Versículos 28 - 31

Texto Hebreo: Y vivió Lamec dos y ochenta años y cien años, y engendró un hijo y llamó su nombre Noé, diciendo: Este nos hará descansar de nuestra obra y del trabajo, o dolor, de nuestras manos en la tierra que Dios ha maldecido. Y vivió Lamec, después de engendrar a Noé, cinco y noventa años y quinientos años, y engendró hijos e hijas. Y todos los días de Lamec fueron siete y setenta años y setecientos años.

Los Griegos tienen este pasaje muy diferente. El Texto Griego dice que Lamec vivió ciento ochenta y ocho años antes de engendrar un hijo; y después de haber engendrado, vivió quinientos sesenta y cinco años, y todos los días de Lamec fueron setecientos cincuenta y tres años. Sin embargo, la Verdad Hebrea y el Traductor Caldeo tienen lo que está en nuestra Edición.

De esta permutación de años en esta genealogía hecha por los Setenta Intérpretes, se han seguido algunos inconvenientes de importancia. Pues, según el verdadero cómputo de años, que se encuentra en estas generaciones tal como en la Verdad Hebrea y nuestra Vulgata, sólo se cuentan mil seiscientos cincuenta y seis años; si se cuentan según la Traducción de los Setenta, serán dos mil doscientos cuarenta y dos años. Para verlo claramente, no estará de más enumerar aquí los años de cada generación, tanto según la Verdad Hebrea y nuestra Edición, como según la Traducción de los Setenta.

Años desde la creación de Adán hasta el diluvio: Según la Verdad Hebrea y Nuestra Edición: Según la Traducción de los Setenta:
Adán vivió años y engendró 130 Adam vivió años y engendró 230
Set: vivió años y engendró 105 Set: vivió años y engendró 205
Enós: vivió años y engendró 90 Enós: vivió años y engendró 190
Cainan: vivió años y engendró 70 Cainan: vivió años y engendró 170
Malaleel: vivió años y engendró 65 Malaleel: vivió años y engendró 165
Jared: vivió años y engendró 162 Jared: vivió años y engendró 162
Enoch: vivió años y engendró 65 Enoch: vivió años y engendró 165
Matusalén: vivió años y engendró 187 Matusalén: vivió años y engendró 167
Lamec: vivió años y engendró 182 Lamec: vivió años y engendró 188
Noe: vivió años y vino el diluvio en el año sexcentésimo de la vida de Noe. 600 Noe: vivió años y vino el diluvio en el año sexcentésimo de la vida de Noe. 600
Suma Total 1656 Suma Total 2242

En el cómputo de los años del siglo, se encuentran muchos más según la Traducción de los Setenta, que de acuerdo con la Verdad (Hebrea).

Lamec vivió ciento ochenta y dos años, y engendró un hijo, Noé, el justo. Pues también él era muy justo e íntegro, y un hombre perfecto, de vida singularmente contenida: ya que durante cincuenta y dos años más que Adán llevó una vida célibe, contenida e incorrupta. Por lo cual, con un mérito singular en virtud de sus obras, rebosando de sabiduría celestial, inspirado por el Santo Espíritu y el Divino Espíritu, al engendrar un hijo, profetizó diciendo:

"Este nos consolará de nuestros trabajos y del esfuerzo de nuestras manos en la tierra que el Señor maldijo."

Pues más arriba, debido a la transgresión del primer hombre, se dijo en la sentencia divina: "Maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida." A esto alude este santo hombre, diciendo que este hijo los consolará de esos trabajos y dolores, haciéndolos descansar de esas cargas laborales.

Algunos refieren esta predicción de Lamec a la reparación del mundo. Sin embargo, muchos de los hebreos dicen que Noé inventó el arado, para que los animales araran la tierra y los hombres descansaran de las dolorosas cargas laborales, ya que antes solo cultivaban la tierra con las manos. ¿Pero cómo pudo Lamec saber esto cuando el niño apenas había nacido? Seguramente, solo a través de una revelación. Pero, ¿era tan digna la cosa como para que Dios revelara el arte de arar?

El Rabino Abrabanel expone este pasaje así: "Ya que a Adán se le dijo: 'Maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste tomado': y Adán vivió novecientos treinta años; por lo tanto, cuando nació Lamec, padre de Noé, Adán aún vivía: ya que desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Lamec solo transcurrieron ochocientos setenta y cuatro años. Por lo tanto, dado que Adán vivió novecientos treinta años, es evidente que vivió hasta el quincuagésimo sexto año de la vida de Lamec. Todos, pues, los que se mencionan en esta genealogía desde Adán hasta Noé, nacieron antes de la muerte de Adán; solo Noé nació después de su muerte. Observando esto, Lamec, al nacerle este hijo, dijo: 'Si Dios maldijo la tierra por causa de Adán, para que solo produjera fruto si se trabajaba y cultivaba hasta su muerte, ciertamente, dado que este hijo es el primero en nacer después de su muerte, él nos consolará, nos hará descansar de estos trabajos.'"

Por lo tanto, creo que estas palabras deben entenderse así: toda la esperanza de vida, toda nuestra consolación está puesta en este único hijo; él sobrevivirá a todos nuestros trabajos, que hemos soportado tanto en el engendramiento, como en la crianza y educación de los hijos, y a todas nuestras obras, que hemos realizado; todas las demás serán destruidas por la maldición con la que Dios maldecirá toda la tierra, devastándola con las aguas del diluvio; él solo quedará y sobrevivirá: él solo será salvado y por él toda la humanidad será restaurada. Estas palabras, si se entienden así, ciertamente fueron dignas de ser reveladas por Dios.

Después de engendrar a este hijo, del cual se habló tanto, Lamec vivió quinientos noventa y cinco años más, y cerró su último día, habiendo vivido setecientos setenta y siete años. Murió cinco años antes del diluvio y en el mismo número de años murió antes de que su padre Matusalén cerrara los ojos; pues Matusalén murió en el año del diluvio.

Dicen los hebreos que Lamec murió antes de su tiempo, por obra de Dios; pues la muerte le convenía más que la vida, para no ver aquella extrema y miserable perdición y destrucción de todos los hombres en las amarguísimas aguas del diluvio. Y quizás, habiendo recibido una revelación especial de Dios acerca de esto, este piadosísimo hombre imploraba a Dios con gemidos inenarrables, pidiendo cerrar su último día antes de que sobreviniera esa severísima pero no menos justísima plaga. Y fue escuchado por su reverencia y cerró los ojos, antes de ver tan gran mal.

Noé, cuando tenía quinientos años, engendró a Sem, Cam y Jafet.

Texto Hebreo: Y Noé tenía quinientos años, y engendró Noé a Sem, Ham y Jafet.

Noé, el décimo desde Adán, nació siendo un hombre íntegro y perfecto, así como el número diez es el número más perfecto. Fue un hombre de gran y admirable virtud, continencia y humildad; pues hasta el año quinientos de su vida permaneció en la casa de su padre como un hijo humilde, sumiso y sujeto a su padre. Se dice: "Noé tenía quinientos años, y engendró Noé". Observa la excelencia admirable de su virtud y continencia, en la que superó con creces a todos sus padres. De hecho, todos los que lo precedieron en edad, aproximadamente al año cien más o menos, todos antes del año doscientos contrajeron matrimonio con mujeres; pero él, hasta el año quinientos, postergó, llevando una vida completamente célibe y celestial entre los hombres, y estos eran muy malvados y criminales, conduciéndose santamente.

Y no creo que se casara sino por indicación de Dios, ya que Dios le reveló que a través de él salvaría a la raza humana. Pues al ver Dios la maldad, dijo: "No permanecerá mi espíritu en el hombre... porque es carne; y sus días serán ciento veinte años." Entonces ordenó a Noé que construyera el arca. En ese momento, aún célibe, llevaba una vida libre de la corrupción de la carne, y entonces pienso que fue avisado por Dios para que tomara esposa y procreara hijos, a partir de los cuales la raza humana se difundiría ampliamente; y nunca quiso casarse antes de la indicación de Dios.

Sabía, pues, que si él tomaba esposa alrededor del año cien, habría muchos años hasta el diluvio; y entonces podría haber visto a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta la tercera y cuarta generación; de entre los cuales muchos, fuertes por la fortuna, impíos y criminales, como eran los hombres de aquella generación, existirían, los cuales no eran dignos de ser salvados de las aguas inundantes del diluvio. ¿Y si iban a perecer? ¿Para qué, decía él, engendrar hijos que morirían de una muerte tan miserable ante sus ojos? Además, si hubiera engendrado al tiempo acostumbrado de los padres anteriores, sin duda habría engendrado muchos hijos e hijas, y no podría haberse conservado tanta multitud durante el tiempo que duró el diluvio, junto con tantas especies de animales. Por lo tanto, la providencia de Dios cuidó de que Noé postergara el matrimonio hasta el año quinientos.

En ese año se dice que engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Quizás estos hijos no nacieron en el orden en que se sitúan en la Sagrada Historia. Pues si Sem fue el primogénito, debía tener cien años cuando el diluvio llegó: ya que en el año seiscientos de Noé vino el diluvio, y en el año quinientos de su vida engendró. Pero cuando engendró a su hijo Arfaxad tenía cien años, dos años después del diluvio. Por lo tanto, Sem no nació en el año quinientos de la vida de Noé, sino dos años después. Pero como dice la Escritura que Noé tenía quinientos años cuando engendró a sus hijos, queda claro que hubo alguien mayor que él y que no era el primogénito.

Algunos de los hebreos dicen que fue puesto en primer lugar porque nació circuncidado. Pero eso es ficticio. Decimos entonces que debido a su virtud eminente y la excelencia de sus méritos, se le otorgó el primer lugar en la Sagrada Escritura. Pues él fue Melquisedec, rey de Salem..., sacerdote del Dios altísimo; de él descendieron los patriarcas más santos; de él provino el pueblo elegido, y finalmente Cristo Jesús, sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, nacería. Esto es similar a lo que sucedió con los dos hijos de José, Manasés y Efraín; pues el menor, Efraín, fue puesto por encima del mayor y se le dio la primogenitura, porque se convertiría en una gran nación.

No estará de más investigar en este momento la razón por la cual los hombres de esta primera generación, desde Adán hasta Noé, vivían tanto tiempo, casi mil años. Algunos desprecian completamente cualquier razón para esto, pensando que en esta genealogía no se trata de años solares, sino lunares. Pues dicen que Moisés, quien fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, tomó los años según la costumbre de esa nación, que determinaba el año por el curso de la luna, entre los cuales se dice que algunos vivieron mil años. Pero de hecho, los egipcios usaban el año solar incluso antes de los tiempos de Moisés. Pues los astrónomos más sabios de Egipto, antes de la invención de la escritura, designaban el año con sus jeroglíficos por un dragón devorando su propia cola, dibujado en forma de círculo, porque

"el año se desliza por sus propias huellas":

de donde el año es llamado anillo, como si regresara sobre sí mismo; pues se enrolla en los meses que corren hacia sí y se conduce y renueva a sí mismo.

Otros soñaron con años trimestrales de los arcadios, para disminuir la vida de esos antiguos padres longevos. Pero ciertamente, de esto también se derivan muchos inconvenientes y no escapan por completo. Pues se dice que Jared vivió novecientos sesenta y dos años. Si estos son años trimestrales, es evidente que vivió doscientos cuarenta años y seis meses, que se completan en los circuitos del sol. Similarmente, Matusalén vivió novecientos sesenta y nueve años, que, si son años trimestrales, se convierten en doscientos cuarenta y dos años solares y tres meses. Esta edad no está muy lejos de nuestros tiempos.

De los sueños de aquellos que sostienen esta opinión también se derivan muchos inconvenientes. Claramente, cuando Sale se describe engendrando a Heber, tenía treinta años; lo cual, si son años trimestrales, solo habría tenido siete años solares y seis meses. Sin embargo, la naturaleza no otorga a un hombre la capacidad de engendrar antes del decimocuarto año. Luego, cuando se anunció el nacimiento de Isaac a Abraham y Sara, Sara rió... diciendo: "¿Después de haber envejecido, y mi señor es viejo, tendré placer?"... Pues ambos eran viejos, de avanzada edad, y Sara ya no tenía el ciclo de las mujeres. Pero ciertamente, cuando al año siguiente nació Isaac, Abraham tenía cien años y Sara noventa; lo cual, si no fueran años solares comunes, sino años trimestrales, Sara habría tenido veintidós años y seis meses, y Abraham veinticinco años. ¿Pueden llamarse viejos y de avanzada edad a personas que apenas tienen treinta años?

Asimismo, cuando murió en buena vejez, avanzado en años y lleno de días, tenía ciento setenta y cinco años, que, si hubieran sido años trimestrales, habrían sido solo cuarenta y tres años y nueve meses. Por lo tanto, todos los días de la vida de Abraham habrían sido cuarenta y cuatro años en total. ¡Una vejez realmente admirable! Pues David dice: "Los días de nuestros años... setenta años, y si en los más robustos, ochenta años; y su fortaleza es molestia y trabajo." Entonces, Abraham no alcanzó la vejez si se dice que murió en buena vejez; a menos que digas que David también se refería a años trimestrales: pero entonces la larga vida de los hombres se cerraría alrededor del vigésimo año.

Por lo tanto, esta ficción no puede sostenerse a menos que queramos derribar toda la serie de la Escritura y confundir todos los tiempos. Pues, cuando se cuenta desde la creación del mundo hasta el diluvio, mil seiscientos cincuenta y seis años según la Verdad Hebrea, si estos fueran años trimestrales, solo habrían sido cuatrocientos catorce años solares, y así, desde el comienzo del mundo hasta los tiempos de Cristo, apenas habrían transcurrido mil años. Por lo tanto, no deben contarse como años trimestrales o lunares los que se enumeran en esta genealogía y las siguientes, sino solares, que constan de doce meses, cincuenta y dos semanas más un día, y trescientos sesenta y cinco días y un cuarto: al completarse, el sol vuelve a los mismos lugares de las estrellas.

Muchos otros creen, o más bien sueñan, en otros años, diciendo que diez de esos años que se cuentan en esta genealogía hacen uno de los nuestros. Y por esta razón, dicen que los Setenta añadieron cien años antes de la generación: por ejemplo, cuando se dice que Adán vivió ciento treinta años, ellos tradujeron doscientos treinta; pues ciento treinta años de ese tipo no constituyen más que trece de los nuestros. Sin embargo, un hombre de trece años no es apto para engendrar; y en la generación de Matusalén, quien se dice que vivió ciento ochenta y siete años antes de la generación, no añadieron cien años, porque un hombre de dieciocho años es capaz de engendrar. Pero la Escritura no conoce este tipo de años, ni debe de ninguna manera aprobarse esta opinión.

Por lo tanto, dado que aquellos años que se dice que vivieron esos antiguos patriarcas fueron solares, o años completos, es justo investigar la razón por la cual llevaron una vida tan longeva en la tierra. Algunos de los hebreos, como refiere el Rabino Abrabanel, proponen dos causas para este asunto: una natural y otra mística y divina. La primera causa natural, dicen, fue una buena dieta, ya que comían alimentos simples, frutas, y bebían agua pura, no vino, ni comían carne; además, los alimentos más simples, como dicen los médicos, contribuyen a una vida más larga; los alimentos más compuestos disminuyen la vida. La segunda razón es que practicaban el coito con mujeres de manera muy moderada y contenida: ya que todos celebraban matrimonios alrededor del centésimo año; y la continencia favorece mucho la longevidad. La razón mística asigna la voluntad divina, que dispuso y quiso que vivieran tanto tiempo, tanto para que la raza humana se difundiera más rápidamente como para que pudieran descubrir y ejercer ciencias y artes y enseñarlas a la posteridad.

Algunos de los nuestros proponen dos causas más numerosas para este asunto. Nosotros, habiendo expuesto las causas de la longevidad en general, responderemos a la pregunta planteada.

La causa original de la longevidad de los seres vivos es una constitución óptima, que surge de la mezcla de los cuatro cuerpos simples junto con la proporción y armonía de sus fuerzas primarias, es decir, las cualidades del calor, el frío, la humedad y la sequedad. Entonces, la constitución es óptima cuando la combinación y la proporción de los elementos están equilibradas; pues no hay ninguna combinación inconveniente en la mezcla proporcionada de las cualidades primarias.

No hablo en términos generales de las cualidades primarias y las motivas, como son el peso y la levedad, y las alterativas, que son las que mencioné anteriormente; pues es imposible que esto se dé, ya que repugna a la razón: un grado tan alto de frío produce más gravedad que una cantidad equivalente de calor produce levedad; de hecho, menos frío produce más gravedad que una mayor cantidad de calor produce levedad. Para que haya igualdad en las motivas, debe haber un exceso en las alterativas, y si hay igualdad en estas, habrá exceso en aquellas. No hablo de las cualidades motivas. Aunque en estas pueda darse una igualdad en cuanto a peso, ya que pueden intensificarse o disminuirse sin que en cada lugar el compuesto se mantenga - pues si se colocara en el lugar del fuego, descendería, porque el agua, el aire y la tierra prevalecerían, sin que nada en toda su esfera se opusiera al fuego: y si se pusiera en el aire, la tierra y el agua prevalecerían, ya que solo el fuego resistiría, sin que nada en su esfera se opusiera al aire: dos iguales vencerían a uno igual a cada uno de ellos y el compuesto descendería; de igual manera, si se pusiera en la tierra, ascendería por el agua, ya que solo la tierra resistiría, mientras que el aire y el fuego prevalecerían, sin que nada en su esfera se opusiera al agua: si se pusiera en la frontera de ambos, es decir, del agua y el aire, resistiría: entonces, las resistencias de ambos serían iguales - en los animales no puede haber tal mezcla; pues el alma no podría dominar tal masa, ni sería adecuada esa mezcla para las operaciones vitales y animales.

Hablo, sin embargo, de la mezcla de las cualidades primarias, que se llaman alterativas; y esta puede ser en cuanto a peso: si en una mezcla desigual puede exhibirse alguna cualidad intensificadora, o disminuir cualidades que son intensificables y remisas, y mediante esa acción reducirse a una igualdad de peso. De hecho, es necesario que en alguna parte del animal se dé esta igualdad debido al sentido del tacto. Si alguna cualidad excediera en el tacto, no podría sentir todas las cualidades tangibles de los objetos; pues solo siente las cualidades excedentes de los objetos: si se toca algo, solo se siente la cualidad que excede. Si el tacto no tiene esa igualdad, no sentiría el exceso. Muchos establecen esta igualdad de peso en la piel humana, para que pueda sentir todas las cualidades.

Sin embargo, se debe considerar que en cualquier animal es necesario que haya al menos una doble complexión: una innata y otra influyente. La innata es la disposición próxima a la forma de las cualidades, y se llama la primera complexión; la influyente conserva la forma y hace que la materia sea más apta para sus operaciones. Y la primera es más fría y seca; la segunda es caliente y húmeda. Cuando las cualidades influyentes se unen a las innatas naturales con la proporción y analogía óptima, se obtiene el mejor temperamento, cuando estas dos complexiones se reducen a una cierta igualdad y así se logra una temperie equilibrada; lo caliente y lo frío, lo húmedo y lo seco se miden en grados iguales. Sin embargo, nunca cesa la acción y reacción mutua; aunque sean iguales en grados, no lo son en potencia; siempre lo caliente, aunque sea igual a lo frío, es más potente para actuar. De hecho, aunque se midieran con una balanza igual en potencia, aún habría entre ellas una lucha recíproca, aunque no una victoria: sino que se reducirían a un medio; pues lo caliente actúa sobre lo frío en igual medida, ya que esto es caliente en potencia: de igual manera, lo frío actúa sobre lo caliente; sin embargo, no pueden consumirse entre sí, sino que producen un medio temperadísimo.

Y en este equilibrio de las cualidades, la salud y la vida de todo el animal permanecen indemnes; pues la mejor temperie es la que más se aleja de los extremos de las cualidades: en los extremos, de hecho, reside la corrupción. Sin embargo, no se requiere que ese equilibrio ocurra en cada parte individual del animal en términos de peso; ya que no puede ser; muchas de las funciones de las partes se verían obstaculizadas por ese equilibrio: el corazón debe ser muy caliente, los huesos y los nervios secos, el cerebro frío, la pupila húmeda; si estos fueran reducidos a ese equilibrio, sus funciones y operaciones se perderían por completo. Pero es posible que la complexión total de todas las partes del animal en conjunto sea equilibrada en términos de peso: que en el animal haya tanto calor como frío, y tanto de húmedo como de seco, aunque algunas partes sean más calientes y otras más frías.

Sin embargo, no siempre, sino muy raramente, se da tal temperie tan equilibrada. Más frecuentemente, esas cualidades se exceden mutuamente, de donde surgen muchas complexiones: a veces caliente, cuando el calor excede al resto en equilibrio, a veces fría, a veces húmeda, a veces seca, cuando una cualidad excede a las demás, que permanecen iguales. Luego, dos cualidades pueden exceder; y entonces, si el calor excede junto con la sequedad, se forma una complexión ígnea, que en los animales se llama colérica; si el calor y la humedad, se forma una complexión aérea, que se llama sanguínea; si la frialdad excede junto con la humedad, se forma una complexión acuosa, que en los animales se llama flemática; finalmente, si la frialdad excede junto con la sequedad, surge una complexión terrestre, que en los animales se llama melancólica. Cada una se distribuye en modos innumerables y casi infinitos según el mayor o menor exceso de una o dos cualidades sobre las otras; de donde surgen innumerables temperamentos según las diversas formas tanto de especies como de individuos.

Sin embargo, la mejor de estas temperies es aquella en la que el calor y la humedad proporcionados predominan más; ya que el calor y la humedad favorecen más la vida, y si faltan, esta también debe perecer. La mejor complexión es, por tanto, aquella en la que dominan el calor y la humedad, ya que estas cualidades son necesarias para los seres vivos y son las más adecuadas para la sustancia del animal; pero el calor debe ocupar el primer lugar, seguido por la humedad. La frialdad y la sequedad, por otro lado, son los principios de la muerte, cuando prevalecen; de ahí que veamos que los ancianos, cuanto más se acercan a la muerte, más secos y fríos se vuelven: y los cuerpos muertos son inmediatamente ocupados por la frialdad y la sequedad, mientras todo calor y humedad huyen. La frialdad y la sequedad son, por tanto, los principios de la muerte: de ahí que la complexión en la que estas cualidades predominan tenga la vida más corta; mientras que la humedad y el calor fomentan la vida. Estas cualidades se añaden al temperamento para evitar que los miembros se aflojen y fluyan por un exceso de humedad, o que se consuman rápidamente por un exceso de calor, sin que la frialdad y la sequedad se opongan; al estar equilibradas, por naturaleza, hacen que la vida sea más larga. Pero, dado que toda complexión está situada en contrarios, que siempre se resisten más o menos según la variedad de las complexiones, es necesario que en algún momento los más débiles sean gradualmente vencidos, de cuya victoria se deriva la corrupción y la vida decae y se cierra el ciclo.

La segunda causa de la longevidad, aunque la más importante, es el calor vital natural, similar a la naturaleza del fuego: no es elemental, pues este es destructivo, sino celestial y por lo tanto vivificante, y proporciona vida con su presencia, de modo que, mientras esté en el animal, siempre le da vida; pero una vez extinguido, necesariamente perece; por lo tanto, correctamente se dice del Filósofo que la muerte es la extinción de este calor vivificante. Para que no se extinga demasiado pronto, es necesario que se nutra y se alimente continuamente en el cuerpo, como vemos que la llama de una lámpara se nutre en el candelabro y así, necesariamente, cuando se consume el alimento, la llama se apaga de inmediato. De este modo, para que este calor permanezca por mucho tiempo, debe proporcionarse algún alimento que lo sustente y conserve. Y como no puede mantenerse ni un momento sin alimento, la naturaleza ha provisto desde el inicio de la generación un humor primordial y vital que, junto con el calor natural innato, establece una base donde puede nutrirse continuamente, mediando el espíritu. Pero como este humor natural se consume continuamente al alimentar al calor, debe ser reparado y restaurado continuamente a intervalos regulares mediante la ingesta de alimentos y bebidas.

Así, para que un animal viva, son necesarias estas cosas: calor natural y vivificante; espíritu, que se establece como base del calor; humor primordial y vital; y el suministro de humor alimenticio y nutritivo proporcionado por alimentos y bebidas amigables a la naturaleza; así como para que una lámpara brille se requiere la llama; a esta se le proporciona un soplo de aire levantado de la sustancia del aceite: pues la llama ardiente es humo, y la sustancia grasa y húmeda del aceite en el candelabro es tanto el fundamento como el alimento de la llama y del humo, alimentando y sustentando a ambos: pero no por mucho tiempo, a menos que el humor alimenticio del aceite, que se infunde a intervalos regulares en la lámpara, los sostenga.

Por lo tanto, se requieren principalmente calor y humedad para la vida; sin embargo, la naturaleza proporciona primero la humedad: por lo tanto, aquellos cuerpos que en el principio tienen la mayor humedad, pero proporcionada, están muy dispuestos para una vida más larga, ya que están tan húmedos que parece que el calor se esconde bajo tanta humedad y no puede dominarla rápidamente y obtener un dominio manifiesto; siempre que no sea tanta que ahogue y extinga el calor. Aquellos que al principio de su origen tienen muy poca humedad, de modo que el calor puede predominar y aparecer superior de inmediato, tienen una vida más corta.

Este hecho puede observarse en los fuegos. Generalmente, el fuego sujeto a maderas verdes aún muy húmedas permanece oculto por más tiempo antes de poder dominar el combustible adyacente; y a veces parece casi extinguido y oprimido, pero en algún momento, retomando vigor, resistiendo con fuerza y actuando poderosamente, aún brilla espléndidamente y levanta llamas altas como un signo de victoria. Sin embargo, ese fuego es claramente más duradero y fuerte que el que se enciende en paja, heno y otras maderas muy secas y se apaga rápidamente por falta de humedad.

De aquí que no es raro que aquellos que en su infancia y niñez han estado gravemente en peligro de vida y continuamente atormentados por la debilidad, vivan una vida muy larga y se vean saludables en la edad avanzada, después de que esa humedad, bajo la cual el calor parecía oprimido y oculto, haya sido superada y el calor haya obtenido el dominio. De aquí también ocurre que a veces aquellos que parecen languidecer toda su vida, llevan una vida larga; pues esto es una señal de que no hay suficiente calor para predominar poderosamente sobre la humedad, ni tanta humedad para extinguir completamente el calor; así que el calor, siendo moderado, no puede consumir mucha humedad, y por lo tanto la humedad se mezcla menos con elementos externos y permanece más pura y más eficaz para nutrir el calor.

Pero, debido a que el calor es lo suficientemente fuerte como para defenderse, aunque menos poderosamente, contra la humedad y consumir un poco de ella para su propio sustento, el animal permanece vivo por más tiempo, aunque languideciendo por la falta de un calor suficiente y potente, ya que no domina lo necesario para las operaciones adecuadas a las fuerzas naturales del animal. Por lo tanto, la humedad templada con el calor en igual medida o al menos en alguna proporción es otra causa y razón de la vida larga y duradera del animal.

La tercera causa son los alimentos, es decir, la humedad alimentaria y nutritiva, que sigue a la anterior. Pues el animal está destinado a permanecer vivo tanto tiempo como el calor natural no le falte; ya que el calor es el principio de la vida, y la muerte no es sino la extinción de ese calor. Para evitar que se extinga, debe nutrirse continuamente con el alimento de la humedad primordial; sin embargo, esta humedad primordial y vital, al tener que alimentar continuamente el calor voraz y mantenerlo en el cuerpo, se consumiría muy rápidamente si no se reparara y restaurara continuamente; al igual que el aceite que nutre la llama de una lámpara se agotaría rápidamente sin la ayuda del aceite adicional infundido a intervalos regulares.

Por lo tanto, es necesario reparar y restaurar la humedad primordial mediante la intervención de la humedad alimentaria y nutritiva; y por lo tanto, la ingestión de alimentos y bebidas es necesaria para la vida, de modo que la humedad extraída de los alimentos, a través de las fuerzas naturales y las muchas digestiones, se separe de las excreciones y repare y mantenga la humedad primordial: y lo seco del alimento, una vez disuelto y consumido, restaure lo seco de la carne; ya que el calor no solo consume la humedad, sino también la carne, en la que hay mucha sequedad. Por lo tanto, el animal necesita alimentos que sean principalmente calientes y secos, y bebidas frías y húmedas.

Sin embargo, la humedad primordial y vital no es esa humedad acuosa mediante la cual las partes similares del cuerpo se adhieren entre sí y consisten en solidez, ni es de naturaleza acuosa en absoluto, sino más bien aérea; pues se considera una cierta humedad aérea o etérea, grasosa y oleosa, muy similar al aceite. Sin embargo, no es la grasa que vemos cubrir muchas partes; pues esta, convertida en la sustancia de las partes similares, escapa a toda percepción visual, y se dispersa por todo el cuerpo y todas las partes, así como el calor está en todas las partes del cuerpo; por lo tanto, el alimento o nutriente debe distribuirse por todo el cuerpo a través de las venas y arterias.

Dado que la humedad vital es así, el nutriente que la repara y restaura debe ser similar; por lo tanto, no debe ser puramente acuoso, sino grasoso, dulce y como viscoso. De ahí que, para la reparación de la humedad primordial, la bebida simple por sí sola no puede ser suficiente: ya que no se puede extraer suficiente grasa solo de ella: sino que la digestión de los alimentos y la mezcla hecha de la sustancia más sólida del alimento agrega a esa humedad una especie de refuerzo de su propia naturaleza, una grasa viscosa; y cuanto más grasosa sea la humedad reparada a partir de los alimentos, mejor y más duradera será; sin embargo, siempre será más imperfecta a medida que se pierda y consuma: en mayor o menor medida, según la virtud del alimento. Pues cuanto más perfecto es el alimento, más contribuye a la restauración de la humedad; y cuanto más deficiente es en virtud, menos suficiente es para la reparación de la humedad perdida.

Sin embargo, aunque los alimentos fueran perfectísimos, nunca podrían restaurar una humedad igual de perfecta y comparable a la que se pierde; pues el alimento, siendo diferente y contrario en el inicio de la nutrición y de cualidad adversa, necesariamente debilita la virtud del animal en esa acción, ya que todo agente sufre al actuar. Por lo tanto, cada día más y más se debilita la virtud del animal y disminuye la fuerza de la humedad innata; si su fuerza se reparara igualmente, el hombre no envejecería ni moriría: pero como la acción del calor en él disminuye continuamente desde el principio, es necesario que finalmente falle, ya que no tiene una reparación igualmente perfecta.

En efecto, la humedad nutritiva siempre, aunque sea afín, es de naturaleza diferente; la humedad primordial, en cambio, la convierte en su propia naturaleza; así como el vino convierte en su naturaleza el agua infundida moderadamente, sin que la fuerza del vino se pierda de inmediato, sino que todavía es capaz de convertir el agua infundida en su sustancia; cuanto más agua infundes, más se debilita la fuerza del vino y menos puede convertir en sí una sustancia extraña y ajena; si se infunde agua continuamente, finalmente la fuerza del vino se debilitará tanto que será completamente superada por el agua y perecerá vencida por ella. Así, la humedad primordial se pierde, y el animal no puede vivir perpetuamente, ya que llegará un momento en que perderá la humedad necesaria.

Por esta razón, la glotonería excesiva y la insaciable voracidad son grandes obstáculos para prolongar la vida. A través de ellas, se produce una excesiva mezcla de lo extraño con la humedad primordial y vital, y la fuerza del calor también se reduce y se apaga como si fuera sofocada por una infusión excesiva y sobreabundante. Esto, aunque al principio parezca pertenecer a la hipóstasis y el detrimento de los individuos, en realidad se traduce, a través de ellos, en un daño para la especie y es una pérdida para ambos. Pues, ya que la generación se produce a través de los individuos, la debilidad de estos conlleva claramente la debilidad de la generación: vemos, por tanto, que, en igualdad de condiciones, aquellos que son más fuertes y de mejor complexión engendran descendencia más fuerte y duradera, en comparación con aquellos que son débiles y enfermizos.

El lujo y el coito excesivo e inmoderado también aportan un gran inconveniente a la longevidad. Muchos se agotan con un exceso de actividad sexual; pues este lujo obsceno y la emisión excesiva de semen aceleran la muerte, ya que agotan, secan y consumen mucho la humedad primordial y vital. Por eso vemos que los animales lujuriosos y con mucho semen, que se dedican mucho al acto sexual, se consumen más rápidamente con la muerte; Aristóteles ofreció como ejemplo a los gorriones machos, que viven menos que las hembras, porque siguen mucho la actividad sexual.

Aunque esto parece pertenecer al individuo, ya que es él quien utiliza el acto sexual, sin duda se traduce en un inconveniente para la especie. Pues quien se entrega inmoderadamente al acto sexual y lo hace con más frecuencia de lo que la naturaleza y la razón requieren, no puede sino engendrar una descendencia débil, ya que el semen no puede tener tanta perfección y fuerza como tendría si fuera más moderado en este asunto. Pues dado que el semen está lleno de gran virtud y perfección por naturaleza, no es suficiente un tiempo mínimo para que adquiera su perfección y fuerza completas para realizar plenamente y eficazmente sus funciones y operaciones. Por lo tanto, el coito excesivamente frecuente, dirigido a la vana delectación y los placeres obscenos y no ordenado según la naturaleza para la conservación de la especie de manera sobria, es la causa de que el semen, por el cual se conserva la generación, no tenga tanta fuerza para la reparación de la especie como tendría si se administrara de manera sobria y más moderada según el orden de la naturaleza.

Esto conlleva un gran inconveniente y detrimento para la especie, principalmente porque, debido a este vicio, los humanos contraen matrimonios de manera prematura y a destiempo, antes de la madurez y perfección natural suficiente y potente para una generación vigorosa. Pues, en esta nuestra lamentable época, vemos ante nuestros ojos a niños y niñas todavía jóvenes unirse en matrimonio, entregarse a abrazos y dedicarse a la procreación, cuyos años, si se suman, apenas alcanzarían la edad adulta; de modo que con razón se ha convertido en un proverbio que los niños engendran niños. ¿Cómo podría no debilitarse notablemente la progenie humana de esta manera? Así como un grano inmaduro o una semilla no completamente madura no puede producir un fruto fuerte, adecuado y duradero, así se debe decir claramente en los humanos: aquellos que se dedican a la generación antes de alcanzar su propia perfección y fuerza completas, no pueden lograr eficazmente la conservación de su especie; cada cosa es capaz de generar con fuerza cuando ha alcanzado su propia perfección y toda su virtud adecuada dentro de su especie.

Entonces, aquellos que aún están lejos de su término de perfección, ¿cómo podrán generar una prole con éxito? Y aunque es cierto que los hombres, cuando alcanzan los catorce años, y las mujeres, alrededor de los doce, generalmente son capaces de procrear, es evidente que no pueden tener en ese momento una virtud generativa tan perfecta como después, cuando han alcanzado la madurez viril. Pues, mientras la naturaleza y el poder vegetativo están principalmente enfocados en el aumento del individuo, no se preocupan tanto por la especie y la perfección del semen generativo; pero después de haber elevado al individuo a la cantidad debida por la naturaleza, entonces se enfoca más libremente en la multiplicación de la especie y produce un semen, que, al ser resuelto del alimento superfluo, es más potente para generar un ser similar a sí mismo. Y dado que la complexión, de la que depende en gran medida la longevidad, depende principalmente de la buena y óptima unión de los semenes tanto del hombre como de la mujer, la complexión perfecta o imperfecta de la prole se determina y produce, en gran medida, a partir de la perfección o imperfección de estos semenes.

Sin embargo, aunque esa unión siempre fuera la mejor posible según la naturaleza, necesariamente siempre habría algún defecto en las edades, siendo siempre las posteriores deficientes respecto a las primeras. Pues, así como la nutrición está ordenada por la naturaleza para la restauración del individuo, así la generación está ordenada para la reparación de la especie; y así como la nutrición no puede conservar al individuo perpetuo e inmortal sin corrupción, sino que necesariamente debe fallar finalmente, ya que la humedad primordial no se repara suficientemente a través de la nutrición, y así el sustento del calor vivificante y por ende el vigor decae continuamente —por lo cual finalmente es necesario que llegue a la muerte, faltando completamente el calor vital y su sustento—; así también la generación, que no repara suficientemente la virtud de la especie para propagar una especie igualmente fuerte y vigorosa como al principio, y cuanto más se propaga la especie a través de generaciones, más y más se debilita continuamente la virtud de la complexión primaria que estaba en los individuos primitivos: y así la virtud de la complexión humana se debilita poco a poco cada día. Pues la especie misma depende de la propagación: esta, a su vez, depende de la generación: la generación del semen: y el semen finalmente de la humedad primordial, que siempre se debilita cada vez más y en cada generación su virtud es más débil e inferior. Por lo tanto, dado que su virtud se debilita continuamente y no se restaura suficientemente, es necesario que las generaciones se debiliten continuamente y que cada día sean menos vigorosas y que la virtud de la especie sea cada vez más débil y frágil.

Y esto no solo es cierto para los humanos, sino también indudablemente para los animales, plantas, hierbas, árboles y sus frutos, como se demuestra por la misma razón. Y esta razón natural nos muestra que no es posible que todas las especies de seres vivos existan perpetuamente y sean eternas: sino que finalmente deben decaer y cesar necesariamente. Pues la virtud de una especie es finita; y como su virtud disminuye con cada generación, es necesario que eventualmente se consuma: ya que lo finito debe desaparecer a través de la sustracción de lo finito.

Existe también otra causa de la longevidad, a saber, la influencia celestial del sol y de otros planetas y estrellas. Pues tienen poder sobre los elementos y los compuestos: sobre los elementos, como cuando el sol, sin fuego, genera fuego con sus rayos, y calienta el agua, disolviéndola en vapor y aire; luego también mezcla los elementos, los une y los aplica para la lucha, de modo que ellos mismos posteriormente produzcan efectos por sí mismos: pues el sol atrae exhalaciones de la tierra y vapores del agua hacia el fuego y el aire, que al combinarse se transforman.

También son causa de los compuestos, ya que reúnen los elementos para la mezcla y les infunden una virtud productiva más allá de la forma. Pues la producción de la forma del compuesto no proviene de los elementos, sino de la virtud del cielo: sin embargo, no lo hace sin las fuerzas y virtudes de los elementos. Luego también son causa de los seres vivos, ya que reúnen los elementos y les infunden la virtud productora de la forma; o, si no imprimen toda la virtud en general, al menos coadyuvan a otra virtud, como la del semen, y consolidan el calor natural.

De hecho, este calor no es elemental, sino celestial; es, digo, de una virtud celestial, no de los elementos. Y como este calor es el principio de la vida y la virtud celestial de los astros lo imparte, está claramente demostrado que el cielo y las estrellas, con sus influencias, son causa de la longevidad; pues siendo causa del ser de una cosa, también lo son de su vida y duración.

Finalmente, la duración de la vida de cualquier ser depende de la voluntad más libre de Dios; de ahí que el bendito Job diga: "Cortos son los días del hombre; el número de sus meses está contigo: tú has establecido sus límites, que no pueden ser superados."

Con estas consideraciones establecidas, ahora debemos responder a la cuestión planteada. Decimos, pues, que esos primeros padres vivieron tanto tiempo en la tierra porque todas las razones para vivir, que acabamos de mencionar, estaban presentes en ellos en mayor medida y eran las más adecuadas para una vida prolongada. Pues si consideramos la primera razón, tenían una complexión óptima y fortísima. Los primeros padres de la naturaleza humana, plasmados por Dios, formados por la mano de Dios, obtuvieron una complexión perfectísima y una temperie óptima. Pues las obras de Dios son perfectas y especialmente porque Él los creó con la intención de que llevaran una vida inmortal perpetuamente y no probaran la muerte en la tierra. Con este fin, Dios les prohibió el árbol de la vida, el cual tenía la capacidad natural de fortalecer y robustecer la virtud de la especie y reparar la humedad primordial perdida por la acción del calor, de modo que el hombre hubiera obtenido la inmortalidad gracias a los beneficios de ese árbol. Pues así leemos: "Ahora, no sea que extienda su mano y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre." Después del pecado, sin el beneficio de ese árbol, debido a la fortaleza de su complexión y vigor de sus fuerzas, Adán vivió novecientos treinta años; y la virtud de esa complexión primaria en esos primeros hombres, aunque mínimamente debilitada, duró muy bien.

Entonces, la segunda razón para una vida larga también fue perfecta en ellos. Dado que Dios había creado al hombre para vivir perpetuamente, ciertamente lo ajustó con el calor vital más perfecto y vivaz, así como con la humedad primordial más abundante y la más adecuada al calor: esta proporción proporciona una vida más larga, y estos factores son los que hacen la vida. Dado que tanto la complexión como la virtud de estos factores se transfieren a la descendencia a través de la generación, una generación más vigorosa hace que la virtud de estos factores sea más efectiva y poderosa para preservar perfectamente la virtud de la especie. En la edad adulta, la generación es la más vigorosa; en ese momento, el poder nutritivo, una vez que el individuo ha alcanzado la perfección requerida, se preocupa más por la conservación de la especie, y la naturaleza se ocupa de hacer el semen más potente y abundante en virtud para generar seres similares a sí mismos. Los primeros hombres no se dedicaron a la generación antes de alcanzar la madurez viril; no se lee que antes del diluvio alguien hubiera engendrado antes de los sesenta años, y algunos retrasaron la generación hasta después de los ciento ochenta y siete años.

Por lo tanto, dado que los primeros padres eran perfectos en cuanto a la humedad vital y primordial y el calor, también transfirieron a sus hijos la virtud de la especie casi intacta a través de la generación. Además, los hombres de esa época, que se dice fueron perfectamente engendrados, tampoco se dedicaron a la procreación de hijos antes de alcanzar la madurez natural y la perfección necesaria para una generación eficaz: la virtud de la especie, en aquel entonces, se preservaba perfectamente a través de una generación vigorosa durante más tiempo en los individuos, gracias a la perfección de la humedad primordial y el calor vital, casi sin alteración desde el principio.

La tercera razón también contribuyó significativamente a la prolongación de la vida. Cuanto más perfecta es la virtud de los alimentos y de la humedad nutritiva, más perfectamente se restaura la humedad primordial. En aquella época, los productos de la tierra que los humanos consumían eran, sin duda, de una virtud mucho más perfecta y mejor que los actuales, debido a que la virtud productiva de la tierra se vio muy deteriorada por las aguas salinas del diluvio: se rompieron las fuentes del abismo, que es el océano, el más grande de todos; y la salinidad afectó mucho a la tierra; por lo tanto, después del diluvio, Dios permitió a los hijos de Noé consumir carne, después de las hierbas, los frutos de las plantas y las semillas.

Además, a través de las múltiples generaciones, la virtud de los alimentos humanos disminuye, ya que incluso su generación no restaura perfectamente la virtud de la especie, sino que su virtud disminuye continuamente: así como la humedad primordial no se restaura completamente por la alimentación, de lo contrario, nunca se corrompería, salvo por causas externas; y esta debilidad de los alimentos afecta al ser humano, ya que el hombre se alimenta de ellos. Cuanto más deficiente es la virtud del alimento, menos eficaz es para la restauración del cuerpo humano, y se vuelve cada vez más inadecuado. Por lo tanto, dado que los alimentos y la comida de los humanos eran mucho más perfectos y efectivos entonces que ahora, ciertamente contribuían más a una vida prolongada y eran más adecuados para restaurar el cuerpo.

Además, aquellos hombres no se entregaban demasiado a la gula, sino que vivían frugalmente y utilizaban alimentos adecuados y moderados para su sustento, y empleaban alimentos simples en su dieta, que, como dicen los médicos, son más beneficiosos para conservar la vida que los más compuestos. Sin duda, consumían los frutos de la tierra, y los mejores, según lo que Adán, quien conocía las virtudes de todas las hierbas y frutos de la tierra a través de la ciencia infundida o innata, identificó como los más conducentes a la vida, y los introdujo para el uso de su posteridad en esa época. Para beber tenían agua, no vino; la moderación y la sobriedad en el sustento contribuyen en gran medida a una vida más larga, ya que mezclan menos humedad externa con la primordial; el exceso de humedad nutritiva debilita mucho la virtud de la humedad primordial, al ser de naturaleza extraña.

Además, aquellos primeros hombres llevaban una vida muy contenida; hasta aproximadamente el centésimo año, más o menos, vivían una vida contenida e incorrupta; posteriormente, cuando celebraban matrimonios, no lo hacían por vana delectación o para satisfacer obscenas voluptuosidades, sino que practicaban el coito de manera sobria y moderada según el orden natural, administrándolo para la conservación de la especie, para procrear hijos e hijas. La continencia contribuye mucho a la longevidad, al igual que el coito excesivo la perjudica y causa un gran daño, como vemos en los animales lujuriosos y de mucho semen, que se dedican mucho al acto sexual y se consumen más rápidamente. El lujo obsceno y la emisión excesiva de semen secan mucho la humedad primordial, cuya falta hace que el animal necesariamente muera; la castidad y la continencia, en cambio, contribuyen mucho a la longevidad. Por eso señalamos anteriormente, en la exposición, que después de Adán, todos los que apresuraron el matrimonio también fueron consumidos más rápidamente; mientras que aquellos que llevaron una vida más larga de continencia y castidad vivieron más tiempo: como fue el caso de Jared, que vivió treinta y dos años más que Adán, porque vivió una vida de continencia durante ese mismo tiempo; y Matusalén, que vivió treinta y nueve años más que el primer padre en esta vida, porque llevó una vida castidad durante muchos más años que él.

También, la buena posición de los astros les ayudaba mucho a vivir más tiempo. Pues aquellos primeros hombres vivieron en la parte oriental del mundo, donde, siendo el lado derecho del orbe, la posición de los astros es óptima, de donde proviene el viento ἀπηλιώτης (apeliotes), que en latín se llama subsolano, naciendo en el este bajo los rayos del sol, favorece y fomenta la vida cuando sopla; y la duración de la vida depende en gran medida de la influencia y la virtud de los astros, como dijimos anteriormente.

Finalmente, atribuimos la disposición divina como causa de esa gran longevidad, pues todo está dispuesto en orden, peso y medida, dulcemente y suavemente; así dispuso que los hombres de ese tiempo vivieran una larga vida para que la propagación humana pudiera crecer y difundirse mejor; y también para que los hombres adquirieran experiencias, encontraran artes conducentes y adecuadas para la vida, investigaran las causas de las cosas y buscaran el conocimiento a través de la contemplación de las cosas. Por la voluntad y el poder de Dios, permanecieron en la vida por tanto tiempo.

No digo que vivieran por un milagro, es decir, más allá de las fuerzas de la naturaleza, o que Dios quisiera que vivieran por su omnipotente poder sin el favor y las obras de la naturaleza; esto sería falso: ya que el alma ejercía sus funciones y obras en el cuerpo; pero así como la multiplicación de los hijos de Israel en Egipto se atribuye al poder omnipotente de Dios, como Él mismo dijo: "Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena del mar", lo cual la naturaleza no habría podido lograr tan rápidamente sin la ayuda y el apoyo del poder principal de Dios, para que crecieran en tal multitud y se difundieran en tantas ramas desde una sola raíz; así también decimos que aquellos primeros hombres prolongaron ese largo período de vida, con Dios suministrando la virtud de la naturaleza para que no fallaran antes; pero su vida debe considerarse natural, no sobrenatural, al igual que la generación de los hebreos fue natural.

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