- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículos 17 - 19
El texto hebreo difiere en pocos puntos, como donde dice: "Maldita será la tierra por tu causa, con dolor comerás de ella y con el trabajo de tu rostro comerás pan; hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado."
El intérprete caldeo traduce: "Porque escuchaste la voz de tu esposa, maldita será la tierra por tu causa, con trabajo comerás de ella."
Los Setenta tradujeron: "Maldita será la tierra en tus obras"; de donde nuestro traductor, imitándolos, también tradujo así.
La causa de esta diversidad es que en hebreo hay dos palabras muy similares: עבור, con la última letra ר, y עבוד, con la última letra ד; y la primera, si tiene la letra ב prefijada, significa "por causa de"; la segunda, si tiene la misma letra prefijada, es un infinitivo, del verbo עבד, que significa "trabajar"; y así parecen haber leído los Setenta y nuestro traductor: בעבודך: "En tu obra"; pero en hebreo es בַּעֲבוּרֶךָ, es decir, "por causa de ti". Pues la letra es ר, y no ד, como también traduce el intérprete caldeo: "Maldita será la tierra por tu causa."
Ahora acerquémonos a la exposición de este pasaje. Porque escuchaste la voz de tu esposa. Después de maldecir a la serpiente, que fue el principal autor de este crimen, y a la mujer, que fue la causa intermedia, ahora Dios maldice al hombre mismo, en quien el pecado se consumó completamente, y le lanza cinco maldiciones, como ha señalado el rabino Abrabanel.
- Maldita será la tierra por tu causa;
- Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida;
- Espinas y cardos te producirá y comerás plantas del campo;
- Con el sudor de tu rostro comerás el pan;
- Hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres y al polvo volverás.
Estas maldiciones deben ser explicadas una por una.
Pero antes de infligirle estas maldiciones, propone la causa por la cual las inflige: Porque, dice, escuchaste la voz de tu esposa, o, según el hebreo, porque obedeciste a la voz de tu esposa. Formé a la mujer, dice, como una ayuda semejante a ti y te la di como compañera y esposa, y te constituí su marido y cabeza, para que no tú a ella, sino ella a ti, te obedeciera siempre, y no te mandara nunca: sino que tú debías mandarle a ella; pues no la puse por encima de ti ni la hice tu señora, sino que te puse a ti por encima de ella. Pero ahora has pervertido todo este orden, porque obedeciste a la voz de tu esposa. ¿En qué obedeciste? Comiste, dice, del árbol del cual te ordené que no comieras. Yo, dice, soy tu Dios y Señor: debías obedecerme a mí y observar mi mandamiento. Pero ahora, desatendiéndome y despreciando mi mandamiento, obedeciste a la voz de tu esposa, a quien de ninguna manera debías obedecer, sino que debías más bien contenerla de lo que te persuadía y reprenderla y corregirla. Yo te ordené que no comieras de este árbol: ella te lo sugirió; y tú obedeciste a su sugerencia y despreciaste mi mandamiento, que soy tu Dios y Señor; por eso sufrirás los merecidos castigos y penas por tan gran crimen.
Maldita será la tierra por tu causa, o en tu obra. Después de formar a Dios al hombre adornado con el decoro de la justicia original y la blancura de la inocencia, lo colocó en el paraíso de la delicia, para que allí se deleitara. Pero ahora, debido al pecado, lo condenó a ser expulsado de allí, como de hecho fue, y la tierra sobre la que habitaría fue maldecida: Maldita será la tierra por tu causa: no por la labor del campo, sino en la obra del pecado, la tierra es maldecida, como correctamente se dice en hebreo: Maldita será la tierra por tu causa, es decir, por tu pecado.
Dios había dado al principio a la tierra una virtud fecundísima, para que fuera fertilísima y uberrima, como se dice en el primer capítulo: Produzca la tierra hierba verde que dé semilla, árbol frutal...; y así fue; y la tierra produjo hierba verde... y árbol que da fruto; lo cual se hizo sin el trabajo y cultivo del hombre, pues el hombre aún no existía. De modo que lo que recibió al principio lo habría mantenido siempre y habría producido frutos uberrimos, suavísimos y hermosísimos, sin el peso oneroso y el mínimo trabajo del hombre, salvo para su deleite y delicias, como se dice: Dios puso al hombre en el paraíso de la delicia, para que lo trabajara y lo guardara: lo cual se hizo para la recreación del alma. Pero ahora, como castigo del pecado, la tierra es maldecida, para que no produzca esas hierbas óptimas y frutos suaves sin la máxima industria de los hombres, un pesado gravamen, un laborioso cultivo y también un doloroso trabajo; sino que inculta y no trabajada por los hombres, no producirá de sí misma frutos suaves y buenos, ni hierbas agradables y adecuadas para el alimento del hombre; sino que en lugar de ellas, producirá espinas y cardos, zarzas y abrojos.
La primera pena infligida al hombre es esta: que por su pecado la tierra es maldecida, es decir, se le quita esa primera virtud fecundísima y fertilidad y se vuelve estéril, desierta e infecunda, y todos sus frutos, los cuales produce por sí misma, son maldecidos, es decir, execrables y detestables para el hombre, no como ayuda o sustento, sino como pena y castigo.
En trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. Esta es la segunda pena infligida, por la cual el hombre es sometido y condenado a trabajos para obtener de la tierra el sustento necesario; mientras que, en el paraíso, hubiera llevado siempre una vida feliz y casi bienaventurada, completamente exenta de todo trabajo, tristeza y dolor, pero llena de todas las delicias y placeres. Dios había puesto al hombre en el paraíso de la delicia, para que lo trabajara y lo guardara; pero esto fue dado para su deleite y placer, no para trabajo y aflicción; por lo tanto, no se menciona allí el dolor o el trabajo, sino las delicias y los placeres. Aquí, sin embargo: En trabajos comerás de ella. La palabra hebrea עצבון ('itsavon) significa trabajo, fatiga, tristeza y dolor, porque este trabajo que el hombre debe soportar para obtener el sustento necesario, no es ligero, ni deleitable y agradable, sino oneroso, pesado y molesto, con fatiga, tristeza y dolor; ni es breve o muy pequeño, sino duradero y perpetuo: Todos los días de tu vida, dice, mientras vivas, hasta la muerte, nunca escaparás de estos trabajos.
Espinas y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Esta es la tercera pena de la maldición infligida, que la tierra, no solo por el pecado, ha sido despojada de esa primera virtud fecundísima y fertilísima de frutos uberrimos, para que solo produzca por sí misma frutos detestables y execrables para castigo más que para sustento del hombre, y solo los frutos necesarios para la vida humana se obtendrán con grandes trabajos de los hombres; sino que, con todos estos trabajos y cargas, todavía producirá espinas y cardos, zarzas y abrojos para la aflicción del hombre: Espinas y cardos te producirá, es decir, para tu aflicción, molestia, trabajo y fatiga, para tu inconveniencia y detrimento. Pues aunque en el estado de los primeros padres la tierra produjera espinas y cardos, zarzas y abrojos, bardanas y cardos, frutos rugosos y todo lo que trae consigo aspereza y que es sólido y pica mucho, no lo haría en perjuicio y ofensa del hombre. Pero el pecado que intercedió fue la causa de que la tierra germinara de esta manera para el inconveniente y detrimento del hombre. Por eso se dice: Espinas y cardos te producirá, y comerás plantas del campo; porque, como dice el Profeta, el hombre, cuando estaba en honor, no entendió: fue comparado con los animales insensatos y se hizo semejante a ellos. Al hombre, asimilado a los animales por el pecado, como castigo de su pecado, se le da ahora como alimento las hierbas del campo, que primero fueron creadas como pasto para los animales, para indicar lo que era digno del hombre pecador, que se hizo semejante a los animales insensatos: Y comerás plantas del campo.
Sin embargo, alguien podría preguntar: ¿qué es lo que aquí se inflige como castigo por el pecado? ¿Acaso no se dijo antes, cuando el hombre estaba en su estado primigenio, que las hierbas le fueron dadas como alimento? Porque así se dice: "He aquí que os he dado toda planta que da semilla sobre la tierra y todo árbol que tiene fruto y da semilla; esto os servirá de alimento, y a todos los animales de la tierra." Es verdad que las hierbas fueron dadas al hombre como alimento desde el principio; pero no cualquiera, sino las mejores: y no las que fueron dadas como alimento a los animales, como hemos señalado antes según la verdad hebrea, en la cual se distingue claramente entre el alimento de los animales y el de los hombres. Así se dice, como ya anotamos antes: "He aquí que os he dado toda planta que da semilla sobre la superficie de toda la tierra y todo árbol frutal que da semilla; esto os servirá de alimento; pero a toda bestia de la tierra y a toda ave del cielo y a todo reptil de la tierra, en el cual hay vida, toda planta verde les servirá de alimento." He aquí cuán claramente se distinguen los géneros de alimentos para hombres y bestias. Ahora, sin embargo, el castigo infligido al hombre es tal que la tierra, aunque trabajada y cultivada, no producirá aquellas hierbas agradables y frutos suaves que antes produciría incluso sin trabajo y cultivo: sino hierbas casi agrestes, desagradables e insípidas, tales como aquellas que antes germinaban para el pasto de los animales insensatos; y por eso se dice: "Comerás las hierbas del campo," es decir, las que fueron creadas como pasto para los animales insensatos.
No obstante, no creo que deba entenderse con tanto rigor que se prohíba a la raza humana las hierbas y frutos de los árboles que le fueron dados desde el principio, sino, como ya hemos dicho, para indicar lo que era digno del hombre pecador, y también porque esas hierbas y frutos que ahora consumen los hombres no tienen la misma perfección, placer y deleite que los que fueron dados originalmente: sino que son mucho inferiores, de modo que aquellos eran tan superiores y excelentes comparados con estos, como lo son las hierbas dadas como pasto a los animales en comparación con aquellas. Porque aquellas hierbas eran deliciosas al gusto y muy agradables: y los frutos eran hermosísimos y suavísimos; pero ahora las hierbas que consumimos son insípidas y desagradables, tanto que necesitan muchos condimentos para no provocarnos náuseas y, con su insipidez, hacer que el gusto sea completamente insípido y molesto.
Con el sudor de tu rostro comerás tu pan, o en el trabajo de tu rostro comerás pan. En aquel ameno y deliciosísimo paraíso, el hombre habría comido de todo árbol, excepto de uno, sin ningún trabajo ni aflicción, sino con todo deleite en una tranquila y agradable quietud, disfrutando de todos esos bienes. Pero después del pecado, tan merecidamente se le impone el trabajo, que si no trabaja, no come: "Con el sudor," dice, "de tu rostro comerás tu pan." Bajo el término "pan" no debemos entender solo ese alimento al que primero se refiere la palabra, sino todo alimento y toda comida; pues así es la palabra hebrea en este pasaje: לֶחֶם (lejem), que no solo significa pan, aunque lo signifique primero como el principal y más importante alimento del hombre, sino también todo alimento y cualquier cosa que pueda comerse; de modo que, como sin la intervención del pecado, habría disfrutado y participado de todo alimento y comida sin ningún trabajo en absoluto, sino con el mayor deleite y placer; así, después de cometido el pecado, nada se le daría para su sustento sin dolor y tristeza, trabajo y sudor.
Sin embargo, esta ley no ha sido impuesta al hombre de tal manera que cada individuo sea obligado por su precepto, sino que ha sido dada al hombre, es decir, al género humano y a la totalidad de los hombres, no a los individuos. Pues muchos entre los hombres son débiles, ya sea por edad o por enfermedad, y no pueden soportar las cargas del ejercicio corporal ni trabajar con las manos; a estos de ningún modo se les debe decir que están sujetos a este precepto, ya que no hay obligación de hacer lo imposible. Por lo tanto, debemos considerar que este precepto ha sido dado no a los individuos, sino a la colectividad; y lo que se ordena a la comunidad, no necesariamente recae en cada individuo, sino que es suficiente si muchos lo cumplen como corresponde. Por eso, este precepto dado al género humano es suficiente si lo cumplen aquellos que pueden hacerlo y a quienes ninguna razón justa excusa del trabajo manual, siempre y cuando no se dediquen a estudios mejores. Así, entre los diferentes estados y condiciones de los hombres debe mantenerse una distinción. No es conveniente que los príncipes, las autoridades del siglo y los gobernantes trabajen con las manos, sino que son dignos de ser sostenidos por los súbditos, en cuya gracia asumen su cuidado; por eso el Apóstol ordenó que se les diera honor, tributos y tasas, como si sirvieran a Dios en ese ministerio; y si ejercen dignamente su oficio y ministerio y lo cumplen como es justo, son dignos también de la recompensa eterna.
Los que también se dedican a estudios mejores, como los que se ocupan en ejercicios espirituales día y noche, en la lectura, la meditación, la oración, la contemplación, los salmos, los himnos y los cánticos espirituales, que meditan en la ley del Señor día y noche y en su ley está su voluntad, si no trabajan con las manos, no podrían ser justamente reprendidos por ello, porque hacen lo que es mejor y, como María, han elegido la mejor parte. Por eso deben ser más bien reprendidos como Marta los que los critican y murmuran contra ellos y los desacreditan con ladridos caninos.
Pues entre los gentiles y entre los hebreos fue costumbre que los que meditaban en la ley de Dios día y noche y no tenían parte en la tierra, excepto solo Dios, fueran sostenidos por los ministerios de otros hombres. Entre los sacerdotes de Egipto la ley había sido establecida por el rey para que se les proporcionaran alimentos, como leemos en el Génesis; y a los levitas el Señor les proveyó de los diezmos, porque servían al Señor en el ministerio del Arca y del Tabernáculo. Y el Apóstol siempre tuvo un cuidado muy diligente de que se enviaran bendiciones a Jerusalén, es decir, limosnas para el uso y ayuda de los santos; porque los fieles que habitaban allí, habiendo vendido todo, ponían el precio a los pies de los Apóstoles para que se dividiera a cada uno según su necesidad: y ellos guardaban una altísima pobreza, que abundaba en las riquezas de su simplicidad, siempre dedicados a ejercicios espirituales, ocupándose en la oración y sirviendo al Señor en himnos y salmos y cánticos espirituales. Por eso el Apóstol exhortaba y rogaba a todas las demás iglesias de los fieles que asistieran a su pobreza en las cosas temporales, y que ellos fueran ayudados en las cosas espirituales. Así escribe a los Corintios: "Vuestra abundancia supla su necesidad, y su abundancia, en las cosas espirituales, supla vuestra necesidad, para que haya igualdad, como está escrito: El que mucho no tuvo más, y el que poco no tuvo menos."
Por lo tanto, los que se dedican a ejercicios mejores, es decir, espirituales y divinos, no están obligados a ejercicios corporales y trabajos humanos: tales son los monjes y todos los que en el lenguaje común llamamos religiosos, porque en el ministerio eclesiástico y en ejercicios espirituales sirven a Dios en la santa lectura, la contemplación, los himnos y los salmos. Y si a esto se añade la exhortación y la predicación, el cuidado y la supervisión en el gobierno, es mucho más justo que se les provea de sustento, para que no estén obligados a trabajar con las manos, como dijo el Apóstol: "Los presbíteros que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en la palabra y en la doctrina; porque la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: El Señor ordenó que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio, y los que sirven al altar participen del altar."
Por lo tanto, en vano charlan los herejes, que con virulento odio atacan a los Regulares, acusándolos de ociosos y vituperando a todos los que no trabajan con sus propias manos para ganarse el sustento, sacando a colación este pasaje y citando al apóstol Pablo, quien elogió mucho el trabajo manual y lo mostró con su propio ejemplo, diciendo de sí mismo: "Trabajamos, obrando con nuestras propias manos"; y en los Hechos de los Apóstoles: "A lo que necesitaba... sirvieron estas manos"; y en esto se presentó como ejemplo, como él mismo dijo: "No comimos de balde el pan de nadie, sino con trabajo... y fatiga, noche y día trabajando... para daros un modelo a imitar." Por eso instruyó a los Tesalonicenses con este tipo de trabajo, diciendo: "Os rogamos... que trabajéis con vuestras manos, como os hemos mandado"; y en otra epístola: "Si alguno no quiere trabajar, que no coma."
Pero ellos confunden todo y abusan de lo que citan de San Pablo, más de lo que entienden. Pues, aunque San Pablo no quiso hacer uso de ese poder de comer y beber y no trabajar, para no poner obstáculo al Evangelio de Cristo, no por eso censuró a los que lo usaban; sino que podría haberlo usado, sin perjuicio de la gracia de Cristo. En la primera epístola a los Corintios lo declara claramente, siendo apóstol y doctor de los gentiles, y en casi todas sus epístolas, como San Jerónimo lo declara contra Vigilancio, manda que todos deben contribuir el primer día de la semana para el alivio de los santos.
Ni en todos esos lugares, que ellos citan, el apóstol manda el trabajo manual a todos, sino a aquellos a quienes no se les ha impuesto el cuidado y el oficio de ocuparse en estudios mejores; sin embargo, aconseja a todos que no se embotan en la ociosidad. No podemos negar que hay muchos que, aunque abundan y no padecen ninguna necesidad, llevan una vida curiosa, sin ningún trabajo, siendo curiosos, voluptuosos, sin hacer absolutamente nada ni espiritual, ni liberal, ni mecánico: sino que se dedican a juegos, a músicas, o a cualquier otra vanidad y emplean todo su esfuerzo en estudios que más bien se refieren al placer y a las delicias. Pero volvamos al Profeta.
Hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste tomado; porque polvo eres y al polvo volverás. El Señor muestra que el hombre está sujeto a trabajos perpetuos hasta la muerte: Hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste tomado, o, según el hebreo, porque de la tierra fuiste tomado.
El rabino Abrabanel refiere este pasaje a la maldición de la tierra según la opinión de otros, es decir, que la tierra fue maldecida mientras Adán vivió; pero después de su muerte, ya no fue maldita, como lo fue en su vida; como se dice de Noé: "Este nos consolará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos en la tierra que el Señor maldijo." Y después del diluvio dijo: "No volveré a maldecir más la tierra por causa del hombre." Y Aben Ezra dice sobre la maldición, que "la tierra fue maldita por el primer hombre - y así fue que después de su muerte los hombres comieron de los frutos de los árboles y se prosperaron y fortalecieron en virtud, - debido al agotamiento de las maldiciones, que él recibió más que los que vinieron después de él, porque él mismo pecó y transgredió el precepto de Dios y por eso fue conveniente que él fuera castigado más que sus hijos y su descendencia". Pero él sostiene que estas palabras declaran el término del tiempo de dolor y trabajo del hombre, y que es la quinta maldición, es decir, la muerte.
El hombre, por naturaleza, es deudor de la disolución de la muerte y de la pesada carne corporal. Pues aunque, sin la intervención de ese pecado, nunca habría muerto, ello hubiera sido por un don de la gracia, no por una condición de la naturaleza; ya que estaba compuesto de elementos contrarios, que actúan y padecen entre sí: por lo tanto, por sí mismos pueden corromperse. De ahí que, por la condición de la naturaleza, nada de estos componentes puede ser perpetuo e inmortal; por eso se dice: Porque eres polvo y al polvo volverás, es decir, has sido formado del polvo limoso y según la carne consistes en él, y no según el alma, cuya origen celestial es de Dios, y por tanto, siendo según la carne compuesta de polvo, necesariamente debes volver al polvo. Así pues, la muerte es natural para el hombre según la carne, y aunque no pecando no habría muerto, por el beneficio gratuito de Dios, esta estructura terrenal nuestra habría sido preservada de toda corrupción por la parte superior del hombre, que viene del cielo, y habría vivido perpetuamente. Pero después del pecado se estableció que todo hombre debe morir una vez: pues por el pecado entró la muerte en el mundo y en todos los hombres, de manera que ni uno solo puede evitar este castigo de la muerte impuesto por el pecado.
Sin embargo, es muy importante considerar que en todos estos males infligidos al hombre por el pecado, que parecen ser privaciones y pérdidas de bienes temporales y corporales que habría poseído en el paraíso terrenal, debemos entender principalmente la pérdida de bienes espirituales y celestiales; así como en los bienes temporales, que Dios prometía en el Antiguo Testamento como recompensa por las virtudes y buenas obras a los justos, entendemos los bienes espirituales de la gracia y la gloria; y en los males, que amenazaba a los impíos y pecadores como venganza por los vicios y malas obras, las penas eternas: ya que las buenas obras hechas por caridad no pueden ser debidamente recompensadas con bienes temporales, que son mucho inferiores: ni los pecados pueden ser castigados debidamente con males temporales, ya que merecen penas eternas. Así pues, en la pérdida de esos bienes debemos entender primero la pérdida de los bienes espirituales de la gracia y la gloria: y en la imposición de estos males, el ataque e imposición de males espirituales, es decir, del pecado y la culpa de la pena eterna, de la cual todos somos culpables, mientras no seamos limpiados de la suciedad de ese pecado, que traemos con nuestra naturaleza desde el vientre materno desde la concepción, por la gracia de Cristo.
Por lo tanto, me parece muy probable y razonable decir que tal culpa fue impuesta primero, principalmente y propiamente como pena de aquel pecado original, que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, vendría a borrar junto con el mismo pecado; todos esos males que ahora leemos y experimentamos no son propiamente penas de aquel pecado, sino condiciones de un nuevo pacto, que Dios estableció con el hombre después de aquel pecado, que provienen del pecado y fueron engendrados por él, y de ahí tomaron su origen; de tal manera que si aquel pecado no hubiera intervenido, estos males nunca habrían existido de ningún modo, y el Señor no nos habría colocado en este nuevo estado de miseria y exilio: sino que habríamos permanecido completamente felices en el estado anterior.
Y esto me lo confirma aún más, que cuando nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero Dios de Dios verdadero, vino a borrar la pena de aquel primer pecado junto con el mismo pecado, por su gracia recibida en el sacramento del Bautismo se elimina toda la culpa del pecado original de aquel primer pecado. Pero aunque por la gracia de Cristo hemos sido liberados tanto del pecado como de su culpa, todavía somos afligidos por estas penas, a saber, trabajo, sudor, fatiga, hambre, sed y otros innumerables inconvenientes y finalmente la muerte. Por lo tanto, todos estos males no son penas propias del pecado original, sino condiciones del nuevo pacto, que Dios estableció con el hombre después del pecado. Pues así como en el estado original había establecido un pacto con él para que, si no gustaba del fruto de aquel árbol, poseería la inmortalidad perpetuamente y todos los demás bienes de ese paradisíaco jardín, de manera que, por más que pecara, nunca perdería esos bienes mientras no comiera del fruto de ese árbol; así de igual manera, después de pecar y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, este pacto se estableció con él para que, no queriendo estar contento con su suerte anterior, perpetuamente estaría sujeto a las leyes del segundo pacto, es decir, que llevaría una vida con dolor y trabajo y estaría sujeto a la muerte y finalmente moriría: y por más que en este estado Dios le otorgara gracia haciéndolo agradable a Él, nunca estaría exento de las leyes y condiciones de este segundo pacto ni las evitaría; sino que permanecería perpetuamente sujeto y sometido a ellas.