CAP. XIII: Sobre Gregorio VII.

El trigésimo primer Papa acusado de error por sus adversarios es el Papa Gregorio VII. Los Centuriadores de Magdeburgo, en el siglo XI, cap. 10, lo critican como hereje, nigromante, sedicioso, simoníaco, adúltero y el peor no solo de todos los Pontífices, sino casi de todos los hombres. Y por eso lo llaman "Hellebrand", que en alemán significa "leño del infierno", en lugar de Gregorio, como se le conocía en el Pontificado, o Hildebrando, como se le llamaba antes del Pontificado.

El mismo Gregorio es descrito por Teodoro Bibliander en su Crónica como el propio Gog, príncipe de Magog. Y todos los herejes de este tiempo detestan a este Papa más que a cualquier otro, especialmente Tilman en su libro 1, De Ecclesia, cap. 9, donde miente abiertamente, diciendo que los males que se cuentan sobre Gregorio VII se encuentran en libros de monjes y aduladores del Papa, cuando ni él ni los Centuriadores presentan ningún testigo, excepto uno que fue enemigo jurado de Gregorio VII. Pues todo lo prueban con el testimonio de un solo Benno, cardenal que vivió en ese tiempo y dejó escrita una vida de Gregorio VII.

Yo mismo, habiendo leído el libro de Benno, y encontrándolo lleno de las más descaradas mentiras, me convencí de una de dos cosas: o bien Benno realmente no escribió nada de esto en ese tiempo, y algún luterano es el autor de este libro, que fue publicado bajo el nombre de Benno; o ciertamente, Benno no escribió tanto una vida de Gregorio VII, sino que, bajo el nombre de Gregorio VII, quiso representar la idea de un Papa pésimo, de la misma manera que Jenofonte escribió la vida de Ciro, rey de Persia, no tanto narrando lo que hizo Ciro, sino describiendo lo que debe hacer un príncipe ideal.

Además, no se debe dar ningún crédito a este Benno, como queda claro por el hecho de que todos los demás autores que escribieron sobre esta cuestión en ese mismo tiempo narran lo contrario. A estos otros autores se les debe dar más fe que a Benno, ya que, por un lado, son muchos, mientras que Benno es uno solo; y, además, porque Benno no fue creado cardenal por el verdadero Papa Gregorio VII, como miente Bibliander en su Crónica, tabla 13, quien dice que Benno fue cardenal de Gregorio y muy cercano a él; sino que fue creado por el antipapa Clemente III, a quien el emperador designó en odio a Gregorio, como queda claro en el libro de Onofrio sobre los pontífices. Pues, siendo cardenal del antipapa, Benno no podía hablar bien del verdadero Papa. Por su parte, los demás autores no estaban vinculados a ninguna de las partes por ningún favor, y por lo tanto juzgaron con más justicia. Que lo que escriben los demás es contrario a lo que escribe Benno puede demostrarse fácilmente.

Todo lo que escribe Benno puede reducirse a cuatro puntos principales. Primero, Benno acusa a Gregorio VII de haber invadido el Pontificado por la fuerza militar, que había obtenido con dinero, sin que ningún cardenal lo respaldara y sin el consentimiento del clero y del pueblo. Sin embargo, San Anselmo, obispo de Lucca, que vivió en ese tiempo, escribe en una carta a Guiberto, quien en el cisma fue llamado antipapa Clemente III, lo siguiente:

"De nuestro bendito padre Gregorio digo lo que San Cipriano escribió sobre Cornelio: Fue hecho obispo por el juicio de Dios y de Cristo, con el testimonio de casi todos los clérigos, y, para decirlo con más precisión, con el testimonio de todos ellos; con el apoyo del pueblo que estaba presente y del colegio de sacerdotes antiguos y hombres buenos, cuando nadie había sido elegido antes de él y el lugar de Alejandro, es decir, el lugar de Pedro y el grado de la cátedra sacerdotal estaba vacante, etc." Esta carta es referida por el abad de Ursperg en su Crónica, y añade que este Anselmo fue un hombre muy docto y santísimo, de tal manera que, tanto en vida como después de muerto, fue glorificado con milagros.

También se encuentra en Platina la forma de elección de este Papa con las siguientes palabras:

"Nosotros, los cardenales de la Santa Iglesia Romana, clérigos, acólitos, subdiáconos y presbíteros, en presencia de los obispos, abades y muchos de los órdenes tanto eclesiásticos como laicos, elegimos hoy, el 22 de abril del año 1073, en la basílica de San Pedro ad Vincula, como verdadero vicario de Cristo a Hildebrando, archidiácono, un hombre de gran doctrina, piedad, prudencia, justicia, constancia, religión, modestia, sobriedad y continencia, etc." Esta forma, preservada por la divina providencia, parece haber sido guardada para refutar las mentiras de Benno. Todos los demás autores, que citaremos más adelante, también escriben lo mismo.

Luego, Benno escribe que Gregorio VII excomulgó injustamente a Enrique IV, lo cual también se atreven a afirmar los Centuriadores de Magdeburgo en el siglo XI, cap. 6, col. 264. Sin embargo, Esteban, obispo de Halberstadt, hombre santo y docto, que vivió en ese mismo tiempo, escribió estas palabras en una carta a Walram, obispo, como lo testifica Dodechino en su adición a Mariano Escoto, en el año 1090, y Tritemio en su Crónica:

"Escucha," dice, "la verdad, no adornada, escucha palabras fuertes, no agradables. Todo aquel que vende dignidades espirituales es hereje (simoníaco). Pues el Señor Enrique, a quien llaman rey, vende obispados y abadías. En efecto, vendió los obispados de Constanza, Bamberg, Maguncia y muchos otros por dinero; los obispados de Ratisbona, Augsburgo y Estrasburgo, por la espada; la abadía de Fulda, por adulterio; y el obispado de Münster, lo cual es abominable decir y escuchar, por inmundicia sodomítica. Si te atreves a negar esto con descaro, con el cielo y la tierra como testigos, todos los que vuelven del horno concluirán que el señor Enrique es un hereje. Por estos crímenes innombrables fue excomulgado por la sede apostólica, y no puede ejercer ninguna autoridad sobre nosotros, ya que somos católicos." Esto escribió él.

Mariano Escoto, quien floreció en el tiempo de Enrique IV, escribió en su Crónica del año 1075: "Los católicos que en ese tiempo estaban en la Iglesia, viendo y escuchando tales atrocidades y crímenes inauditos de Enrique el rey, con el celo del Señor y por la casa de Israel, enviaron mensajeros a Roma al obispo de la sede apostólica, Alejandro, quejándosele de esto y de muchas otras cosas que ocurrían en el reino de los teutones bajo la protección y patrocinio de Enrique, quien promovía y sostenía a los herejes simoníacos, tanto por cartas como por viva voz, con gemidos y lamentos."

Asimismo, Dodechino, continuador de Mariano, en el año 1106 escribió: "Es evidente que Enrique, hombre perverso y justamente expulsado por la Iglesia, vendió todas las cosas espirituales." Este mismo autor, en los años 1090 y 1093, relata muchos crímenes horrendos de Enrique IV. También San Anselmo de Canterbury, autor contemporáneo, en una carta a Walram, que precede a su libro sobre el azimo, llama a Enrique IV sucesor de Nerón, Domiciano y Diocleciano. Finalmente, numerosos crímenes de Enrique son narrados por Lambert de Schaffnaburg, el abad de Ursperg en su Crónica, Alberto Krantz en el libro 5 de Metropolis y en el libro 5 de Saxonia, y Juan Aventino en el libro 5 de los Anales de Baviera, autores a quienes los Centuriadores de Magdeburgo suelen conceder gran autoridad. Además, incluso el mismo Calvino lo admite, pues escribe en el libro 4 de las Instituciones, cap. 11, §13: "El emperador Enrique IV, hombre ligero y temerario, sin consejo, de gran audacia y vida disoluta, tenía los obispados de toda Alemania en su corte, ya sea en venta o expuestos al saqueo."

En tercer lugar, Benno escribe que el papa Gregorio fue hereje berengueriano, es decir, que no creía con certeza que en la Eucaristía estuviera el verdadero cuerpo de Cristo. Pero ciertamente no se puede decir nada más falso de este pontífice. Pues (dejando de lado el hecho de que todos los escritores lo llaman santo, y que siempre estuvo en comunión con León IX y Nicolás II, quienes condenaron a Berengario, y que ningún autor confiable, ni siquiera Sigeberto, quien no le tenía mucha simpatía, se atrevió a afirmar tal cosa) este mismo Gregorio, como legado del sumo pontífice, presidió el Concilio de Tours y allí refutó a Berengario. Así lo escribe Guimundo en el libro 3 De Eucharistia:

"La misma Iglesia, a través del bendito papa León, condenó de inmediato, desde su inicio, estos errores berenguerianos. Luego, por medio del mismo Gregorio, que ahora preside como papa, pero que entonces era archidiácono de la misma sede romana, lo refutó en el Concilio de Tours: y a Berengario, que parecía corregido y juró la confesión de fe con su propia mano, lo recibió con clemencia. Sin embargo, cuando más tarde Berengario volvió a su error, el papa Nicolás de santa memoria lo refutó nuevamente en el concilio general en Roma."

Y para que no se diga que Gregorio, cuando era archidiácono, era católico, pero que se volvió hereje cuando llegó al pontificado, que se lea a Tomás Waldense en el tomo 2 De Sacramentis, cap. 43, donde recita literalmente la sentencia de este Gregorio VII, que pronunció en el Concilio Romano contra Berengario en el sexto año de su pontificado, de la cual, con claridad aún mayor que la luz, se demuestra que Benno mintió.

En cuarto lugar, Benno escribe que Gregorio VII fue un hombre muy malvado, simoníaco, mago, adúltero, homicida, y en general culpable de todos los crímenes. Además, narra ciertas historias, de las cuales no existe rastro alguno en autores confiables, aunque Illyricus y Tilmannus las venden como oráculos.

Sin embargo, todos los demás autores que vivieron en ese tiempo y en siglos posteriores escribieron lo contrario. Y, para mencionar solo autores alemanes, Tritemio en su Crónica escribe lo siguiente sobre la reunión del Emperador:

"Para ese concilio de los malvados," dice, "Guillermo, abad de Hirsau, fue invitado a asistir, pero lo despreció, ya que conocía al vicario de Cristo como santo e inocente." Otón de Frisinga, en el libro 6 de su Historia, cap. 32, escribe: "Hildebrando fue siempre firmísimo en la disciplina eclesiástica." Y en el cap. 34 dice: "Se convirtió en modelo del rebaño, demostrando con su ejemplo lo que enseñaba con sus palabras; y como un valiente atleta en todo, no temía interponerse como muro para la casa del Señor." Y en el cap. 36 dice: "La Iglesia, al verse privada de tan grande pastor, quien entre todos los sacerdotes y pontífices romanos fue notable por su celo y autoridad, sufrió gran dolor." Krantz, en el libro 5 de Metropolis, cap. 20, escribe: "Enrique IV invadió los derechos de las Iglesias, instituyendo y destituyendo obispos a su antojo, y persiguió al sumo pontífice Gregorio VII, un hombre santo."

El abad de Ursperg no parece haber osado alabar abiertamente a Gregorio VII; sin embargo, en tres ocasiones indica su opinión. Primero, cuando critica claramente a Enrique IV con estas palabras:

"En el año 1068, Enrique, haciendo uso de la libertad de su juventud, comenzó a habitar solo en Sajonia, despreciando a los príncipes, oprimiendo a los nobles y levantando a los de clases inferiores. Se dedicó más a la caza, los juegos y otros entretenimientos similares que a la administración de justicia, como se le acusó. Casó a las hijas de los nobles con hombres de bajo rango y estableció guardias privadas, desconfiando de los poderosos." Y más adelante: "Este fue el final, la muerte y la última suerte de Enrique, llamado por los suyos el cuarto emperador romano, pero llamado por los católicos—es decir, por todos los que mantenían la fe y la obediencia a San Pedro y sus sucesores según la ley cristiana—archipirata, hereje, apóstata y perseguidor, más de almas que de cuerpos." Aquí, al enseñar que Enrique declinó hacia la tiranía desde su juventud, demuestra que el juicio de Gregorio contra el rey fue justo.

Luego, más adelante, tras citar las palabras del concilio contra Gregorio y luego la defensa de San Anselmo en favor del mismo Gregorio, el abad añade:

"Esto es muy contrario a la primera sentencia, escribió Anselmo, obispo, un hombre sumamente instruido en letras, de gran agudeza, sobresaliente en elocuencia, y lo que es más importante, muy renombrado por su temor de Dios y su santa vida, tanto que fue glorificado por milagros tanto en vida como después de su muerte." Con estas palabras, al poner a los defensores de Gregorio por encima de sus detractores, parece que él mismo también elogia tácitamente a Gregorio.

Finalmente, más adelante, habla así sobre el sucesor de Gregorio VII: "Desiderio, cardenal romano y abad de Montecasino, verdadero siervo de Cristo, aunque resistió mucho tanto de corazón como de cuerpo, fue elevado al sumo pontificado. Pero como sufría de una grave enfermedad cuando fue promovido a ese cargo, logró por sus oraciones ser llamado de esta vida pocos días después." ¿Quién dudaría que este Desiderio, si era un verdadero siervo de Cristo, nunca habría aprobado la causa de Gregorio, a menos que la hubiera conocido como justísima?

Nauclero, en su Crónica, generación 37, escribe: "Gregorio fue un hombre religioso, temeroso de Dios, amante de la justicia y la equidad; constante en las adversidades, que por Dios, en lo que respecta a la justicia, no temía llevar a cabo nada."

Mariano Escoto, monje de Fulda, que vivió en tiempos de Gregorio VII, en su Crónica del año 1075, escribe: "Gregorio, después de escuchar las quejas y clamores justos de los católicos contra Enrique y la enormidad de sus crímenes, lleno de celo por Dios, pronunció la excomunión contra dicho rey, principalmente por simonía. Este hecho agradó a los hombres católicos, pero disgustó enormemente a los simoníacos y a los partidarios del rey."

Dodequino, abad y continuador de Mariano, en el año 1085, escribe: "El mismo Urbano confirmó los escritos y palabras del venerable papa Gregorio contra los cismáticos." Y en el año 1090 lo llama "el papa de santa memoria, Gregorio."

Lambert de Schaffnaburg, que vivió en el mismo tiempo, en su Historia de los asuntos de Alemania, escribe: "La constancia de Hildebrando y su ánimo invicto contra la avaricia excluyeron todos los argumentos de la falacia humana." También escribe: "Los signos y prodigios, que frecuentemente se producían por las oraciones del papa Gregorio, y su ardentísimo celo por Dios y por las leyes eclesiásticas, lo protegieron contra las venenosas lenguas de los detractores." También relata la muerte de Guillermo, obispo de Utrecht, que junto con Benno había atacado a Gregorio: "De repente, aquejado por una gravísima enfermedad, clamó lastimosamente ante todos, diciendo que había perdido tanto la vida presente como la eterna por justo juicio de Dios, ya que había trabajado con todas sus fuerzas para apoyar los malos propósitos del rey y, con la esperanza de obtener su favor, había infligido graves insultos a sabiendas y de manera intencionada al santo y virtuosísimo pontífice romano."

Finalmente, en el mismo relato dice: "Cuando el papa hubo celebrado los solemnes oficios de la Misa, llevando en su mano el cuerpo del Señor, dijo públicamente al rey: 'Ya hace tiempo que soy acusado por ti y tus partidarios de haber ocupado la sede apostólica mediante la herejía simoniaca y de haber mancillado mi vida con otros crímenes. Por tanto, para quitar toda sombra de duda y escándalo, le ruego a Dios que hoy me absuelva de la sospecha de este crimen, si soy inocente, o que me quite la vida inmediatamente, si soy culpable.' Y entonces tomó y comió una porción del cuerpo del Señor. Después de haberla comido libremente, el pueblo, reconociendo la inocencia del pontífice, aclamó a Dios con alabanzas por un tiempo. Luego, dirigiéndose al rey, dijo: 'Hijo, si te place, haz lo que has visto que hice.' El rey, tras pedir un aplazamiento, rehusó purificarse de esa manera. Y no sin razón, porque cuando regresó a los suyos, también volvió a sus antiguos planes, y no descansó hasta haber expulsado de la ciudad al bendito Gregorio y haber instalado en su lugar a Gilberto, obispo de Rávena."

Juan Aventino, otro alemán que escribió en nuestro siglo, aunque escribe muchas cosas contra Gregorio basadas en un autor anónimo y, por lo tanto, sin autoridad, en algunos lugares también, vencido por la verdad, reprende a Enrique y elogia a Gregorio. Así dice en el libro 5 de Los Anales de Baviera, página 563:

"Ni siquiera los amigos de Enrique niegan que estuvo marcado por la infamia de las deshonras, amores ilícitos, impureza y adulterio." Y más adelante: "Se dice que Gregorio, un hombre santísimo, fue perseverante, según lo relatan Pablo de Bernried, quien escribió su vida en dos libros, y los demás partidarios fervorosos de su causa." Y más adelante, en la página 579, después de describir los crímenes que los adversarios le imputaban a Gregorio, añade: "Contra estos, escribieron Anselmo, obispo de Lucca (quien interpretó los himnos y otros escritos sobre los sufrimientos de nuestro Salvador, dedicados a Gregorio), y Guillermo de Hirsau, quienes demostraron la justicia de su causa con milagros después de su muerte."

Por lo tanto, tenemos la inocencia de Gregorio probada de tres maneras: por el testimonio de los escritores, por el testimonio de su adversario moribundo y por el testimonio de Dios invocado por el pontífice. Solo queda una calumnia, la de Sigeberto, quien en su Crónica escribe que Gregorio VII enseñó que un sacerdote concubinario, si intentaba consagrar, no podía hacerlo verdaderamente, y por eso prohibió a los cristianos asistir a los oficios de sacerdotes concubinarios.

Respondo: Sigeberto fue un partidario de Enrique IV, como lo informa Tritemio en su Catálogo de escritores, y por ello interpretó erróneamente la prohibición de Gregorio. Lo que Gregorio ordenó está mucho mejor y más fielmente explicado por el beato Anselmo, quien fue anterior y más santo que Sigeberto. En la carta 8 a Guillermo, abad, Anselmo escribe lo siguiente:

"En cuanto a los sacerdotes que se muestran abiertamente reprobables y abominables para Dios por su vida de lujuria, es absolutamente necesario mantener lo que la providencia apostólica estableció con el riguroso y justo juicio eclesiástico: de ninguna manera conviene estar reverentemente presentes donde aquellos que, apestando a una libidinosa y descarada impureza, desprecian la prohibición de Dios y de los santos y sirven en los altares sagrados. No es que debamos despreciar lo que manejan, sino más bien considerar despreciables a los que lo manejan, para que aquellos que no respetan la presencia de Dios y de los ángeles sean rechazados por la detestación de los hombres y dejen de contaminar los sagrados misterios." Esto es lo que dice Anselmo, explicando muy correctamente el decreto de Gregorio emitido en su tiempo.

Ahora me gustaría enumerar a los autores que escribieron honoríficamente sobre Gregorio VII. Primero, en la época de Gregorio, escribió León de Ostia, alrededor del año 1080, en el libro 3 de la Historia de Montecasino, muchas cosas sobre la santidad de este Gregorio, entre ellas revelaciones celestiales y visiones de siervos probados de Dios. Mariano Escoto, en el libro 3 de su Crónica, desde el año 1075 hasta el 1083, también lo menciona como santo pontífice. Lambert de Schaffnaburg, en su Historia de los asuntos germanos, también lo menciona cerca del final. San Anselmo de Canterbury, en la carta 8 y al inicio de su libro sobre el azimo. San Anselmo de Lucca, en su carta a Guiberto, citada por el abad de Ursperg. Esteban de Halberstadt, en su carta a Walram, citada por Dodequino en su adición a Mariano Escoto. Bernardo de Corbie, en su Apología pro Gregorio, mencionado por Tritemio en su Catálogo de escritores. Guimundo, en los libros 1 y 3 sobre el Sacramento de la Eucaristía. Finalmente, Pablo de Bernried y Geroch de Reichersperg, quienes, según Juan Aventino en el libro 5 de Los Anales de Baviera, escribieron a favor de Gregorio y sufrieron el exilio por ello. Estos diez escritores santos y doctos defendieron a Gregorio en vida, mientras que solo Benno, el falso cardenal, lo acusó.

Luego, alrededor del año 1100, Sigeberto, en su Crónica, aunque favorecía al emperador Enrique, como dijimos antes, no se atrevió a imputar ningún crimen a Gregorio de los que mencionan Benno y los Centuriadores. Solo le atribuyó un celo desmesurado y un error en cuanto a los ministros del sacramento, del cual San Anselmo lo defendió adecuadamente. Además, el mismo Sigeberto no calla que Anselmo de Lucca escribió a favor de Gregorio, y que la santidad de este Anselmo fue demostrada por Dios con señales y prodigios, lo que ciertamente es una gran alabanza para Gregorio. No mucho después, Graciano, alrededor del año 1150, incluyó el decreto de Gregorio en el Cánon Nos Sanctorum (15. quaest. 6).

A favor de Gregorio también escribieron Otón de Frisinga, noble por su linaje, erudición y probidad de vida, en el libro 6 de su Historia. Guillermo de Tiro, alrededor del año 1180, en el libro 1 de La Guerra Santa, capítulo 13, y Godofredo de Viterbo, en su Crónica Universal, parte 17. Conrado, abad de Ursperg, alrededor del año 1200, en su Crónica, aunque ni lo alaba abiertamente ni lo reprende, lo elogia discretamente de muchas maneras y en ningún caso lo critica. En ese mismo tiempo, Dodequino, en su adición a Mariano, elogia claramente a Gregorio y reprende a Enrique. Vicente, alrededor del año 1250, en el libro 25 de su Speculum Historiale, capítulo 44, testifica que Gregorio VII fue famoso por sus milagros y el don de profecía. Santo Tomás de Aquino lo cita con honor en su Suma Teológica (2. 2. quaest. 12, art. 2). Martín Polono, alrededor del año 1300, en su vida de Gregorio, y Juan Villano, en el libro 4 de la Historia Florentina, cap. 21. Blondus, alrededor del año 1400, en la década 2, libro 3. Mateo Palmerio, en su Crónica, y Tomás Waldense, en el tomo 2, cap. 43. San Antonino, alrededor del año 1450, en la segunda parte de su Summa Historialis, título 16, capítulo 1, §21. Platina, en su vida de Gregorio, y Eneas Silvio, en el compendio de Blondus. Juan Tritemio, alrededor del año 1500, en su Crónica. Juan Nauclero, en la generación 37 de su Crónica. Alberto Krantz, en el libro 5 de Metropolis, y Sabellico, en la Enéada 9, libro 3. Volaterranus, en el libro 22 de su Antropología, describieron los hechos de Gregorio como los de un hombre claramente santísimo.

Estos son los treinta y dos autores que oponemos a Benno para refutar la impudencia de los Centuriadores y de Tilmann, y para desmentir la mentira de Tilmann, quien se atrevió a escribir que los crímenes de Gregorio VII fueron revelados por los monjes y aduladores del Papa, cuando nosotros hemos demostrado lo contrario, que Gregorio es alabado por todos.

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