- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículo 16
La verdad hebrea dice: A la mujer dijo: Multiplicando multiplicaré tu dolor y tu embarazo; con dolor parirás hijos y tu deseo será hacia tu marido, y él te dominará, o sobre ti.
Los doctores hebreos, como refiere el Rabino Abravanel, entienden por sufrimientos la ansiedad en el embarazo; y por embarazo, la ansiedad del parto. Él mismo explica esta multiplicación de esta manera: que antes del pecado, es decir, si no hubiera pecado, habría tenido solo un embarazo, es decir, habría concebido una sola vez. Y da razón de esto, porque los hombres siempre habrían vivido; y si todos los días hubieran engendrado hijos e hijas, la tierra no podría haberlos sostenido. Pero después del pecado, como el hombre se hizo corruptible y mortal, la sabiduría divina determinó que engendraran en varias ocasiones, para que, si murieran, no se extinguieran por completo.
El Intérprete Caldeo lo traduce así: Y hacia tu marido será tu apetito y él te dominará.
Algunos códices tienen: Hacia tu marido será tu conversión.
Los Setenta tradujeron: Multiplicaré tus dolores y tus gemidos, y hacia tu marido será tu conversión.
En hebreo, תְּשׁוּקָתֵךְ (teshuqatêk) significa tu apetito o deseo. Así lo interpretan el Rabino Salomón y David Kimchi. El Rabino Abraham Aben Ezra interpreta משמעתך (mishma`atêk) como “obediencia”, para que el sentido sea: y hacia tu marido será tu obediencia, y tú obedecerás todo lo que te ordene, porque estás bajo su poder para hacer su voluntad.
Nosotros exponemos este pasaje de la siguiente manera. Multiplicaré tus sufrimientos. Nuestros primeros padres llevaban una vida feliz y casi bienaventurada en aquel muy agradable paraíso de la delicia: no sentían nada molesto, ningún inconveniente, ningún castigo o dolor o carga. Pero debido al pecado fueron privados de esa felicidad, de manera que no, como antes, eran felices en todos los aspectos, sino que eran miserables y dignos de lástima por los castigos que Dios les infligió debido al crimen cometido. Y como la mujer pecó primero, a ella se le infligen primero los castigos por parte de Dios, quien dice: Multiplicando multiplicaré, es decir, ciertamente e infaliblemente multiplicaré, y nunca me arrepentiré de ello, tus sufrimientos. En hebreo es: עצבון ('itstsavon), una palabra que significa dolor, tristeza, aflicción y esfuerzo; de donde nuestro traductor ha expresado correctamente el significado de esa palabra por sufrimientos, diciendo: Multiplicaré tus sufrimientos; porque sufrimiento significa miseria y calamidad, debilidad y dolorosa enfermedad, así como trabajo oneroso e ineludible.
Y tus embarazos. En hebreo es: הרון (herayon), una palabra que significa concepción y el doloroso embarazo y el gemido y angustia que la mujer soporta desde la concepción hasta el parto; por lo cual los Setenta tradujeron gemido.
Con dolor darás a luz hijos. Claramente, todas estas cosas las experimentan las mujeres como castigo por ese pecado; porque si no hubiera mediado ese pecado, habrían concebido hijos sin ninguna torpeza y fealdad y sin ninguna deleite obsceno y habrían llevado y dado a luz a los fetos sin ninguna pesadez, esfuerzo y sufrimiento. Pues así como para concebir no habría sido necesario el apetito de la lujuria, sino que el uso voluntario de la naturaleza uniría a ambos, así como el placer no corrompería la carne, sino que la voluntad la relajaría: de la misma manera, para dar a luz no habría sido necesario el gemido del dolor, sino que el impulso de tal naturaleza relajaría los órganos femeninos de manera placentera, y esa alegría que en este estado las mujeres sienten cuando han dado a luz a sus hijos, por lo cual ya no recuerdan la presión y los sufrimientos que han pasado en el peligro, porque les ha nacido un hombre en el mundo, esa misma alegría la habrían sentido al dar a luz, incluso sin el pecado intermedio, cuando ya estuvieran emitiendo al feto.
Y estarás bajo el poder del hombre, o tu deseo será hacia tu marido: y él te dominará. Primero, la mujer fue dada al hombre como consuelo y delicia, como compañera y ayuda semejante a él, libre de servidumbre: pero ahora se establece bajo el poder del hombre, para que él la domine y la someta a su poder. Y dado que quien está bajo el dominio de otro, debe ejecutar sus órdenes, guardar sus mandamientos y adaptarse a su voluntad, de modo que no haga lo que quiera, sino lo que aquel desee, explore su voluntad, le obedezca y conforme su voluntad a la de él; por eso se dice: Y hacia tu marido será tu deseo, para que no hagas lo que quieras o desees, sino que refieras tus votos y deseos a tu marido y hagas lo que él quiera, le obedezcas; porque él te dominará, es decir, yo lo constituyo como señor sobre ti y quiero que reconozcas siempre el dominio de él sobre ti, y consideres siempre que el hombre te ha sido dado como señor; él te regirá, te gobernará, te reprenderá, te corregirá y te amonestará cuando sea necesario, para que no viviendo sin su dominio, te precipites imprudentemente.
Ese pasaje también podría entenderse de manera natural, que la mujer desea al hombre para sustento, defensa, protección, compañía, seguridad y delicias, de las cuales carece y necesita, como lo imperfecto siempre tiende a desear lo perfecto, de quien puede obtener su perfección y satisfacer sus defectos. No obstante, la primera interpretación es más acorde con la letra; aunque esta también es muy verdadera.
Sin embargo, es de notar lo que se dice: hacia tu marido, no hacia los maridos; porque siempre ha sido muy deshonroso y nunca ha sido permitido que una mujer esté casada con varios hombres a la vez: sino que debe tener un solo y propio marido, no varios, en contra de esos obscenos y estúpidos herejes, que quisieron que las mujeres fueran comunes, lo cual es propio de las bestias, no de los hombres.
No obstante, es necesario entender cómo esta sentencia es general, abarcando a todo el sexo femenino. Pues muchas mujeres parecen estar exentas de estos sufrimientos, tales como las solteras, las vírgenes y las estériles, que de ninguna manera pueden concebir. Pues muchas se encuentran estériles: algunas por naturaleza, otras por obra de Dios; y de estas, algunas para la gloria de Dios, y otras como castigo por algún pecado; y algunas son estériles para siempre, y otras solo por un tiempo. También muchas son estériles no por naturaleza, sino por gracia, que no conocen a los hombres en ningún sentido, ni quieren conocerlos nunca: sino que dedican su virginidad al Señor y la conservan intacta; por lo cual no están sujetas a los sufrimientos expresados en esta sentencia del Señor. Pero se debe entender que siempre que Dios decreta o decide algo de manera general, se debe entender que el decreto o estatuto se aplica a aquellos que son capaces de lo que se decreta.
Por tanto, cuando el Señor dice a la mujer: Multiplicaré tus sufrimientos y tus embarazos; con dolor parirás hijos: esto no puede aplicarse a aquellas a quienes la naturaleza les ha negado la capacidad de concebir; ni a las jóvenes que aún son solteras; ni a aquellas que no conocen varón, ni se han hecho una sola carne con ningún hombre: sino que se han adherido a Jesucristo y se han hecho un solo espíritu con Él; y no se preocupan por lo que es del hombre, cómo agradar al hombre: sino que están solícitas por lo que es del Señor, cómo agradar a Dios y al verdadero y eterno esposo Jesucristo.
No obstante, todas las mencionadas no están completamente exentas de los sufrimientos femeninos; porque las estériles por naturaleza sufren grandemente precisamente por ser estériles. Pues la esterilidad es un mal mayor en la naturaleza que ser fecunda con todos esos sufrimientos; por lo cual en la ley, que seguía la naturaleza de las cosas, la esterilidad era abominable y bajo maldición: como si la mujer estéril estuviera señalada y maldita por Dios. De ahí que entre las bendiciones del pueblo, también se incluía esto: No habrá infecunda, ni abortiva, ni estéril en tu tierra.
Por tanto, la esterilidad, siendo un gran mal, proviene del pecado en las mujeres y muchas veces también es infligida como castigo por el pecado; por lo cual en el estado primigenio no habría habido esterilidad en ninguna parte: sin embargo, el Señor no quiso recordar que fue infligida por el pecado, porque no es una condición universal de la naturaleza, sino particular. Así que las estériles se consideran en peor condición sin dolores de parto, que las fecundas con todos esos sufrimientos; pues la mujer, cuando da a luz, tiene tristeza..., pero cuando ha dado a luz un hijo, ya no se acuerda de la angustia por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo: de esta alegría las estériles están privadas y llevan un oprobio perpetuo.
Por lo tanto, leemos en las Sagradas Escrituras que muchas mujeres naturalmente fecundas se hicieron estériles como castigo por algún pecado: como Mical, esposa de David, quien por haber despreciado a su marido mientras este danzaba delante del Arca de Dios, se hizo estéril; y el Señor también, por el pecado de Abimelec, cerró todas las matrices de su casa. Así como, por otro lado, muchas naturalmente estériles fueron hechas fecundas por sus sobresalientes méritos de virtud: como leemos de Lía, que al ser despreciada por su marido y por su hermana, viendo el Señor su humillación, la escuchó y la consoló, y abrió su matriz, mientras su hermana permanecía estéril; por lo cual, debido al inmenso gozo y grandes consuelos que sentía al dar a luz a sus hijos, su hermana infecunda la envidió; hasta que el Señor se acordó de ella y la escuchó y abrió su matriz: lo cual, viendo ella, llena de gozo y alegría, dijo: "El Señor ha quitado mi oprobio". De manera similar, Sara, esposa de Abraham, Rebeca, esposa de Isaac, Ana, madre de Samuel, Isabel, esposa de Zacarías, merecieron por sus virtudes la gracia de concebir y dar a luz por parte del Señor, para que les quitara su oprobio. Sin embargo, todas estas, que recibieron esta gracia del Señor, no fueron exentas de este decreto del Señor, sino que ciertamente dieron a luz con dolor: como la Escritura lo declara claramente en Raquel, quien cuando estaba dando a luz a su segundo hijo, comenzó a peligrar debido a la dificultad del parto, por lo cual, ya saliendo su alma por el dolor y cercana a la muerte, llamó a su hijo Benoni, es decir, hijo de mi dolor.
Las vírgenes también, aunque no están completamente contenidas en ese decreto, ya que el Señor las ha elevado a una mejor condición, no obstante, no están completamente liberadas de todos los sufrimientos femeninos. Su espíritu ciertamente es dispuesto, pero la carne es débil y muy frágil; por lo tanto, precisamente por ser vírgenes, deben soportar muchas y graves pasiones. Pues la posesión de la virginidad es pesada, es una gran carga refrenar el cuerpo, contener la incontinencia de la carne, oponerse a los placeres, tener una guerra diaria muy difícil de apaciguar, llevar siempre consigo al enemigo, a donde quiera que vaya, listo para la batalla, quien no permite respirar ni por la tarde, ni por la noche, ni al amanecer, ni al mediodía: sino que siempre combate y suprime los placeres, trayendo a la memoria el matrimonio, para excluir la virtud e introducir la fornicación; por lo cual cada día y cada hora se consume, como si estuviera en un horno encendido. Por lo tanto, en esto también se cumple verdaderamente esa guerra de enemistad: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; ella te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón"; lo cual, como hemos expuesto sobre la Virgen gloriosa, madre de las vírgenes, así también debe entenderse de aquellos que siguen sus huellas.
Realmente, la virginidad es una obra muy laboriosa y gravísima; y tal es la virginidad que ninguno de los antiguos pudo conservarla: incluso para los profetas era tremenda. Por lo tanto, si las mujeres sufren graves aflicciones, trabajos y dolores en el parto de los hijos, estas sufren mucho más graves para conservar la castidad virginal. Una sola mujer fue exenta de este decreto, la Santísima Virgen María, madre del esposo de las vírgenes, Jesucristo. Ella fue completamente inmune a todos los males de este decreto, no por naturaleza, sino por una gracia especial y singular; pues siempre fue la virgen más purísima, virgen de mente, virgen por profesión, virgen de carne, virgen santísima de mente y cuerpo. Sin embargo, no le fueron multiplicadas esas aflicciones por mantener la virginidad, que las demás vírgenes experimentan, pues nunca le sobrevino ni el más mínimo pensamiento obsceno o impuro, ni algún pensamiento que de alguna manera violara su pureza virginal, ni nunca sintió ningún movimiento, ni el más mínimo, de concupiscencia obscena. Porque su carne era purísima y santísima, formada por la mano de Dios mucho más pura y excelentemente que la primera mujer en aquel estado primigenio de nitidísima inocencia, donde no experimentaba nada de esto.
Además, no solo fue una virgen purísima, sino que con la pureza de la virginidad fue una mujer fecundísima, no en número de hijos, sino en excelencia; pues no tuvo múltiples concepciones, sino una sola, en la cual habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, en quien todas las naciones fueron bendecidas. No concibió por lujuria: sino que, llena de la gracia del Espíritu Santo, también concibió por la virtud del Espíritu Santo, quien la santificó en mente y cuerpo y, de su purísima sangre virginal, tomó de su vientre virginal y allí, por la obra del Espíritu Santo y la virtud del Dios altísimo, la Palabra del eterno Padre se hizo carne de manera inefable.
Además, no dio a luz a su Hijo con dolor, sino con un gozo sumo e inefable, como es la fe más firme de la Iglesia universal. Pues la Palabra eterna del Dios Padre, Jesucristo, hecho carne en el vientre de la Virgen, salió de sus entrañas maternas con las puertas de la virginidad cerradas e intactas, sin dejar señal alguna de su salida; por lo cual, su salida es llamada en los Proverbios de Salomón como el camino del hombre en la virgen, ya que él mismo, debido a la profundidad del misterio, dijo que completamente ignoraba. La Virgen María, por lo tanto, dio a luz a su Hijo, sin sentir dolor, permaneciendo siempre virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
Tampoco estuvo bajo el poder de un hombre, ni nadie la dominó; pues su santísimo esposo José, no fue dado a ella como un señor, sino como un siervo, para servir a la gloriosa Virgen como a su señora. Pues ese santísimo matrimonio no fue consagrado para que esa santísima Virgen y mujer singular estuviera sujeta a un hombre en cuerpo o mente; ni para que fuera una ayuda para él, quien no tuvo ninguna parte en la concepción: sino que, por el contrario, fue hecho esposo para ayudar a la Virgen en el parto, para que ella usara su apoyo. Es evidente, por lo tanto, que la gloriosísima Virgen no estaba de ninguna manera comprendida en esta sentencia del decreto.