libro sobre la perpetua protección y firmeza de la cátedra de Pedro, cap. 11, y Onofrio en una anotación a Platina en la vida de Honorio; cuyas razones son mucho más efectivas que las de sus adversarios, como quedará claro en la solución de los argumentos.
A la PRIMERA objeción, respondo de dos maneras. PRIMERO, tal vez esas cartas fueron falsificadas e insertadas en el concilio general por herejes; lo cual no se dice temerariamente, como se demuestra por el hecho de que en el quinto sínodo se insertaron cartas ficticias del papa romano Vigilio y de Menas, patriarca de Constantinopla, por herejes similares. Esto fue descubierto en el sexto sínodo, actas 12 y 14, cuando se releían las actas del quinto sínodo. Se encontraron tres cuadernillos insertados por los herejes, y en ellos estaban esas cartas. Entonces, ¿qué sorpresa habría si los mismos artífices hicieron lo mismo en el sexto sínodo?
SEGUNDO, digo que en esas cartas de Honorio no se contiene ningún error. Pues Honorio, en esas cartas, confiesa, en lo que respecta al tema, que hay dos voluntades y acciones en Cristo: y solo prohíbe los términos "una" o "dos voluntades", que en ese entonces eran desconocidos, y lo hizo con el más prudente de los consejos. Que confiesa la verdad del asunto se hace evidente por estas palabras de su segunda carta: "Debemos confesar ambas naturalezas unidas en un solo Cristo, operando en comunión natural, con la naturaleza divina haciendo lo que es de Dios, y la humana ejecutando lo que es de la carne: no dividiendo ni confundiendo, ni convirtiendo la naturaleza de Dios en hombre, ni la humana en Dios, sino confesando la integridad de las diferencias de las naturalezas, etc." Esta confesión es completamente católica y destruye por completo la herejía monotelita.
Que Honorio, con el más prudente consejo, prohibió los términos "una" o "dos acciones", se demuestra. Pues en ese momento estaba comenzando esta herejía, y la Iglesia no había definido nada sobre estos términos. En ese momento, Cirilo de Alejandría comenzó a predicar una acción en Cristo; por el contrario, Sofronio de Jerusalén, oponiéndose a Cirilo, predicaba dos acciones en Cristo. Cirilo trasladó esta controversia a Sergio de Constantinopla, y ambos lo remitieron a Honorio de Roma. Honorio, temiendo, lo que después sucedió, que esta controversia creciera en un grave cisma, y viendo al mismo tiempo que la fe podía ser salvada sin estos términos, quiso conciliar ambas opiniones y al mismo tiempo eliminar la materia de escándalo y controversia. Así que escribió en su primera carta que por esa razón debía evitarse el término "una acción", para no parecer que con los eutiquianos se afirmaba una naturaleza en Cristo; y a su vez, el término "dos acciones" para no parecer que con Nestorio se afirmaban dos personas: "No sea", dice, "que ofendidos por el término 'dos acciones', piensen que seguimos a los nestorianos con su insensatez; o si afirmamos de nuevo que debe sostenerse 'una acción', piensen que confesamos la insensata demencia de los eutiquianos con sus oídos atónitos."
Entonces, en la carta 2, enseñando la manera de hablar y conciliando opiniones:
"Quitando, por tanto," dice, "el escándalo de la invención novedosa, no nos conviene predicar definiendo una o dos operaciones; sino que, en lugar de una, que algunos llaman operación, debemos confesar verdaderamente a Cristo Señor como un único operador en ambas naturalezas: [páginas 994-995] y en lugar de dos operaciones, eliminando el término de doble operación, más bien predicar las dos naturalezas, es decir, la de la divinidad y la de la carne asumida en una persona, el unigénito Hijo de Dios Padre, sin confusión, sin división y sin conversión, actuando con sus propias acciones." Esto dice allí, lo cual ciertamente solo puede ser alabado.
Pero un poco más abajo, abiertamente predica una sola voluntad con estas palabras:
"Por lo tanto, confesamos una sola voluntad de nuestro Señor JESUCRISTO."
RESPONDO: en ese lugar, Honorio hablaba solo de la naturaleza humana, y quiso decir que en el hombre Cristo no había dos voluntades en conflicto, una de la carne y otra del espíritu; sino una sola, la del espíritu. Pues en Cristo, la carne no deseaba absolutamente nada en contra de la razón. Esta es la intención de Honorio, lo cual es evidente por la razón que él da. Pues dice: "Por lo tanto, confesamos una sola voluntad de nuestro Señor JESUCRISTO, porque ciertamente la naturaleza humana fue asumida por la divinidad, no el pecado; esa naturaleza que fue creada antes del pecado, no la que fue corrompida después de la transgresión." Esta razón no tiene sentido si se aplica para probar que en Cristo, como Dios y hombre, había una sola voluntad; pero es sumamente eficaz si se usa para probar que en Cristo hombre no había voluntades opuestas de la carne y el espíritu. Esa contrariedad surgió del pecado; pero Cristo, sin pecado, tenía naturaleza humana.
Luego, porque alguien podría objetar esos pasajes del Evangelio:
"No he venido para hacer mi voluntad" y "No lo que yo quiero, sino lo que tú [quieres]." En esos pasajes, parece que Cristo, como hombre, tenía voluntades en conflicto; es decir, una mala, que deseaba no sufrir, y otra buena, que deseaba no cumplir esa voluntad suya anterior, sino cumplir la contraria, que estaba conforme con la voluntad de Dios. Honorio responde un poco más abajo: "Está escrito," dice, "'No he venido para hacer mi voluntad, sino la del Padre que me envió'; y 'No lo que yo quiero, sino lo que tú quieres, Padre,' y otros pasajes similares. Esto no se refiere a voluntades diferentes, sino a la disposición de la humanidad asumida. Pues estas cosas se dijeron por nosotros, a quienes el piadoso Maestro dio ejemplo, para que sigamos sus huellas, instruyendo a sus discípulos para que no antepongan su propia voluntad, sino más bien la voluntad del Señor en todas las cosas." Esto es, Cristo no tenía voluntades contrarias, de modo que necesitara vencer y mortificar una de ellas. Sino que habla como si tuviera voluntades contrarias para enseñarnos a mortificar nuestra propia voluntad, que a menudo intenta rebelarse contra Dios.
Esto se confirma por el testimonio gravísimo de San Máximo, quien vivió en el tiempo de Honorio. Pues él escribió un diálogo contra Pirro, el sucesor de Sergio, que todavía está en la Biblioteca Vaticana. En ese diálogo introduce a Pirro, el hereje, ofreciendo el testimonio de Honorio en su favor; luego él mismo responde, diciendo que Honorio siempre fue católico, y lo prueba tanto por otros medios como por el testimonio del secretario del mismo Honorio, quien había escrito esas cartas dictadas por Honorio, y quien aún vivía en ese momento. El secretario testificaba que la intención de Honorio nunca fue negar las dos voluntades en Cristo; y que si en algún momento parecía negar dos voluntades, debía entenderse como referente a dos voluntades contrarias y en conflicto dentro de la misma naturaleza humana; las cuales se encuentran en nosotros debido al pecado, pero no existían en Cristo. Pero transcribamos las propias palabras de San Máximo.
PIRRO:
"¿Qué tienes que responder sobre Honorio, quien en las cartas que escribió a Sergio en tiempos anteriores, claramente profesó una sola voluntad de nuestro Señor JESUCRISTO?"
MÁXIMO:
"¿Cuál de estas interpretaciones de las cartas debe considerarse más verdadera y segura, la del escriba que escribió esas cartas en nombre de Honorio, especialmente considerando que él aún vive y adorna todas las regiones de Occidente con el esplendor de su virtud y la disciplina religiosa, o la de los ciudadanos de Constantinopla, que no hablan más que lo que les place?"
PIRRO:
"La interpretación del que las escribió."
MÁXIMO:
"Pues él escribió al emperador Constantino sobre esa carta, por orden del papa Juan, diciendo: 'Ciertamente, cuando dijimos que había una voluntad de nuestro Señor, no debe entenderse como referido a las dos voluntades de la naturaleza divina y humana, sino solo a la humana.' Pues cuando Sergio había escrito diciendo que algunos predicaban que Cristo tenía dos voluntades en conflicto, nosotros respondimos que Cristo no tenía voluntades en conflicto."
Finalmente, dado que en toda la carta Honorio sostiene que no debe decirse que en Cristo, como Dios y hombre, hay una voluntad ni dos, ¿cómo podría haber admitido tan abiertamente una voluntad? Por lo tanto, no dijo que hubiera una sola voluntad en Dios y en el hombre; sino una sola de la naturaleza humana, como lo demuestran las palabras siguientes y el testimonio del secretario. Por lo tanto, tenemos que en las mismas cartas no hay error alguno.
A la SEGUNDA objeción, respondo que, sin duda, el nombre de Honorio fue insertado entre los condenados por el VI Concilio por parte de los enemigos de la Iglesia Romana, al igual que todo lo demás que se dice allí contra Honorio. Lo pruebo con los siguientes argumentos:
PRIMERO, porque así lo testifica Anastasio Bibliotecario en su historia basada en Teófanes Isaurio, un griego.
SEGUNDO, porque era casi una costumbre ordinaria de los griegos corromper los libros. Pues (como dijimos) en ese mismo VI Concilio, en las actas 12 y 14, se descubrieron numerosas corrupciones hechas por los herejes en el V Concilio. Y León, en la epístola 83 a los palestinos, se queja de que los griegos corrompieron su carta a Flaviano mientras aún estaba vivo. Gregorio, en el libro 5, epístola 14 a Narsés, afirma que los constantinopolitanos corrompieron el Sínodo de Calcedonia, y sospecha lo mismo sobre el Sínodo de Éfeso. Además, añade que los códices romanos son mucho más veraces que los de los griegos: "Porque," dice, "los romanos no tienen ni sutilezas ni imposturas."
Finalmente, Nicolás I, en su carta a Miguel, remitiendo al emperador a la carta de Adriano I, dice: "Si, sin embargo," añade, "no ha sido falsificada al estilo de los griegos, pero se conserva tal como fue enviada por la Sede Apostólica en la Iglesia de Constantinopla." No dijo esto sin razón, ya que las cosas que él cita en su carta a Focio, tomadas de la carta de Adriano a Tarasio, no se encuentran en esa misma carta, tal como se lee en el VII Concilio. Pues los griegos eliminaron ese pasaje porque iba en contra del honor de Tarasio. Por lo tanto, si los griegos corrompieron el III, IV, V y VII Concilio, ¿qué sorpresa hay si también corrompieron el VI? Especialmente considerando que está demostrado que, poco después de que se concluyó el VI Concilio, muchos obispos volvieron a Constantinopla y emitieron los cánones Trulanos, cuyo objetivo no parece haber sido otro que criticar y reprochar a la Iglesia Romana.
TERCERO, porque el Concilio no podía condenar a Honorio como hereje sin entrar en contradicción con la carta de San Agatón, e incluso consigo mismo, lo que implicaría una clara contradicción. Pues el papa Agatón, en su primera carta al emperador, que fue leída en el mismo Concilio, sesión 4, dice lo siguiente:
"Esta es la regla de la verdadera fe, que tanto en tiempos prósperos como adversos ha mantenido y defendido con vigor esta madre espiritual de vuestro serenísimo imperio, la Iglesia Apostólica de Cristo, la cual, por la gracia de Dios Todopoderoso, nunca se probará que haya errado ni ha sucumbido a las novedades heréticas, sino que, tal como recibió la fe cristiana desde sus inicios por parte de los príncipes de los apóstoles de Cristo, ha permanecido sin mancha hasta el final, según la promesa divina que el mismo Señor Salvador hizo a su príncipe de los discípulos en los sagrados Evangelios: 'Pedro, Pedro,' dice, 'Satanás ha pedido zarandearos como trigo, pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe; y cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.' Considerad, por tanto, vuestra serena clemencia, que el Señor y Salvador de todos, cuya es la fe, quien prometió que la fe de Pedro no desfallecería, lo exhortó a confirmar a sus hermanos, lo que los Pontífices Apostólicos, mis predecesores, siempre han hecho, como es sabido por todos."
NOTA que Agatón no solo dice que la fe en la sede de Pedro no ha fallado ni puede fallar, y por tanto, que el Pontífice, como tal, no puede decretar nada contra la fe; sino que también afirma que todos sus predecesores, entre los cuales está Honorio, siempre han resistido a las herejías y han confirmado a los hermanos en la verdadera fe. Y más adelante, después de enumerar a los herejes monotelitas: Ciro, Sergio, Pirro, Pablo, Pedro y Teodoro, dice:
"Por tanto, debe ser liberada la santa Iglesia de Dios de los errores de tales maestros, con los máximos esfuerzos, para que todos los prelados, clérigos y pueblos confiesen y prediquen con nosotros la rectitud de la fe ortodoxa evangélica y apostólica, que está fundada sobre la firme roca de esta Iglesia del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, que por su gracia y protección permanece sin mancha de error."
Esta carta fue aprobada por todo el Concilio en la octava sesión, y en la sesión 18, donde los Padres dicen que no fue Agatón quien habló, sino el divino Pedro a través de Agatón.
Por lo tanto, argumento así: Si Honorio fue un hereje monotelita, ¿cómo es posible que Agatón, discutiendo sobre esta misma herejía, escriba que ninguno de sus predecesores jamás erró? Y si las demás iglesias han sido manchadas por los errores de sus prelados, ¿cómo es posible que solo la Iglesia Romana haya permanecido sin mancha?
ENTONCES, si el Concilio admite que Pedro habló a través de Agatón y que los papas romanos siempre han confirmado a sus hermanos en la fe y nunca han sucumbido a las herejías, ¿con qué temeridad el mismo Concilio declara anatema a Honorio en casi todas las actas, llamándolo hereje? Por lo tanto, es necesario que o el Concilio fue falsificado, o la carta de Agatón lo fue, o que el Concilio se contradice a sí mismo y con Agatón; pero nadie ha sostenido esto último, ni siquiera los herejes. Sobre lo segundo, nunca ha habido sospecha alguna. Por lo tanto, es necesario sostener lo primero.
A este argumento, Nilus intenta responder, pero en vano:
"Quizás," dice, "Agatón se vio obligado a escribir de esa manera por la situación de la cuestión en ese momento, como a menudo sucede; o también porque en realidad, rara vez esa Iglesia se ha desviado de la verdad." Esto dice él.
Sin embargo, la situación, ciertamente, requería que Agatón dijera algo sobre su autoridad y las alabanzas de sus predecesores; pero ¿requería acaso que mintiera de manera descarada? ¿Y no sería una mentira descaradísima que Agatón dijera que todos sus predecesores siempre resistieron a los herejes, si Honorio hubiera sido contaminado por esa misma herejía de la cual estaba hablando? No es suficiente decir que la Iglesia Romana "raramente" erró, para que pueda decirse verdaderamente que "nunca" erró.
Pero escuchemos el resto: "De lo contrario," dice Nilus, "si fuera absolutamente cierto y sin ninguna excepción (que ninguno de los papas romanos haya errado), ¿cómo podría cuadrar con esa afirmación: 'Todos se han desviado y se han vuelto inútiles; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno'?"
Esta es ciertamente una excelente razón, como si David estuviera hablando de la fe y no de las costumbres. El salmo no dice: "No hay quien crea correctamente," sino: "No hay quien haga el bien." Pues, como dice Santiago, "en muchas cosas todos ofendemos." De lo contrario, si se tratara de la fe, también sería necesario que Pablo, Juan y todos los apóstoles pudieran errar, incluso después de haber recibido el Espíritu Santo.
Nilus continúa:
"También podría decirse aquí con razón que Agatón hablaba de tiempos pasados, en los que la Iglesia Romana no había errado; no de tiempos futuros, en los cuales no sería imposible que errara."
Pero, buen Nilus, Honorio vivió en tiempos pasados, pues precedió a Agatón por muchos años. Y además, ¿no dice Agatón sobre el futuro que la fe en la sede de Pedro nunca fallará?
Finalmente, Nilus añade:
"Ciertamente Agatón escribió esto antes del VI Concilio, y en ese momento aún no conocía suficientemente bien los asuntos que el VI Concilio trataría. No sería muy sorprendente si ese santo Concilio vio cosas que un solo hombre no pudo ver con suficiente claridad." Esto dice él.
Pero si esto es así, entonces Agatón erró por ignorancia. ¿Por qué, entonces, todo el Concilio en las actas 8 y 18 aprobó esa carta como si hubiera sido escrita por San Pedro? ¿Qué otra cosa es esto sino decir que un Concilio tan grande aprobó un error o que abiertamente se contradijo a sí mismo? Y esto sin mencionar que las doctrinas de Honorio no podían haber sido mejor conocidas por nadie que por Agatón, ya que este mismo caso había sido examinado repetidamente por Juan IV, Teodoro, Martín y otros predecesores de Agatón, quienes también fueron sucesores de Honorio.
CUARTO, se prueba a partir de la carta de Nicolás a Miguel, donde Nicolás dice de los papas romanos: "Nunca ni siquiera un débil rumor los ha manchado, haciéndolos parecer que compartían las opiniones de los que piensan mal; mucho menos han sido capaces de disputar con ellos." Esto dice él. Pero, ¿cómo puede ser esto verdad si en un Concilio general, público, célebre y muy concurrido, se gritó repetidamente el anatema sobre el hereje Honorio?
QUINTO, se prueba porque es necesario decir que este Concilio, donde se condena a Honorio, fue corrompido por los enemigos; o hay que sostener que este mismo Concilio incurrió en un error y en una intolerable impudicia. Pero ni siquiera los herejes han sostenido jamás lo segundo; por lo tanto, hay que aceptar lo primero. No podría, sin embargo, el Concilio haber condenado a Honorio como hereje sin una intolerable impudicia y error, lo cual queda claro porque el Concilio no tenía ninguna evidencia de la herejía de Honorio, excepto por sus cartas a Sergio, en las que Honorio prohíbe decir que hay una o dos operaciones en Cristo.
Pero esas cartas claramente testifican que Honorio creía y enseñaba que en Cristo había dos operaciones, y solo quiso abstenerse de usar esos términos: "Una" o "Dos," para evitar el escándalo y apaciguar la controversia. No se puede condenar como hereje a quien confiesa la sustancia de la doctrina, aunque considere justo, por una buena razón, evitar el uso de ciertos términos, especialmente antes de que la Iglesia los defina. De lo contrario, San Jerónimo podría ser condenado como hereje por haber sostenido, en su carta a Dámaso, que no se debía decir que había tres hipóstasis en Dios, algo que la Iglesia más tarde definió en más de una ocasión.
Finalmente, debe añadirse que en el Concilio Romano muy concurrido que fue celebrado por el papa y mártir San Martín I, antes del sexto Concilio, sobre este mismo asunto de los monotelitas, fueron condenados nominalmente Sergio, Ciro, Pirro y Pablo; pero no se hizo ninguna mención de Honorio. Y esto no puede atribuirse al favoritismo, ya que esos obispos eran hombres santísimos, especialmente San Martín, que presidía el Concilio. Mucho menos puede atribuirse a la ignorancia o el olvido. ¿Quién conocía mejor los hechos de los papas que sus propios sucesores?
Por lo tanto, si el Concilio Romano no condenó a Honorio, teniendo los autógrafos de sus cartas y testigos vivos de sus palabras y acciones, ¿cómo es creíble que el sexto Concilio lo hiciera basándose solo en esas cartas?
Si alguien aún no puede ser persuadido de creer que el VI Concilio fue corrompido, que acepte otra solución, la de Juan de Turrecremata, en su libro 2, De Ecclesia, cap. 93, quien enseña que los Padres del VI Concilio condenaron a Honorio debido a una falsa información, y por lo tanto se equivocaron en ese juicio. Aunque un Concilio general legítimo no puede errar, y de hecho este sexto no erró en la definición de los dogmas de la fe, sí puede errar en cuestiones de hecho. Por lo tanto, podemos afirmar con seguridad que esos Padres fueron engañados por falsos rumores y por no haber comprendido correctamente las cartas de Honorio, y por eso lo incluyeron injustamente entre los herejes.
Dices: "¿Acaso entiendes mejor las cartas de Honorio que todos los Padres?" Respondo: No es que las entienda mejor yo, sino que fueron mejor entendidas por Juan IV, Martín I, Agatón y Nicolás I, sumos pontífices, y por todo el Concilio Romano convocado bajo el papa Martín, que por los griegos en el sexto Concilio.
¿Por qué, entonces, me preguntarás, los legados de Agatón no protestaron cuando se condenó a Honorio? Respondo que eso se hizo para evitar un mal mayor. Los legados temían que, si protestaban, se impediría la definición de la fe correcta y no se podría acabar con el cisma que había durado ya 60 años. Pues en ese Concilio se condenaron a muchos patriarcas de Constantinopla, Alejandría y Antioquía, cuyos sucesores no habrían aceptado fácilmente la condena a menos que también se condenara a Honorio, quien había sido acusado junto con ellos. Y esto es lo que tengo que decir sobre el segundo argumento.
En cuanto al TERCERO, respondo que los Padres del séptimo Sínodo siguieron al sexto Sínodo y simplemente repitieron lo que habían leído en él. Por lo tanto, fueron engañados por el sexto Sínodo, que o bien estaba corrompido, o bien había condenado a Honorio por error.
En cuanto al CUARTO, respondo que Adriano y el Sínodo Romano no dicen abiertamente que Honorio fue hereje, sino solo que se le dijo anatema por parte de los orientales, porque había sido acusado de herejía. Aquí parece que Adriano dijo que Honorio fue anatematizado por los orientales porque sabía que los occidentales, es decir, el Concilio de San Martín, no lo habían anatematizado. Adriano también añadió que los orientales no se atrevieron a pronunciar una sentencia contra Honorio sin el consentimiento de la sede romana, porque sabía que los legados de Agatón habían consentido en la condena de Honorio. Y esto decimos si se defiende que los actos del VI Concilio eran íntegros; porque si decimos que estaban corrompidos, habrá que responder que Adriano fue engañado por esos actos corrompidos del VI Concilio.
Dices: "Pero seguramente estos Concilios creían que el Papa podía errar, ya que creían que Honorio era hereje." Respondo que esos Padres solo creían que el Papa podía errar como un hombre privado; lo cual es una opinión probable, aunque a nosotros nos parece más probable lo contrario. Pues eso es lo que se acusa a Honorio, de haber favorecido la herejía en cartas privadas.
En cuanto al QUINTO, digo que Cano se equivoca en este argumento en dos aspectos. PRIMERO, al decir que Agatón pronunció anatema contra Honorio; pues esto no se encuentra en ninguna parte de las cartas de Agatón. Cano parece haber sido engañado por un resumen de los Concilios, ya que el autor de ese resumen, contra la verdad de las cartas de Agatón, que se encuentran íntegras en el tomo 2 de los Concilios, añadió el nombre de Honorio. SEGUNDO, cuando dice que esta carta de Agatón fue escrita al sexto Concilio. Pues no fue escrita al Concilio, sino al Emperador, ya que ambas cartas de Agatón fueron dirigidas al Emperador.
En cuanto al SEXTO, digo que la carta de León fue corrompida por los mismos que corrompieron el sexto Sínodo. Pues esa carta es considerada parte del Concilio y se distribuye junto con él. O, ciertamente, León siguió el juicio de los legados de Agatón para no perturbar un asunto ya concluido. Pero no estamos obligados a seguir más a un solo León que a tantos otros sumos pontífices, especialmente en una cuestión de hecho, que no pertenece a la fe.
En cuanto al SÉPTIMO, opongo autores a autores, más autores a menos autores, y autores más antiguos a más recientes. Pues, en primer lugar, San Máximo, que vivió en tiempos de Honorio, en su diálogo contra Pirro, y Teófanes Isaurio en su historia, citada por Onofrio y Emanuel Calleca en su libro escrito a favor de los latinos contra los griegos, testifican que Honorio siempre fue católico. Luego, incluso Focio, griego y enemigo de la Iglesia Romana, en su tratado sobre los siete Sínodos, al hablar del sexto Sínodo, dice que fueron condenados Ciro, Sergio, Pirro, Pablo y Pedro, pero no dice nada similar sobre Honorio. De manera similar, Zonaras, en su vida de Constantino IV, al relatar los nombres de los condenados en el VI Sínodo, omite a Honorio. Lo mismo hace Paulo Diácono en su vida del mismo Constantino IV. Finalmente, casi todos los historiadores latinos, como Beda, Anastasio Bibliotecario, Blondo en el libro 9 de la primera década, Nauclero, Sabellico, Platina y otros, hacen de Honorio un pontífice católico y santo.
Además, también he añadido a Beda, aunque Cano no lo quiera. No tengo ninguna duda de que él tenía la misma opinión, aunque en su libro sobre las seis edades se haya colado el nombre de Honorio entre los que se enumeran como condenados en el VI Sínodo. Pues parece que algún erudito añadido incluyó el nombre de Honorio en el libro de Beda, ya que en el VI Sínodo siempre se encuentra junto a los nombres de Ciro, Sergio, etc. Pues que Beda consideraba a Honorio como un hombre santo, incluso después de su muerte, es evidente tanto por el libro 2 de su Historia de los ingleses, cap. 17, 18, 19, donde habla de Honorio como un excelente pastor, como por la vida de San Bertolfo, abad, donde lo llama a veces beato, a veces San Honorio, y entre otras cosas dice:
"El venerable prelado Honorio," dice, "sagaz de mente, fuerte en consejo, claro en doctrina, abundante en dulzura y humildad." Y más adelante: "El Santo Papa concedió el preciado regalo al mencionado padre Bertolfo, es decir, los privilegios de la sede apostólica, de modo que ningún obispo intentara dominar el mencionado monasterio con cualquier derecho." Esto dice Beda sobre Honorio, lo cual ciertamente no diría si lo considerara un hereje condenado, como quieren los adversarios.