CAP. X: Se responden los argumentos de Calvino.

Los argumentos de Calvino no son muy temibles. Pues cuando dice: "¿Qué necesidad había de que el Hijo unigénito de Dios descendiera para adquirirse algo nuevo?"

RESPONDO: El Hijo de Dios no necesitaba nada, ni descendió para adquirirse algo. Porque quien descendió fue Dios, no el hombre; de hecho, ese mismo descenso fue hacerse hombre y vaciarse a sí mismo. Pero después de haber descendido y tomado la forma de siervo, se adquirió algo en esa forma que había asumido, no en la forma en la que descendió. Por lo tanto, en la forma de siervo, ¿quién podría dudar de que algo le era debido antes de la resurrección?

Dirás que la gloria del cuerpo sigue naturalmente a la gloria del alma, pero lo accesorio no cae bajo el mérito. RESPONDO: en primer lugar, la gloria del cuerpo no parece ser absolutamente accesoria. Pues sigue a la gloria del alma según la determinación de Dios y la congruencia de los méritos. Porque Dios quiso que la gloria del alma redundara en el cuerpo, ya que la gloria del alma se adquiere mediante los actos del alma, que se ejercen en el cuerpo. Por lo tanto, tanto la gloria del alma como la del cuerpo caen bajo el mérito. Además, ¿qué impide que lo accesorio caiga bajo el mérito? Pues aunque ya sea debido en razón de aquello a lo que se añade, también puede caer bajo el mérito, para que sea debido por otro título. Así que, aunque admitamos que la gloria del cuerpo le era debida a Cristo, incluso si no hubiera trabajado por ella, puesto que lo que se debe de una manera puede deberse también de otra, Dios quiso que la gloria del cuerpo le fuera debida a Cristo también por derecho de premio y mérito.

El segundo argumento de Calvino se basaba en estos pasajes, donde se dice que Cristo trabajó por nosotros hasta la muerte:

Romanos 8: “No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.” Isaías 9: “Nos ha nacido un niño.” Zacarías 9: “He aquí que tu Rey viene a ti.” Juan 17: “Por ellos me santifico a mí mismo.”

RESPONDO: en primer lugar, en ninguno de estos pasajes se lee que Cristo trabajara solo por nosotros. Por lo tanto, todos estos pasajes no prueban más que los trabajos de Cristo nos beneficiaron, lo cual no negamos en absoluto. Además, en estos pasajes no se menciona que Cristo haya buscado su propia gloria como si solo hubiera trabajado por nosotros, ya que fuimos la causa sin la cual no habría padecido. Si Adán hubiera permanecido en la inocencia en la que fue creado, sin ninguna duda el Hijo de Dios no habría padecido, y tal vez ni siquiera habría asumido carne, como el mismo Calvino enseña en el libro 2 de Institución, capítulo 12, § 4.

Ahora bien, el tercer argumento de Calvino era que sería débil el refuerzo de aquel amor que Pablo encomia en Romanos 5, donde se dice que Cristo murió por sus enemigos.

PERO RESPONDO: nada impide que el mérito propio de Cristo se muestre junto con el ardor de la caridad de Dios hacia los hombres. Pues, en primer lugar, las Escrituras en su mayoría exaltan la caridad de Dios Padre, quien no podía ganar nada:

Juan 3: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, etc.” Romanos 8: “No perdonó a su propio Hijo, etc.”

Además, también aparece la máxima caridad de Cristo si consideramos su persona divina, a la cual no le reportaba ninguna utilidad; y Pablo nos lo propone en 2 Corintios 8: “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por amor a vosotros se hizo pobre.” Y en Filipenses 2: “Siendo en forma de Dios, se despojó a sí mismo, etc.” Finalmente, también aparece la máxima caridad de Cristo hombre, quien pudo haberse merecido la gloria del cuerpo y la exaltación del nombre por otros actos, sin necesidad de sufrir y morir. Y, sin embargo, quiso morir, y morir por sus enemigos, para que la redención fuera abundante. Y es evidente que Cristo no se olvidó completamente de sí mismo, como dice Calvino, por las palabras de Juan 17: “Padre, glorifícame con la gloria que tuve contigo, etc.” Allí pide a Dios la gloria de la resurrección y la exaltación de su nombre, como lo explica San Agustín en ese pasaje.

El último argumento de Calvino fue: “¿Qué méritos podría haber obtenido un hombre para ser juez del mundo, cabeza de los ángeles, y para poseer el sumo poder de Dios, y que en él residiera esa majestad, de la cual las virtudes de todos los hombres y ángeles no pueden alcanzar ni una milésima parte?”

La solución es fácil. Ningún católico enseña que Cristo haya merecido ser la cabeza de los ángeles o tener el sumo poder de Dios, o que la majestad de Dios resida en él. Pues si hubiera merecido eso, habría merecido la unión hipostática, lo cual Agustín niega explícitamente en el libro Sobre la predestinación de los santos, capítulo 15, y nosotros lo negamos también un poco antes.

Por lo tanto, Cristo pudo fácilmente merecer ser juez del mundo. Porque si los méritos de Cristo no fueran suficientes para que él fuera constituido juez del mundo, mucho menos habrían sido suficientes para la reconciliación de todo el mundo. Pues expiar los pecados de todo el mundo fue mayor y más difícil que ser constituido juez del mundo. Y, sin embargo, en 1 Juan 2 se dice que la sangre de Cristo es propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

Fin de la segunda controversia general.

Alabado sea Dios y la Virgen Madre María.

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