- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículo 7
En hebreo: Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su rostro o narices el espíritu de vidas, y el hombre fue un ser viviente.
El Parafrasista Caldeo traduce: El Señor Dios creó al hombre del polvo de la tierra, y el hombre se convirtió en un espíritu de locución: para mostrar que el hombre fue hecho un ser viviente, con vida racional e intelectual; pues solo a los dotados de intelecto les corresponde hablar.
El rabino Salomón en la palabra: וייצר, dice que «significa dos formaciones: la formación de este mundo y la formación de la resurrección de los muertos; pero en el animal, que no resucita para el juicio, no se escriben dos י en su formación». Polvo de la tierra: dice que «recogió su polvo de toda la tierra, de los cuatro vientos, porque todo lugar donde muere un hombre es su retención para sepultura. Otra exposición: tomó su polvo del lugar, que se dice de él: Harás para mí un altar de tierra; y añadió a él una cubierta, y pudo mantenerse. Y sopló en su rostro; y lo hizo de lo inferior y de lo superior: el cuerpo de lo inferior, y el alma de lo superior. Según lo que en el primer día, fueron creados el cielo y la tierra; en el segundo, creó el firmamento, para los superiores; en el tercero, apareció lo seco, para los inferiores; en el cuarto, creó las luminarias para los superiores; en el quinto, produjeron las aguas, para los inferiores; unió en el sexto las creaciones de lo superior e inferior. Y no hay envidia en las obras de la creación, porque estas muchas estarán sobre aquellas que están en la creación del primer día. En un ser viviente: tanto el animal como la bestia se llaman seres vivientes; sin embargo, esta vida del hombre, que está en todos, añade en él conocimiento y razón».
Aben Ezra dice que “el sentido de: Inspiró en sus narices, es porque en ellas vive el hombre, ya que ellas expulsan el aire caliente del calor del corazón e introducen otro aire; y el sentido de: En un ser viviente, es que caminó inmediatamente, como las bestias y no como los infantes”. Este doctor también dice que el lugar de la tierra de la cual fue creado el hombre, es cercano al jardín del Edén, porque hay quienes dicen que esa tierra era la tierra de Israel; y he aquí que han olvidado: Y sucedió que, cuando salieron de oriente. Algunos de los hebreos ponen esta diferencia entre נשמה, y רוח, y נפש; que la primera, efectivamente, es el alma sensible y racional, y tiene su lugar en מוח, es decir, el cerebro, y también significa soplo; la segunda es el espíritu que tiene su sede en el corazón, que es el origen de la vida, y comprende הכעם, es decir, la fuerza irascible; y la tercera es el alma o fuerza מתאוה, es decir, concupiscible, que tiene su asiento en כבד, es decir, el hígado.
Nosotros, sin embargo, lo explicamos así. Formó, pues, el Señor Dios al hombre del limo de la tierra, o del polvo de la tierra, según lo que se dice más adelante: Polvo eres y al polvo volverás. Aquí entendemos que Dios formó el cuerpo del hombre, o, para decirlo más significativamente, lo modeló; pues, como un alfarero que forma cualquier figura de arcilla, Dios, el artesano de todo, formó el cuerpo humano del limo, una figura singular y noble, modelada por la mano divina. Pues de ninguna otra criatura se expresa que Dios estuviera presente en su formación; en otras se dice: Produzca la tierra, produzcan las aguas, hágase el firmamento, hágase la luz, háganse las luminarias. Pero las Escrituras Divinas testifican que el cuerpo del hombre fue modelado y plasmado por la mano de Dios: Formó, dice, Dios al hombre. De ahí que con razón exclama el bienaventurado Job, diciendo: Tus manos, Señor, me hicieron y me formaron; y el santo David repetidamente afirmaba: Tus manos me hicieron y me formaron.
Sin embargo, no dudaría en absoluto que Dios no formó el cuerpo del hombre por sí mismo, sin ninguna otra causa intermediaria; sino que también usó el ministerio de los ángeles. Pues, ¿qué impide que algunos ángeles operaran con su ministerio en lo que su virtud y habilidad se extendían? Pues en la última resurrección de los hombres, Dios usará el ministerio de los ángeles para reformar los cuerpos de los hombres; ellos recogerán las cenizas y formarán los cuerpos. No tengo ninguna duda de que los mismos ángeles desearon en gran medida ayudar en la creación del hombre, para que nos amaran más y nos vigilaran más diligentemente, como una obra suya en parte.
E inspiró en su rostro el aliento de vida, o el espíritu de vidas, según la Letra Hebrea. Primero, Dios creó el cuerpo inanimado, y una vez formado, creó el alma del hombre y la infundió en el cuerpo. Pues no se extrae de la potencia de la materia de ninguna manera, ni puede ser extraída; sino que es hecha por Dios inmediatamente mediante la creación e infundida al mismo tiempo, como el acto sustancial del hombre y el acto natural del cuerpo. Sin embargo, al informar el cuerpo, no se extiende a la masa del cuerpo; pues no puede ser medida por la cantidad de masa, ya que es un espíritu; sino que permanece totalmente indivisa e impartible, toda en el todo y toda en cada una de las partes del todo.
Pero, ¿qué es ese espíritu de vidas? Pues el hombre vive, ciertamente, la vida de las plantas, por la cual sus miembros y articulaciones se vegetan; vive la vida del sentido, por la cual percibe todas las cosas sensibles, ya sean externas o internas; también vive la vida motriz y progresiva según el lugar, por la cual busca lo necesario para la vida; finalmente, vive la vida racional y artística, por la cual se distingue de los brutos y prevalece sobre todos. Pero todas estas vidas las efectúa en el hombre un solo espíritu insuflado por Dios; pues no son cuatro almas en el hombre las que ejecutan estos efectos, sino que son virtudes y poderes de una sola alma. Porque lo que en las plantas es alma, en el hombre es poder del alma, no el alma; y lo que en los brutos igualmente es alma, en el hombre es poder y virtud del alma. Por lo tanto, las almas de las plantas y los animales, vegetativa, sensitiva y motriz según el lugar, se contienen en el alma del hombre con virtud y poder, como el triángulo en el cuadrado; esto es, el alma del hombre tiene el poder y la capacidad de producir y causar en el hombre todos esos efectos que la vegetativa en las plantas, la sensitiva y la motriz según el lugar en los animales, siendo una sola alma que abarca todas estas virtudes de manera más noble y excelente, y por eso se dice: Insufló... el espíritu de vidas.
Pero se dice que Dios insufló este espíritu en su rostro, porque en el rostro se perciben y vigorizan todos los sentidos, y de ahí se percibe la razón y el intelecto, en los cuales también se manifiestan los afectos internos. Sin embargo, ya que una, principal y primera vida del hombre es aquella con la que vive por razón y arte y que es propia del hombre, por eso se añade: Y el hombre se convirtió en un ser viviente, o en un alma de vida, dotado, es decir, de conocimiento, arte y razón. Primero dijo: de vidas; pero ahora de vida; para que se significara solo esa vida que proviene del entendimiento de las cosas; y por eso el Parafrasista Caldeo traduce: En espíritu de locución, o parlante: pues la palabra y el discurso pertenecen propiamente a la criatura racional e intelectual; o: El hombre se convirtió en un ser viviente, es decir, en un animal viviente: pues al recibir el espíritu en el cuerpo inanimado ya formado, el hombre se convirtió en un animal viviente. Pues ni el cuerpo es animal, ni el alma; sino que el hombre, este animal racional, consiste en el alma y el cuerpo al mismo tiempo, como el informante y el informable. Así, pues, el hombre, cuando el alma se infundió en el cuerpo, se convirtió en un ser viviente, es decir, en un animal viviente; pues en la Sagrada Escritura se suele tomar frecuentemente el alma por todo el compuesto.
Formó, pues, el Señor Dios al hombre del limo de la tierra y sopló en su rostro el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. Admirable es la condición de la naturaleza humana que aquí debemos considerar con más atención y discusión, tanto en cuanto a la formación y estructura del cuerpo, como en cuanto a las múltiples potencias, fuerzas, facultades y funciones de la obra del alma, y en cuanto a la razón del compuesto total de estas partes, para que podamos ver cuán admirable obra de Dios es el hombre. En esto, sin embargo, debemos seguir el orden que pone la letra, para que tengamos una discusión, en primer lugar, sobre la formación del cuerpo humano, en segundo lugar sobre las virtudes del alma, y en tercer lugar sobre la razón de todo el hombre. Pues Moisés nos propone este orden: Formó, dice, el Señor Dios al hombre del limo de la tierra: he aquí el cuerpo; y sopló en su rostro el aliento de vida: he aquí el alma, el acto del cuerpo y su forma vivificante; y el hombre se convirtió en un ser viviente: he aquí el ser compuesto de estos.
El cuerpo humano, pues, debe haberse constituido entonces de aquellos elementos en los que ahora también se disuelve, se separa y se divide. Todo el cuerpo se divide en cabeza, tórax, abdomen y extremidades; estos mismos a su vez en otras partes: la cabeza en calavera, rostro, ojos, frente, nariz, orejas y otros muchos; el tórax en pecho, costados y pulmones; el abdomen en vientre y vísceras subyacentes; las extremidades en piernas y brazos, y estos en hombros, codos y manos; y a su vez, estas partes se subdividen más minuciosamente, como las manos en dedos y palmas, los dedos en otras partes como la piel, las venas, la carne, las arterias, los nervios, los tendones, los ligamentos, los cartílagos, las membranas y los huesos; de igual manera los demás miembros, que al ser observados minuciosamente, cada uno puede ser disuelto en todas estas partes, o al menos en muchas. Estas partes son similares y homogéneas, totalmente similares en sustancia y de una naturaleza uniforme; de las cuales se componen luego las partes que se dicen heterogéneas y disimilares, que están compactadas juntas; aunque estas puedan ser llamadas simples, es evidente que están constituidas por elementos, en los que también se disuelven. Así, cuando todo el cuerpo se divide en estas partes, es necesario que se haya constituido de todas ellas desde su formación.
Pero, dado que el proceso de composición es opuesto al de resolución, es evidente que primero se constituyó de los elementos en los que finalmente se disuelve, y como finalmente se disuelve en elementos, es claro que primero se constituyó de estos. Pues primero confluyeron los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego; que se acomodan y concurren como primordios y principios para engendrar todas las cosas, y mediante una cierta mezcla compacta, se formó el cuerpo del hombre, así como el de las demás cosas que constan de cuerpo.
Los elementos confluyeron no sin sus fuerzas y cualidades, especialmente las primeras, que son: calor, frío, humedad y sequedad. Estas son las principales, de las cuales surgen otras, que se encuentran en los cuerpos blandos, duros, gruesos, delgados, ligeros y ásperos, que se dicen varias y casi multiformes; aquellas, de las cuales estas surgen, son las primeras y más poderosas de todas. Así, los elementos, de cuya concurrencia se compone y modela el cuerpo, se agitan entre sí con mutaciones y conversiones, de manera que necesariamente deben poseer estas cualidades, y estas mismas cualidades existen en su máxima expresión en cada uno de los cuerpos, como el calor extremo en el fuego, la máxima humedad en el aire, el frío extremo en el agua, y la máxima sequedad en la tierra; de manera que nada es más cálido que el fuego puro, ni más ligero; nada más húmedo que el aire puro, ni siquiera el agua; pues aunque esta humedece más, no debe pensarse que ocurre por una mayor cantidad de humedad, sino porque está en una sustancia más densa y fluida, que al introducirse en las vías y recovecos de los cuerpos, se mantiene y retiene más tiempo, afectándolos de esa manera y humedeciéndolos más, lo cual el aire, por su tenuidad, no puede lograr. Así pues, el agua no es más húmeda que el aire, sino al contrario, el aire tiene el grado máximo de humedad, mientras que el agua tiene el de frío, de manera que nada es más frío que el agua pura, ni siquiera el hielo. Finalmente, nada es más seco que la tierra, aunque el fuego seca más; pero esto es accidental debido a la intervención del calor, ya que con su calor extrae y disipa la humedad de los cuerpos; pero la tierra seca al absorber la humedad por sí misma. Luego, cada elemento tiene una cualidad secundaria, simple en sí misma, pero que no alcanza el grado máximo de su género: esta es la sequedad en el fuego, acompañando al calor; el calor en el aire; la humedad en el agua; y el frío en la tierra, acompañando a la sequedad.
Así pues, los elementos confluyeron con todas estas fuerzas para la constitución del cuerpo junto con sus sustancias; pues no solo las fuerzas de los elementos, sino también sus sustancias están preservadas en nosotros: tanto las fuerzas como las sustancias permanecen mezcladas; pero las fuerzas se mezclan completamente entre sí y mediante una cierta pugna mutua se moderan mutuamente, y de su confusión surge una cierta temperancia difundida por toda la masa del compuesto. Las sustancias, por otra parte, están conectadas por una cierta continua superposición y se dividen en pequeñas porciones y se disponen en tal orden que cada una se une finalmente a otra de diferente género; nada que no esté compuesto de estos cuatro puede ser percibido por los sentidos. Por lo tanto, las pequeñas partículas de los elementos permanecen en la mezcla y consisten en sus formas íntegras; pero no libres ni en su propio derecho, sino implicadas, atadas y casi interceptadas por la pugna mutua de las cualidades y la presencia de una forma más digna. De ahí que no puedan ejercer las fuerzas que les fueron otorgadas originalmente, ni el fuego quemar, ni el agua refrigerar excesivamente; por lo tanto, solo existen en potencia, de tal manera que, al disolverse la temperancia por la muerte, regresan a su estado y se reivindican en su libertad. La temperancia de los elementos, tanto de las fuerzas como de las sustancias, no es la mezcla misma, sino la proporción de la mezcla, y en los elementos mezclados es un cierto principio de armonía y concordia de cualidades.
La mezcla produce la temperancia como su descendencia y progenie; y si aquella pertenece principalmente a los elementos, esta a las cualidades, sin embargo, están tan relacionadas y unidas que, así como la mezcla no puede realizarse sin la ayuda de las cualidades eficientes, tampoco la temperancia puede inducirse sin la sustancia de los elementos. Por lo tanto, la temperancia es una cierta armonía de las cuatro cualidades principales a partir de la mezcla de todos los elementos; de ahí que consista en una proporción armoniosa y consonante tanto de los elementos como de las cualidades.
Cuando las fuerzas de las cuatro naturalezas se unen en partes iguales, de modo que las porciones de calor, frío, humedad y sequedad sean iguales, se forma esa temperancia que se llama temperancia justa, la ley y regla de las demás. Pero si uno o dos de estos elementos prevalecen sobre los otros, surge la intemperancia en la misma temperancia: y dado que son cuatro de los que se compone la temperancia absolutamente, por la prevalencia de cada uno surgen cuatro temperancias simples: la cálida, en la que el calor predomina sobre el frío, con la igualdad de humedad y sequedad; la fría, en la que domina el frío; la húmeda, en la que la humedad prevalece; y la seca, en la que la sequedad es más poderosa que la humedad. Existen también cuatro temperancias combinadas, que surgen de la prevalencia de dos simples. Estas son: cálida y húmeda; cálida y seca; fría y húmeda; fría y seca; no pueden existir más, ya que hay dos oposiciones encerradas en cuatro límites y ninguna extremidad puede obtener la primacía sobre ambas.
Entonces, hay ocho temperancias intemperadas y una sola temperancia. Cuando se compone de porciones iguales de todos los extremos, ocupa el medio y es la más temperada, y se llama temperancia ponderada, en la cual el cuerpo humano está más temperado, como es la opinión de muchos, especialmente del primer hombre. En el hombre se percibe la temperancia más noble y temperada de todas, lo cual se manifiesta principalmente en el sentido del tacto, que es la ley y juicio para discernir la temperancia; y en el sentido del tacto, el hombre supera con creces a cualquier otro animal.
Después de la mezcla de las sustancias y las fuerzas de los elementos, siguen el calor innato, el espíritu y la humedad primigenia, por los cuales el alma está unida al cuerpo como por vínculos, y una vez consumidos, es necesario que emigre del cuerpo. Porque por la fuerza del calor que les ha sido otorgado por la naturaleza, los animales viven, y con su extinción, la muerte sigue inmediatamente. Por lo tanto, no se opone al calor el frío, como su contrario, sino la extinción, que es su privación: así como no hay nada contrario a la luz, pero la oscuridad es su privación, y si un mínimo de luz ilumina el cuerpo, decimos que está iluminado; así, el calor vital, por pequeño que sea, gobierna el cuerpo que posee.
No llamo a este calor puramente elemental, sino que está por encima de la naturaleza de los elementos; pues hay un consenso de todos los filósofos de que la vida se define por el calor, y la muerte por la extinción del calor: por lo cual Aristóteles definió la muerte como la extinción del calor; por lo tanto, un animal muerto está completamente desprovisto de este calor. Si este calor fuera de tipo elemental, puesto que en las partes individuales del cadáver persiste alguna mezcla de los cuatro elementos, el animal muerto tendría todavía calor vital.
Este calor tiene como sede y vehículo el espíritu, que, como una sustancia fluida y etérea, lo contiene y permite que pueda permear todo el cuerpo y ser distribuido por las arterias a todas sus partes. Dado que la sustancia del espíritu es aérea o etérea, corpórea, muy sutil y rápida en movimiento, puede atravesar todo el cuerpo con velocidad, proporcionando una materia adecuada al calor, ya que también es una sustancia amiga del calor en su mantenimiento. El espíritu, siendo una sustancia sutil y etérea impregnada de calor, no puede existir ni permanecer por mucho tiempo sin la ayuda de la humedad. Por ello, el humor primigenio y vital es el fundamento tanto del espíritu como del calor innato, y la primera sustancia, como el vapor y el aliento exhalado de la sustancia del aceite es el fundamento de la llama de la lámpara; así como el espíritu es al calor; la sustancia húmeda del aceite en la lámpara es tanto el fundamento como el alimento de la llama y del vapor, alimentando y manteniéndolos con su humor nutritivo; así es el humor primigenio respecto al espíritu y al calor. Y como esa llama no puede sostenerse sin vapor o humedad, sin los cuales tampoco el vapor puede existir; así tampoco el calor innato ni el espíritu pueden permanecer sin el humor primigenio. Por lo tanto, el calor innato es un humor impregnado de espíritu y calor, mientras que el espíritu es una sustancia sutil y etérea impregnada de calor.
El humor primigenio y vital es un cierto humor aéreo, grasoso y muy similar al aceite, la sede y sustancia del calor innato, que, al estar mezclado con la sustancia de las partes similares, escapa a la vista. Por lo tanto, no es esa grasa que vemos cubrir muchas partes; sino otra muy diferente; tampoco es el humor alimentario: sino que este, al llegar, es nutrido y restaurado; ni es el humor acuoso, mediante el cual las partes similares del cuerpo se adhieren y permanecen firmes en solidez. Este humor vital no es uno y simple, ni el espíritu ni el calor innato, ya que estos siguen las temperancias que están en las partes similares, y no todas las partes similares están contenidas en una misma temperancia: algunas son frías y secas, como el hueso, el nervio, la membrana; otras están temperadas por otras temperancias; diversas temperancias producen también diversos espíritus, calores innatos y humores vitales.
Además de los espíritus que son estables y están fijados en cada parte según la temperancia de esa parte, se establecen tres espíritus más, errantes y vagos: el natural, el vital y el animal. El espíritu natural, que se difunde desde el hígado a través de las venas hasta las extremidades del cuerpo; el vital, que el corazón emite constantemente a través de las arterias; y el animal, que, partiendo del cerebro a través de los nervios, irriga las partes dotadas de sensación y movimiento. Estos espíritus influyentes se generan a partir del alimento por la fuerza del espíritu innato o insito. La parte más pura y aérea del alimento, mediante la digestión, se transforma en una sustancia más fina de la sangre, que presenta una especie de vapor; sin embargo, al recibir fuerza del espíritu innato del hígado, se convierte en espíritu natural, siendo tanto más superior al resto de la sangre cuanto la fuerza natural inherente al hígado excede a su masa. La cantidad de este espíritu que se lleva al corazón junto con la sangre a través de la vena cava, se atenúa aún más por la fuerza del calor y se transforma en una especie de aire; y desde el ventrículo derecho del corazón, a través de vías comunes y muy estrechas, pasa al ventrículo izquierdo; donde, al absorber el aire templado por el pulmón, se convierte en una materia a la cual se le concede calor y fuerza vital, produciendo el espíritu vital difundido por todo el cuerpo a través de las arterias. Una porción de este espíritu, que es llevada a la base del cerebro a través de las arterias del cuello, se suaviza por el tercer anfractuoso contexto admirable y se lleva a los ventrículos del cerebro a través de otro contexto llamado coroideo (χοροειδῆ); allí, al absorber y elaborar el aire por las narices, recibe alimento y crecimiento y, por la fuerza del espíritu innato en el cerebro, se convierte en espíritu animal, adecuadamente preparado para el movimiento, los sentidos y todas las funciones animales.
Habiendo establecido las partes que se constituyen en cada una de las partes del cuerpo, ahora, para que la admirable estructura del cuerpo humano, creada por Dios, se vea más claramente, parece valioso mencionar algunas cosas sobre las partes homogéneas y heterogéneas del cuerpo. Primero describiremos las partes secas y óseas; luego, completaremos con los ligamentos, nervios, músculos, venas, arterias, piel y demás partes tanto internas como externas.
La sede y origen de todos los huesos es la columna vertebral, que se compara con la quilla de un barco primero puesta; pues sobre ella se sostiene y se erige la masa del cuerpo, como las partes laterales, proa y popa se apoyan y se adhieren a la quilla. La columna vertebral, por la necesidad de las acciones, ya que el hombre debe doblarse y curvarse, está compuesta por muchos huesos, como nudos, que llamamos vértebras, todas ellas sostenidas por el hueso sacro. Toda la columna vertebral se divide en cuatro partes: el hueso sacro, los lomos, el dorso y el cuello. El hueso sacro consta de seis vértebras; desde su parte más baja se extiende otro hueso colgante, que en griego se llama κόκκυξ, y en latín se llama cola, compuesto por cuatro huesos redondos, delgados y en gran parte cartilaginosos.
Sobre el hueso sacro se asientan los lomos, compuestos por cinco vértebras, sobre las cuales se sitúa el dorso, compuesto por doce vértebras; y finalmente, el cuello, con siete vértebras. Así, hay treinta vértebras en la columna, todas unidas por una admirable estructura y de diversas formas; estas son redondas en las partes que miran hacia los intestinos, de donde se llaman σπονδύλαι, mientras que hacia el exterior presentan múltiples protrusiones: algunas prominentes en el centro, otras transversales a ambos lados, y otras extendidas hacia arriba y hacia abajo, mediante las cuales las vértebras están entrelazadas y se adhieren entre sí. Los extremos de las vértebras y de todas las protrusiones están rodeados de cartílago, en el cual se insertan ligamentos gruesos y fuertes, gracias a los cuales los nudos interiores de las vértebras se mantienen unidos.
Luego están los huesos de la cabeza, cuyo vértice está cubierto por un cráneo globoso y redondo, cóncavo hacia adentro; una parte de este, llamada la coronaria, se extiende desde las sienes a ambos lados hasta el vértice; otra se encuentra en el occipucio, extendiéndose hacia arriba desde la parte inferior y posterior de la cabeza a ambos lados; la tercera se extiende a lo largo de la longitud de la cabeza, formando un ángulo en el centro de la coronaria. Está perforado por un gran agujero, por el cual la médula desciende desde el cerebro hacia el conducto de la columna vertebral. En estos huesos hay conexiones dentadas como las de una sierra, entrelazadas como dientes de un peine; debajo de estos, hay huesos duros en cada oído, que por su apariencia y dureza se llaman petrosos, en cuyos huecos se encuentran dos huesos parecidos a un martillo; de cada uno de estos procesos, como un brote, se inserta en un agujero y conduce los sonidos al cerebro. El sexto hueso es el de la frente, que en la posición de las cejas, donde sobresale, es doble y cierra con una doble cara una cavidad vacía derivada hacia las fosas nasales; la parte superior está rodeada por una sutura coronaria, la inferior se refleja en las cuencas de los ojos, formando la pared superior de estas. Ya en estos y en todo el cerebro, se coloca como una base un cierto hueso, en el cual se observan agujeros a ambos lados, a través de los cuales las prolongaciones de los nervios sensoriales se extienden hacia los sentidos. Debajo de su superficie interna hay dos cavidades ocultas, en las cuales hay una red de admiración llena y otros secretos del cerebro.
Después de esto están los huesos de la cara, que toda ella se divide por la unión que, desde el intervalo de las cejas, atraviesa por el medio de la nariz, entre los dientes medios, y corta el paladar a lo largo. El hueso más grande en ella es el del pómulo, en el cual se fijan las raíces de los dientes superiores; y junto a las raíces de los primeros dientes, que cortan, están situados dos huesos, distintos por líneas, y nuevamente dos muy pequeños, en el lugar donde está el espacio de las fosas nasales, de donde nace el labio superior. Entre el ojo y la oreja está el hueso cigomático, duro y también el músculo de las sienes. Como una fortaleza, la nariz sostiene dos huesos cuadrangulares, llevados desde el yugo de la nariz a lo largo de su longitud, en cuyos extremos se insertan los cartílagos, llamados alas. A cada lado de las cuencas de los ojos hay tres huesos, aparte de aquellos que son como paredes entre el paladar y la base del cerebro hasta las fosas nasales; a ambos lados hay huesos diversos dispersos, blandos y delgados, que tejidos de diferentes maneras forman la apariencia de una esponja, de donde en griego se llaman σπογγειδείς (spongydeis). Además de esto, otro hueso en la raíz de la nariz está fijado dentro, ancho y delgado, perforado de diversas maneras como un cedazo, y en griego se llama ἠθμοιεδής (ethmoides), del cual se envía hacia el cerebro una especie de verruga muy dura; hacia abajo, una ἔϰφυσις (ekphysis), con la forma de una lámina, que es el tabique de las fosas nasales, al cual se une el cartílago en la parte inferior de la nariz. La mandíbula inferior está compuesta de dos huesos estrechamente unidos en el extremo del mentón; cada mandíbula está perforada frecuentemente con ciertos alvéolos, en los cuales se insertan los dientes individuales, que suelen ser dieciséis, rara vez más, a veces menos; de estos, cuatro son los primeros llamados incisivos; después de estos, hay dos caninos a cada lado, más allá de los cuales están cuatro molares a cada lado.
El tórax se apoya en toda la espalda, teniendo doce articulaciones y doce costillas a cada lado, de las cuales las siete superiores, completas y perfectas, se conectan al hueso del pecho en los senos suaves de dicho hueso: por lo cual el mismo hueso del pecho consta de siete huesos que se unen transversalmente, correspondiendo un hueso del pecho a cada costilla completa. Desde el extremo de este hueso cuelga un cartílago oblongo, que se llama cartílago xifoides; las cinco costillas restantes, incompletas y casi mutiladas, terminan en cartílagos; de ahí que se llamen falsas y espurias, ya que se retuercen entre sí hacia arriba, uniéndose como si estuvieran pegadas. Los huesos de las escápulas son dos, con una figura triquetra; los huesos del brazo son tres: el húmero, el cúbito y la mano; el húmero se sostiene con un solo hueso; el cúbito tiene dos; la mano se divide en la palma y los dedos; la palma consta de doce huesos, mientras que los dedos están compuestos de quince huesos.
Son luego los huesos de las caderas, muy fuertes y sujetos a las prolongaciones que emite el hueso sacro; ambos huesos de la cadera envuelven los huesos del fémur. Después de esto, hay dos huesos en la pierna; siguen la rótula, los maléolos, el astrágalo y los huesos del pie, que son veintitrés o veinticuatro. Alrededor de casi todos los extremos de los huesos están cubiertos por cartílagos: aunque hay también otro tipo de cartílagos solitarios y apenas unidos a algún hueso, como los que están en las pestañas, orejas, fauces, epiglotis, en la laringe, en la tráquea y en la base del corazón, que están formados solo para la solidez y robustez.
Es luego la conexión de los huesos múltiple, una por articulación, otra por contum: por esta, los huesos que no tienen movimiento están unidos con un enlace indisoluble; por la articulación, sin embargo, los huesos móviles están unidos. También hay muchas ligaduras de huesos, que son cuerpos nerviosos y muy duros, sólidos y exangües. Estas son muchas y no de un solo tipo; algunas son como membranas sólidas, otras como nervios cartilaginosos.
Los músculos y tendones son muy numerosos. El músculo está formado así: la carne crece alrededor de las fibras nerviosas adecuadas para el movimiento, sosteniendo la fuerza de estas; venas y arterias están dispersas; todo está cubierto por una fina membrana que envuelve y define el músculo. Por lo tanto, tiene tres partes a lo largo: el origen, el medio y el final; el origen es nervioso; el medio consta de todos los elementos mencionados; el extremo es un tendón compuesto de fibras nerviosas y ligamentosas, que se han unido y mezclado para volverse más duros y robustos para el movimiento, que el nervio; pero más suave e inferior al ligamento; este, a su vez, supera en agudeza sensorial, pero carece de fuerza.
Plantó el Señor Dios un jardín de delicias al principio, en el que puso al hombre que había formado.
En hebreo es: Plantó el Señor Dios un jardín en Edén al oriente, y puso allí al hombre que había formado.
El intérprete caldeo: Y plantó primero, o desde antiguo.
Los Setenta tradujeron: Καὶ ἐφύτευσεν ὁ θεὸς παράδεισον ἐν Έδὲμ κατὰ ἀνατολὰς (Kai ephýteusen ho theós parádeison en Edem kata anatolás): Y plantó Dios un paraíso en Edén al oriente.
Esta gran diversidad de los intérpretes surge porque hay dos palabras ambiguas en el texto hebreo: דֶןﬠֵ ֶקדֶם y (Eden) (kedem). עדן (Eden) con frecuencia significa delicias y placer en la Sagrada Escritura; pero a veces es el nombre de un lugar o provincia; קדם (kedem) también a menudo designa la prioridad en el tiempo en la Escritura, y su significado más común es el oriente. Nuestra edición toma estas dos palabras según las acepciones anteriores, aunque más adelante las toma según el otro significado, cuando se dice de Caín: Y habitó en la región oriental de Edén. Los hebreos interpretan estas palabras según los significados posteriores, como lo testifican aquí el Rabino Aben Ezra y el Rabino Salomón, afirmando que Dios plantó este jardín en un lugar llamado Edén, en la parte oriental de ese lugar, lo cual también indica la preposición ב servil.
La letra hebrea, pues, es esta: Plantó el Señor Dios un jardín en Edén, al oriente, o hacia el lado oriental. Por lo tanto, el lugar donde Dios plantó este jardín, llamado paraíso en persa, o más bien en hebreo, de פרדם (pardes), que significa paraíso, la Sagrada Escritura insinúa que es la región de Edén, que fue llamada así por su amenidad y abundancia de delicias. Luego declara en qué lado de esa región se encuentra situado, a saber, en el lado oriental.
De lo cual se puede advertir que lo que aquí se dice de este paraíso no debe ser entendido de manera tan espiritual que se pierda el sentido histórico, como correctamente advierte San Agustín con estas palabras: "Lo que se puede decir adecuadamente sobre el paraíso entendiendo de manera espiritual, que se diga sin prohibición, pero que también se crea la fidelísima verdad de esa historia según la narración de los hechos". Porque si el paraíso no es sensible y corpóreo, tampoco es una fuente; si no es fuente, no es un río; si no es río, no se divide en cuatro cabezas; no es el Fison, ni el Geón, ni el Tigris, ni el Éufrates; no hay higuera, ni hojas con las que se hicieron taparrabos; ni Eva comió del árbol; ni había allí animales vivos que fueran llevados a Adán, ni Adán les puso nombres; sino que toda la verdad se convierte en fábula.
Dios plantó, pues, un paraíso sensible y corpóreo, un lugar lleno de todas las delicias, repleto de las hierbas, flores y plantas más dulces, donde se encontraban los árboles más agradables cargados de todo tipo de frutos en abundancia, que eran hermosos a la vista y muy placenteros al gusto; y allí puso al hombre que había formado, para que llevara una vida feliz y casi bienaventurada: de modo que así como había formado al hombre perfecto, también le diera un lugar muy adecuado para su primera perfección, una región divina digna de su conversación, hecho a la imagen de Dios.
Y el Señor Dios hizo brotar de la tierra todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del paraíso y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
En hebreo: Y el Señor Dios hizo crecer de la tierra todo árbol deseable a la vista y bueno para comer y el árbol de las vidas en medio del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
El intérprete caldeo también tiene: Árbol deseable; pues lo que en hebreo es: ָמד ֶנחְ ָכּל־ﬠֵץ (kol-etz nechmad), él tiene: ננַּ ְמרַ דִּ ָלן ָכּל־ ִאי (kol ilan dimrenan), es decir: Todo árbol deseable.
El rabino Salomón dice que estas palabras se refieren al paraíso. También el rabino Aben Ezra, exponiendo יצמח (yitzmach) por הצמיח (hitzmich), hizo crecer, en hiphil, dice que hizo crecer todo árbol en el jardín.
Aquí, pues, Moisés comienza a describir el paraíso, declarando primero: cómo estaba plantado con toda clase de árboles, que el Señor hizo brotar de la tierra, suaves al gusto y deseables a la vista, de los cuales se alimentaría el hombre. Porque era necesario que el hombre se alimentara de ellos incluso antes de que se viera perturbado por la culpa, para mantener la vida y no morir. Porque el hombre fue hecho mortal por naturaleza, ya que estaba compuesto de elementos corruptibles, que actúan y son afectados entre sí; y todo lo que es así debe necesariamente corromperse, pues nada violento puede ser perpetuo. El hombre, pues, al estar constituido por elementos que tienen entre sí contrariedad, era corruptible y mortal por naturaleza: sin embargo, por el don de la gracia, fue hecho inmortal, es decir, que podía no morir; porque Dios había previsto para él remedios contra la fuerza de la muerte, para que, perseverando en el estado en que Dios lo había creado y establecido, no estuviera sujeto a la necesidad de morir.
Sin embargo, el hombre podía entonces sucumbir a la fuerza de la muerte de tres maneras, principalmente: por la contrariedad de los elementos y la intemperie de los humores, de donde ahora se originan las enfermedades y la muerte; por la falta de alimento y nutriente, y la pérdida del humor radical y la disminución de la fuerza; o finalmente, por un daño externo: podía ser consumido por el fuego, ahogado por el agua, aplastado por una gran masa que cayera sobre él, o afectado por las inclemencias del aire; y muchos otros elementos externos que, o bien no podía el hombre evitar, o a los cuales se entregaría por su propia voluntad, podían sin duda traerle la muerte y la destrucción. Contra todos estos peligros, Dios, en su gran bondad, había protegido al hombre, de modo que, si él hubiera querido, nunca podría haber sido arrancado de la vida por la muerte.
Contra el primer peligro, lo había dotado de justicia original, que siempre habría mantenido las fuerzas de los elementos en la proporción más equilibrada y los humores en la más pacífica templanza, en la cual Dios había creado al hombre: por medio de la cual se eliminaba la primera causa de la muerte. Contra el segundo peligro, para preservar la vida animal que necesita alimentos, le proveyó todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer. Y para que el hombre no envejeciera y terminara su vida por la pérdida del humor radical debido a la acción del calor natural, ya que los alimentos con los que se nutría no podían reponer de manera equilibrada el humor perdido — de ahí surge la vejez y la falta de vida, porque la carne generada por los alimentos siempre es más impura y de menor fuerza, lo que fácilmente se nota en la vejez, en la cual la carne es más impura y más débil, lo cual no sucedería si los alimentos restauraran de manera equilibrada la fuerza perdida por el calor —, por eso, Dios puso el árbol de la vida en medio del paraíso, que mantendría perpetuamente esa fuerza del humor en el hombre: porque con su alimento se añadiría al humor tanta fuerza como el calor natural había consumido. Por eso se llamó árbol de la vida, porque con su alimento preservaría perpetuamente la vida animal del hombre y evitaría la vejez. De ahí que San Agustín diga correctamente: "El alimento estaba disponible para el hombre, para que no tuviera hambre; la bebida, para que no tuviera sed; el árbol de la vida, para que la vejez no lo destruyera".
Contra el tercer peligro, finalmente, le había concedido al hombre una prudencia aguda, con la cual pudiera evitar lo que le dañara; y contra lo que su prudencia no pudiera evitar, estaba protegido por la custodia angélica y la providencia divina, que lo asistían y prevenían todo lo corruptor externo, y lo preservaban y protegían de toda violencia; y para que no fuera afectado por las inclemencias del aire, lo colocó en el paraíso, donde había una temperatura del aire muy suave y un lugar muy agradable.
En este paraíso, pues, Dios hizo crecer todo árbol hermoso a la vista, para el consuelo y deleite del hombre, y bueno para comer, para el placer del gusto, para que nunca sintiera hambre; también el árbol de la vida, para que la vejez no lo abrumara y finalmente lo destruyera. Como testifican Beda y Estrabón, "el árbol de la vida se llamó así porque recibió divinamente la fuerza de que quien comiera de su fruto, su cuerpo se fortalecería con una salud firme y perpetua, y no caería en ninguna enfermedad ni debilidad de la edad, ni en la decadencia".
También el árbol del conocimiento del bien y del mal, para que se ejercitara en la virtud y tuviera mérito, y reconociera a Dios como su señor. Pero ese árbol se llamó del conocimiento del bien y del mal, no por su naturaleza, sino por la ocasión del evento que siguió. Pues el hombre conocía el bien y el mal, incluso antes de tomar de ese árbol: pero conocía el bien por la prudencia y la experiencia, y el mal solo por la prudencia, no por la experiencia; lo conoció por experiencia cuando probó el árbol prohibido: por esa comida conoció también el bien de la obediencia y el mal de la desobediencia, que antes no conocía por experiencia. Por tanto, ese árbol se llama del conocimiento del bien y del mal, no porque en él hubiera alguna fuerza para inducir tales conocimientos, a menos que quizás se hiciera dispositivamente, ya que el alma toma de los órganos del cuerpo las ciencias y conocimientos de las cosas: esto no habría sido sino accidentalmente; sino porque al degustarlo conocerían por experiencia qué era el bien y qué el mal: el bien, que perderían; y el mal, que incurrirían.
Y un río salía del lugar de deleite para regar el paraíso, que luego se dividía en cuatro cabezas.
En hebreo: Y un río sale de Edén para regar el jardín, y de allí se divide y se convierte en cuatro cabezas.
El intérprete caldeo tiene: Y se convirtió en cuatro comienzos de ríos.
El rabino Aben Ezra nota aquí que, antes de que el hombre fuera creado, hubo un río que regaba el jardín desde todas las partes.
Aquí se describe la amenidad del paraíso en cuanto a la irrigación de las aguas: porque del lugar donde Dios plantó el paraíso, que se llama Edén, surge un gran río que riega y fertiliza todo el paraíso; y de allí, saliendo del paraíso, se divide en cuatro ríos principales, que son los principales de los ríos, según la Paráfrasis Caldea.
Nombres de estos son Phison: este rodea toda la tierra de Havilá, donde nace el oro; y el oro de esa tierra es el mejor, y allí se encuentra bdellium y ónix.
Aben Ezra dice aquí que Gaon dice que Phison es el río de Egipto. El rabino Salomón dice que "es el Nilo, el río de Egipto, y porque sus aguas se congregan y crecen y riegan, o inundan la tierra, se llama Phison, como פשו: crecieron"; esa es su explicación. De los nuestros, algunos piensan que este río es el Nilo; otros, sin embargo, el Ganges; y estos dicen que la tierra de Havilá es una región de India, llamada así por Havilá, hijo de Joctán; que también dicen estar llenísima de oro, y por eso dice: Allí nace el oro, y el oro ... es el mejor; allí también se encuentra bdellium, del hebreo: ַלח ֹד ְבּ, que los Setenta traducen: ἄνθραξ, es decir, carbunclo: aunque en otro lugar lo interpretan como cristal, que los hebreos ahora comúnmente sostienen; aunque Gaon, según refiere Aben Ezra, dijo que בדלח son piedras pequeñas y redondas, que salen del agua, son finas, y el maná se asemeja a ellas. Porque la Escritura dice que la especie del maná era como la especie de בדלח, el maná era como una perla. Por lo cual creo que esta piedra es una perla.
Allí también se encuentra la piedra ónice: ּהַםשֹׁ הַ, que los Setenta traducen; Καὶ ὁ λίθος ὁ πράσινος, es decir, piedra prasino. Gaon, sin embargo, según Aben Ezra, dice que שהם es una piedra preciosa, blanca y clara; por lo tanto, él también parece pensar que la piedra es ónice. También el intérprete caldeo: ָלא ַאבְ ֵני אוּרְ , es decir, piedra ónice. Aben Ezra, sin embargo, dice que no sabe; por lo cual también los hebreos no conocen qué tipo de piedras son estas.
Es de notar aquí, sin embargo, que hubo dos Chavilá: uno de los cuales dio nombre a Getulia, y el otro a una región cercana a Ophir, de donde se traía oro; el primero fue nieto de Cam, el otro, de la línea de Sem, hijo de Heber. Cuando se dice que este río rodea la tierra de Chavilá, creo que debe entenderse del segundo.
Y el nombre del segundo río es Gehon: este rodea toda la tierra de Etiopía. El nombre del tercer río es Tigris: este corre hacia Asiria. El cuarto río es el Éufrates.
También hay una considerable discusión sobre el Gehon. En efecto, Aben Ezra dice que es conocido que este río está cerca de la tierra de Israel, porque así está escrito: Y lo llevarás al Gehon. También dice que viene del lado oriental hacia el sur. El lugar que cita es en la unción de Salomón, hacia donde David ordenó que lo llevaran. Sin embargo, el intérprete caldeo traduce ןנִּ (Nichon) como חאוֹילשִׁ (Shiloah), es decir, Siloé, como también lo explica Nicolás. El rabino Joseph Kimchi cree que es el río de Egipto, es decir, el Nilo, llamado así porque al salir riega la tierra. Casi todos nuestros expertos afirman esto, diciendo que este río es el Nilo; pues se dice que este río riega Etiopía, y de ahí desciende a Egipto. Otros, sin embargo, piensan que es otro río, cercano al Tigris y al Éufrates.
Dicen que Cus no siempre significa Etiopía, donde se encuentran las fuentes del Nilo, sino también Arabia, y toda la región que mira al océano. Incluso los madianitas a veces son llamados etíopes, aunque están cerca de Palestina; y Séfora, la esposa de Moisés, se llama etíope, aunque era de la tierra de Madián. Por lo tanto, aunque se dice que Gehon recorre Etiopía, no están obligados a pensar que se trata del Nilo.
Estos también dicen que Phison no es el Ganges, sino otro río en Mesopotamia, pensando que la tierra de Havilá, que este río recorre, es una región que los historiadores llaman Cabalia o Cabana, que está cerca de Mesopotamia. También dicen que hay una ciudad en Mesopotamia llamada Phison, que tomó su nombre del río. Sin embargo, nosotros no podemos afirmar nada con certeza sobre esto.
Sobre el Tigris y el Éufrates no hay duda; pues el Tigris se dirige hacia el este de Siria; el Éufrates es la frontera de la tierra prometida al este. El Tigris se llama ֶקל דֶּ חִ (Hiddekel) en hebreo, porque, dice el rabino Salomón, "sus aguas son rápidas y ligeras"; el Éufrates: ְמרָת (Perath), "porque sus aguas crecen y se multiplican y hacen crecer al hombre".
Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el paraíso de deleites, para que lo trabajara y lo cuidara.
En hebreo: El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara, es decir, el jardín.
ןנַּ (gan) en hebreo es tanto de género masculino como femenino, incluso en plural, como Aben Ezra nota aquí; sin embargo, aquí está con un sufijo femenino: por lo que debe referirse no al hombre, sino al paraíso.
La Sagrada Escritura insinúa que el hombre fue formado fuera del paraíso, y que el Señor lo tomó del lugar donde lo había formado y lo puso en ese paraíso tan agradable para que permaneciera y habitara en él en tranquilidad. Para que lo trabajara, esto es, para que cultivara ese jardín, lo cual entonces habría hecho con una placentera delectación, para el ejercicio de su virtud, sin ningún sudor ni cansancio, sino con alegría del alma y toda facilidad. No dudo de que Adán, desde el principio, estuviera dotado del conocimiento de las estrellas, ya que fue destinado a cultivar la tierra, de modo que ya tenía una comprensión clara del poder de la tierra y de las variaciones de las estaciones, para producir frutos en su debido tiempo. Y lo cuidara, es decir, el paraíso, dice Aben Ezra, de todas las bestias, para que no se reunieran allí y lo dañaran.
Algunos dicen que Dios aquí advertía al hombre para que se cuidara del serpiente tortuoso, Satanás, para que no mereciera ser expulsado del paraíso debido a sus engaños y fraudes, cayendo en culpa.
Y le ordenó diciendo: De todo árbol del paraíso puedes comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día que comas de él, ciertamente morirás.
Texto hebreo: Y ordenó el Señor Dios a Adán diciendo: De todo árbol del paraíso comerás; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás de él; porque el día que comas de él, ciertamente morirás.
El intérprete caldeo traduce: Y del árbol, cuyos frutos comiendo se vuelven sabios entre el bien y el mal, no comerás de él.
Según el testimonio de Aben Ezra, en el capítulo 3 del Génesis, “estas palabras: Ciertamente morirás, se interpretan de diversas maneras por muchos; algunos dicen: entonces serás culpable de muerte; otros dicen que la muerte es el castigo, como se dice: Porque el hijo de muerte es el hombre que hace esto; otros dicen que desde entonces enfermarás, lo que significa que morirás”. También dice: “יצו (yitzav) es una palabra con un mandato negativo”; y así lo explica: “Aunque te he dejado todos los frutos de los árboles del jardín, no comerás del fruto del árbol del conocimiento. Pero después de decir: Del árbol del conocimiento no comerás, ¿qué necesidad había de la palabra: de él? Sin embargo, añadió esto para aclarar; y así es: Y abrió y vio al niño; o su significado es: ni siquiera un poco de él. Y nota que Adán estaba lleno de conocimiento, porque Dios no le ordenó a alguien que no tiene conocimiento; ¡pero el conocimiento del bien y del mal en una sola cosa no conocía! ¿No ves que dio nombres a todos los animales y aves, según su generación? Y he aquí que fue un gran sabio”.
Leemos anteriormente que Dios hizo al hombre gobernador de los peces del mar, de las aves del cielo, de todas las bestias, y de toda la tierra; pero ahora, para que el hombre reconociera que estaba sujeto al dominio divino y que quien lo había creado también sería su eterno señor, recibió un mandato de Dios para que, habiéndole dado todos los árboles del paraíso para su sustento, no comiera nunca del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y no se debe pensar de ninguna manera que este árbol, prohibido al hombre, fuera malo o nocivo por naturaleza; pues por naturaleza era bueno, hermoso a la vista y agradable para comer. Sin embargo, Dios lo prohibió, tanto para mostrar que con pleno derecho tenía dominio sobre el hombre, como para que el hombre alcanzara continuamente los méritos de la santa obediencia, ya que no debía ser disuadido de tal árbol sino por la consideración de la santa virtud: ya que por naturaleza era una cosa buena, y de la cual no debía retirar la mano, salvo por el mandato y la orden de Dios su señor.
Pero como la culpa de la transgresión es seguida inmediatamente por la pena, de aquí que de inmediato añade: Porque el día que comas de él, ciertamente morirás, o serás mortal. Pues en el momento en que comió del árbol prohibido, murió en la culpa: lo cual fue seguido en su tiempo por la muerte del cuerpo; porque en ese mismo día comenzó a ser mortal y sujeto a la corrupción, y comenzó a avanzar hacia la muerte y el final de la vida.
Además, es de notar aquí que este mandamiento no fue expresado a la mujer, quien fue formada posteriormente, sino solo al hombre, en quien todos estaban comprendidos, como si estuvieran en él, y estaban obligados por el mismo mandamiento. Por lo tanto, la mujer pecó al comer del árbol prohibido, porque a ella también, a través de Adán, le fue ordenado por Dios no comer; pues el hombre fue constituido cabeza de la mujer, después de que la mujer fue formada de él.
También es de notar aquí que el primer hombre fue creado con libre albedrío, para que pudiera merecer y demerecer. Por lo tanto, en el Eclesiástico se dice verdaderamente: Dios creó al hombre desde el principio y lo dejó en manos de su consejo, añadió sus mandamientos y preceptos: si deseas guardar los mandamientos, te conservarán, y para siempre conservarán la fe agradable. Te puso delante el agua y el fuego: extiende tu mano hacia lo que desees; ante el hombre están la vida y la muerte, el bien y el mal: lo que le plazca, le será dado; porque la sabiduría de Dios es mucha, y fuerte en poder, viendo a todos sin interrupción.
Y dijo también el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda semejante a él.
Texto hebreo: No es bueno que Adán esté solo; le haré una ayuda frente a él.
Los Setenta, sin embargo, tradujeron como "hagamos", al igual que nuestra edición; pues así dicen: Ποιήσωμεν αὐτῷ βοηθὸν κατ' αὐτόν (Poiesomen autō boēthon kat' auton): es decir: Hagamos una ayudante adecuada para él; quizás lo tomaron de los versículos anteriores, como es: hagamos.
Pero el intérprete caldeo traduce íntegramente el hebreo: Le haré una ayuda, o un apoyo, frente a él.
Aben Ezra explica: “No es bueno para el hombre, según la sentencia: Dos son mejor que uno”.
Nosotros pensamos que se refiere al matrimonio; ya que para procrear y tener hijos, ni el hombre ni la mujer son suficientes por sí solos: sino la unión de ambos. Por lo tanto, Adán solo no era suficiente para procrear hijos para la gloria de Dios, así que dice: No es bueno que el hombre esté solo; porque se privaría a la naturaleza humana de la propagación y multiplicación, lo cual es un gran bien. Pero para que los hombres crezcan y se multipliquen y llenen la tierra y la sometan, le haré una ayuda para procrear, y para cuidar y nutrir lo procreado. Y correctamente dice: Ayuda; pues el agente principal no es la mujer, sino el hombre y su principal compañera.
Entonces, Dios propone hacer al hombre una ayuda semejante, es decir, de la misma naturaleza y forma: semejante, no idéntica; pues toda semejanza necesariamente incluye alguna disimilitud, de lo contrario no sería semejanza, sino identidad; por eso la mujer se llama ayuda semejante al hombre: pues aunque de la misma naturaleza y forma, hay diversidad en el sexo; o porque está frente a él, o enfrente de él, lo cual es singular en la naturaleza humana y no se encuentra en los animales.
Entonces, el Señor Dios formó de la tierra a todas las bestias del campo y a todas las aves del cielo, y las llevó a Adán para ver cómo las llamaría.
Texto hebreo: Y el Señor Dios formó de la tierra a todas las bestias del campo y a todas las aves del cielo y las llevó, o hizo venir, a Adán, etc.
El intérprete caldeo: Y el Señor Dios creó, etc.
Esta formación es la misma mencionada anteriormente, donde se dice: Y Dios hizo a todas las bestias de la tierra, etc.
Aben Ezra, después de explicar que el hombre estaba lleno de conocimiento, porque puso nombres a los animales, dice sobre esto: “Quizás fue así: Dios no llevó a sus criaturas al hombre para ver cómo las llamaría, porque él ya sabía lo que era una bestia o un animal. Dios también le mostró el árbol del conocimiento, porque su esposa sabía que estaba en medio del paraíso”. Yo, sin embargo, creo según la verdad que fueron llevados, y no solo según la imaginación.
Es de considerar aquí que tanto las bestias de la tierra como las aves del cielo se dicen formadas de la materia terrestre por el Señor, aunque anteriormente parece que ordenó a las aguas producir reptiles de seres vivos y aves que vuelan bajo el firmamento del cielo. Esto, dice Aben Ezra, porque las aves fueron formadas de ambos, del agua y de la tierra.
Y las llevó a Adán. No se debe pensar que el Señor las llevó, como lo haría un hombre, con la mano y por medio de cuerdas, o con el ministerio de ángeles, como algunos dicen; sino que infundió en esas bestias el impulso de ir hacia el hombre, reconociéndolo como su señor y para ser reconocidas por él, y les diera nombres a cada una de las especies, según las propiedades de cada una. Por eso dice: Para ver cómo las llamaría. Esto puede referirse tanto a Dios como a Adán mismo. Si se refiere a Dios, tiene este sentido: Para que Dios viera cómo las llamaría, es decir, Adán: no como si Dios mismo no lo supiera; sino en el modo usual de decir en las Escrituras, donde se significa, para que esto se haga evidente; para que el hombre, con la enseñanza interna de Dios y la iluminación del entendimiento, viendo a los animales que venían a él por guía de Dios, conociera perfectamente sus naturalezas y las diversidades de sus especies y propiedades internas, y después de observar y contemplar sus naturalezas, les diera nombres, según lo exigiera la naturaleza y la propiedad de cada uno. Y así, para que Dios viera, es decir, para que hiciera ver y conocer al mismo hombre cómo los llamaría.
También podemos explicar de otra manera: Para que viera, es decir, el mismo hombre cómo los llamaría, para que teniendo la causa de contemplar sus naturalezas, con el objeto de ver, que le ayudaba mucho a conocer sus naturalezas, introspeccionando las propiedades naturales e internas, las inclinaciones y los usos de ellos, viera no solo con la vista corporal, sino también con la mirada de la mente, y atendiera diligentemente a cómo los llamaría, para que el nombre de cada uno concordara con su propiedad.
Y todo lo que Adán llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre. Y Adán puso nombre a todos los animales, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo.
Texto hebreo: Y todo lo que Adán llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre. Y Adán puso nombres a todos los ganados, y a las aves del cielo, y a todas las bestias del campo.
Aquí Moisés muestra maravillosamente que Adán, sin ninguna experiencia previa, tenía conocimiento natural y contemplativo de las cosas, lo que se muestra claramente en los animales, en los cuales se centra principalmente este conocimiento, diciendo: Y todo lo que Adán llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre; en lo cual muestra que los nombres dados por Adán a las cosas declaraban perfectamente sus naturalezas y propiedades. Porque imponía a las voces naturales, maravillosamente articuladas, tales significados que los nombres de los animales, a los que se dieron, eran expresivos y significativos y tenían un significado conveniente a las propiedades de los animales; lo cual no se logró por la naturaleza de las voces, sino por el juicio del que las imponía, con el máximo conocimiento, razón y sabiduría.
Y Adán puso nombres, es decir, nombres que expresaban convenientemente las naturalezas, especies y propiedades de todos los animales, es decir, ganados y... aves del cielo y... bestias del campo. Omite los peces porque no fueron llevados a él, aunque sus naturalezas podían ser fácilmente inferidas de otros animales terrestres. Se cree con mucha probabilidad que esta imposición de nombres a todos los animales fue hecha por Adán en lengua hebrea, y que esta lengua, santísima y plenísima, fue inventada y establecida por Adán, y llegó a ser usada hasta la división de las lenguas. Pues
los nombres que leemos en la Sagrada Escritura hasta ese tiempo se ven que son hebreos; de ahí permaneció en la descendencia y familia hebrea, y ha perdurado hasta nuestros días en sus descendientes, que descienden de él a través de Abraham, Isaac y Jacob según la carne.
Pero no se encontraba una ayuda semejante para Adán.
Esto ya lo explicamos anteriormente. Pero como Adán, incluso en ese estado, era un animal sociable por naturaleza, para que no careciera de dulce consuelo y no estuviera privado del queridísimo matrimonio, Moisés comienza a describir claramente cómo Dios proveyó al hombre una ayuda semejante.
Y el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán; y mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y el Señor Dios edificó la costilla que había tomado de Adán en una mujer y la llevó a Adán.
Texto hebreo: Y el Señor Dios hizo caer sobre Adán ֵמָהדְּר תַּ (tardemá), es decir, un sueño profundo.
Hay en la lengua hebrea tres palabras que significan sueño: תנומה (tnumá), שינה (shina) y תרדמה (tardemá). La primera, שינה (shina), es un sueño sin fortaleza; la segunda significa un sueño más fuerte; y la tercera, un sueño muy profundo. Aben Ezra, en su exposición de este pasaje, dice esto. Este sueño hizo caer el Señor sobre Adán, o sobre Adán, y durmió.
Los Setenta tradujeron esta palabra como ἔκστασιν (ékstasin), es decir, un estado de éxtasis, un retiro y alienación de la mente y una cierta privación de los sentidos.
Sin embargo, el intérprete caldeo traduce: Y el Señor Dios hizo caer, o arrojó, אתָּ ִשי (shita), es decir, un sueño sobre Adán: �וּדְמוּ (udmuch), es decir, y fue oprimido por el sueño, para que de uno surgiera toda la humanidad, quien sería el principio y origen de todo el género humano.
Como Dios quería proporcionar a Adán una ayuda semejante, ya que estaba privado del consuelo del matrimonio, tomó una costilla de su lado y la edificó, para que Adán no sintiera esta pérdida, el Señor hizo caer sobre él un sueño profundo. Este sueño se dice correctamente que fue hecho caer por Dios sobre Adán, ya que no fue generado por la evaporación de los alimentos, o por cualquier otra causa natural: sino que Adán fue oprimido por él con Dios como autor, para que no fuera necesario que viniera de una causa natural.
Así que, adormecido y sumido en un sueño profundo, Dios tomó una de sus costillas.
Muchos han dudado sobre este punto: si la costilla de la que fue creada la mujer era una costilla superflua en Adán o si pertenecía a la integridad de su cuerpo. Pues si esa costilla era superflua, entonces el primer hombre creado por Dios habría sido monstruoso, ya que le sobraría una costilla; pero si no era superflua, entonces es consecuente que el primer hombre habría quedado mutilado y lisiado, ya que le faltaría una costilla tomada por Dios. Ambas situaciones son inconvenientes. La respuesta casi universal a esta dificultad ha sido que esa costilla era, de hecho, superflua para ese hombre en cuanto a que era un individuo cierto, existente y subsistente por sí mismo; pero en cuanto que ese hombre era el principio del cual todo el género humano debía tener su origen y propagarse, esa costilla de ninguna manera era superflua, sino necesaria, ya que de ella debía surgir la mujer. Así, esa costilla era superflua para la hipóstasis de ese hombre, pero no era completamente superflua; sino que era similar a la semilla, que en relación al individuo es superflua, pero en relación a la especie es necesaria; pues es el principio para producir algo similar a sí mismo para la perpetuidad de la especie.
Esta respuesta ciertamente no me ha desagradado en algunos momentos; sin embargo, después de considerarlo más maduramente, no me ha parecido completamente consistente ni suficientemente conforme a la verdad. Pues basta, dice alguien, que en ese primer hombre, en cuanto era hombre, esa costilla fuera superflua, para que se considere absurdo; pues esto llevaría a que ese hombre fuera monstruoso: lo cual no debe decirse de nada en la primera condición de las cosas. Y si esa costilla no pertenecía a ese hombre según la verdad de su naturaleza particular, no podría decirse propiamente que la mujer surgió de ese hombre, ni de sus huesos. Pues ese hueso sobraba en el hombre; y no podría decirse propiamente que la mujer fue hecha de los huesos del hombre y carne de su carne: ni que se tomó una de las costillas del hombre, si esa costilla era superflua; lo cual sería contrario a las Escrituras. Finalmente, ¿por qué habría de haber rellenado Dios la carne en lugar de esa costilla, si era superflua? Ciertamente, si Dios rellenó la carne en su lugar, se debe decir que esa costilla no era superflua, o que la carne que Dios rellenó fue superflua y sobrante y que el hombre permaneció igualmente monstruoso.
Tampoco es muy semejante el caso de la semilla. La semilla es natural para el hombre, es extraída de su sangre y médulas para generar; no hace monstruoso al hombre, sino que lo inclina a generar: lo cual es naturalísimo en los animales. Sin embargo, esto no puede decirse de la costilla. Parece tanto conforme a la verdad como a la razón decir que esa costilla pertenecía a la integridad y verdad de la naturaleza de ese hombre: pues de esto no se sigue ninguna de las inconveniencias mencionadas.
Pero alguien dirá que entonces el hombre habría quedado mutilado, por ejemplo, careciendo de una costilla. Pero esto ciertamente no tiene lugar, ya que el Señor rellenó la carne en lugar de esa costilla; pues no se debe pensar que la carne puesta por Dios estaba sin hueso: como tampoco se puede afirmar que la costilla tomada estaba sin carne, pues está escrito: Este es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; declarando así que no solo el hueso era de sus huesos, sino también la carne de su carne. Si, pues, bajo la denominación de hueso, se comprende tanto el hueso como la carne de la costilla que fue edificada en la mujer, no hay inconveniente en que, a la inversa, bajo la denominación de carne se comprenda tanto el hueso como la carne, especialmente cuando bajo el nombre de carne la Escritura frecuentemente se refiere a todo el hombre. Por lo tanto, cuando la Escritura dice que Dios reemplazó la carne en lugar de la costilla, debe entenderse así, que Dios reemplazó la carne no sin el hueso, pues la carne sola sin el hueso no habría sido adecuadamente sustituida en lugar del hueso con la carne.
Entonces, Adán, sumido en un profundo sueño, con la costilla tomada de su costado y reemplazada por carne, Dios construyó... una mujer con esa costilla, en la condición de mujer. Moisés usó la palabra "construir" en lugar de "formar" o "crear": Y construyó en mujer: para que entendiéramos que la mujer no fue producida según el modo de la naturaleza, sino por el arte de Dios; por eso no fue propiamente hija de Adán, sino criatura de Dios, hecha directamente por Él.
Cómo se formó el cuerpo de la mujer a partir de esa costilla lo sabe quien la hizo. Sin embargo, se puede decir que o bien añadió otra materia consistente, o creó otra de la nada, o que, por la sola sustancia de la costilla, sin añadir nada externo, por orden de Dios y por su omnipotente poder, esa costilla se multiplicó y aumentó en sí misma, tomando mayores dimensiones y pudiendo formarse de ella el cuerpo de la mujer, mediante un milagro similar al que ocurrió cuando, de cinco panes, por la virtud celestial de Jesucristo, cinco mil hombres fueron saciados. Tampoco dudo que en la formación de la mujer Dios utilizara el ministerio de los ángeles.
La mujer, una vez formada, fue llevada por el Señor a Adán como su compañera y esposa. Por eso la formó de una costilla, no de la cabeza ni del pie: porque Dios dio la mujer al hombre no como una señora o una sierva, sino como una esposa y compañera. Dice que el Señor llevó a la mujer a Adán, porque Él fue el autor de que la mujer viniera al hombre, quien inspiró en ella ese mismo deseo y le infundió el impulso de acercarse a aquel de quien fue tomada, como a su marido y esposo inseparable. Por lo tanto, Dios, como conciliador del hombre y la mujer y padrino de su matrimonio, llevó a la mujer al hombre; a quien, reconociendo que era de sí mismo, y como esposa gratísima dada por Dios, amó y estimó mucho. De ahí se sigue:
Y dijo Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne: ella será llamada mujer, porque fue tomada del hombre. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y serán una sola carne.
Texto hebreo: Y dijo Adán: esta vez es hueso de mis huesos y carne de mi carne, por eso será llamada השָּׁ ִא (ishá), mujer, porque fue tomada del שִׁאי (ish), hombre.
Nuestro intérprete tradujo: Ella será llamada virago, porque fue tomada del hombre, en hebreo se dice para hombre: שׁאִי (ish), y para mujer: השָּׁ ִא (ishá); del mismo modo que la mujer fue tomada del hombre, así el nombre de la mujer fue tomado del nombre del hombre. Esto no puede hacerse en ninguna otra lengua, lo que demuestra que ningún intérprete ha traducido adecuadamente este pasaje.
Los Setenta tradujeron este pasaje así: Αυὕτη κληθήσεται γυνή, ὅτι ἐκ τοῦ ἀνδρὸς αὐτῆς ἐλήμφθη: Esta será llamada mujer, porque fue tomada de su hombre; lo cual no parece tener ninguna secuencia.
El intérprete caldeo también tradujo este pasaje: ֲארֵי ְקרֵי ִא ְתתא ִי ְת ְלדָא דָא׃ ָבא ְנ ִםי ָלהּ ַב ְﬠ ִמ : Esta será llamada mujer, porque fue tomada de su hombre.
Nuestro intérprete derivó virago de hombre.
Esto no se hizo por ignorancia de los intérpretes, sino porque los diferentes idiomas no pueden imitar exactamente este hebreo. Y de aquí el rabino Salomón argumenta que el mundo fue creado en la lengua sagrada. El rabino Aben Ezra interpreta así esto que se dice: Esta vez es hueso de mis huesos: "Entonces dijo: esta vez encontré una ayuda frente a mí, similar a mí, porque es de mí."
Nosotros, sin embargo, lo interpretamos de otra manera. Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne: esto es, que en esta ocasión únicamente se hace, que una ayuda semejante al hombre se edifique del hombre solamente, en lugar de nacer; pues en adelante los cónyuges se unirán mediante la propagación natural de la semilla. A la vez, se debe notar que Adán sobrenaturalmente supo que la mujer fue formada de él. De ahí que habló proféticamente; pues tan pronto como dijo: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne —lo que nos enseña que la mujer fue formada no solo del hueso del hombre, sino también de su carne,— ella será llamada virago, o vira, porque fue tomada del hombre —es congruente que, si la mujer fue edificada de la sustancia y naturaleza del hombre, su nombre también se derive del del hombre; y aquellos cuya naturaleza es la misma, tengan el mismo nombre; y así como son diferentes en sexo, tengan también alguna diferencia en el nombre; —luego añadió la profecía, diciendo: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa.
Estas palabras prescriben y prohíben de parte de Dios el sagrado matrimonio y el sacramento del Matrimonio. Pues Dios es quien pronunció estas palabras por la boca de Adán, como nuestro Señor Cristo expresó en Mateo, diciendo: ¿No habéis leído que el que los hizo desde el principio, los hizo hombre y mujer, y dijo: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne? ... Por tanto, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe.
Sin embargo, esta separación no debe entenderse en cuanto al amor hacia los padres: pues siempre se debe amar y honrar a los padres; sino que se debe entender en cuanto a la cohabitación. Por lo tanto, el traductor caldeo correctamente tradujo: Por esto dejará el hombre la casa del lecho de su padre y de su madre, y se unirá a su esposa. Pues el hijo, al casarse, ya no está obligado a vivir con sus padres, sino con su esposa, y debe proveer las necesidades de la vida para sí mismo y para su esposa y la familia común; incluso si los padres sufren necesidades y dificultades, está más obligado a su esposa y familia que a sus padres; si no puede asistir a ambos, debe proveer a su esposa y familia antes que a sus padres. Por lo tanto, los deberes debidos a la esposa se consideran prioritarios sobre los deberes hacia los padres, si no se pueden cumplir simultáneamente.
Y serán una sola carne, o según el hebreo: Serán en una carne. Este pasaje ha sido interpretado de diversas maneras por los doctores, tanto hebreos como latinos. Algunos latinos y el rabino Salomón lo han interpretado de tal manera que entienden por esta carne a la prole, para cuya procreación se unen el hombre y la mujer, y en la que su carne se convierte en una. Otros, con los que concuerda Aben Ezra, lo han interpretado de tal manera que cuando el hombre se une y está ligado a la mujer desposada con él en matrimonio según la carne, ambos se convierten en una sola carne, como lo fueron Adán y Eva desde el principio; para que el sentido sea: Se unirá a su esposa legítima mediante la unión carnal, y de esta unión resultará que sean dos en una sola carne, haciendo el matrimonio válido e indisoluble. Pues esta unión tiene por naturaleza, debido al consentimiento al que asiste Dios, hacer de dos personas una sola carne, creando un vínculo indisoluble; de ahí que ese serán es una orden y prohibición de la voluntad divina, de modo que cuando se unan legítimamente por la voluntad de Dios mediante el sacramento del Matrimonio, sean indisolubles como una sola carne, y cada uno tenga derecho sobre esa carne.
Dado que el hombre y la mujer se han convertido en una sola carne, no pueden separarse ni unirse a otra carne; pues es propio de una sola carne que las partes se deben apoyar, nutrir y ayudar mutuamente, y no separarse ni unirse a otra carne; ya que las partes de un individuo deben ser incomunicables a otro individuo. Por lo tanto, está claro que este pasaje no aprueba la pluralidad de esposas por parte de Dios, sino que más bien la prohíbe, y que el divorcio siempre debió ser ilícito, como el Señor dijo: "Lo que Dios ha unido, que el hombre no separe." Sin embargo, estas cosas fueron permitidas en algún momento por Moisés debido a la perversidad de los hombres y la dureza de corazón de los judíos.
Además, es necesario saber que esta unión y adhesión natural del hombre a la mujer lleva consigo esta deuda de ser una sola carne, de manera que no solo en el matrimonio legítimo, sino también en la unión adúltera y meretricia, quien así se une, se convierte también en una sola carne, según lo testifica el Apóstol, quien dice: "¿No sabéis que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Pues serán, dice, dos en una sola carne." No porque en el lugar que cita se hable del comercio y la adhesión con una ramera, sino porque tal unión por su naturaleza lleva eso consigo; y por tanto, incluso en la ramera se establece esa deuda, de modo que quien se une a ella ya está obligado a no poder ser de otra, ya que se ha convertido en un solo cuerpo con ella; y a su vez, no puede estar con ella, en cuanto al uso se refiere, sin pecado, ya que Dios no aprueba, sino que reprueba tal unión y no la asiste, sino que la opone. Por lo tanto, quien así se une contra la ley de Dios incurre en dos cosas: primero, que se convierten en una sola carne, y así se contrae una afinidad perpetua, que prohíbe a cualquiera de ellos unirse con los parientes del otro, para no cometer incesto; segundo, ya que Dios no asiste a esa unión, tan lejos está de que se contraiga una deuda mutua, el mismo derecho de uno sobre la carne del otro, y por tanto se vean obligados a servirse mutuamente en la obra de la carne, que pecan cada vez que se unen más allá de ese punto, a menos que con un consentimiento verdadero se unan en el vínculo matrimonial; de lo contrario, no son una sola carne, en cuanto a esta consideración, de manera verdadera y legítima, sino de facto furtivamente y sin la aprobación del Señor. Sin embargo, se consideran una sola carne por derecho, ya que de esa adhesión se contrae una afinidad perpetua; y en realidad, por la fuerza y naturaleza misma de la cosa, deberían perder la capacidad de contraer matrimonio universal. Sin embargo, dado que sería un grave peligro si fueran prohibidos de casarse y forzados a contraer matrimonio con la ramera, se permitió por indulgencia que cualquiera pudiera contraer matrimonio: pero no con los parientes del otro debido a la afinidad contraída, que dura en su odio, como enseñan las leyes canónicas. Gran es la fuerza de esa adhesión en las palabras del Señor: "Se unirá a su esposa y serán dos en una sola carne." Aquí dejo el misterio, que el Bienaventurado Apóstol llama grande en Cristo y... la Iglesia; pues en su lugar adecuado, con la ayuda de Dios, lo examinaremos.
Y estaban ambos desnudos, Adán y su esposa, y no se avergonzaban.
El rabino Salomón dice que “no se avergonzaban porque no conocían el camino de la vergüenza para discernir entre el bien y el mal; y aunque se le dio conocimiento para nombrar a los animales, no se le dio mala concupiscencia, hasta que comieron del árbol y en ellos entró la mala concupiscencia, y conocieron la diferencia entre el bien y el mal”. Josefo cree que esta falta de vergüenza en los primeros padres se debió a la simplicidad y a la falta de conocimiento, como ocurre en los niños, que no se sonrojan por la desnudez debido a la carencia del uso de la razón.
Nosotros, sin embargo, creemos que Adán estaba lleno de todo conocimiento y especialmente de los asuntos naturales, ya que puso nombres a todos los animales; y por lo tanto, esto no ocurrió por simplicidad, sino por la condición del estado de inocencia y por el excelso don de la justicia original, con el cual los primeros padres fueron dotados por Dios.
Afirmamos que este don se manifestó principalmente en los primeros padres en este pasaje, donde se mencionan dos cosas casi incompatibles: la desnudez y la falta de vergüenza. Pues la desnudez naturalmente causa rubor en el hombre, como ahora experimentamos, privados de esa justicia. Porque en esos miembros se muestra claramente la desorden y la falta de control, que refrenaba la carne y la cohibía para no alzarse contra el espíritu. Sin embargo, el hombre, aunque no enseñado por otro hombre, reconoce por alguna fuerza de la razón innata esta indignidad en sí mismo y se ve obligado a avergonzarse, si acaso se muestran aquellas partes que merecidamente se llaman vergonzosas. Parecería que se revela la torpeza y el pecado latente en ellas; pues el hombre sabe que es así, aunque no sepa por qué. Este conocimiento retiene al hombre de aquellas acciones que de otra manera serían lícitas y sin pecado; pues el oficio del matrimonio no puede ejercerse en público sin la mayor impudencia, sino en secreto, debido a la vergüenza innata de la propia torpeza del asunto; y no se puede encontrar a nadie tan desvergonzado e impúdico que pueda declinar este instinto natural abiertamente.
Por lo tanto, como los primeros padres en ese estado felicísimo no reconocían en su desnudez ninguna causa de vergüenza en ellos mismos, esto se debía ciertamente al don de la justicia original que cubría maravillosamente esa desnudez. Pues no podía suceder de ninguna manera por ignorancia y desconocimiento, ya que eran sapientísimos: sino por la tranquilidad y la purísima integridad e inocencia de la carne, que, mediante esa justicia, estaba de acuerdo con la razón y de ningún modo adversa al espíritu. Así, cuando estaban desnudos - no porque carecieran de vestiduras, sino porque, no necesitando vestiduras de ningún modo, no estaban vestidos - no se avergonzaban; pues estaban espléndidamente vestidos con el decoro de esa justicia, que si hubieran conservado perpetuamente, nunca habrían necesitado vestiduras ni para cubrir sus partes íntimas, ya que aquellas que ahora son vergonzosas por el pecado, entonces no lo habrían sido: ni para protegerse del frío o de la intemperie, ya que no habrían sufrido ningún daño ni lesión.
Dado que nuestro discurso ha llegado hasta aquí, parece oportuno discutir algo sobre este don de la justicia original, al cual el Sabio llama rectitud, diciendo: Dios creó al hombre recto desde el principio, es decir, dotado de justicia original. Para no prolongar nuestro discurso, debemos considerar tres puntos: qué es la justicia original; en qué parte del alma se encuentra; y cuál es su principal efecto.
Primero, este don de Dios no era una gracia que hace agradable a la persona, es decir, la caridad, sino una gracia gratuitamente dada, separable de la caridad. Esto lo probamos así: cuando la mujer, ya sea por el hombre o directamente por Dios, recibió el mandato de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, como ella misma testifica diciendo: Dios nos mandó no comer del fruto del conocimiento del bien y del mal: ciertamente cuando comió del árbol prohibido, transgredió el mandamiento y se privó de la gracia y la caridad; sin embargo, no perdió el don de la justicia original hasta que después de ello el hombre, al degustar el árbol prohibido, transgredió el mandato divino. Pues el don de la justicia original se manifiesta principalmente en que, aunque estaban desnudos, no se avergonzaban. Por lo tanto, cuando la mujer, habiendo ya degustado el fruto, no reconoció su desnudez ni se avergonzó, claramente había perdido la gracia y la caridad por la transgresión del mandamiento, pero la justicia original, aunque por derecho perdida, de hecho aún permanecía. Pero cuando el hombre también comió el fruto prohibido ofrecido por la mujer, ambos fueron despojados de ese don y se dieron cuenta de que estaban desnudos y se avergonzaron.
Y ciertamente, cuando perdieron ese don, ya estaban privados de la gracia y la caridad; pues lo perdieron por la comida: pero la gracia la perdieron por el acto interior de dar el consentimiento, con la voluntad ya desordenada y apartada de Dios, incluso antes de comer o de extender la mano al fruto prohibido. De esto se deduce claramente que la justicia original no era una gracia que hace agradable a la persona, es decir, la caridad, sino una gracia gratuitamente dada, separable de la caridad y la gracia, ya que se observa claramente que perseveró por un breve tiempo en esos primeros padres, aunque privados de la gracia por el consentimiento malvado y la desordenación de la voluntad, hasta la consumación del pecado ya concebido por el consentimiento.
En segundo lugar, ¿en qué parte del alma se encontraba este don? Algunos creen que este don estaba situado en la parte superior del alma, ya que se llama justicia, de la cual carece la parte inferior; pues la justicia realmente tiene a la voluntad como sujeto. Sin embargo, yo creo que estaba situada en la parte inferior del alma.
Positivo y privativo tienen el mismo sujeto. Pues esa enfermedad y raíz del pecado: esa concupiscencia de la carne contra el espíritu: ese cuerpo de muerte, que aflige y agrava la mente y el hombre interior: esa ley de los miembros que lucha contra la ley de la mente, están ciertamente en la parte inferior del alma. Por lo tanto, también el freno de esa concupiscencia, la tranquilidad de la carne, la ley santa de los miembros, la paz de la carne con el espíritu y la obediencia de los sentidos y del hombre exterior al interior y a la mente, deben situarse en esa parte.
Y esto me convence especialmente porque, cuando Adán fue dotado por Dios con este don, lo recibió para sí y para toda su posteridad.
Por lo tanto, si hubiera conservado ese excelentísimo don, que perdió con grave perjuicio suyo y de todos nosotros, todos sus descendientes habrían sido dotados con ese don por una especie de sucesión natural y hereditaria, recibiéndolo de los padres de quienes se propagaban y recibían la existencia de la naturaleza. Pero las cosas situadas en la parte superior del alma no se reciben por naturaleza ni por sucesión hereditaria de los padres y progenitores, sino que emanan e infunden directamente por creación de Dios a la mente y la razón.
La justicia, con toda razón, se llama así porque era una ley y regla muy recta y equitativa de los miembros y de las fuerzas inferiores del alma, mediante la cual los sentidos y todas las fuerzas inferiores se regulaban para no levantarse, luchar contra la razón ni actuar o desear algo contra el juicio de la mente y la razón; de modo que la mente y la razón podían gobernar felizmente esas fuerzas, no solo sin oposición ni rebelión, sino también obedeciendo fácil y placenteramente, y deleitarse con su obediencia gratísima. Así como ahora, por su rebelión, siente una gran pérdida y molestias y una gran tristeza, porque esas fuerzas se han liberado de ese freno, desprovistas de una ley y regla tan recta y equitativa; por lo tanto, como indómitas y desenfrenadas, se rebelan contra el espíritu y la mente, se levantan y luchan contra él, y con continuas guerras y toda clase de pasiones malvadas, se envalentonan contra él: y nosotros, desdichados, si no fuera por la gracia de Dios a través de Jesucristo, estaríamos liberados de este cuerpo de muerte.
Tercero, debemos considerar el efecto de esta justicia. El efecto principal y más importante de esta justicia original, según la opinión de muchos, fue la ordenación de la voluntad hacia Dios. Esto no me parece suficientemente convincente: creemos que esta ordenación de la voluntad hacia Dios fue un don de la gracia que hace agradable a la persona y de la caridad, como lo es ahora. Pues, como se ha visto anteriormente, dado el consentimiento de la mujer para comer el fruto prohibido, su voluntad, sin duda alguna, ya estaba desordenada y apartada de Dios; sin embargo, no perdió la justicia original de facto, aunque de iure, hasta que el hombre también comió y se dieron cuenta de que estaban desnudos y se avergonzaron. Por lo tanto, antes de perder la justicia original, ya habían perdido la gracia y tenían la voluntad desordenada y apartada de Dios, infectada y corrompida por la gravísima mancha del pecado.
Sin embargo, no se debe decir que la justicia original pudiera perdurar algún tiempo sin este efecto principal; pues así como ahora la gracia, cuya propiedad es mantener la voluntad ordenada y agradable a Dios, no puede coexistir ni por un momento con el pecado y la desordenación de la voluntad, tampoco la justicia original podía hacerlo.
Dado que la ordenación de la mente y la voluntad hacia Dios es un don superior y más excelente, es decir, de la gracia y la caridad, que hacía al alma querida, agradable y amiga de Dios; afirmamos que el principal don de la justicia original era rendir perfecta tranquilidad y armonía entre el sentido y la razón, frenando y controlando esa ley que en nuestros miembros se opone a la ley de nuestra mente, no para eliminar por completo las pasiones del alma según la parte sensitiva, sino para evitar que se levantaran o lucharan contra la razón. En ese estado no habrían existido la ira y el dolor, la vergüenza y el miedo, el tedio con pavor, y cualquier cosa que causara aflicción.
Por lo tanto, la perfecta tranquilidad en el alma con respecto a todas sus facultades fue el principal efecto de la justicia original: de tal manera que los sentidos y las fuerzas inferiores no se inclinarían hacia sus placeres en contra o por encima del juicio de la parte superior y la ley de la razón recta y los límites preestablecidos; o si el apetito se inclinaba hacia algo placentero, en lo cual era natural deleitarse, podría ser placenteramente retraído por la mente y la razón, sin ninguna dificultad por parte de la superior ni tristeza de la inferior; porque el sentido mismo y las fuerzas inferiores, debido a este don de la justicia original, obedecerían placenteramente a la mente y la razón, y se deleitarían en la ley de Dios según el hombre interior.
Hay otro efecto de la justicia original, también principal y particular; a saber, la inmortalidad del cuerpo, por la cual el hombre hubiera poseído el don de no experimentar nunca la muerte, a pesar de su naturaleza mortal. No es que le concediera la imposibilidad de morir, sino la potestad de no morir; esto revestía al hombre de una solidez perpetua, de modo que nunca sería fatigado por ninguna enfermedad, ansiedad, debilidad o el cansancio de la vejez. Pues preservaba el cuerpo de la intemperie de los humores, que siempre y junto con ellos, las virtudes de los elementos y sus acciones mutuas, se templaban con una proporción maravillosa y una templanza muy equitativa y pacífica. Por lo tanto, todas las enfermedades se alejaban, y mediante los alimentos del árbol de la vida, las virtudes naturales del humor radical, consumidas y perdidas por la virtud del calor natural, se restauraban, de modo que nunca se disminuiría el vigor de sus fuerzas, ni sería afectado por el hambre o la sed, ni fatigado por la debilidad del cuerpo, ni agobiado por el cansancio de la vejez. Por esta justicia también, siempre habría gozado del lugar más ameno del paraíso terrenal y de toda su abundancia de delicias; y tanto por la providencia vigilante de Dios, como por la cuidadosa y prudente custodia de los ángeles, siempre habría sido seguro en todos sus caminos para que no le sobreviniera la muerte de ninguna manera por cualquier daño externo. Por lo tanto, con el don de la inmortalidad, habría vivido siempre feliz y gozoso, nunca sujeto a ninguna miseria o calamidad, lleno de toda felicidad. Esto sobre la justicia original sea suficiente.