Versículos 9 – 11

Texto hebreo: "Y el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él dijo: No sé. ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Y el Señor dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo. Y ahora maldito seas tú más que la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano. Cuando cultives la tierra, no añadirá dar su fuerza a ti; serás errante y fugitivo en la tierra".

Intérprete Caldeo: "La voz de la sangre de los descendientes, o hijos, que habrían de salir de tu hermano, clama ante mí desde la tierra".

Targum de Jerusalén tiene de manera similar: "La voz de las sangres de las multitudes de justos, que habrían de surgir de Abel, tu hermano, clama".

La edición Vulgata griega concuerda casi totalmente con la nuestra. Pues dice: "Y ahora maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano; cuando labres la tierra, no añadirá dar su fuerza a ti: στένων καὶ τρέμων ἔσῃ, es decir, suspirante y tembloroso serás en la tierra".

Ahora abordemos la exposición. ¿Dónde está Abel, tu hermano? La Sagrada Escritura narra que Dios, santo y bendito, siempre justísimo y severísimo vengador de todo pecado, reprendió a Caín por el crimen cometido al derramar la sangre de su hermano y lo castigó con justas penas, para que el mal no quedara impune y no fuera la culpa una deshonra sin el decoro de la justicia. Junto con esto, muestra que él es consciente y conocedor de todos los actos y de los pensamientos que habitan en lo más íntimo de los corazones; pues, aunque el corazón del hombre es perverso e inescrutable, él escudriña los corazones y examina los riñones. De ahí que, al percibir los pensamientos más ocultos del corazón perversísimo de Caín, le pregunta dónde está su hermano. Pues el insensato Caín pensaba que, como había matado a su hermano sin que nadie lo viera o presenciara, también quedaría oculto para Dios; por eso, respondiendo, dice: No sé; ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?

Entre los hebreos, en el Bereshit Rabba, según el testimonio del Rabino Abrabanel, se dice que Caín cometió tres pecados en ese día; el primero es: que no creyó en las palabras de Dios, que le había dicho al reprenderlo; el segundo es: que mató a su hermano Abel; y el tercero es: que mintió y engañó diciendo: "No lo sé; ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?". Aquí se muestra tanto la mentira como la arrogancia de Caín: "¿Por qué, dice, me preguntas por mi hermano, dónde está? ¿Acaso me lo confiaste a mí para que cuidara de él? ¿Qué me importa saber dónde está?". Dios esperaba que Caín produjera buenos frutos, pero hizo el mal; como una viña que se esperaba diera uvas, pero produjo agrazones. Dios interrogó a Caín sobre su hermano para, mediante esa investigación, confrontarlo con el crimen y la crueldad cometida, para que Caín se arrepintiera del grave delito, reconociera su culpa y, arrepentido, pidiera humildemente perdón a Dios. Pero él, haciéndose más duro y obstinado, no solo no reconoció su culpa, sino que con frente descarada y ceño indomable respondió con arrogancia e insensatez, considerando que Dios desconocía el hecho, ya que con ojos de carne, cuando mató a su hermano, no lo había visto presente; pero con los ojos de la mente, con los que se ve a Dios, estaba completamente ciego.

El Señor, al ver tanto su insensatez como su maldad, dijo: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. ¿Piensas, dijo, que me ocultas lo que has hecho a tu hermano; y qué es esa voz que clama en mis oídos, la voz de la sangre de tu hermano, a quien has matado, que clama a mí desde la tierra?"

En hebreo se tiene: קוֹל דְּמֵי אָחִיךָ צֹעֲקִים אֵלַי מִן־הָאֲדָמָה: es decir: "La voz de las sangres de tu hermano claman a mí desde la tierra"; o: "La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra"; donde דְּמֵי, es לשן רבים, un plural.

Los maestros hebreos dicen que "sangre" en plural se usa para significar tanto la sangre de Abel como la de sus hijos, que habría engendrado si hubiera permanecido en el mundo; y por eso Dios dijo a Caín que no solo había derramado la sangre de un hombre, sino también casi la de una generación de hombres que habrían descendido de Abel. Los hebreos creen que por medio de estos dos hijos de Adán se propagaba todo el género humano, y que Adán ya había dejado de engendrar. Esta opinión la confirman ambas Paráfrasis Caldeas.

El Rabino Salomón dice que es porque Caín infligió muchas heridas a su hermano Abel, ya que no sabía de dónde saldría su alma, y por eso se dice: "La voz de las sangres", debido a la sangre que fluía por todas partes.

Algunos de los nuestros interpretan este pasaje de manera que Dios quería demostrar a Caín que su pecado era tan evidente y manifiesto para Él, como si la sangre misma de Abel clamase en voz alta al cielo.

Nosotros, sin embargo, creemos que este pasaje debe ser interpretado de otra manera. Por "sangre" entendemos propiamente el alma de Abel. Pues el hombre, compuesto de cuerpo y alma, con el cuerpo visible y el alma oculta, es llamado por los hebreos בשר ודם, es decir, carne y sangre; así entendemos en el Evangelio de Mateo, cuya fraseología es completamente hebrea, como fue escrito en hebreo, cuando el Señor dijo a Pedro, al dar testimonio de su divinidad: "Bienaventurado eres, Simón Bar-Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Carne, dijo, y sangre, es decir, hombre, para que entendamos por carne el cuerpo que se ve externamente, y por sangre el alma que se oculta internamente. Así también entendemos lo que el Señor dijo a Noé, cuando le dio a él y a todos sus hijos todos los peces del mar... y todo lo que se mueve y vive en la tierra, como las hierbas verdes para alimento, excepto, dijo, que no comerán carne con sangre, es decir, hombre. Pues enseguida sigue: "Porque el derramamiento de sangre de vuestras almas lo demandaré de mano de todas las bestias; y de mano del hombre, de mano del hermano de cada uno demandaré la vida del hombre. Quien derrame sangre humana en la tierra, su sangre será derramada; porque a imagen de Dios fue hecho el hombre". Donde claramente se ve que por sangre entiende el alma. Por eso Moisés en Deuteronomio advirtió mucho que no comieran carne con sangre, incluso de animales, diciendo: "Solo ten cuidado de no comer sangre; porque la sangre es la vida, y por tanto no debes comer el alma con la carne".

Por sangre, pues, aquí entendemos el alma de Abel que clama a Dios, no con voz, sino con razón, pidiendo ser vengada de su hermano inicuo y perseverante en la iniquidad y la maldad. Así como leemos en el Apocalipsis: "Vi bajo el altar las almas de los que habían sido asesinados por la palabra de Dios y por el testimonio que tenían; y clamaban en alta voz diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que habitan en la tierra?" Así ciertamente Abel clama en alta voz al Señor: y así, aunque muerto, según el testimonio del Apóstol, aún habla, manifestando ante Dios la maldad de su hermano. "Mira", dice, "tú, Señor, que eres justo y verdadero, lo que ha hecho conmigo mi hermano: qué acto tan vil, qué obra tan abominable, una nueva y rara matanza traída por primera vez a la vida de los hombres por su mano. Pues me ha matado cruelmente, siendo yo un hombre simple, justo e inocente, su hermano, que nunca le hice ningún mal, ni siquiera le dije una palabra que pudiera herirlo. Me mató únicamente por hacer el bien, porque te complacía, porque ofrecía ofrendas gratas a ti, porque vivía piadosa e inocentemente, porque le daba testimonio de la verdad. Me mató a mí, digo, y no solo a mí, sino también a todos los que, por tu gracia, habrían salido de mí: una nación piadosa, santa y justa, dedicada a tu culto, que merecerían ser llamados hijos tuyos. Mira, pues, Señor, la locura intolerable, el crimen vil, el acto inexpiable, la culpa intolerable. Venga, pues, Señor, mi sangre, o mejor dicho, mis sangres; pues él ha destruido tanto a mí como a mis futuros hijos."

Cree que el Señor respondió: "Descansa un poco, oh Abel justo e inocente, hasta que se complete el número de tus consiervos y hermanos, que serán asesinados como tú, por la justicia y el testimonio de la verdad: porque junto con ellos te vestirás de la justa estola blanca de la inmortalidad por tu muerte injusta, y disfrutarás de gozos eternos por la violencia injusta que tu hermano te infligió, como el verdadero protomártir y primer testigo de la verdad. En cuanto a tus hijos, que contigo fueron asesinados, plantaré otra descendencia para tu padre en lugar de ti". Así está escrito: "Dios me ha dado otra descendencia en lugar de Abel, a quien mató Caín"; de la cual descendió aquella santa nación, que primero comenzó a invocar el nombre del Señor, por lo que merecieron ser llamados hijos de Dios.

Por lo tanto, este pasaje, cuidadosamente considerado, muestra a Abel ciertamente muerto en el cuerpo, pero aún vivo en espíritu y hablando; pues su cuerpo fue asesinado por la nefanda matanza de Caín: pero su alma no pudo ser asesinada; sino que aún vive inmortalmente, nunca perecerá. Por tanto, con razón debemos traer a colación algunas cosas sobre la inmortalidad del alma en este lugar.

Muchos hoy en día niegan que el alma sea inmortal, afirmando que muere junto con el cuerpo, basándose en que en Eclesiastés leen: "El destino del hombre y el destino de los animales es el mismo...; el hombre no tiene ventaja sobre el animal"; y el Apóstol también dice que solo Dios tiene inmortalidad. Además, algunos, alucinados por las apariencias de las razones naturales, argumentan que el alma depende de las imágenes sensoriales en su funcionamiento y necesita de ellas, y puesto que las imágenes sensoriales, sin las cuales creen que nada se puede entender, no existen sin el cuerpo, concluyen que el alma no puede permanecer después de la destrucción del cuerpo. Además, argumentan que todo lo que ha sido engendrado y ha comenzado a existir, necesariamente debe corromperse y dejar de existir: y el alma misma comenzó a existir; por lo tanto, postulan que el alma perecerá completamente junto con el cuerpo, al igual que las almas de los animales.

Pero la sabiduría de estos es insensatez e insania de hombres carnales, que no entienden las cosas de Dios y, por lo tanto, viven como animales brutos y piensan que su alma también morirá con el cuerpo, como la de los animales.

Sin embargo, la verdad católica y la fe han determinado que el alma comenzó junto con el cuerpo, no creada de otra manera que por Dios y infundida en el cuerpo, como su forma esencial y vida, vivificándolo y moviéndolo: pero que después de la muerte del cuerpo, permanecerá inmortal por sí misma, hasta que nuevamente se una al cuerpo en la resurrección universal, como la Santa Iglesia, columna de la verdad, lo determinó bajo anatema en el Concilio de Viena y en el de Letrán celebrado bajo León X. También se encuentra en la Clementina, De la Suma Trinidad y la Fe Católica, en el único capítulo.

Esta verdad, además de ser confirmada por la autoridad de la Iglesia universal, está apoyada por la autoridad de la Sagrada Escritura, los doctores sagrados y la escuela universal de teólogos con razones y autoridades firmísimas como baluartes; también fue la opinión de los filósofos paganos verdaderamente sabios; y finalmente, se sostiene con monumentos de razones teológicas, morales y naturales.

En primer lugar, que el alma racional es la forma del cuerpo, además de lo que se ha determinado en los lugares mencionados, es evidente también según la opinión de los filósofos, que la definieron como el acto del cuerpo físico, orgánico, que tiene potencialmente vida; y porque si no fuera la forma que informa el cuerpo, el hombre verdaderamente no sería hombre; pues la forma es la que da el ser a la cosa. - Nota que fue la opinión de San Gregorio de Nisa que el alma no es la forma del cuerpo; pero esta no se sostiene.

Que el alma es inmortal y permanece después del cuerpo, Cristo lo probó primero contra los saduceos, que negaban la resurrección, el espíritu y el ángel, diciendo: "¿No habéis leído: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos". Puesto que el Señor dijo estas palabras en el Éxodo, esos padres ya estaban muertos, y no existían: si, por lo tanto, nada de ellos vivía, Dios sería llamado Dios de nada. Pero la relación de la criatura con Dios es real: por lo tanto, de una cosa existente: algo de ellos existía, no compuesto, no cuerpo; ya que no era cuerpo, sino cadáveres corruptos: por lo tanto, las almas vivían. Además, en Mateo el Señor dice: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Pero sería demasiado traer todos los testimonios del Nuevo Testamento aquí.

Esto también es evidente en el Antiguo Testamento. Pues Salomón, hablando de la muerte del hombre en Eclesiastés, dice: "Y el polvo vuelva a la tierra como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio". En cuanto a lo que Salomón dice en otro lugar: "El destino del hombre y de los animales es el mismo, etc." Lo dijo desde la perspectiva de los insensatos, que en Sabiduría hablan así: "Corto y triste es el tiempo de nuestra vida, y no hay alivio en el fin del hombre; y nadie que sea conocido ha vuelto del inframundo. Porque nacimos de la nada y después seremos como si no hubiéramos sido; porque el humo es un soplo en nuestras narices". A esto en Sabiduría se responde: "Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no les tocará tormento alguno de muerte. A los ojos de los insensatos parecían morir... pero ellos están en paz".

Todos los doctores hebreos aseguran que Salomón habló allí desde la perspectiva de los insensatos, como él mismo dijo: "Dije en mi corazón respecto a los hijos de los hombres". Por lo cual el Rabino Abraham Aben Ezra, sobre ese pasaje, dice: “Este verso es según los pensamientos de los hijos de los hombres, que no tienen sabiduría ni entendimiento; quienes, al ver que el destino del hombre y del animal es el mismo, piensan que tienen el mismo espíritu, y que el hombre no es superior a los demás seres animados”. La glosa de los hebreos sobre el pasaje: "¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba y el espíritu de los animales baja abajo?" lo toma como "porque", ya que la palabra hebrea significa ambas cosas, y así expone el pasaje: "¿Quién reconoce, es decir, quién pone su corazón en pensar que el espíritu del hombre sube arriba al juicio divino, para rendir cuentas?" La firme opinión y fe de todos los hebreos es que el alma racional es inmortal, y la resurrección universal es para ellos un artículo de fe, como lo es para nosotros.

Esta misma verdad es manifiesta y clara según la opinión común de todos los católicos. San Dionisio Areopagita, cumbre y cúspide de la disciplina teológica, en el cuarto capítulo de "De los Nombres Divinos", entre muchas dotes que el alma ha recibido del Sumo Bien, enumera la inmortalidad, ya que posee la virtud intelectual, y de ahí una vida esencial e inmortal. San Agustín, en su libro "De la Inmortalidad del Alma", afirma y prueba seriamente lo mismo extensamente. Omito la opinión verísima común a todos los teólogos que lo prueban ampliamente.

En cuanto a los filósofos paganos, Platón, príncipe de los académicos, en el "Timeo" enseña expresamente la inmortalidad del alma. Lo mismo opinaron la mayoría de los estoicos y Pitágoras, según refiere Plutarco. Aristóteles también en su obra "Sobre el Alma" parece expresar claramente esta opinión. En el libro 2 dice: "Respecto al intelecto y la capacidad especulativa, aún no hay nada claro: pero parece ser de otro tipo de alma y solo este puede separarse, como lo perpetuo del corruptible". En el libro 3 dice, hablando del intelecto: "Separado, esto es lo único que es, y esto es lo único inmortal y perpetuo". En el libro 12 de la "Metafísica", después de haber dicho que el alma, o la forma que mueve el cuerpo, no existe antes del cuerpo, sino con el cuerpo, como la salud está presente cuando el hombre está sano, y la forma de la esfera de bronce está presente cuando la esfera de bronce existe: añade que no toda el alma, sino el intelecto, permanece después, y nada lo impide. Muchos de los intérpretes de Aristóteles sostienen la misma opinión, y sería demasiado largo mencionarlos a todos.

Pasemos a las razones, presentando primero un cierto axioma universal basado en la concepción común de la mente, del cual podremos extraer conclusiones. Y es que todas las cosas se conocen por sus operaciones, y estas indican su naturaleza más cercana. Pues así como es la operación de una cosa, tal debe ser también su naturaleza, ya que la operación proviene de la naturaleza; y si las operaciones son del mismo tipo, deducimos que las cosas son del mismo tipo; y si tienen diferentes operaciones, son diferentes en tipo. Además, las operaciones muestran las potencias y su virtud de donde proceden, así como su propia naturaleza; si hay operación, procede de algún principio y cada uno de su propio. Y así, de los actos investigamos y deducimos las potencias y de las potencias la naturaleza de la cosa, incluso demostramos; como las cosas naturales se conocen por el movimiento, y se demuestran por el movimiento.

Ahora bien, si esto es así, el alma deberá conocerse por sus obras y actos; y su inmortalidad y existencia separada del cuerpo también deberán conocerse. Pues si tiene algunas operaciones que no dependen del cuerpo, ni se llevan a cabo mediante un órgano corporal, será un argumento cierto y evidente de que puede separarse del cuerpo y es espiritual, puesto que tiene operaciones inmateriales y espirituales separadas del cuerpo; en cambio, si no hubiera tales operaciones, no podría separarse del cuerpo de ninguna manera y permanecer. Así también Aristóteles, en el libro 1 de "Sobre el Alma", al conjeturar sobre la naturaleza del alma, dice: "Si, por lo tanto, hay alguna operación del alma propia o de las pasiones, ciertamente podría separarse; pero si no hay ninguna propia de ella, no podría separarse". Pero ciertamente hay muchas operaciones propias del alma racional que no dependen del cuerpo en absoluto, ni de las imágenes sensoriales.

Primero: en cuanto a las operaciones del intelecto. Pues la mente misma, cuando entiende a Dios, las inteligencias o ángeles, las cosas invisibles y eternas, a sí misma y sus propios actos, estas intelecciones están ciertamente separadas del cuerpo, ya que no dependen de las imágenes sensoriales; pues las cosas espirituales no están sujetas a las imágenes sensoriales.

Además: la fe y los actos de fe, no solo con los que creemos en lo divino, sino también con los que aceptamos lo humano por la autoridad de alguien, son actos separados y superiores al sentido. Pues el intelecto no se convence para creer ni por los sentidos ni por las razones; no por las razones: porque entonces sería ciencia o opinión, no fe; ni por los sentidos: ya que, dados todos los actos sensoriales y toda la acción del agente racional, el intelecto no se verá obligado a creer; creemos porque queremos y porque el intelecto quiere asentir a la autoridad de alguien. Por lo tanto, la fe es un acto separado.

Además: hay muchas otras operaciones del intelecto que el sentido no puede realizar, como razonar, elaborar silogismos, dividir, definir, ordenar, numerar, componer e incluso formar proposiciones, conocer universales, y muchas otras cosas que el sentido no puede realizar; pero estas las realiza otra potencia, es decir, el intelecto espiritual, y por lo tanto una esencia espiritual, de la cual es una potencia espiritual: pues así como es la operación, tal es la potencia, y como es la potencia, tal es la esencia. Aunque estas cosas el intelecto no puede realizarlas sin la ayuda de los sentidos y sin las imágenes presentadas: sin embargo, una vez dadas estas, el intelecto mismo las realiza por sí mismo; pues él ilumina las imágenes y extrae las especies inteligibles de las imágenes. Las especies inteligibles recibidas por el intelecto se contemplan sin ninguna ayuda; por lo tanto, ese acto es separado.

Además: entiende muchas cosas que no tienen imágenes que puedan mover el intelecto, sino solo terminar en él; como son todas las relaciones, que se entienden aunque no tengan especie. Por lo tanto, ese acto no depende del cuerpo, ya que no se recibe de las imágenes.

Más aún: el alma, además del modo natural de entender que, en su mayor parte, se realiza mediante las imágenes recibidas de los sentidos, puede entender muchas cosas por el influjo y movimiento de una causa superior: por Dios, mediante la revelación y la infusión de conocimiento y de especies inteligibles; de la misma manera que las inteligencias separadas del cuerpo. Pero ciertamente este modo de entender estará sin duda separado del cuerpo y de los sentidos, ya que no es mediante las imágenes, sino por Dios y la luz divina. Por lo tanto, esta operación del intelecto estará separada del cuerpo. Así que, si el alma tiene esta operación propia, ciertamente será separable del cuerpo, para que permanezca.

Además, muchas de las operaciones de la voluntad están separadas. En la voluntad, querer y no querer están por encima de todo sentido y de todo apetito sensitivo; pues la voluntad manda y domina sobre el sentido y el apetito sensitivo, y desea muchas cosas contra el apetito sensitivo, como se ve en la persona continente, que refrena y controla sus deseos para que no se desborden libremente.

Además: hay muchas virtudes que residen en la voluntad y que de ninguna manera pueden estar en el sentido, como el amor de Dios, el temor y la reverencia a Dios, la piedad hacia Dios y la devoción, la esperanza en Dios, etc. A estas cosas el sentido no puede elevarse ni desearlas. Por lo tanto, esos actos de la voluntad hacia Dios y lo divino no dependen del cuerpo: son, pues, propios.

Además: la voluntad es libre y dueña de sus acciones; pues se mueve a sí misma en primer lugar para actuar. Pero cualquier cosa que se mueve a sí misma en primer lugar y no puede ser movida naturalmente por otra criatura mediante un movimiento natural, es eterna y no puede perecer. Pues si tuviera que perecer, ciertamente sería por algún agente natural que la moviera naturalmente, eficazmente y violentamente. Sin embargo, la voluntad no puede ser movida así para su acción, porque es libre; por lo tanto, tampoco puede ser movida hacia la corrupción de su esencia o existencia; de manera que así como no se puede impedir su operación, tampoco se puede impedir su esencia o la existencia de su esencia. Y así como ninguna necesidad o fuerza puede ser impuesta a la voluntad por ninguna criatura, tampoco puede serlo a su esencia; pues, como hemos dicho, tal como es la operación y la potencia de una cosa, tal es su esencia, naturaleza y existencia.

Además: la virtud del alma racional es tal que, junto con sus potencias, se refleja sobre sí misma. Pues el alma quiere entenderse a sí misma, y entiende que quiere, y recuerda que quiso e entendió, y entiende y quiere recordarse. Así, el intelecto se refleja sobre la voluntad, y la voluntad sobre el intelecto, y ambos sobre la memoria, y viceversa. De hecho, el intelecto se convierte y se refleja sobre sí mismo: pues entiende que entiende; y la voluntad igualmente quiere querer; y la memoria recuerda haber recordado. Pero ciertamente, todas estas cosas se realizan sin la ayuda de los sentidos y sin las imágenes sensoriales: pues no hay imágenes sensoriales para estos actos. Esto también demuestra que el alma es inmaterial, ya que el cuerpo no puede reflejarse sobre sí mismo, es decir, superponerse a sí mismo; por lo tanto, cuando el alma se convierte sobre sí misma, queda claro que es incorpórea, inmaterial y espiritual y, por lo tanto, incorruptible e inmortal: pues lo espiritual y lo inmaterial son inmortales.

Que sea espiritual también se refuerza por el hecho de que cada potencia se refleja sobre las demás, abarcando todas ellas y todos sus objetos y operaciones. Pues el intelecto entiende tanto la memoria como la voluntad y el bien, que es el objeto de la voluntad, y todas las operaciones de la voluntad. De manera similar, la voluntad ama la verdad o lo verdadero, que es el objeto del intelecto: y puede mandar y desear todas las verdades, el propio intelecto y todas sus operaciones. Y en la memoria se almacenan de manera similar todos los conocimientos de las cosas, incluso del propio intelecto y la voluntad y sus operaciones. Por lo tanto, es necesario que estas potencias sean espirituales, puesto que ninguna cosa corpórea puede comportarse de esta manera, que cada una de las tres pueda abarcar todas las demás por igual; ni se encuentran nunca tres medidas corpóreas tales, que cada una abarque todas las demás y cuanto abarcan las tres juntas. Por lo tanto, son potencias espirituales. Por lo tanto, el alma es inmaterial e inmortal.

Además: la inmortalidad del alma se comprueba a partir de la capacidad infinita tanto del intelecto como de la voluntad. Pues el intelecto tiene una capacidad infinita, y lo mismo la voluntad; ya que la voluntad puede amar el bien de un grado, y de dos grados, y de cuatro, y de diez, y de mil grados, y así hasta el infinito. De igual manera, su apetito es infinito, que nada bajo el sol puede satisfacer plenamente, sino solo en parte; pues después de conseguir cualquier bien, la voluntad desea otro. Y el intelecto puede entender no solo este universo, sino también dos y tres, etc., sin límite; y puede entender la perfección de un grado, y de dos, y de tres, y de diez, y de mil, y así sin fin; y en la progresión de los números, puede, dado cualquier número, añadirle otro; de manera similar, en el progreso de las figuras, añadir sin fin. Por lo tanto, tiene una capacidad infinita. Y su duración será, por tanto, perpetua; pues así como es la propiedad de una cosa, así es también su esencia y existencia. Sin embargo, no puede abarcar lo infinito en acto, sino en progreso; así que no es una esencia infinita en acto, sino en duración.

Además, la inmortalidad del alma se prueba por su propia naturaleza. Pues aquello de lo que la vida se separa muere. Pero es imposible que la vida se separe del alma, porque ella es formalmente y según su razón vida; así como es imposible que la blancura se separe de sí misma, para no ser blanca: así la vida del alma.

Pero alguien podría decir que la blancura no puede separarse de sí misma, pero puede cesar y destruirse; y lo mismo del alma. Digo que si la blancura se destruye, es solo por algún agente que la destruye; y así también el alma, si se destruye, será destruida por algún agente. Pero todo agente es o creado o increado; y sobre el agente increado no hay duda de que puede destruirla, así como pudo crearla: pues, como cualquier otra cosa creada, depende inmediatamente de Dios en cuanto a su ser, quien influyó y operó externamente de manera contingente, pura y libre; por lo tanto, si Dios cesara en su obra, el alma tendería a la nada. Pero digo que el alma es inmortal, porque no puede ser destruida por la causalidad de ninguna cosa respecto de Dios. Pues toda corrupción surge de la dependencia del efecto de alguna causa. Ahora bien, algunos efectos dependen de cuatro causas: materia, forma, eficiente y fin, como cualquier sustancia corpórea, especialmente la mixta; otros dependen solo de tres, como cualquier forma material: pues dependen de la materia, del agente eficiente y del fin, pero no de la forma, porque ya es forma, ni puede depender de sí misma; otros dependen solo de dos: del agente eficiente y del fin último, como las inteligencias, que no consisten en materia y forma, sino que son actos puros. Un efecto que dependa solo de una causa, verdaderamente no se da; aunque, según los filósofos, se da la inteligencia, que solo depende de Dios en el género de causa final.

Sin embargo, nuestra alma depende necesariamente del agente eficiente y del fin, como las inteligencias: por lo tanto, así como ellas, también ella es inmortal. No depende de la forma, porque ella es forma y acto; ni depende totalmente de la materia en su ser; pues así como en su operar no depende totalmente de la materia, sino que tiene algunas operaciones separadas, como se ha demostrado anteriormente: así tampoco depende de la materia en cuanto a su ser. Por lo tanto, separada no se corrompe.

Además, si el alma racional y el intelecto dependieran totalmente del cuerpo, de modo que, al faltar este, desaparecieran y dejaran de existir, entonces decaerían y declinarían cada vez más a medida que el cuerpo también declina y se debilita. Pues las facultades vegetativas y sensitivas, la fuerza, la forma y la belleza, y muchas otras cosas que dependen de la materia, se debilitan con la vejez y la enfermedad, y finalmente perecen junto con el cuerpo. Pero ciertamente el intelecto prospera en los ancianos, quienes, aunque su cuerpo esté debilitado y casi agotado, sobresalen cada vez más en juicio e ingenio, ciencia y prudencia. Por lo tanto, el intelecto no depende de la materia, ya que no envejece ni se debilita. Sería diferente si fuera una facultad orgánica, como lo son los otros sentidos y facultades, que se debilitan y envejecen por los objetos excesivos; pues, siendo orgánicas, se corrompen y dañan por el objeto excesivo e intenso que desarmoniza su funcionamiento orgánico; pero el intelecto no se corrompe por el objeto excelente, sino que se perfecciona.

Además, si el alma fuera mortal y corruptible, se corrompería por sí misma, o por accidente, es decir, al corromperse el cuerpo, como se corrompen los accidentes. Pero no puede corromperse por accidente; pues la generación y la corrupción competen a la cosa como su ser: el ser se adquiere por generación y se pierde por corrupción. Por lo tanto, lo que es por sí mismo, se genera y se corrompe por sí mismo. Y es imposible que se corrompa por accidente a causa de la corrupción de otra cosa: pues entonces no sería un ser por sí mismo. Pero el alma existe por sí misma y puede existir por sí misma; pues lo que puede operar y opera por sí mismo, también puede existir por sí mismo y existe; pues operar no es sino del ser en acto y la operación demuestra la naturaleza de la cosa; pero nuestra alma puede operar y opera por sí misma sin órgano corporal, como se ha demostrado anteriormente: por lo tanto, puede existir por sí misma sin el cuerpo. Si, por lo tanto, es un ser que existe por sí mismo, no puede corromperse por accidente a causa de la corrupción del cuerpo; pues corromperse por accidente no es propio de los seres que existen por sí mismos, sino de los accidentes y de aquellos que dependen totalmente de la materia para su existencia.

Tampoco puede corromperse por sí misma; pues lo que se corrompe por sí mismo, se corrompe por lo contrario y en lo contrario: pero el alma no tiene contrario; pues nada es contrario a una substancia: y el alma misma es una substancia. Ni es una substancia compuesta de contrarios, ni mezclada de elementos, ni unida a cualidades contrarias, que disienten entre sí y se oponen mutuamente, y le preparan y maquinan su destrucción y disolución; sino que es una forma y un acto simple. Por lo tanto, siendo una forma simple que no depende de la materia, sino que existe por sí misma, será ciertamente inmortal e incorruptible, como las inteligencias, ya que son formas y actos simples que no dependen de la materia.

Finalmente, si el alma fuera mortal, se seguirían muchas e insostenibles incongruencias. Pues la razón de la verdadera bienaventuranza, que no puede estar en la vida presente, desaparecería completamente si no hubiera otra vida. Muchas virtudes también perecerían, ya que en esta vida no reciben recompensa, como la templanza, la sobriedad, la virginidad, la penitencia, la pobreza, la religión, etc.; pues estas virtudes privan y despojan de los mayores placeres de esta vida. Si en la otra vida no hubiera recompensa alguna para ellas, perecerían completamente, ya que tendrían poca o ninguna utilidad y placer: pero sí mucho mal y aflicción.

La justicia de Dios también sería totalmente injusta, pues en esta vida muchas virtudes y sus actos y obras no son recompensados; es más, los hombres santos y laudables, que continuamente se ejercitan en actos de virtud, frenando el placer y no satisfaciendo los deseos de la carne, sino castigando su cuerpo y reduciéndolo a servidumbre, podrían decir muy verdaderamente lo que dijo el Apóstol: "Si los que duermen en Cristo perecen, si en esta vida solamente hemos esperado en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres". Pues ¿qué recompensa obtuvo Abel en esta vida por su justicia y verdad? ¿Qué recompensa obtuvieron las miles de mártires que lucharon por la justicia y la verdad hasta la sangre y la muerte? ¿Qué beneficio obtuvieron aquellos que, para preservar y defender los actos de virtud, por las leyes santas, por la gente, la patria y la república, sufrieron la muerte?

Finalmente, si no hubiera otra vida aparte de esta, podríamos acusar a Dios de injusticia y decirle, como Jeremías: "Justo eres tú, oh Señor, cuando presento mi causa ante ti; sin embargo, hablaré contigo de tus juicios: ¿Por qué prospera el camino de los impíos? ¿Por qué tienen bienestar todos los que tratan deslealmente y obran con iniquidad?" Por otro lado, los justos son mortificados todo el día, y son contados como ovejas para el matadero. Aquel hombre rico, el gran epulón, era muy rico, se vestía de púrpura y lino fino y hacía banquetes espléndidos todos los días: pero actuaba con iniquidad; sin embargo, el justo Lázaro era muy pobre y un mendigo miserable, yacía en la puerta del rico, lleno de llagas, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, y nadie le daba nada. ¿Dónde está, entonces, la recompensa de las virtudes y el castigo del pecado? ¿Dónde está la equidad de la justicia, que no deja ningún mal impune y ninguna buena acción sin recompensa? Vive, vive ciertamente el alma después de la muerte, y así murió... el rico y fue sepultado en el infierno, donde permanece en tormentos perpetuos por la gravedad de sus culpas: mientras que el justo Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, donde ahora... es consolado en recompensa de sus virtudes. Así, ciertamente, Abel fue asesinado por su injusto hermano; muerto por su justicia, aún habla y clama a Dios para que vengue su sangre de la mano de su injusto hermano. Movido por su clamor, Dios inflige a Caín terribles penas por su crimen, diciendo:

"Maldicto seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano."

אָרוּר אָתָּה מִן־הָאֲדָמָה: Maldito seas de la tierra, o más que la tierra, o sobre la tierra. מן (min) es una preposición en hebreo que a veces significa "de" o "desde", pero también puede ser una expresión hebrea para una comparación y significa "más", "mayor", "sobre".

El rabino Salomón interpreta esa expresión en el segundo significado: יותר, es decir, "más", de modo que el sentido sería: maldito seas tú más que la tierra, que fue maldita por el pecado de Adán, cuando se dijo: "Maldita será la tierra por tu causa". Sin embargo, el rabino Abraham Aben Ezra y el rabino Moisés ben Nachmán, según refiere el rabino Abrabanel, lo interpretaron de otra manera: que ciertamente lo maldijo para que siempre sufriera escasez, indigencia y pobreza de la tierra que labraría; porque no le daría su fruto y producción como era debido; y también que si la cultivaba para sembrar, no prosperaría, ni le daría su fuerza, es decir, sus frutos, como antes lo hacía hasta el momento de esta maldición. Luego dice: "Que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano", para mostrar que derramó su sangre y la escondió en la tierra.

Nosotros, sin embargo, lo interpretamos de modo que el justísimo Dios infligió a Caín penas por el crimen cometido. Se dan tres penas a sufrir. La primera es: "Maldito serás sobre la tierra"; la segunda: "Cuando la cultives, no te dará sus frutos"; la tercera: "Errante y fugitivo serás sobre la tierra".

Primero: Dios maldice a Caín diciendo: "Maldito seas sobre la tierra". Has cometido un gran crimen, has perpetrado un acto horrendo, has traído la muerte cruel por primera vez a un hombre con tu propia mano: una muerte tan terrible, tan espantosa para los hombres. Ahora, por tanto, los hombres, a causa del horror de tu maleficio, ciertamente te maldecirán: serás odioso, detestable y execrable para todos; y si la tierra fue maldita por el pecado de tu padre, con su aspecto inculto y horrible, estéril e infructuosa, cubierta de espinas y cardos, haciéndose execrable y detestable para los hombres, tú serás más maldito que la tierra, más detestable y execrable para los hombres.

Pues aunque la tierra, laboriosa y afligida con muchos trabajos, penas y dolores de los hombres, cultivada y trabajada, da frutos abundantes y agradables, y el pan, el más deseable de todos para el hombre, tú serás siempre odioso para los hombres, siempre malvado, llenando el mundo solo con malos frutos, nunca buenos, nunca agradables: de ti emanará toda iniquidad, todo fraude, todo engaño, opresión, violencia, robos, hurtos, avaricia, lujuria, amor desordenado de las cosas terrenales, costumbres perversas, detestables y pestilentes. De ahí que tú serás más maldito, detestable y execrable que la tierra, pues estos frutos tuyos, espinas y cardos, son más odiosos, horribles y execrables.

Por lo tanto, serás maldito sobre la tierra. Maldito, digo, más que la tierra, porque aunque la tierra por su naturaleza germina espinas y cardos, cultivada produce buenos frutos, dulces y agradables: de ti, sin embargo, no saldrá sino maldad. Pues además de que nunca realizarás sino obras malas, injustas e iniquas, también nacerán de ti hijos imitadores de las obras de su padre, hombres amadores de sí mismos, codiciosos, altivos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, malvados, sin afecto, sin paz, calumniadores, incontinentes, crueles, sin bondad, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán su poder.

Por lo tanto, tú serás maldito sobre la tierra y más que la tierra. Tú, digo, maldito, no la tierra por ti, sino a ti mismo te maldigo, y endureceré tu corazón, para que así como tú te privaste de mi gracia y te hiciste totalmente indigno de recibirla nuevamente, y rechazaste la gracia que te ofrecí con suma benignidad, resistiéndola con corazón duro e incircunciso, y preferiste lanzarte a la gran y terrible precipitación del crimen y a la ruina irreparable: también yo, en castigo merecidísimo por tu crimen y cruel pecado, te dejaré caer irreparablemente en toda otra maldad.

Esta es la primera y más lamentable pena que Dios infligió a Caín para que la sufriera.

© 2025 Bibliotecatolica
Todos los derechos reservados

contacto@bibliotecatolica.com

Accepted payment methods: Credit and Debit cards
Powered by PayPal