- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículos 3 - 5
Texto Hebreo: Y vivió Adán ciento treinta años y engendró a su semejanza, como su imagen, y llamó su nombre Set. Y fueron los días de Adán, después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Adán, en los que vivió, novecientos años y treinta años, y murió.
Así lo tiene también el Caldeo.
El Griego, sin embargo, varía; pues dice: Y vivió Adán doscientos treinta años y engendró a su figura y a su imagen y llamó su nombre Set. Y fueron los días de Adán, que vivió, después que engendró a Set, setecientos años.
Ahora Moisés comienza a enumerar el catálogo de las generaciones y a trazar las genealogías de los hombres desde el principio. Comenzando desde Adán, el primer hombre, dice: "Adán vivió ciento treinta años"; "treinta y ciento años" está en hebreo; pues así es la frase hebrea que el número menor se pone siempre antes del mayor.
Los intérpretes de los Setenta, no sé por qué razón, duplicaron siempre los años centésimos antes de la generación. Por eso dicen que vivió doscientos treinta años; pero luego disminuyen ese número en las generaciones siguientes; donde nuestro texto, que es conforme a la Verdad Hebrea, dice que Adán vivió ochocientos años después de engendrar a Set, ellos dicen setecientos años.
Se ha discutido, sin embargo, como suele ocurrir en muchas otras cosas, si estos años enumerados en estas generaciones son años solares como los nuestros ahora, ya que se dice que este nuestro año fue ordenado por Eudoxo de Cnido, el astrólogo, como escribe Lucano: "Ni mi año cede al calendario de Eudoxo"; luego fue corregido por Hiparco, después por Ptolomeo, y finalmente por César, quien lo redujo a su mejor forma. Por eso muchos creen que los años enumerados son lunares.
Un año lunar es el período de tiempo en el que la luna completa su órbita zodiacal; así como se dice que el año de Saturno es de treinta años solares, porque en ese tiempo el planeta recorre la zona del firmamento; el de Júpiter es de doce años; el de Marte, dos; el del Sol, uno; el de Venus y Mercurio casi coincide con el del Sol. Pero el año lunar se completa en veintinueve días y casi doce horas; pues en ese tiempo completa la circulación del círculo oblicuo. Por lo tanto, el año lunar apenas es un mes solar; pues doce meses exceden en once días los doce años lunares, es decir, doce lunaciones.
Lo que estos creen, ciertamente no puede ser verdad de ninguna manera. En esta serie de generaciones, Malaeliel se dice que engendró a Jared a los sesenta y cinco años; si estos años fueran lunares, habría sido un niño de cinco años solares cuando engendró a su hijo. De igual manera, Enoc se dice que tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén; y él apenas habría tenido cinco años solares y medio. En las generaciones de Sem, se dice que Sala tenía treinta años cuando engendró a Heber; ciertamente, si estos años fueran lunares, apenas habría tenido dos años y medio solares. ¿Qué puede ser más absurdo que un niño de dos años engendrando un hijo? Lo mismo sucede en las demás generaciones, lo cual es imposible. Finalmente, se dice de Abraham: "Fueron los días de la vida de Abraham ciento setenta y cinco años: y desfalleciendo, murió en buena vejez, lleno de días, y fue reunido a su pueblo". Pero ciento setenta y cinco años lunares apenas constituyen quince años solares. ¿Puede ser un anciano y de edad avanzada a los quince años? Moisés también habría tenido diez años cuando murió, pues se dice que murió a la edad de ciento veinte años, si tomamos los años como lunares.
Tampoco debemos entender aquí los años lunares como el espacio de doce lunaciones en un año solar, que faltan once días para completar un año solar. Así lo interpretan muchos, pensando que debe entenderse así porque Moisés escribía para los hebreos, quienes usan ese año lunar. Pero los judíos no usan el año lunar; de lo contrario, la Pascua ya habría recorrido todo el año; pues según el mandato de la ley, están obligados a celebrar la Pascua en la luna catorce del primer mes. Si computaran los tiempos por años lunares, después de un año celebrarían la Pascua once días antes de la solemnidad pascual del año anterior; y así sucesivamente, recorriendo todo el año.
Por lo tanto, los hebreos usan años solares y se dice que usan años lunares en la medida en que comienzan el año desde la primera luna después del equinoccio vernal. Pues tienen el mandato en la ley: "Este mes será para vosotros el principio de los meses, será el primero en los meses del año". Además, los mismos hebreos entienden y explican este pasaje con años solares, como lo expone extensamente el rabino Abravanel. Además, si aquí debiéramos entender los años lunares, ciertamente coincidirían con el mismo tiempo; pues los años lunares, por embolismos hechos cada tres años, donde a las doce lunaciones se añade una decimotercera lunación, se igualan con los solares. Así, el tiempo será el mismo.
Por lo tanto, debemos entender años solares cuando se dice: "Adán vivió ciento treinta años", y en todos los demás pasajes y en todo el curso de la Escritura. Pues el año solar es antiquísimo, no descubierto después de mucho tiempo. De hecho, los egipcios, los astrólogos más antiguos y sabios, antes de que se descubrieran las letras, lo designaban en jeroglíficos por una serpiente mordiendo su propia cola, dibujada en forma de círculo; pues el año es como un anillo, que vuelve sobre sí mismo como un anillo, y el principio del año siguiente denota el final del anterior. Finalmente, las luminarias fueron hechas para los días y los años.
Y engendró un hijo a su semejanza y a su imagen.
Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; el hombre también engendra un hijo a su imagen y semejanza. Sin embargo, esa imagen divina en la que fue hecho el hombre, aunque de alguna manera pueda decirse natural, ya que está incrustada en su naturaleza y consiste en su razón, merece ser llamada más propiamente artificial, ya que es un molde de la divina arte. Pues, siendo Dios el artífice de todo, al formar la naturaleza humana, le imprimió su imagen y semejanza, y lo hizo como un artífice que crea una especie de simulacro divino que representa la naturaleza divina con la mayor exactitud posible, como una estatua de Hércules o la imagen de César en una moneda.
Estas representaciones e imitaciones tienen naturalezas completamente diferentes. Dios es una cosa por naturaleza, y el hombre es otra, aunque el hombre sea a imagen y semejanza de Dios; así como Hércules es una cosa y su estatua otra, aunque esta lo imite. Pero la imagen y semejanza cuando el hombre engendra un hijo es tanto natural como connatural, ya que el padre y el hijo son de la misma naturaleza y comparten la misma esencia humana, aunque cada uno sea una hipóstasis y persona diferente.
El sentido de la Escritura, entonces, es que Adán engendró un hijo a su imagen y semejanza, es decir, connatural a él, similar en naturaleza, compartiendo la misma esencia tanto en el alma como en el cuerpo, así como en las capacidades y poderes de ambos. Esto debe entenderse de todos los hombres en general; pues todos los hombres descendientes de Adán comparten la misma naturaleza y la esencia humana que el primer hombre recibió.
Pero lo que se dice más de este hijo podría deberse a que imitó más la naturaleza de su padre desde el nacimiento, en la estructura del cuerpo, forma, figura, rasgos, color, complexión, y finalmente estatura y tamaño, ya siendo un hombre en la plenitud de su edad; y sobre todo porque imitó la piedad de la mente y el espíritu de su padre, la religión del culto divino, la fe, el propósito, la instrucción, la doctrina, las costumbres y el modo de vivir correctamente. Por eso, su padre, exultante por el nacimiento de tal hijo, lo llamó Set, es decir, puesto, o fundamento establecido, firme, suscitado. Sabía que Abel había desaparecido del mundo sin dejar descendencia; que la generación de Caín sería destruida por las aguas del diluvio, de modo que no quedaría ni un solo sobreviviente; pero este hijo le fue suscitado y dado por Dios, firmemente establecido y asegurado por la eterna elección y predestinación, para que su sucesión permaneciera en el mundo para siempre y él fuera como un fundamento de una descendencia y generación perdurable y elegida.
Después de haber engendrado a este hijo elegido, y gozando de su presencia y de la feliz continuidad de su linaje, vivió ochocientos años más. Y fueron todos los días de su vida novecientos treinta años solares, y murió: después de tantos años, finalmente terminó su vida con la muerte; pues está establecido que todo hombre debe morir una vez como castigo por el pecado. Antes del pecado, no podía morir si hubiera guardado el mandamiento; pero después de haber cometido la transgresión, fue sometido a la sentencia de muerte para morir algún día. Y no mucho después, vio la apariencia de la muerte, muy terrible, introducida en la vida en su queridísimo hijo; ahora, sin embargo, él mismo ha cumplido la misma sentencia y ha terminado su vida con la muerte.
Pero no tiene poca dificultad entender cuál es la causa de que el hombre esté sujeto a la muerte y muera. En efecto, si cada cosa consiste en su forma y en su acto, dado que el alma misma del hombre, que es el acto del cuerpo, es incorruptible e inmortal, como hemos demostrado anteriormente: ¿de dónde viene que el hombre muere si su forma nunca se corrompe? Ciertamente, es necesario admitir que cuando el hombre muere, también el alma misma perece; o que ella no es la forma esencial del cuerpo, sino que asiste a él; pero la forma que es esencial al hombre, al perecer éste, muere con él: porque lo que informa depende de las disposiciones sensibles de la materia, y al ser eliminadas, muere. Por lo tanto, si el alma es la forma del cuerpo, depende de sus disposiciones, y al ser éstas corrompidas, perecerá; y si no perece, entonces no informa; esto se demostrará por el siguiente dilema: ya que si informa y se une sustancialmente al cuerpo, ciertamente se une por alguna disposición: esto es seguro.
Sin embargo, se pregunta sobre esa unión: ¿es sustancial para el alma, o accidental? Si es sustancial, entonces al perecer ésta, cuando el hombre muere, también el alma perecerá; pues no puede permanecer sin aquello que es esencial para ella. Pero si es accidental, ¿es un accidente propio o común? Si es propio, al ser destruido, el alma será destruida; pues no puede existir sin aquello que le es propio. Pero si es común, entonces sin esa unión el alma podría unirse al cuerpo y estaría unida sin unión, lo cual es imposible.
Por lo tanto, es necesario admitir que o el alma muere, o no informa, o el hombre no muere.
Pero como la muerte del hombre se manifiesta claramente ante nuestros ojos todos los días, a partir de estas razones, algunos han afirmado que el alma es mortal y corruptible; otros, sin embargo, que no informa al cuerpo, sino que lo asiste, como el marinero al barco y la inteligencia al mundo.
Así pensó Platón, creyendo que el hombre es solo el alma; y que el cuerpo no es parte del hombre, sino un instrumento y móvil del alma.
Themistius también consideró que el alma asistía y era una sustancia incorpórea, inmortal y sempiterna, única en número en todos los hombres, y pensó que el hombre consistía sustancialmente en tal forma, y no era otra cosa que esa forma que se llama intelecto.
Finalmente, el cordobés Averroes, el más impío de los mahometanos, imaginó dos almas en el hombre: una esencial para él, por la cual se distingue de los demás animales; ésta, junto con sus fuerzas y facultades sensitivas, decía que era toda orgánica y extraída del poder de la materia, múltiple según la multitud de hombres y perecedera con los mismos al morir; la otra, sin embargo, la consideraba intelectual, no informante, sino asistente, por la cual el hombre no se distingue de los demás, ni toma su propia especie. Decía que ésta era incorpórea y sempiterna en todos los hombres, una antes de cada individuo y sobreviviente después de cada uno; sin embargo, se unía a cada individuo por los fantasmas, para que cada uno entendiera a través de ella. Decía que este intelecto es sustancialmente uno, pero múltiple con respecto a los fantasmas de los diferentes hombres, en los cuales opera.
Pero en verdad estas delirantes afirmaciones son las más absurdas. Por lo tanto, nosotros, habiendo avanzado hasta aquí, primero argumentaremos: que es imposible que en todos haya una sola alma racional; segundo: una vez probado que en cada ser humano individual hay almas racionales propias, que estas informan sus cuerpos propios; tercero: finalmente discutiremos la causa por la cual el hombre muere, si su forma es inmortal e incorruptible.
Al principio, entonces, de la unidad del intelecto en todos los hombres se siguen tantas imposibilidades, que nada más; es decir, tantas ridiculeces, que apenas puede uno contener la risa. Se sigue, en efecto, que ese único intelecto en uno sería sabio, en otro ignorante; en uno torpe y errante, en otro sagaz y rectamente conocedor; en uno bueno y justo, en otro injusto y malvado; en uno feliz, en otro miserable; de tal manera que en un único intelecto en número existirían innumerables hábitos contrarios: y también actos contrarios y contradictorios al mismo tiempo. Pero, ¿quién, aunque soñando, puede entender esto?
Además, se sigue otra absurda consecuencia: lo más malvado del hombre, lo más arrogante y torpe, tendría el intelecto más recto, sabio y bueno; y, por el contrario, el hombre más prudente y bueno tendría el intelecto más malvado y sumamente perverso; ciertamente, así es si el intelecto es uno y el mismo en ambos, llevando consigo tanto lo malo como lo bueno.
En tercer lugar: una misma cosa existiría naturalmente en múltiples y casi infinitos lugares al mismo tiempo. ¿No es cierto que hay hombres en muchos y casi innumerables lugares distintos y distantes entre sí? Si se concede esto, entonces cualquier otra cosa podrá existir en muchos lugares al mismo tiempo por virtud de la naturaleza; la misma dificultad existe en ambos casos, el mismo inconveniente.
Pero dime, oh Averroes, y todos aquellos que enloquecen con esta necedad: ¿cómo este único intelecto asiste a todos los hombres y se une a ellos? Dado que los hombres están dispersos aquí y allá, ¿acaso también asiste en los intersticios intermedios? Si lo admites: ¿qué operación tiene ese intelecto en esos intersticios? ¿O por qué no entienden también los caballos y cualquier otro animal, ya que también ellos tienen la capacidad de pensar y las fantasías son comunes a nosotros y a ellos? Ciertamente, si esa inteligencia se une a los fantasmas en los intermedios, también los caballos entenderán. Pero si no lo admites: ¿cómo puede esa forma intelectual asistente unirse a múltiples y casi innumerables hombres, dispersos y difundidos por todo el mundo, sin asistir también en los intersticios intermedios, siendo uno en número, completamente indivisible e imparcial? Claramente, estas cosas son imposibles.
Luego: si hay solo un intelecto en número por el cual todos entienden, te pregunto: ¿cómo los hombres se diferencian entre sí y de las bestias? Dirás que por la capacidad de pensar. Pero dime: ¿es esta capacidad de pensar que imaginas, un alma racional o no? Si admites que lo es: entonces discurre, por lo tanto, entiende sin ese intelecto; porque no puede haber discurso sin intelecto; en el discurso siempre hay universales, que solo son conocidos por el intelecto; el sentido siempre se refiere a lo particular. Por lo tanto, habrá intelecto y razón en todos los hombres sin ese intelecto que imaginas. Pero si no es racional, sino según su esencia carece de razón: entonces el hombre será, según su ser, un animal bruto, ni libre, sino carente de libertad; donde no hay razón, no hay libertad. Ciertamente, el hombre será un animal encantador y un gran milagro de la naturaleza, si es un animal bruto sin razón y sin libertad.
Además: ¿cómo entiende el hombre si el intelecto está separado de él? Dirás que a través de las fantasías, porque ese intelecto separado se une a las fantasías: por lo tanto, sin la fantasía el hombre no entiende: entonces no podrá entender a Dios, a las inteligencias y a todo lo espiritual, sino solo a lo sensible; pues las fantasías son de estos, y no de las sustancias intelectuales o incluso de los accidentes espirituales. ¿Pero quién admitiría esto?
Finalmente: ¿esa forma asistente da al hombre una constitución esencial, o no? Si dices que no, como admite Averroes, sino que la capacidad de pensar orgánica extraída del poder de la materia constituye al hombre en su ser: entonces el alma del hombre es una forma mortal y corruptible; lo cual es absurdísimo, y tú mismo lo rechazas y proclamas en contra de Alejandro. Entonces estás delirando y no eres coherente contigo mismo. Pues tú dices que el alma es inmortal, como realmente es; pero con esta posición tuya socavas su inmortalidad y afirmas que es mortal, y con esta posición tuya se siguen todas las absurdidades e inconvenientes que acompañan a la mortalidad del alma sin ninguna tergiversación.
Pero si proporciona al hombre una constitución esencial, como tú admites, Themisti: entonces esa tu alma, siendo una en número en todos e inmortal persiste después de la muerte, será a la vez sabia e ignorante; y siendo el primer sujeto de los hábitos de las virtudes y de los vicios, será a la vez adornada con todos los hábitos de las virtudes y la sentina más fétida de todos los vicios; y siendo también el origen de las obras buenas y malas y el agente principal, será a la vez la más merecedora de alabanzas y riquezas por las obras buenas y justas, y la más perdida por los deméritos de los crímenes más perversos. Por lo tanto, será a la vez la más estudiosa y la más vil, la más justa y la más injusta, incluso la más feliz y la más miserable. Pero, ¿quién soportará estos horribles monstruos?
Claramente, esta sentencia extirpa y depravará todas las buenas costumbres, todas las leyes, derribará todas las repúblicas, confundirá toda la naturaleza, destruirá toda ciencia y verdadera filosofía, y vaciará completamente la teología. Porque, ¿cuál sería la diferencia entre los justos y los injustos, entre los predestinados y los reprobados, entre los que se salvarán y los que se condenarán? ¿Cuál sería la recompensa de las virtudes y las buenas obras y el castigo de los vicios y los crímenes? Ciertamente, si alguien pudiera decir algo probable, sería que la misma alma de Cristo y de cualquier hombre justísimo y la de Judas y de cualquier otro hombre más malvado serían la misma, y que la misma alma sería bendecida en el reino celestial y condenada a los fuegos del Tártaro para ser torturada miserablemente, ¿quién en su sano juicio admitiría esto?
Por lo tanto, es absurdísimo y claramente imposible que haya una sola alma racional e intelectual en todos los hombres; sino que en cada uno hay una propia y particular, en cada ser humano una individual; de aquí no se sigue ningún inconveniente, ninguna incomodidad, ni hay nada inconveniente en lo que ellos aducen.
Ellos dicen que, si el intelecto fuera singular, ciertamente estaría en la materia, y no podría entender los universales, ya que lo singular no puede recibir la especie universal. Pero este argumento es vano y se vuelve contra ellos mismos. Pues el intelecto que ellos proponen, o es universal, o consiste en una naturaleza singular. Si es universal: entonces será alguna idea platónica, las cuales Aristóteles y ellos mismos tanto combaten y consideran tan inconvenientes e imposibles. Pero si es de naturaleza singular: entonces será material, y no podrá recibir las especies de los universales ni entenderlas. Entonces no son coherentes consigo mismos. Entiendan entonces que la naturaleza singular no es un impedimento para la cognición universal. Pues la especie misma representativa es claramente singular, recibiendo la singularidad de su sujeto, y es un accidente particular: pero es el órgano el que ofrece impedimento a esa cognición; pues la especie recibida en el órgano es un accidente corpóreo y divisible: nada de tal naturaleza puede representar lo universal, que es inmaterial. Pero nosotros no afirmamos que el intelecto singular esté fijado al órgano, para que sea una virtud orgánica, por lo tanto, la especie recibida en el intelecto es un accidente espiritual, capaz de representar lo universal en sí misma.
Dejando a un lado, entonces, sus otros delirios, ahora abordemos el segundo propósito, probando que el alma racional es la forma esencial del hombre. Esta verdad ha sido claramente establecida y afirmada por el consejo sagrado, primero, en el Concilio de Vienne, bajo Clemente V; también se encuentra en las Clementinas, en "De Summa Trinitate et Fide Catholica", cap. único; y posteriormente en el Concilio de Letrán, bajo León X, sesión 8. Por lo tanto, debe sostenerse firmemente. No obstante, no estará de más aquí aportar algunas razones de acuerdo con la razón natural y la verdadera filosofía.
Primero: Aristóteles definió al alma de tal manera que es el acto primero del cuerpo físico, orgánico, que tiene potencialmente vida. Ἐντελέχεια (entelejeia) sin embargo, que se usa aquí, significa aquello que perfecciona, consuma y completa: que propiamente es el acto del informante. Pero el marinero no puede llamarse ἐντελέχεια (entelejeia) del barco.
En segundo lugar, si es el primer acto: entonces no se une al cuerpo solo según la operación, como el marinero al barco; la operación es el segundo acto: el primer acto es la forma, de la cual emana la operación.
Además, en el hombre no hay más que un alma, y esa alma racional contiene en virtud la sensitiva y la vegetativa, como el tetrágono contiene al triángulo. Esto se evidencia, pues las acciones del alma se impiden mutuamente: la contemplación impide la sensación e incluso la nutrición, y la sensación impide la contemplación. Si estas acciones provinieran de múltiples almas, no necesariamente se impedirían entre sí, sino que cada una cumpliría su función sin el impedimento de la otra. Por lo tanto, hay una sola alma, de la cual provienen estas acciones.
Además, si se postularan tres almas distintas en el hombre, como lo hizo Platón; la intelectiva en el cerebro, la sensitiva en el corazón y la vegetativa en el hígado, entonces estas tres almas particulares y distintas constituirían un triple individuo en el hombre, es decir, cada una su propio individuo, y así el hombre sería un triple individuo en una triple especie; y de esta manera el hombre no sería una especie distinta, sino una totalidad compuesta por la agregación de lo que constituyen esas tres almas.
Si dices que esas tres hacen una: ¿cómo, pregunto, se unen esas múltiples almas distintas para formar una y componer una unidad? Si, por lo tanto, hay solo una alma en el hombre: no será entonces como un motor, sino como una forma; el motor está solo en una parte móvil: el alma está en todo el cuerpo y en cada una de sus partes; ya que las operaciones del alma se perciben en todo el cuerpo y en cada una de sus partes, ciertamente las fuerzas y poderes del alma estarán en todo el cuerpo. Si sus potencias están en todo el cuerpo: entonces también el alma; si la potencia y la operación están allí sin el alma, que es su principio, ciertamente estarían con otra forma y violentamente, como el calor en el agua; pero es absurdísimo que las fuerzas y operaciones naturales sean violentas; más bien, es imposible: lo natural y lo violento son contrarios entre sí.
Además: la operación propia de cualquier cosa emana de su propia forma. Pero el entendimiento, aunque sea por discurso, es la operación propia del hombre: será, por lo tanto, de su propia forma; no entendemos sino por el alma intelectiva.
Además: lo que hay en nosotros, o es materia, o forma, o compuesto de ambas. Pero ciertamente el alma está en nosotros; experimentamos que entendemos: del mismo modo que experimentamos que vemos el sol, sabemos que la tierra es mayor. Esta experiencia es intelectiva, ya que no puede ser hecha por el sentido. Esta intelección, siendo un acto inmanente, estará formalmente en nosotros: por lo tanto, también la potencia intelectiva, de la cual y en la cual está; por lo tanto, también habrá alma, que es el principio de esa potencia. Dado que, por lo tanto, el alma está en nosotros, y no es materia ni compuesto, ciertamente será la forma de nuestra materia, es decir, del cuerpo.
Pero decía Platón que el hombre es solo el alma; el cuerpo, sin embargo, es móvil y su instrumento. Pero esto no puede sostenerse de ninguna manera. Pues el hombre es un animal racional: por lo tanto, es una sustancia corpórea, animada, sensible y racional. Y si el hombre, según su esencia, es una sustancia corpórea, no puede ser solo el alma, que es una forma simple, no un cuerpo. Por lo tanto, el alma no es el hombre, sino que es una parte del hombre que lo constituye esencialmente, lo integra y lo perfecciona. El alma, por lo tanto, es singular y propia en cada hombre singular, informando al cuerpo y constituyéndolo en su ser.
Ahora debemos abordar el tercer punto que propusimos: ¿por qué, si esta forma del hombre es inmortal e incorruptible, él mismo muere? No es tan fácil responder a esta pregunta; sin embargo, con la guía de Dios y algunos fundamentos previamente establecidos, resolveremos fácilmente este nudo gordiano.
Se debe advertir primero que la naturaleza del alma racional es tal que no es ni una sustancia puramente intelectual, ni una forma puramente sensitiva; sino una sustancia intermedia que abarca ambas. Es tan intelectual que también es el principio de sentir, lo que la diferencia de las inteligencias; y es tan sensitiva que también es el principio de entender, lo que la diferencia de las formas puras. Sin embargo, abarca ambos en una sustancia única y simple, por lo que suele llamarse ὁρίζων (horizón) de las formas espirituales y corporales. De aquí proviene que el alma racional, según su ser, es un acto informante: de otra manera, no abarcaría la naturaleza sensitiva; sin embargo, es una forma que no depende completamente de la materia que actúa, sino que puede existir por sí misma separada en cuanto incluye la naturaleza del entendimiento. Por lo tanto, del alma emanan dos poderes y fuerzas: algunas en cuanto es el principio de sentir y una forma; y estas son sensoriales, fijadas a los órganos, comunes al alma y al cuerpo, ya que proceden de ella en cuanto es la forma del cuerpo; algunas son fuerzas intelectuales y propias de ella que emanan de ella en cuanto está destinada a existir por sí misma. Lo mismo debe entenderse de las operaciones, que se ejercen mediante las potencias. El alma, por lo tanto, en la parte en que es sensitiva, informa al cuerpo; pero en la parte en que es intelectiva, no lo informa; y aquello es llamado lo inferior del alma, y esto lo superior, lo cual no usa órganos corporales. De aquí que el intelecto a veces se diga separado; no porque realmente esté separado y subsista por sí mismo separado del alma, o que sea más abstracto que ella; sino porque la virtud del alma no es orgánica, ni se adhiere al cuerpo de manera que no pueda separarse de él: pues es inextensa e inmaterial.
Por lo tanto, el alma racional, según el intelecto, puede existir y operar por sí misma; pero según el sentido, necesita órganos corporales bien dispuestos. Entonces, cuando se une al cuerpo según su porción inferior, en cuanto posee las fuerzas y poderes de vivificar, vegetar y sentir, para poder vivificar, vegetar y dar sensación al cuerpo, requiere una disposición en el cuerpo: pues el sentido consiste en una cierta armonía, - por lo tanto, una proporción de la mezcla de los elementos y de las cualidades primarias, una igualdad de temperamento y complexión, una multiplicidad de órganos en la mejor disposición posible, una agilidad de los espíritus sutiles, tanto naturales como vitales y animales, una abundancia del humor vital y una proporción suficiente del calor vivificante. Estas disposiciones del cuerpo se requieren para que el alma permanezca unida al cuerpo; si alguna de ellas falta o decae más de lo debido, esa unión del alma y el cuerpo se disolverá y se corromperá por completo al corromperse estas disposiciones. Pues se pierde la armonía de los órganos, sin la cual, dado que no puede consistir el sentido, el alma, al ser el principio del sentir que informa al cuerpo, se separa del cuerpo.
La muerte, por lo tanto, le ocurre al hombre, aunque su forma sea inmortal, porque el alma se separa del cuerpo; y la causa de esta separación es que la unión del alma con el cuerpo depende de las disposiciones del cuerpo: cuando estas se corrompen, la unión se disuelve, los vínculos de la conexión se deshacen. Por lo tanto, esas disposiciones no afectan en absoluto al alma; pues el alma puede existir por sí misma sin ellas, ya que no depende completamente de las mismas; pero sí son necesarias para la unión; por lo tanto, cuando estas disposiciones existen, existe la unión, y cuando se corrompen, se corrompe la unión.
El dilema planteado al principio es claramente vano. Pues, ¿cómo se sigue que si la unión del alma es sustancial o propia, al corromperse esta también se corromperá el alma? Y si es completamente accidental, ¿cómo puede estar unida sin la unión? Ciertamente, yo argumentaré así: es claro que la materia misma se une a la forma del fuego: si esa unión es esencial para la materia, al destruirse esta, la materia se corromperá; de manera similar, si es accidental propia; pero si es común: entonces se unirá a la materia sin unión. Ve cuán vano es ese dilema, qué bella inferencia: si la unión del alma es accidental: entonces estará unida sin unión; entonces, si la blancura es accidental para el hombre, será blanco sin blancura. Por lo tanto, digo que no el alma, sino la unión del alma, depende de las disposiciones del cuerpo; y esa unión es separable del alma, pero no para que permanezca unida; así como la blancura es separable del hombre, pero no para que permanezca el hombre.
Ahora bien, habiendo visto esto, volviendo al propósito del cual nos desviamos, decimos que Adán ciertamente murió, no por la corrupción del alma, sino por su separación del cuerpo. El alma se separó debido a la corrupción de las disposiciones naturales, de las cuales depende la unión, especialmente debido a la falta de humedad vital, que fue restaurada diariamente por la humedad nutricional de manera cada vez más deficiente hasta que finalmente falló, y el calor vivificante y los espíritus fueron debilitados y disueltos mucho más de lo que podían sostener los órganos de los sentidos y todo el cuerpo. Entonces, con la humedad y el calor consumidos junto con los espíritus y con la armonía destruida por el excesivo frío y sequedad, murió.