CAP. VII: Se resuelven las objeciones basadas en la razón.

Los argumentos en contra se derivan en parte de la razón y en parte de varios ejemplos de Pontífices. PRIMERA RAZÓN. Muchos cánones enseñan que el Pontífice no puede ser juzgado, a menos que se lo encuentre desviado de la fe; por lo tanto, puede desviarse de la fe, de lo contrario, esos cánones serían inútiles. El antecedente se establece a partir del canon Si Papa, dist. 40, del Concilio V bajo el Papa Símaco, del Concilio VIII general, acto 7, de la tercera carta de Anacleto, de la segunda carta de Eusebio, y de Inocencio III en el sermón 2 sobre la consagración del Pontífice.

Respondo, PRIMERO, que todos estos cánones se refieren al error personal del Pontífice, no al error judicial. Pues si el Pontífice puede ser hereje, solo lo sería negando alguna verdad previamente definida, pero no puede ser hereje cuando define algo nuevo, porque en ese caso no se opondría a nada ya definido por la Iglesia. Los cánones citados hablan expresamente de herejía, por lo tanto, no se refieren al error judicial, sino al error personal del Pontífice. SEGUNDO, digo que esos cánones no quieren decir que el Pontífice, incluso como persona privada, pueda errar, sino solo que no puede ser juzgado. Y como no es completamente seguro si el Pontífice puede o no ser hereje, se añade la condición, "a menos que se haga hereje", por mayor cautela.

SEGUNDA RAZÓN. Si solo el Pontífice puede definir infaliblemente los dogmas de la fe, entonces los concilios serían inútiles, o al menos no serían necesarios.

Respondo que esto no se sigue. Pues, aunque la infalibilidad reside en el Pontífice, no debe despreciar los medios humanos y ordinarios por los cuales se puede llegar al conocimiento verdadero de la cuestión en disputa. Un medio ordinario es el concilio, ya sea mayor o menor, dependiendo de la magnitud o pequeñez del asunto en cuestión. Esto se evidencia en el ejemplo de los apóstoles. Pues ciertamente tanto Pedro como Pablo podían definir infaliblemente cualquier controversia por sí solos, y sin embargo convocaron un concilio (Hechos 15).

Además, las definiciones de fe dependen principalmente de la tradición apostólica y del consenso de las Iglesias; y para saber cuál es la sentencia de toda la Iglesia y qué tradición guardan las Iglesias de Cristo sobre una cuestión que surge, no hay mejor medio que reunir a los obispos de todas las provincias, y que cada uno exponga la costumbre de su Iglesia.

Además, los concilios son muy útiles y a menudo necesarios para que se ponga fin a las controversias y para que los decretos de fe no solo se hagan, sino que también se observen. Porque cuando se celebra un concilio general, todos los obispos lo suscriben y profesan que aceptan ese decreto, y así predicarán después en sus Iglesias. En cambio, cuando no se celebra un concilio general, no es tan fácil poner en práctica un decreto de fe ya hecho. Pues algunos alegan ignorancia del decreto, otros se quejan de no haber sido convocados, y otros incluso dicen abiertamente que el Pontífice pudo haber errado. Pero sobre este asunto se debe hablar en otro lugar. Véase el libro primero sobre los concilios, capítulos X y XI.

TERCERA RAZÓN. Si el juicio del Pontífice sobre la fe fuera infalible, entonces serían herejes, o al menos incurrirían en un error pernicioso y pecarían gravemente, aquellos que, de manera obstinada, sostuvieran algo en contra de una definición del Pontífice. Pero esto es falso, ya que San Cipriano se opuso obstinadamente al Papa Esteban, quien definió que los herejes no debían ser rebautizados, como se evidencia en la carta de Cipriano a Pompeyo. Sin embargo, no solo no fue hereje, sino que tampoco pecó mortalmente. Pues los pecados mortales no se borran sin penitencia, aunque uno muera por la fe; y sin embargo, la Iglesia venera a Cipriano como santo, y no parece que él haya cambiado su opinión sobre ese error. Esto se confirma por San Agustín, quien en el libro 1 sobre el Bautismo, capítulo 18, y en otros lugares, dice que las Iglesias vacilaron sobre esa cuestión, y que Cipriano y otros pudieron haber estado en desacuerdo, manteniendo la caridad, hasta que no se dio una definición en un concilio general. Por lo tanto, San Agustín no consideraba que el juicio del Pontífice Romano fuera indudable.

RESPONDO al ejemplo de San Cipriano: ciertamente Cipriano no fue hereje, tanto porque hoy en día no se considera manifiestamente herejes a quienes dicen que el Pontífice puede errar, como también porque, sin duda, el Papa Esteban no definió como dogma de fe que los herejes no debían ser rebautizados, aunque ordenó que no se les rebautizara, como se desprende del hecho de que no excomulgó a Cipriano y a otros que sostenían la opinión contraria. Del mismo modo, Cipriano, en un concilio de 80 obispos, definió que los herejes debían ser rebautizados, pero no quiso que eso fuera tenido como un asunto de fe, declarando expresamente que no quería separarse de aquellos que sostenían lo contrario.

Tampoco se opone a esto el hecho de que, como escriben Eusebio en el libro 7 de su Historia, capítulo 4, y Agustín en el libro Sobre el único bautismo, capítulo 14, el Papa Esteban no solo ordenó que no se rebautizara a los bautizados por herejes, sino que también juzgó que debían ser excomulgados quienes no obedecieran. Pues aunque Esteban consideró que debían ser excomulgados quienes no obedecieran, eso no fue más que una amenaza. Pues es evidente, por Vicente de Lerins en su Libro sobre las novedades profanas de las palabras, y por los lugares citados de Agustín, que Esteban y Cipriano siempre estuvieron unidos.

Y con esto también se responde a la confirmación. Pues después de la definición del Pontífice, aún era libre pensar de manera diferente, como dice San Agustín, ya que el Pontífice no quiso convertir la cuestión en un asunto de fe sin un concilio general; solo quiso, por el momento, que se mantuviera la antigua costumbre. En cuanto a si San Cipriano pecó mortalmente al no obedecer al Pontífice, no es del todo seguro. Por un lado, parece que no pecó mortalmente, porque solo pecó por ignorancia; ya que creía que el Pontífice estaba en un error peligroso, y con esa opinión no debía obedecerle, ya que no debía actuar contra su conciencia. Además, la ignorancia de Cipriano no parece haber sido ni grave ni afectada, sino razonable y, por lo tanto, lo excusa de pecado mortal. Él sabía que el Pontífice no había definido el asunto como una cuestión de fe, y además veía que un concilio de 80 obispos estaba de acuerdo con él. Por eso, San Agustín, en el libro 1 contra los donatistas, capítulo 18, enseña claramente que Cipriano solo pecó venialmente, y que su error fue fácilmente purgado por la muerte martirial. En el capítulo 19 dice que este error fue como una mancha en la blancura de su santa alma, una mancha cubierta por el amor caritativo.

Por otro lado, parece que pecó mortalmente al no obedecer el expreso mandato apostólico, y al molestar sin razón al Pontífice, que estaba en lo correcto. Pues aunque Esteban no definió el asunto como de fe, sin embargo, seriamente ordenó que los herejes no fueran rebautizados, como admite el mismo Cipriano en su carta a Pompeyo; a este mandato Cipriano debió haber obedecido y sometido su juicio al de su superior, y al menos no debió haber pronunciado palabras contumeliosas, como las que dirigió contra el Papa Esteban en su carta a Pompeyo, donde lo llamó orgulloso, ignorante, y de mente ciega y perversa, etc. Por lo tanto, San Agustín, en la carta 48 a Vicente, trata de defender a Cipriano de otra manera, afirmando que tales escritos no fueron suyos, o que se arrepintió de su error y cambió su opinión antes de morir, aunque no se haya encontrado una retractación.

CUARTA RAZÓN. El Concilio Africano, en su carta al Papa Celestino, afirma que es menos probable que un concilio provincial se equivoque en su juicio que el Pontífice Romano:

"Salvo que, tal vez", dice, "alguien crea que Dios pueda inspirar justicia a uno solo, y negársela a innumerables sacerdotes reunidos en un concilio". Pero es seguro que los concilios provinciales pueden errar; por lo tanto, con mayor razón puede errar el Papa.

RESPONDO, que el concilio no habla de un juicio de fe, sino de un juicio de hechos, es decir, sobre las causas de los obispos y sacerdotes acusados de algún crimen. En tales causas, admitimos que el Pontífice no tiene la asistencia del Espíritu Santo que le impida errar. Además, no estamos obligados a creer todo lo que los obispos dicen en esa carta, especialmente cuando claramente se muestra que estaban molestos por los crímenes de Apiario, quien había apelado al Pontífice Romano, y por lo tanto, se excedieron en sus palabras. Tampoco es un problema que el Concilio Africano fuera confirmado por León IV en el decreto De libellis (dist. 20). Pues fueron confirmados los decretos del concilio, no las cartas.

ÚLTIMA RAZÓN. Nilo, en su libelo sobre el primado, argumenta de esta manera: El Pontífice Romano puede caer en otros vicios, como la avaricia, la soberbia, etc.; por lo tanto, también puede caer en el vicio de la herejía. Porque en 1 Timoteo 1, Pablo dice que algunos han hecho naufragio en la fe porque antes perdieron la buena conciencia. Asimismo, el Papa puede, viviendo mal, negar a Dios con sus hechos, según Tito 1: "Confiesan conocer a Dios, pero lo niegan con sus hechos". Por lo tanto, también puede negarlo con palabras, ya que parece más fácil negarlo con palabras que con hechos.

RESPONDO al primer argumento, que de allí se deduce correctamente que el Papa, por su naturaleza humana, puede caer en la herejía, pero no cuando se considera la singular asistencia de Dios, que Cristo obtuvo para él con su oración. Cristo oró para que no desfalleciera su fe, pero no oró para que no cayera en otros vicios.

Al segundo argumento, digo que el apóstol no se refiere a cualquier mala obra, sino a obras que proceden de la infidelidad del corazón. Pues habla de los judíos que no se habían convertido sinceramente a la fe, quienes, aunque profesaban conocer a Dios, lo negaban con sus hechos, porque prohibían ciertos alimentos como inmundos por naturaleza, lo que demostraba que no conocían verdaderamente al creador de todas las cosas. El Papa no hace ni puede hacer tales obras.

Y si por hechos se entienden cualquier pecado, es falso que sea más fácil negar a Dios con palabras que con hechos. Pues quien lo niega con palabras lo hace de manera clara y expresa, mientras que quien lo niega con hechos lo hace implícita y de alguna manera, no de manera clara.

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