- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículo 6 - 7
Texto Hebreo: ¿Por qué estás enojado? ¿Y por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, ¿no serás aceptado? Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta; y su deseo será para ti, y tú lo dominarás.
Traductor Caldeo: Si haces lo bueno, ¿no serás perdonado, o dejado? Pero si no haces lo bueno, el pecado vigilará en el día del juicio en el tiempo señalado para vengarse de ti, a menos que te conviertas. Si te conviertes, serás perdonado.
El Targum Jerusalén también traduce este pasaje en el mismo sentido; así dice: Si haces lo bueno en este mundo, se te dejará para el mundo venidero; pero si no haces lo bueno en este mundo, el pecado vigilará hasta el día del gran juicio y se acostará en la puerta de tu corazón. Sin embargo, en tu mano está la facultad de su mala concupiscencia, y tú serás su amo entre el mérito, o la justicia, y el pecado.
La traducción de los Setenta parece desviarse completamente de la verdad hebrea aquí.
Ahora vayamos a la explicación. ¿Por qué estás enojado? ¿Y por qué ha decaído tu semblante? No pregunta ignorando o desconociendo, sino más bien para incitar a Caín a que reconozca su pecado y advierta que está encendido de ira de manera irracional y sin justa causa y que está afligido porque se entristece del bien de su hermano. ¿Por qué te entristeces, dice, del bien de tu hermano que recibió de mí, como si tú no pudieras obtener la misma gracia? ¿No es cierto que, si haces lo bueno, serás aceptado? es decir, ¿conseguirás la recompensa de las buenas obras?
La Verdad Hebrea dice: Habrá elevación; de donde parece que este sentido prevalece: tu semblante ha decaído porque yo he mirado a tu hermano Abel y a sus ofrendas; pero no a ti y a tus ofrendas. Y esto lo hice porque las obras de tu hermano son buenas. Por tanto, no te enojes ni te entristezcas porque he preferido a tu hermano sobre ti y lo ves elevado por encima de ti. Porque si tú también, como él, haces buenas obras, habrá elevación, es decir, exaltación y preferencia: así como eres mayor que tu hermano por nacimiento y lo superas por naturaleza, también lo superarás en honor y dignidad, y entonces te alegrarás y exultarás, de modo que tu semblante, que ahora decae por la tristeza y el dolor, se elevará con alegría y exultación.
Pero puede tener otro sentido aún. Pues esa palabra [שאת] también significa remisión, de modo que el sentido sería: he mirado a tu hermano y sus ofrendas por sus buenas obras; pero no a ti y tus ofrendas, porque tus obras son malas. Pero ¿no es cierto que si te conviertes de tu mal camino y haces frutos dignos de arrepentimiento y obras buenas, habrá remisión, es decir, se te perdonarán tus pecados, y entonces miraré a ti y a tus ofrendas?
Este pasaje demuestra de manera clarísima y sin ninguna evasión la libertad del albedrío y la contingencia de la predestinación y la reprobación. Pues Caín ciertamente no fue predestinado; sin embargo, el Señor dijo que si hubiera hecho el bien, habría recibido la recompensa y habría evitado la condenación eterna, que es para los reprobados. Por eso, el Rabino Moisés Haddarshan explica este pasaje así: ¿No es cierto que si haces el bien, recibirás bendición; pero si no haces el bien, recibirás maldición? Pero si haces el mal, el pecado estará inmediatamente a la puerta. ¡Ciertamente una sentencia difícil de explicar!
Para entender este pasaje, debemos ver qué se entiende por el término pecado y qué por la palabra puerta. Pecado es propiamente un acto perverso e inordinado, que cometemos por nuestra propia voluntad contra el precepto y la voluntad de Dios. Este acto, aunque pasa rápidamente, permanece sin embargo la mancha infectando el alma, permanece la culpa, permanece la conciencia del pecado, permanece finalmente la pena a pagar, en cuyos efectos, dado que el pecado de algún modo vive, también a menudo se designan con la palabra pecado. A veces, sin embargo, se llama pecado a la misma concupiscencia, que no se extingue con el acto del pecado, sino que crece; que siempre yace en la puerta de la voluntad, llamando siempre, es decir, pidiendo siempre el mal, atrayendo e inclinando propensamente. Por puerta a veces se designa algo conocido y evidentemente manifiesto, como se suele decir: "¿Quién errará en las puertas?" A veces, sin embargo, en las Sagradas Escrituras, la puerta significa el juicio, tanto temporal como final; pues en la antigüedad los juicios solían celebrarse en las puertas de la ciudad.
Así pues, se expone el primer lugar: Si haces el mal. Estos son los pecados, actos malos cometidos contra los mandamientos de Dios: Tu pecado estará a la puerta, es decir, la conciencia de tu pecado estará vigilando a las puertas, es decir, las reflexiones de tu corazón siempre te acusarán. Porque, manchados por crímenes y flagelos, somos atormentados por la conciencia, que siempre vigila a las puertas de nuestro corazón, y todo lo que hacemos o intentamos, inmediatamente se nos presenta y nunca nos permite estar felices; nunca se aplaca con el tiempo: sino que, después de mucho tiempo, vuelve para castigar y desgarrar el alma. Por eso también los hermanos de José, después de muchos años, recordaron el crimen cometido y sintieron miedo de muchas calamidades. Este sentido es muy verdadero; pero, en mi opinión, no está muy enfocado en la letra.
Se expone de otra manera: Si haces el mal, tu pecado estará a la puerta, es decir, me será muy conocido, como las cosas que están a la vista, ante las puertas.
En tercer lugar, se expone: Si haces el mal, tu pecado vigilará en la puerta, es decir, la conciencia y la culpa de tu pecado vigilarán para la pena y el juicio, para exigir de ti las penas merecidas y tu propia conciencia te acusará y condenará en el juicio, de modo que tendrás que pagar perpetuamente por todos los crímenes cometidos. Escucha, dice, Caín: si haces el bien, recibirás la recompensa y los grandes y máximos premios; pero si haces el mal, pagarás las penas de tus crímenes, con tu conciencia acusándote y la culpa de tu pecado exigiendo las penas merecidas, serás juzgado por mí, condenado, castigado y pagarás penas tanto temporales como eternas.
Este sentido es muy verdadero y muy acorde con la letra: pues también conserva la antítesis y la proporción debida entre lo opuesto y lo propuesto; y la Parafrasis Caldea lo apoya mucho.
Sin embargo, podría exponerse de otra manera debido a lo que sigue: Pero su deseo será para ti, y tú lo dominarás: para que el pecado se entienda como la profana concupiscencia, que yace a las puertas de la voluntad, llamando, pidiendo el consentimiento de la voluntad y siempre atrayendo al mal, para que se cumpla; pero como no puede forzar a la razón y la voluntad, por eso se dice: Su deseo será para ti, y tú lo dominarás: es decir, debes y puedes dominarlo: puede atraer, pero no puede obligar. La primera explicación es más clara, y las palabras se exponen así: Si haces el bien, recibirás las recompensas; si haces el mal, serás juzgado y condenado, para que pagues las penas de tus crímenes. En ti hay una inclinación al mal; pues estás enojado con tu hermano y quieres matarlo, afectado por la tristeza y el dolor por su bien y gracia. Pero puedes dominar esta inclinación, porque está bajo tu control; este deseo puede acechar e incitar, pidiendo ser satisfecho, para que se cometa el mal; pero no puede forzar: tú, como su dueño, puedes reprimirlo y controlarlo, para que no hagas el mal, sino el bien.
Sin embargo, este pasaje requiere una declaración más completa para una comprensión más profunda de estas palabras; pues parece que Dios aquí atribuye más al libre albedrío del hombre de lo que le corresponde por naturaleza y de lo que muchos otros pasajes de las Escrituras le permiten. Pues de Caín, que era del maligno y sin duda desprovisto de la gracia de Dios, ya que sus obras eran malas, por lo que Dios no miró a él ni a sus ofrendas, aquí se dice que su concupiscencia estaba bajo su albedrío, y que podía dominar el pecado y reprimirlo y controlarlo, como si estuviera bajo su poder. Sin embargo, muchos otros lugares de las Escrituras Divinas afirman claramente que el hombre no puede hacer nada, ni siquiera lo más mínimo, sin la gracia de Dios. En Juan leemos: Sin mí nada podéis hacer, como el sarmiento... si no permanece en la vid. San Pablo dice: No somos competentes por nosotros mismos para pensar algo, como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios. El beato Santiago dice que todo buen don y todo don perfecto viene de arriba, descendiendo del Padre de las luces. Por lo tanto, para que este pasaje sea más claro, debemos considerar algunos puntos.
Y primero: el libre albedrío recibe su nombre de la deliberación racional, o discernimiento para elegir o rechazar algo, de modo que se llama libre albedrío, como si fuera un juicio libre de la razón. Se llama libre porque está bajo su propia potestad, teniendo la capacidad libre de elegir cualquier cosa que desee. Aunque el libre albedrío, según el significado propio de la palabra, denota un acto, es decir, un juicio libre de la razón, por consenso general, derivado del uso común del lenguaje, llamamos e interpretamos libre albedrío como el principio de ese acto, por el cual el hombre juzga y elige libremente.
Este principio es una cierta facultad y poder del alma para elegir libremente cualquier cosa que conduzca a un fin, o cualquier cosa que desee; por lo tanto, el libre albedrío propiamente no es un hábito o poder del alma, sino una facultad. No es un hábito, porque si fuera un hábito, sería un hábito natural; pues es natural para el hombre tener libre albedrío. Sin embargo, no puede ser un hábito natural; los hábitos naturales son aquellos hacia los cuales nos inclinamos naturalmente, como los principios del entendimiento: pero aquellas cosas hacia las cuales nos inclinamos naturalmente no están sujetas al libre albedrío; sino que la voluntad las desea necesariamente, como el deseo de la felicidad. Así como el entendimiento se adhiere necesariamente a los primeros principios, así la voluntad al fin último; deseamos ser felices por necesidad, no por una necesidad de coacción, sino natural: porque la necesidad de coacción es contraria a la voluntad. Así como es imposible que algo sea natural y violento, ya que lo violento es lo que está en contra de la inclinación de la naturaleza, así es imposible que algo sea voluntario y forzado; lo voluntario es lo que está de acuerdo con la inclinación de la voluntad: lo forzado es lo que está en contra de la inclinación de la voluntad. Sin embargo, la necesidad natural no es contraria a la voluntad, como tampoco lo es la necesidad del fin; el fin impone la necesidad del medio; pues queriendo cruzar el mar, necesariamente se quiere un barco. La voluntad desea el fin último por necesidad natural, es decir, la eterna felicidad, así como el entendimiento asiente a los primeros principios; pero no desea todo lo demás necesariamente, porque no está naturalmente inclinada a todo lo demás. Así como el entendimiento se comporta respecto a los inteligibles, así la voluntad respecto a lo deseable.
Hay ciertos inteligibles que no tienen una conexión necesaria con los primeros principios: como son las proposiciones contingentes, cuya remoción no implica la remoción de los principios; y el entendimiento no asiente a ellas necesariamente. Sin embargo, hay ciertos inteligibles que tienen una conexión necesaria con los primeros principios: como son las proposiciones necesarias, cuya remoción implica la remoción de los primeros principios y las conclusiones demostrables, a las que el entendimiento asiente necesariamente, al conocer mediante demostración la conexión necesaria con los principios; pero no asiente a ellas antes de conocer esta conexión necesaria.
Así, la voluntad se adhiere necesariamente a la suprema felicidad por sí misma; en segundo lugar, a aquellas cosas que tienen una conexión necesaria con la verdadera felicidad, mediante las cuales el hombre se adhiere a Dios, en quien está la verdadera felicidad. Sin embargo, antes de que se demuestre con certeza la necesidad de esta conexión, la voluntad no se adhiere necesariamente a Dios, ni a las cosas de Dios: pero la voluntad, teniendo por la visión divina la certeza de esta conexión necesaria, se adhiere necesariamente a Dios, así como nosotros deseamos necesariamente ser felices. Sin embargo, la voluntad no desea necesariamente los bienes particulares que no tienen una conexión necesaria con la felicidad, sin los cuales uno puede ser feliz; y estos están sujetos al libre albedrío junto con aquellos que tienen una conexión necesaria con la felicidad, antes de la certeza de esta conexión necesaria: ya que la voluntad no se inclina naturalmente a estas cosas. Por lo tanto, el libre albedrío no puede ser un hábito natural.
Tampoco puede ser un hábito no natural, ya que es natural para el hombre tener libre albedrío; por lo tanto, sería contrario a su naturaleza ser un hábito no natural, y contrario a su propia razón ser un hábito natural; porque su propia razón es tener dominio sobre sus actos y estar orientado hacia cualquiera de las dos opciones: lo cual no corresponde a un hábito natural. Por lo tanto, no es un hábito.
Tampoco es propiamente una potencia; pues si fuera una potencia del alma, siendo esta racional, sería o intelecto, o voluntad: porque las potencias racionales se dividen suficientemente en intelectiva y afectiva. Pero no puede ser el intelecto; el intelecto no es una potencia libre, sino natural, y opera meramente de manera natural; por lo tanto, no tiene dominio sobre sus actos, así como el sol no tiene dominio sobre su calefacción o iluminación. Tampoco puede ser la voluntad; la voluntad no puede tener arbitraje, es decir, juicio, así como el intelecto no puede tener libertad. Por lo tanto, ya que el libre albedrío implica juicio y libertad según su nombre, por razón de la libertad no puede ser intelecto, y por razón del juicio no puede ser voluntad.
Dado que la elección es propia del libre albedrío, pues por esto se dice que tenemos libre albedrío, porque podemos elegir una cosa, rechazando otra, la naturaleza del libre albedrío debe considerarse a partir de la elección. En la elección, se perciben claramente dos elementos que siempre concurren: el intelecto y el afecto; el intelecto deliberando y juzgando qué debe preferirse a otra cosa; y la voluntad deseando y aceptando lo que ha sido juzgado por la deliberación. Por lo tanto, se dice que la elección es intelecto apetitivo, o más bien apetito intelectivo; porque el objeto propio de la elección es lo que es para el fin, en cuanto tiene razón de bien útil; por eso, el Filósofo dijo que la elección es un deseo deliberado.
Aunque tanto la voluntad como el intelecto concurren en la elección, esta, sin embargo, es principalmente un acto de la voluntad, ya que su objeto es el bien útil, que es el objeto de la virtud apetitiva. Pero porque la voluntad no se dirige a tal objeto a menos que esté previamente conocido y comprendido, en la elección el intelecto actúa como consejero y mostrador del objeto elegible.
Con lo dicho, queda clara la naturaleza del libre albedrío. Dado que el libre albedrío sigue como acto propio de la elección, y la elección consiste tanto en la voluntad como en el intelecto, es evidente que el libre albedrío consiste también en estas mismas potencias, abarcando tanto la razón como la voluntad. Como no es ni hábito ni potencia, como se ha deducido antes, será una cierta facultad de la razón y la voluntad para elegir libremente cualquier cosa que se desee; pues el intelecto no puede hacerlo por sí solo, ya que es una potencia natural y no libre; ni la voluntad por sí misma, ya que no puede deliberar y juzgar. Por lo tanto, la facultad del libre albedrío se causa por la concurrencia de la razón y la voluntad: así como la facultad y el poder de arrastrar un barco se causan por la concurrencia de la fuerza de dos hombres, para lo cual ninguno de ellos sería suficiente por sí solo; y de la concurrencia de la fuerza de la mano y el ojo resulta el poder de escribir, para lo cual ninguno de ellos sería suficiente por separado.
De la conjunción del intelecto y la voluntad resulta la facultad del libre albedrío y, con ella, la capacidad de elegir; por lo tanto, se le llama con el mejor nombre doble, de modo que uno se refiere a la voluntad, y el otro a la razón. "Libre" expresa la voluntad, y "albedrío" la razón. Sin embargo, la razón del libre albedrío reside principalmente en la voluntad más que en el intelecto. Pues no es a través del intelecto que el hombre es dueño de sus actos, ya que esa potencia no es libre, sino que actúa meramente de manera natural, sino a través de la voluntad, que es libre, y que también opera meramente de manera contingente y orientada a cualquiera de las dos opciones, y por ella merecemos y demerecemos: en la cual está la caridad. Y ella es la que, con su imperio, mueve todas las fuerzas del alma, incluido el intelecto; pues ella contempla el bien universal y el fin como objeto: y la potencia que contempla el fin universal mueve a las potencias que contemplan fines particulares. Así como el rey, que pretende el bien universal de todo el reino, con su imperio mueve a los gobernadores que se encargan del gobierno en cada ciudad o provincia: así la voluntad mueve a las demás fuerzas del alma que están subordinadas al libre albedrío —pues no todas están subordinadas al libre albedrío, como son las fuerzas naturales vegetativas— a sus actos y operaciones; y también al intelecto mismo a la cognición de la verdad, o de cualquier otra cosa. Y por eso, en los malos pensamientos a veces se acusa de pecado, porque la voluntad los ordena o los acepta.
Por lo tanto, cuando decimos que el libre albedrío es la facultad de la voluntad y la razón para elegir, la voluntad se considera como principal, y el intelecto como concomitante. Pues la razón dicta lo que se debe hacer, y la voluntad manda; por eso el intelecto es como el consejero, y la voluntad como el comandante. Aunque la recta razón es la regla y la norma del libre albedrío y de la voluntad para actuar correctamente, de modo que un acto desviado de la recta razón se llama malo, toda la razón del dominio y del poder reside en la voluntad; porque la razón es consejera de la voluntad. Así como el rey actúa mal si no sigue el buen y recto consejo de su consejero, o actúa en contra de él, todo el dominio sobre este asunto reside en el rey; lo mismo sucede con la razón y la voluntad. Tan grande es la libertad de la voluntad, que a menudo actúa incluso contra el juicio de la recta razón: aunque esto sea más un defecto de la libertad que libertad. De aquí que leemos en Lucas sobre el siervo que conoció la voluntad de su señor... y no la hizo, sino que hace cosas dignas de azotes. De aquí proviene el pecado de malicia deliberada, distinto del pecado de ignorancia. De aquí también que leemos en la Epístola de San Pedro sobre aquellos para quienes lo último ha sido peor que lo primero: "Mejor les hubiera sido no conocer el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado." Por lo tanto, el libre albedrío reside principalmente en la voluntad. Así pues, es una cierta facultad libre de la voluntad y la razón para elegir libremente lo que desea.
Sin embargo, su libertad no consiste propiamente en que quiera esto tanto como quiera lo contrario; es decir, tanto quiera el bien y lo elija, como pueda querer y elegir el mal. Pues en Dios, los ángeles y los bienaventurados hay libre albedrío, que no pueden querer y elegir el mal; y, como ya se ha dicho, el querer el mal es un abuso y un defecto de la libertad. Pero consiste propiamente en que todo lo que quiere, lo desea bajo su propio imperio, porque así quiere, que desea querer y complacer, y se mueve a sí mismo en el acto de querer y domina sus actos. Por lo tanto, aunque los bienaventurados necesariamente aman a Dios y no pueden dejar de amarlo, y odian tanto el pecado que no pueden ni siquiera desearlo: sin embargo, hacen todo esto libremente, porque así quieren querer y no querer.
Así, el libre albedrío también se aplica a lo necesario; sin embargo, en cuanto a la deliberación, no se refiere más que a lo contingente. Nadie delibera sobre lo necesario o lo imposible de ser de otra manera: pero se delibera sobre las cosas que pueden ser de otra manera; y así, no se refiere al presente o al pasado, sino siempre al futuro, que es contingente. Pues lo que es presente, está determinado, y no está en nuestro poder que sea o no sea, cuando es; puede no ser, o ser diferente después: pero no puede no ser mientras es, ni ser otra cosa mientras es lo que es; pero en el futuro, si esto o aquello sucederá, eso pertenece al poder del libre albedrío. Sin embargo, no todas las cosas futuras están bajo el poder del libre albedrío: sino solo aquellas que pueden hacerse o no hacerse mediante el libre albedrío; pues si alguien quiere y planea hacer algo que de ninguna manera está en su poder, se le consideraría insensato.
Habiendo visto la naturaleza del libre albedrío, ahora debemos considerar su poder, lo que puede y cuánto puede. La primera potestad del libre albedrío es que no puede ser forzado por ningún agente, ya sea creado o increado, en cuanto a su propio acto, que es un acto interior. Pues en cuanto al acto exterior, puede ser forzado, como doblar las rodillas ante un ídolo y encender incienso con sus propias manos; pero en cuanto al acto interior, que es querer y elegir, puede ser inducido, movido, impedido: pero no forzado; puede ser inducido por penas, persuasiones eficaces, promesas, terrores, amenazas, inclinaciones a cosas tristes, o halagos de cosas deleitables, que pueden inclinar el libre albedrío hacia algo; y así puede ser inducido tanto por la criatura como por Dios.
En segundo lugar: puede ser movido o cambiado por Dios, cuando se dirige con su poder hacia una cosa; sin embargo, Dios puede insertar en él una afección hacia otra cosa, o incluso lo contrario, que acepta: así, Dios hace que un hombre, que ama excesivamente las cosas temporales, se convierta en despreciador de ellas y amante de las cosas celestiales.
Puede ser impedido por una lesión corporal debido a la conexión e inclinación que tiene hacia la naturaleza corporal; pues muchos se vuelven locos por una lesión corporal y se ven impedidos de actuar con libre albedrío. Aunque las fuerzas racionales, ya que vienen de lo externo y no se derivan de una potencia material, no están mezcladas con el cuerpo, ni usan un órgano corporal para ejercer sus actos; sin embargo, dado que el alma racional se une al cuerpo para constituir un tercer ente, que es uno en esencia y al cual se le debe propiamente la operación, porque es uno, y esta operación no es solo vivir o sentir, o moverse, sino también razonar e inteligir: por eso el alma, mientras está en el cuerpo, no entiende completamente sin el cuerpo, aunque no a través del cuerpo, como ejerce las operaciones anteriores. Pues dado que dos cosas concurren al acto de entender: la recepción de las especies y el juicio: y la recepción de las especies proviene del cuerpo; pues recibidas a través de los sentidos corporales, llegan al intelecto agente, por el cual se vuelven intelectuales, y al posible, por el cual se entienden, y que también juzga. Para que esto pueda suceder, se requiere la disposición adecuada del cuerpo. Así como, aunque el alma no dependa del cuerpo, para que esté en el cuerpo, es necesario que el cuerpo esté debidamente dispuesto, y por la corrupción de esta disposición puede suceder que el alma ya no esté en el cuerpo; así, para que el alma entienda en el cuerpo, es necesaria la disposición óptima de los sentidos corporales; y cuando esta disposición se daña, el intelecto no puede entender ni juzgar; y así se impide el acto del libre albedrío, conservando su naturaleza y razón propia.
Así pues, el libre albedrío puede ser impedido, pero no puede ser forzado en absoluto; porque forzarlo sería mover y compelir con una fuerza externa y ajena a la voluntad deliberativa, que actúa contra su inclinación, hacia algo que no desea. Esto es imposible. Así como es imposible que algo sea natural, es decir, según la inclinación de la naturaleza, y violento, es decir, contra la inclinación de la naturaleza, así es imposible que algo sea voluntario y libre, es decir, según la inclinación de la voluntad, y forzado, es decir, contra la inclinación de la voluntad. Por lo tanto, como esto es absolutamente imposible, ni ninguna criatura ni Dios pueden forzar el libre albedrío. No digo que Dios no pueda quitarle su libertad: esto, por supuesto, puede hacerlo debido a su inmenso poder; pero si le quitara su libertad, también destruiría su naturaleza. Pero digo que, conservando su naturaleza y la propiedad de su libertad, es imposible e incomprensible que el libre albedrío pueda ser forzado.
En cuanto a su poder en las operaciones, el libre albedrío puede considerarse de tres maneras: o en un estado puramente natural, con la influencia general y la ayuda de la gracia de Dios. Porque Dios es también la causa de todos los efectos positivos de las causas particulares: no solo el fuego quema, sino Dios con el fuego: y cada cosa opera, pero concurriendo Dios a tal operación; así concurre Dios, de modo que opera junto con aquella cosa según su modo: así "administra las cosas que ha creado, de modo que permite que actúen según sus propios movimientos"; por lo tanto, opera necesariamente con causas necesarias según su orden, con causas contingentes contingentemente, con causas naturales naturalmente, y con causas libres libremente; y así, Dios concurre con la operación del libre albedrío del hombre con una influencia general.
En segundo lugar: puede considerarse con el don especial y la influencia de la gracia gratificante, en cuanto es libre de culpa; y finalmente, de miseria, y es la libertad de la gloria, que nos espera en la patria celestial, y está en todos los bienaventurados. El libre albedrío tomado de esta tercera manera, siendo el más perfecto, el más unido al sumo bien, el fin último y la verdadera felicidad, y sus obras son completamente perfectas, de modo que solo puede hacer el bien; no solo no puede hacer el mal, sino que, por la gracia perfecta y consumada, no puede hacerlo en absoluto. Por lo tanto, es el más libre y mucho más libre de lo que fue en los primeros padres, porque está totalmente libre de aquella servidumbre de la que se dice: "El que comete pecado es esclavo del pecado"; y cuanto más lejos está de esa servidumbre, más libre es su juicio en la elección del bien.
Pero en cuanto se le da el don especial de la gracia en el presente, en los primeros padres antes de la caída, podían hacer el bien con gran perfección y facilidad: podían no hacer el mal, pero no podían no tener la capacidad de hacerlo; eran ciertamente muy libres, porque no solo sin coacción y necesidad, sino también sin culpa y miseria, podían con toda facilidad desear y elegir el bien que habían decidido por la razón. Sin embargo, no estaban completamente libres de la capacidad de pecar: podían no pecar, pero tenían la capacidad de pecar. En nosotros, el libre albedrío con el don de la gracia es más imperfecto; pues puede pecar, pero no puede no pecar, al menos venialmente, según aquello: "Siete veces al día cae el justo"; y en Juan: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros"; y en las ocasiones que se presentan sin plena deliberación, se incurre en pecado venial: y de tales ocasiones el hombre en esta vida no puede estar completamente libre de todas, aunque puede evitar cada una individualmente, y porque no las evita, incurre en pecado.
Sin embargo, en cuanto a la realización del bien, puede merecer el aumento de la gracia y la caridad a través de actos elicitados con el hábito de la gracia, y finalmente alcanzar la gloria; como dice San Pablo a Timoteo: "Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que me dará el Señor en aquel día...; no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida". Pues aquello que se da a alguien según la justicia, se merece de manera adecuada. Esto, sin embargo, no es según la naturaleza en sí misma y en cuanto tales obras proceden simplemente del libre albedrío; pues de esta manera no pueden ser meritorias de la vida bienaventurada: ya que los sufrimientos de este siglo no son dignos de la futura gloria que se revelará en nosotros; pero, sin embargo, por institución del legislador: así como podría el rey instituir que se diera tanto por una moneda de poco valor como por el oro; también por el don de la gracia. Y porque tales obras proceden del Espíritu Santo habitando en el hombre justificado por la gracia y moviendo su libre albedrío a la obra meritoria, y en cuanto tal obra procede del Espíritu Santo, que es de valor infinito, merece de manera adecuada un bien infinito, es decir, la vida eterna. De aquí que San Pablo dice a los Romanos: "La tribulación produce paciencia, la paciencia prueba, la prueba esperanza; y la esperanza no confunde, porque el amor de Dios ha sido derramado... por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". Luego añadió: "Pero Dios muestra su amor hacia nosotros, porque si siendo aún pecadores..., Cristo murió por nosotros: mucho más, ahora justificados en su sangre, seremos salvos de la ira por medio de él". Mucho más, dice; porque el libre albedrío merece de manera congruente la justificación: y mediante la justificación, la gloria de manera adecuada.
Si, sin embargo, consideramos finalmente el libre albedrío despojado de tal don de la gracia, pero en puras naturales únicamente, con la ayuda general y el influjo de la gracia, es muy imperfecto. Primero, estando despojado de la gracia en este estado. Puesto que en este estado necesariamente está bajo algún pecado, ya sea original o actual, o bajo ambos, no puede por sí mismo levantarse del pecado con su propia fuerza; es necesario que Dios le perdone la culpa y le otorgue la gracia: esto, sin embargo, no puede merecerlo de manera adecuada; porque si la gracia fuese por mérito, ya la gracia, como dice el Apóstol, no sería gracia.
En segundo lugar, no puede evitar meritoriamente el pecado mortal, tal cual: en efecto, puede evitar simplemente el acto de pecado; ya que para que el pecado ocurra se requiere plena deliberación: y para deliberar no está obligado por ninguna virtud, ni puede ser obligado, ya que por el pecado no pierde la libertad en cuanto a su esencia. Por lo tanto, como el pecado es voluntario, tanto que si no es voluntario, no es pecado, y la voluntad en ello todavía es libre para cualquiera de las dos opciones, puede cometer y evitar el pecado. Pero digo que no puede evitarlo meritoriamente; porque el principio del mérito es la gracia y la caridad, que no tiene.
En tercer lugar, el libre albedrío, tal cual, puede de hecho elicitar un acto meritorio en general movido sin gracia, pero no meritoriamente. Los filósofos que no tenían gracia tanto postularon como tuvieron actos de virtudes morales; sin embargo, no merecieron nada, ya que el principio del mérito es la gracia, que no tenían; y los hebreos aún también tienen celo de Dios y realizan muchas buenas obras de la ley, aunque estén despojados de gracia; y muchos pecadores llevan a cabo muchas obras de fe y misericordia, estando sin embargo en pecado.
Cuarto: no puede elicitar un acto meritorio condigno de la vida eterna. Porque de los puros naturales nadie puede ser digno de la vida eterna; así, el Señor, según San Mateo, cuando hablaba sobre conseguir la vida eterna, dijo: "Para los hombres esto es imposible; pero para Dios todo es posible"; y así deben entenderse esas palabras: "Sin mí no podéis hacer nada"; y: "No somos suficientes para pensar algo por nosotros mismos, como si fuera de nosotros"; y todas las demás similares, que no podemos hacer ni obrar nada digno de la vida eterna sin gracia.
Quinto: aunque el libre albedrío no puede levantarse del pecado y merecer la gracia condignamente, sin embargo, puede hacerlo congruamente y decentemente; pues la atrición y la contrición del pecado son actos congruentemente dignos de gracia. Por medio de la contrición, o al menos de la atrición, puede disponerse a recibir la gracia en cualquier momento; sin ningún influjo especial, sino por los puros naturales y el influjo general, puede ser afectado por la displacencia, el dolor y el arrepentimiento del crimen cometido, y así prepararse para recibir la gracia. Pero Dios, que quiere que todos los hombres se salven y no quiere que nadie perezca, siempre les ofrece la gracia liberalmente; esto es: "Yo estoy a la puerta y llamo: si alguno... abre la puerta..., entraré... y cenaré con él"; de hecho, el libre albedrío lo previene con su misericordia gratuita, como dice el salmista: "Su misericordia me precederá"; y en otro lugar: "Tu misericordia nos anticipe pronto, Señor". Por lo tanto, si el libre albedrío, afectado por el arrepentimiento del crimen cometido y mediante la contrición o atrición consiente a la gracia liberalmente ofrecida por Dios, sin duda obtendrá la gracia santificante y se hará digno de la vida eterna; pero si resiste a Dios y rechaza y reniega la gracia ofrecida, se constituirá en reo del fuego del infierno y de la muerte eterna: porque si no cumple con todos los mandamientos divinos, que tampoco puede cumplir sin el don de la gracia, para poder dignamente conseguir la vida eterna, está establecido: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos"; ciertamente no puede excusarse ni defenderse diciendo que se le manda lo imposible, que no puede cumplir dignamente por su propia virtud sin el don de la gracia. Pues Dios continuamente presta y ofrece la ayuda de la gracia siempre; y si no la tiene para que pueda cumplir dignamente aquello que de otra manera no puede guardar, es por su culpa, porque no quiere tenerla y disponerse a recibir la gracia ofrecida, para ser justificado. Por lo tanto, puesto que la gracia de Dios siempre nos asiste presente cuando queremos, y se aleja cuando no queremos, es casi como si estuviera en nuestro poder guardar dignamente los mandamientos: porque siempre está en nuestro poder disponernos a la gracia y prestarle digno asentimiento a la gracia ofrecida; cuando hacemos esto, siempre obtenemos la gracia. Por eso el Señor decía en Mateo: "O haced el árbol bueno, y su fruto bueno; o haced el árbol malo, y su fruto malo". Hacemos ciertamente el árbol bueno, que produce buenos frutos y no puede producir frutos malos, cuando abrimos el corazón al Dios que llama a través de la contrición y le consentimos, para que entre y cene con nosotros, consintiendo a la gracia ofrecida y recibiéndola con la debida disposición, una vez quitado el obstáculo, mediante la justificación.
Estas cosas vistas así, la comprensión del presente lugar será clara y evidente. Pues cuando el Señor dice a Caín: "El deseo de él estará bajo ti y tú lo dominarás", aunque Caín tuviera libre albedrío, y aunque careciera de gracia, estaba en su libre poder frenar el deseo del pecado para que no se convirtiera en acción; lo cual, como se ha visto, puede hacer sin el don de la gracia. Sin embargo, es cierto que no podía hacerlo dignamente y con mérito para la vida eterna sin el don de la gracia santificante; y si el Señor lo entendió así, le dijo que podía frenar y vencer el pecado, en cuanto que le ofrecía libremente su gracia y estaba en el poder de Caín darle un asentimiento digno a la gracia ofrecida, con la cual podría meritoriamente frenar el deseo del pecado y evitar completamente el pecado. Así también debe entenderse lo que dijo antes: "¿No serás enaltecido si obras bien?", es decir, la recompensa. No que Caín pudiera merecer dignamente sin gracia; sino que, porque podía asentir a la gracia que el Señor le ofrecía y recibir la gracia disponiéndose, con la cual podría obrar bien dignamente y merecer la vida eterna.
Muchas otras cosas podrían señalarse en este lugar, especialmente sobre la contingencia de la predestinación y la reprobación; ya que Caín no fue predestinado, sino reprobado, sin embargo, el Señor le dice: "Si obras bien, serás enaltecido"; porque el Señor no deja completamente a los reprobados, sino que los exhorta al bien, para que reciban la recompensa; y muchas otras cosas, que dejamos para otro momento más oportuno y serio de tratar.