Versículo 7

Texto Hebreo:

"Y se abrieron los ojos de ambos, y supieron que estaban desnudos, y cosieron hojas de higuera y se hicieron cinturones."

El Rabino Abraham Aben Ezra dice que "la exposición de יתפרו (y cosieron) es conocida, y es así: Cosí saco sobre mi piel; buscando cinturones de cosas inútiles, pues hicieron lo necesario para ellos con la madera delgada. Y después de que Adán comió del árbol del conocimiento, conoció a su esposa; y este conocimiento es un eufemismo para coito, y por eso se llama árbol del conocimiento. Así también el joven, después de conocer el bien y el mal, comienza a desear el coito. El árbol de la vida, porque añade vida, y Adán vivió muchos años. Y la palabra עולם (olam) no es la misma que: עד־עולם ועד (por siempre y para siempre); y así: Y servirán לעולם (para siempre), en el siglo. Y habitó allí por siempre: y muchas otras. Y los expositores dicen en el verso: Porque el día que comieres de él, ciertamente morirás: que no fue creado con la disposición de morir; pero cuando pecó, la sentencia de muerte cayó sobre él. Y muchos preguntan qué pecó su semilla. Y estas son palabras vanas, pues el espíritu es uno para el hombre y para el animal, que vive y ruge en este mundo; y así como es la muerte de este, así también es la muerte de aquel; excepto la parte superior, que está en el hombre, por la cual supera a los animales. Y ya vino un médico que despertó razones o demostraciones a priori, que no es conveniente que Adán no terminara su vida."

El Rabino Salomón dice: “Y se abrieron sus ojos: la Escritura habla de sabiduría y no propiamente de la vista; y el final del capítulo lo prueba. Y conocieron que estaban desnudos: incluso un ciego sabe cómo está desnudo. Pero, ¿qué significa: Y conocieron que estaban desnudos? Tenían un solo mandamiento en su mano, y fueron despojados de la fe o fidelidad.”

Nosotros lo explicamos así. "Y se abrieron sus ojos": esto no debe entenderse de los ojos corporales, sino de los ojos de la mente, que estaban cerrados para que no conocieran los dones de Dios, y especialmente aquel don excelente de la justicia original, por el cual, aunque estaban desnudos, no se avergonzaban, adornados con esa justicia. Sin embargo, al ser suprimida esta por la transgresión del mandato divino, inmediatamente conocieron que estaban desnudos y se avergonzaron intensamente. Pues entonces estaban desnudos, pero no se reconocían como tales; ya que quien está desnudo y se reconoce como tal, se avergüenza. Por lo tanto, aunque no se avergonzaban, estaban desnudos, pero no lo reconocían: estaban desnudos en cuerpo, pero no en cuanto a la vergüenza; pues esa desnudez, debido a esa justicia, no producía su efecto, mostrando un espectáculo indecoroso, ya que por esa justicia la petulancia de la carne era contenida, y la libido desenfrenada no predominaba en los miembros. Pero perdido ese don, inmediatamente la carne comenzó a rebelarse contra el espíritu y a desear contra él, y la ley de los miembros a oponerse a la ley de la mente, y comenzó la concupiscencia depravada a prevalecer en los miembros y a agitar vehementemente movimientos ilícitos y perniciosos; por lo que fueron llenos de gran rubor y confusión, y para cubrir sus miembros vergonzosos, que antes no lo eran, cosieron hojas de higuera y se hicieron cinturones, es decir, taparrabos. Pues comenzaron a experimentar intensamente la vergüenza de esa desnudez que antes no experimentaban ni conocían qué era el rubor y la vergüenza; y cuando lo conocieron por el pecado, cosieron hojas de higuera, quizás con alguna enredadera o algo similar, para cubrir sus partes vergonzosas. ¡Qué remedio tan inapropiado aplicaron a sí mismos los miserables! Pero lo hicieron por mera necesidad en el momento, ya que entonces no había otra cosa disponible.

Para entender mejor lo que se dice aquí, debemos aclarar algunas cosas. Primero: esa justicia original no era natural al hombre, ni los dones que la acompañaban y que se perdieron con ella. Pues no pueden llamarse naturales las cosas que no vienen de los principios de la naturaleza, sino del beneficio gratuito de Dios y su provisión externa. Por lo tanto, de algún modo eran sobrenaturales respecto al cuerpo, aunque respecto al alma inocente e intachable, a la cual no se debía infligir injustamente ningún castigo, de algún modo eran requeridos por la excelencia y dignidad de la naturaleza, que compondría bien esta unión desigual del cuerpo con tal alma, para que no se encontrara una miseria y desgracia tan grande en una criatura tan grande debido a estas dos naturalezas opuestas entre sí, a saber, el cuerpo mortal y el alma inmortal; para que el cuerpo corruptible no agravara el alma, y por esos dones el cuerpo estuviera sujeto al alma y las fuerzas inferiores a la razón. Por lo tanto, de algún modo se debían esos dones a la naturaleza: principalmente, sin embargo, y principalmente en aquel primer padre, quien fue el primer receptor y propagador de esta naturaleza; a nosotros, en cambio, secundariamente y en él y por él, de quien todos derivamos. Así que la justicia original y los dones que la acompañaban de algún modo se debían a la naturaleza humana en aquel primer hombre. Y como todos los descendientes habrían de recibir la naturaleza de ese hombre, fue completamente adecuado que también recibieran esos bienes, que de algún modo acompañaban a la naturaleza para hacerla perfecta e íntegra, por medio de ese hombre. Por lo tanto, el primer hombre fue adornado con estos dones, y los recibió de Dios por toda su posteridad, para que todos los propagados de él por naturaleza, como por una sucesión hereditaria, poseyeran esos dones.

En segundo lugar, hay que considerar que, puesto que los dones antes mencionados no eran naturales, como aquellos que provienen de los principios de la naturaleza, sino que eran otorgados generosamente por el beneficio gratuito de Dios como convenientes a la naturaleza, cuyos trabajos son perfectos y quien sobre todas las cosas es piadoso, misericordioso y bueno, ciertamente no era justo que se nos otorgaran sin algún mérito de gratitud. Por lo tanto, estableció un pacto con el primer hombre, para que mediante la obediencia a algún precepto divino procedente de la libre voluntad de Dios, y exigiendo la sujeción al reconocimiento del poder y dominio divinos, ese hombre guardara esos dones para él y para nosotros. Sin embargo, Dios estableció tal pacto con el hombre cuando le dio ese mandato, diciendo: "De ligno... scientiae boni et mali ne comedas; in quocumque enim die comederis ex eo morte morieris" ("Del árbol... del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás").

La expresión de esta ley y pacto debe considerarse rigurosamente y de acuerdo con el tenor de las palabras, ya que tales pactos y estatutos son, por su propia naturaleza, de derecho estricto. En primer lugar: puesto que esos dones se mantenían principalmente en el primer hombre para la naturaleza humana en su descendencia, por eso el pacto se estableció principalmente con ese hombre y se le dio el mandato principalmente a él, diciéndole: "No comas". Aunque a través de él también se dio este mandato a la mujer, sin embargo, como fue establecido principalmente con el hombre, de ahí que, si solo la mujer hubiera roto ese pacto y transgredido el precepto, esos dones no habrían sido retirados de ella ni de la naturaleza humana; sino que solo ella habría perdido la gracia, es decir, ese don celestial que hace que el alma sea grata y amiga de Dios y que no puede coexistir con el crimen. Por el contrario, si solo Adán hubiera pecado, esa transgresión habría perjudicado también a Eva y a toda su descendencia, porque habrían perdido todos los dones; como en verdad perdimos por el solo pecado de Adán.

No obstante, no se debe pensar que por cualquier pecado de Adán el género humano hubiera sido sometido a perder esos dones, sino solo por esa desobediencia al comer. Porque pecó antes de comer con un acto interior al dar su consentimiento para transgredir el precepto: también con el pecado de arrogancia y soberbia; y, sin embargo, no reconoció que estaba desnudo, porque no fue despojado de esa justicia original, sino después de haber comido, conforme a la palabra del Señor Dios: "En quocumque die comederis" ("El día que de él comieres"). Porque no dijo: "El día que peques ciertamente morirás"; sino: "El día que comieres"; y ciertamente no sintieron vergüenza, sino después de que ambos comieron.

En tercer lugar: se debe considerar especialmente el efecto de aquella transgresión primordial, a saber, el despojo de la justicia original y de los dones consiguientes y la consiguiente vergüenza, no por la fuerza o naturaleza de esa comida o el acto de comer; de lo contrario, la mujer, que comió primero, habría sentido esa vergüenza y se habría reconocido desnuda; pero no lo sintió sino después de la comida de Adán. Por lo tanto, no sucedió debido a la naturaleza del fruto; sino por la fuerza de aquel pacto, que el Señor Dios había establecido con el hombre, para que tan pronto como rompiera ese pacto y transgrediera el precepto, él y toda su descendencia perdieran todos esos dones.

De esa ley y pacto, que intercedió entre Dios y Adán, surgió que por ese delito y prevaricación todo el género humano fuera perturbado. Porque esos dones los recibió mediante ese pacto de Dios, de modo que mediante la observancia de ese precepto él los conservaría perpetuamente para sí mismo y para nosotros; pero por la transgresión, tanto él como nosotros los perderíamos irremediablemente, con el mayor daño para él y para nosotros, con la culpa también para la pena eterna de la pérdida, a la cual todo el género humano ha estado siempre sujeto por la fuerza de la propagación y la generación. Y no de otro modo sino de esa ley nos vino la culpa a nosotros, hijos de Adán; así como el que nace de adulterio es irregular desde su nacimiento, no viene de otro lugar sino de la ley que lo establece. Sin embargo, fue muy conveniente que así como por el primer hombre hubiéramos recibido esos dones, en cierto modo debidos a la naturaleza, si hubiera observado el precepto, así también por él los perdiéramos, ya que lo transgredió; y así como por él naceríamos hijos de gracia y adornados con todo don y favor divino, así también ahora por él naceríamos hijos de la ira y despojados de todo bien.

Del mismo modo que el don de la justicia original se manifestaba principalmente en el hecho de que, aunque estaban desnudos, no se avergonzaban; así también ahora se conoce claramente que fue quitado por la transgresión del precepto; porque cuando comieron de ese árbol, inmediatamente se abrieron sus ojos y conocieron que estaban desnudos, lo que antes no conocían, o más bien no conocían la confusión y la vergüenza de la desnudez: y sus ojos se abrieron para reconocer esto, porque antes reconocían que estaban desnudos, pero no se avergonzaban; ahora, sin embargo, se avergonzaron y cosieron hojas de higuera para cubrir sus partes íntimas, para no ser cubiertos de tanta confusión y vergüenza.

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