CAP. X: Sobre Siricio, Inocencio y otros siete pontífices.

El DECIMOCUARTO es SIRICIO, a quien Juan Calvino acusa en el libro 4 de Instituciones, capítulo 12, § 24, de haber llamado "contaminación" al matrimonio en una carta dirigida a los españoles. Sin embargo, Calvino, como suele hacerlo, miente descaradamente. Pues Siricio no llama contaminación al matrimonio verdadero y legítimo, sino a la unión ilícita de aquellos que, después de haber realizado la penitencia pública, vuelven a la misma unión por la cual hicieron penitencia. Ninguno ha hecho jamás penitencia por haber contraído un matrimonio legítimo.

El DECIMOQUINTO es INOCENCIO I, a quien los Magdeburgenses en la Centuria 5, capítulo 10, en la vida de Inocencio, dicen que cometió un grave error porque en su carta 2, capítulo 12, ordenó que una virgen consagrada que se haya casado o cometido fornicación no sea admitida a la penitencia mientras viva el hombre con quien pecó. Parece injusto que una mujer penitente no deba ser absuelta a menos que primero muera quien la sedujo. Además, en la carta 18 a Alejandro de Antioquía, escribió que el bautismo de los arrianos es válido, pero que no otorgan el Espíritu Santo porque se separaron de la Iglesia. Parece aquí que pretende que la eficacia del bautismo sagrado depende de la bondad del ministro, lo cual va en contra de la doctrina común de la Iglesia. Además, en la carta 22, capítulo 1, enseña que no puede ser sacerdote quien tome por esposa a una viuda, ya que Moisés en Levítico ordena que el sacerdote debe tomar por esposa a una virgen, como si los cristianos estuvieran obligados todavía a las leyes judiciales del Antiguo Testamento.

Respondo al PRIMERO: Inocencio quiere decir que no deben ser admitidas a la penitencia aquellas vírgenes que no quieren separarse del adúltero, sino hasta después de la muerte de él; y esto es justísimo. Pues no deben ser absueltos por la Iglesia aquellos que desean perseverar en el pecado.

Al SEGUNDO digo que Inocencio habla en ese lugar de aquellos que son bautizados o consagrados por herejes, cuando ellos mismos también están contaminados por la misma herejía. Estos verdaderamente reciben el sacramento del bautismo o de la ordenación, pero no reciben la gracia del Espíritu Santo, la cual no puede estar en los herejes. Y en la ordenación no solo no reciben la gracia aquellos que son ordenados por herejes, sino tampoco el derecho legítimo de ejercer los órdenes. Pues ese derecho lo pierde el ordenante por la herejía y no puede transmitir lo que él mismo no tiene. Véase la Glosa 1, cuestión 1, can. Arianos.

Al TERCERO digo que Inocencio no pretende decir que estamos obligados a las leyes judías, sino que quiere argumentar por similitud o, más bien, a partir de un caso mayor, de este modo: los sacerdotes del Antiguo Testamento estaban obligados por mandato divino a no tomar por esposa a una viuda. Por lo tanto, con mayor razón conviene que la Iglesia en la Nueva Ley requiera a los sacerdotes que no hayan sido esposos de viudas, dada la excelencia del sacerdocio cristiano.

El DECIMOSEXTO es CELESTINO, a quien Lorenzo Valla, en su declamación sobre la falsa donación de Constantino, afirma haber estado infectado por la herejía nestoriana. Pero Lorenzo miente abiertamente, pues Celestino no solo nunca fue acusado de esta herejía, sino que fue quien principalmente la condenó, como se demuestra en el Crónica de Próspero del año 431 y en todo el Concilio de Éfeso. Valla fue engañado por la ambigüedad del nombre. Hubo un Celestino hereje pelagiano, quien compartía algunas cosas en común con los nestorianos.

El DECIMOSÉPTIMO es LEO I, quien en la carta 79 a Niceto, dice que las mujeres que, pensando que sus maridos habían muerto o que nunca regresarían de su cautiverio, se casaron con otros, no pecaron; sin embargo, si sus maridos regresan, están obligadas a renovar el primer matrimonio. Pero si ellos no las quieren, no están obligadas. Aquí parecen haber dos errores: uno, que una mujer no peca si se casa con otro hombre cuando cree que su primer marido está vivo, pero nunca regresará; el otro, que una mujer puede permanecer con el segundo esposo si el primero no la quiere. Los Magdeburgenses señalaron este error en la Centuria 5, capítulo 10, en la vida de León I.

RESPONDO, que en ninguno de los dos casos León cometió un error. Pues cuando dice que una mujer no peca si se casa mientras su primer esposo aún vive, habla solo de aquella que se casa porque cree que su primer esposo ha muerto, como él mismo lo explica claramente en ese lugar. Sobre la que se casa porque piensa que su esposo nunca regresará, no dice si peca o no peca, pues daba por entendido que esa pecaba. Cuando dice que la mujer debe volver con su primer marido si él la quiere, se debe entender consecuentemente que el marido también debe volver con la mujer si ella lo quiere, aunque él de otra manera no la quisiera. Pues el hombre y la mujer son iguales en este asunto. Así, si uno de los cónyuges quiere regresar al matrimonio, el otro está obligado a obedecer necesariamente; pero si ninguno quiere regresar, pueden permanecer separados en cuanto al uso del matrimonio. Y esto es lo único que permite San León. Tampoco se sigue de esto que la mujer pueda permanecer con el segundo marido. Pues el mismo León, en ese lugar, dice clarísimamente que el primer matrimonio es indisoluble y debe necesariamente restaurarse, disuelto el segundo, el cual no podía ser verdadero.

El décimo octavo es Gelasio, cuyas dos sentencias, según los católicos, fueron marcadas como erróneas por los Centuriadores en la Centuria 5, capítulo 4 sobre la Cena del Señor, y en el capítulo 10 de la vida de Gelasio: UNA está en el libro contra Eutiques, cuando sostiene que en el Sacramento permanece el verdadero pan junto con la carne de Cristo; la OTRA se encuentra en Graciano, en la distinción 2, canon Comperimus, sobre la consagración, que afirma que no se puede recibir una parte del Sacramento de la Eucaristía sin la otra sin cometer un gran sacrilegio. O bien Gelasio se equivocó en estas dos cosas, o nosotros estamos equivocados, ya que opinamos lo contrario y lo seguimos.

Respondo a la PRIMERA objeción, que dicho libro no pertenece al papa Gelasio, sino que o bien es de Gennadio, quien escribió un libro del mismo título dirigido al papa Gelasio, o bien es del obispo Gelasio de Cesarea, a quien menciona Jerónimo casi al final de su Catálogo de Escritores Eclesiásticos. Porque es cierto que el papa Gelasio escribió cinco libros contra Eutiques, como refiere Tritemio, pero este es solamente un pequeño opúsculo. Además, este autor promete recoger casi todas las opiniones de los antiguos sobre la encarnación del Señor, y cuando cita a quince Padres griegos, solo presenta a dos latinos: Ambrosio y Dámaso, y omite a Cipriano, Hilario, Jerónimo, Agustín, Inocencio, León, Próspero y otros similares, que el papa Gelasio nunca hubiera omitido, ni tampoco lo habría hecho otro autor latino. Así que parece claramente deducirse que este autor fue griego, no latino. En cuanto a la SEGUNDA objeción, respondo que Gelasio en ese canon habla únicamente del sacerdote que oficia el sacrificio, quien no puede recibir solo una especie sin cometer sacrilegio, ya que haría el sacrificio imperfecto.

El décimo noveno es Anastasio II, quien es acusado de tres errores. PRIMERO, que sin el Concilio de Obispos, Presbíteros y Clérigos de toda la Iglesia, él se comunicó con Fotino, quien se había comunicado con el hereje Acacio. SEGUNDO, que quiso secretamente restaurar a Acacio, quien había sido condenado por los papas Félix y Gelasio. TERCERO, que aprobó los bautismos y órdenes conferidos por el mismo Acacio; por estos errores y pecados, se dice que el mismo Anastasio fue repentinamente muerto por una enfermedad enviada por la divinidad. Esto lo escribe el autor pontifical en la vida de este Anastasio, y lo sigue Tilemano Heshusio en su libro 1 sobre la Iglesia, capítulo 9, e incluso Graciano en la distinción 19, canon Anastasius, y los Centuriadores de Magdeburgo en la Centuria 6, capítulo 10 de la vida de Anastasio.

Respondo que es completamente falso que Anastasio haya querido restaurar a Acacio. En efecto, se sabe por Evagrio en su libro 3, capítulo 23, y por Nicéforo en los libros 15 y 17, y por Liberato en el capítulo 19, que Acacio murió en tiempos del papa Félix, y Anastasio fue el tercer papa después de él. ¿Cómo entonces pudo Anastasio querer restaurar a un hombre ya fallecido desde hacía tiempo en su sede? Pero algunos dicen que al menos quiso restaurar su nombre. Sin embargo, en una carta de este papa Anastasio al emperador Anastasio, pide que el emperador ordene que se mantenga en silencio el nombre de Acacio en la Iglesia, puesto que fue justamente condenado por el papa Félix, su predecesor. Ahora bien, lo que dice Graciano en la distinción 19, canon Ita Dominus, que Anastasio erró en esta carta porque quiso validar los sacramentos del bautismo y las órdenes conferidas por Acacio, eso no demuestra que Anastasio fuera un hereje, sino que Graciano era un ignorante. Porque ¿quién no sabe que los católicos reconocen que los bautizados por herejes son verdaderamente bautizados, y que igualmente los ordenados por ellos son verdaderamente ordenados, cuando el que confiere la ordenación era verdaderamente obispo y aún lo era, al menos en cuanto al carácter?

En cuanto a lo de Fotino, puede que sea una mentira, como lo es la supuesta restauración de Acacio; pero si fuera verdad, ¿acaso por eso Anastasio dejaría de ser católico? ¿Acaso no es lícito que el Sumo Pontífice absuelva a alguien excomulgado sin la necesidad de un concilio de todos los obispos, presbíteros y clérigos de la Iglesia? Lo que añaden sobre que el papa Anastasio murió repentinamente por un castigo divino parece originarse en el hecho de que es conocido que el emperador hereje Anastasio murió en ese mismo momento fulminado por un rayo, como lo escriben Beda, Cedreno, Zonaras y Pablo el Diácono en su vida. De lo contrario, no hay duda de que es una fábula.

VIGÉSIMO es VIGILIO, a quien Liberato, en el Breviario, cap. 22, refiere haber escrito una carta a Teodora, la emperatriz, y a otros herejes, en la cual confirmaba su herejía y lanzaba un anatema contra quienes confesaban dos naturalezas en Cristo.

RESPONDO; muchos creen que este pasaje de Liberato fue corrompido por los herejes, ya que parece que en el Pontifical se narra lo contrario. Pero, dado que no aparece ningún rastro de corrupción en el libro de Liberato, y la narración de Liberato no contradice realmente la narración del Pontifical, se debe responder de otra manera. Por lo tanto, digo que Vigilio escribió esa carta y condenó la fe católica, al menos en su profesión exterior; pero esto no afecta en nada a nuestra causa. Pues lo hizo cuando todavía vivía el papa Silverio, en cuyo tiempo Vigilio no era papa, sino un pseudopapa. Porque no pueden haber dos sumos pontífices verdaderos al mismo tiempo; y entonces era claro para todos que Silverio era el verdadero pontífice, aunque viviera en el exilio.

Pues se debe saber que Antemio, el hereje, fue depuesto por Agapito, el pontífice romano, del episcopado de Constantinopla; luego la emperatriz pidió a Silverio, sucesor de Agapito, que restituyera a Antemio. Como Silverio se negó, Vigilio, entonces arcediano, prometió a la emperatriz que restauraría a Antemio si podía convertirse en el pontífice romano. Entonces, inmediatamente, por orden de la emperatriz y con la ayuda de Belisario, Silverio fue expulsado de su sede al exilio, y Vigilio fue creado papa, o más bien antipapa. No sería extraño que, en ese tiempo, Vigilio pudiera haber errado en la fe e incluso haber sido claramente hereje. Sin embargo, incluso entonces no definió nada contra la fe como pontífice, ni era hereje en su mente. Pues escribió una carta nefasta y, ciertamente, indigna de un cristiano, pero en ella no condenó abiertamente la fe católica, ni con un espíritu hereje, sino en secreto, debido a su ambición de presidir; como dice Liberato en el mismo lugar, y como se desprende de la misma carta de Vigilio. En efecto, escribe que tengan cuidado de que nadie vea esa carta y que todo permanezca en secreto hasta el momento oportuno. Vigilio, en ese tiempo, se encontraba en grandes dificultades, en las cuales lo había metido su ambición. Pues temía a los romanos, que no permitirían que un hereje se sentara en la cátedra de Pedro si se declaraba abiertamente como tal; pero si, por el contrario, se proclamaba católico, temía a la emperatriz hereje, cuyo favor lo había llevado al pontificado. Así que ideó esta estrategia: actuar como católico en Roma y, al mismo tiempo, mediante cartas, simular ser hereje ante la emperatriz.

Poco después, ocurrió que Silverio murió, y Vigilio, que hasta entonces había estado sentado en el cisma, comenzó a ser el único y legítimo pontífice, confirmado y aceptado por el clero y el pueblo romano. A partir de ese momento, no se encuentra en Vigilio ni error ni simulación de error, sino una constancia suprema en la fe hasta su muerte. De modo que parece que, junto con el pontificado, adquirió la firmeza en la fe y fue transformado de paja liviana en la roca más sólida. Pues cuando la emperatriz Teodora, confiada en las cartas secretas y la promesa de Vigilio, le pidió que restaurara a Antemio, el mencionado patriarca, como había prometido, él respondió que había prometido temerariamente y que había pecado gravemente con esa promesa, por lo cual no podía ni quería cumplir lo prometido, para no añadir pecado sobre pecado. Por esto, la emperatriz, enfurecida, lo envió al exilio y fue miserablemente atormentado hasta su muerte. Esto no solo se narra en el Pontifical, sino que también lo anotaron Pablo Diácono en la vida de Justiniano, y Aimonius en el libro 2, cap. 32, sobre las gestas de los francos; y lo mencionan incluso los propios Magdeburgenses, en la Centuria 6, cap. 10, sobre la vida de Vigilio. Y también lo indica brevemente Liberato al final del capítulo 22, donde dice que Vigilio fue miserablemente afligido por esa misma herejía que al principio había fomentado en secreto.

Finalmente, todos los que vivieron en ese tiempo y escribieron algo sobre Vigilio testifican que, después de la muerte de Silverio, fue un verdadero y santo pontífice. GREGORIO I, libro 2, epístola 36, a los obispos de Hibernia:

«Vigilio, papa de recordada memoria, estando en la ciudad regia, promulgó una sentencia de condenación contra Teodora, entonces emperatriz, y los Acefalos». CASSIODORO, en el libro sobre lecturas divinas, cap. 1, dice: «Es sabido que Orígenes fue condenado en este tiempo por el beatísimo papa Vigilio». ARATOR, en la dedicación de la prefacio de los Hechos de los Apóstoles, que escribió en verso y dedicó al papa Vigilio, así la comienza: «A mi señor santo, beatísimo, apostólico, y en todo el mundo primero de todos los sacerdotes, el papa Vigilio». Finalmente, está claro por Evagrio, libro 4, cap. 37, que el V Concilio General fue confirmado por Vigilio, en el cual fue condenada la herejía que Teodora fomentaba y de la cual se acusaba a Vigilio por sus adversarios.

También podría decirse que esa carta de Vigilio, mencionada por Liberato, fue fabricada por los herejes, y que Liberato creyó falsamente el rumor que los herejes habían difundido. Pues se descubrió, con pruebas seguras, en el VI Concilio, sesión 14, que una carta atribuida al papa Vigilio, dirigida a Teodora y Justiniano, fue inventada por los herejes. Pero, sea lo que sea, nos basta saber que no erró en nada mientras fue verdadero pontífice.

VIGÉSIMO PRIMERO es SAN GREGORIO I, quien es acusado de error por Durando en el libro 4, distinción 7, cuestión 4, porque en la epístola 26, libro 3, dirigida al obispo Juan de Cagliari, permitió a los presbíteros administrar el sacramento de la Confirmación, el cual, por derecho divino, corresponde solamente a los obispos. Debido a este pasaje de Gregorio, Adriano en la cuestión sobre la Confirmación, último artículo, sostiene que el pontífice puede errar en la definición de dogmas de fe. Respondo PRIMERO, que no fue el beato Gregorio, sino más bien Durando y Adriano quienes erraron. Pues el Concilio de Florencia, en la instrucción a los armenios, y el Concilio de Trento, sesión 7, en su último canon, enseñan que el ministro ordinario de la Confirmación es el obispo. De lo cual se sigue que, en circunstancias extraordinarias, el ministro de ese sacramento no necesariamente tiene que ser un obispo. ENTONCES, Gregorio no emitió ningún decreto sobre esta cuestión, sino que solo permitió a ciertos presbíteros que, en ausencia de obispos, confirmaran. Por lo tanto, si Gregorio hubiera errado en este asunto, no habría sido un error de doctrina, sino un error de hecho o de ejemplo. También hay otro error que falsamente se atribuye a san Gregorio, del cual hablaremos más adelante cuando tratemos de Gregorio III.

VIGÉSIMO SEGUNDO es BONIFACIO V, a quien los Magdeburgenses en la Centuria 7, cap. 10, gravemente reprochan porque en una carta a Eduardo, rey de los ingleses, que Beda menciona en el libro 2, historia de los ingleses, cap. 10, enseñó que Cristo nos redimió solo del pecado original.

RESPONDO, que los Centuriadores añadieron de su propia cuenta la palabra «solo». Porque Bonifacio dijo: «Acérquense, entonces, al conocimiento de aquel que los creó, que insufló en ustedes el espíritu de vida, que envió a su Hijo unigénito por su redención, para liberarlos del pecado original». Eso es lo que él dijo. Donde no mencionó otros n1882 pecados, fue porque el pecado original es el principal; y Cristo murió principalmente para borrarlo. Por eso, en Juan 1 leemos: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (en griego: τὴν ἁμαρτίαν τοῦ κόσμου; transliteración: tḗn hamartían toû kósmou; traducción: el pecado del mundo); es decir, aquel pecado del mundo, esto es, el pecado original, que es el único pecado común a todo el mundo. Pues la mayoría no tiene otro, como es el caso de todos los niños.

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