CAP. XVI: Se resuelven algunas dudas.

PRIMERA duda: ¿A qué lugares del infierno descendió Cristo? Santo Tomás, en Suma Teológica, parte 3, cuestión 52, artículo 2, enseña que Cristo, por su presencia real, solo descendió al limbo de los Padres, pero por efecto descendió a todos los lugares del infierno. Pues argumentó contra los condenados y dio esperanza de gloria a los que estaban purgándose.

Sin embargo, es probable que el alma de Cristo haya descendido a todos los lugares del infierno. PRIMERO, por el pasaje de Eclesiástico 14: Penetraré todas las partes inferiores de la tierra, e inspeccionaré a todos los que duermen. La respuesta de Santo Tomás, diciendo que esto debe entenderse como una penetración por efecto, no parece satisfacer, pues, de esta manera, podríamos decir con Durando que Cristo no descendió a ningún lugar de otra manera que por efecto, ya que la Escritura no distingue los lugares. SEGUNDO, porque San Agustín, en su epístola 99, dice que Cristo descendió a los lugares del infierno donde había dolores y tormentos. Y Fulgencio, en el libro 3 Ad Thrasimundum, capítulo 30, dice que Cristo descendió hasta el infierno donde las almas de los pecadores solían ser atormentadas. Cirilo de Jerusalén, en la catequesis 4, Ambrosio en su libro Sobre el Misterio de la Pascua, Eusebio Emisenio en su oración sobre la Pascua, y otros Padres, al describir el terror del infierno y de los demonios en el descenso de Cristo, indican claramente que Cristo manifestó su presencia a ellos. Además, Gregorio de Nisa, en su primera oración sobre la Resurrección, dice claramente que el corazón de la tierra, adonde descendió Cristo, es la morada de esa gran mente, que es llamada el diablo.

Asimismo, Cirilo el Grande, en su libro 12 sobre Juan, capítulo 36, y otros Padres, dicen que Cristo descendió a las partes más bajas de la tierra para gobernar a los vivos y a los muertos, es decir, para tomar posesión de todo su reino. Y también los condenados forman parte de su reino, ya que están retenidos en prisiones y tormentos por su mandato.

SEGUNDA duda: ¿Fue un castigo para Cristo estar en el infierno? Santo Tomás, en Suma Teológica, parte 3, cuestión 52, artículos 1 y 3, parece decir que fue un castigo para Cristo estar en el infierno según su alma, y en el sepulcro según su cuerpo. Pues afirma que quiso estar allí para asumir nuestros castigos en sí mismo. Cayetano, en su comentario sobre Hechos, capítulo 2, dice que los dolores de la muerte permanecieron en Cristo hasta su resurrección debido a las penalidades que siguen a la muerte, que son principalmente tres: PRIMERO, que el alma permanece separada del cuerpo, lo cual es peor que estar unida; SEGUNDO, que el alma permanece en un lugar que no le es apropiado, es decir, en el infierno; TERCERO, que el cuerpo permanece en el sepulcro, lo cual, según él, es significado por las palabras de Pedro: Disolviendo los dolores de la muerte.

Sin embargo, San Buenaventura, en el libro 3, distinción 22, cuestión 4, dice que el alma de Cristo, mientras estaba en el infierno, estaba en un lugar de castigo, pero sin castigo, y esta manera de hablar parece más acorde con los Padres. Por lo tanto, aunque el hecho de que el alma permanezca separada del cuerpo pueda considerarse un castigo o penalidad, o más bien una menor perfección, no me atrevería a llamar castigo o penalidad la permanencia del alma de Cristo en el infierno y del cuerpo en el sepulcro, ya que aquellas almas sufren en el infierno porque están allí como en una prisión y no pueden salir cuando quieren. Pero Cristo estaba en el infierno libre y como liberador de los demás, como claman todos los Padres. No se llama castigo si un rey visita las cárceles para liberar a algunos, sino que se llama dignación y humildad. De la misma manera, estar en el sepulcro no es un castigo ni un mal para el cuerpo en sí mismo; más bien es algo bueno para el cuerpo muerto. Lo que es malo es corromperse y pudrirse en el sepulcro, pero la carne de Cristo estuvo en el sepulcro sin corrupción.

Por lo tanto, Fulgencio, en el libro 3 Ad Thrasimundum, capítulo 30, dice que para completar plenamente el efecto de la redención, Cristo debía descender con su alma hasta el lugar de tormentos, pero sin sufrir ningún tormento, y con su cuerpo hasta el lugar de la corrupción, pero sin experimentar corrupción, como había asumido la naturaleza humana, similar a la nuestra pero sin pecado. La razón de Cayetano tomada de Hechos 2: Disolviendo los dolores de la muerte, no prueba nada, ya que, como mostramos anteriormente contra Calvino, los dolores de la muerte son los que acompañan y preceden a la muerte, no los que la siguen.

TERCERA duda: ¿Qué beneficio aportó a las almas de los justos el descenso de Cristo a los infiernos? San Agustín, en su epístola 99 a Evodio, parece pensar que esas almas ya eran bienaventuradas antes y que el descenso de Cristo no les aportó nada: "A esos justos que estaban en el seno de Abraham", dice, "cuando Cristo descendió a los infiernos, no veo que les haya aportado algo nuevo, ya que, según la presencia beatífica de su divinidad, nunca los había dejado".

RESPONDO, con la opinión común de los católicos, que Cristo les dio dos grandes bienes: PRIMERO, la bienaventuranza esencial; SEGUNDO, la liberación de esa prisión y su conducción al cielo, de los cuales el primero lo realizó de inmediato, y el segundo no mucho tiempo después.

Con respecto al PRIMERO, tenemos el testimonio de Eclesiástico 24: Penetraré todas las partes inferiores de la tierra, iluminaré a todos los que esperan en el Señor. Y también el pasaje de Lucas 23: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Orígenes, en su homilía 15 sobre el Génesis, dice: "Este mensaje no fue solo para el ladrón, sino también para todos los justos que estaban en el infierno". Además, contamos con el consenso de los escolásticos en el libro 3, distinción 22. Finalmente, demostraremos en el libro 1 De cultu Sanctorum, en una discusión particular, que después de la pasión de Cristo, las almas de los santos fueron inmediatamente admitidas a la visión de Dios. Con respecto al SEGUNDO beneficio, tenemos el consenso de los Padres citados anteriormente.

Por lo tanto, respondemos a la objeción de San Agustín con Santo Tomás, en Suma Teológica, parte 3, cuestión 52, artículo 5, respuesta a la objeción 1, diciendo que San Agustín no quiso decir que no encontró qué beneficio les dio Cristo a los justos al descender a los infiernos en términos absolutos, sino solo en cuanto a los dolores del infierno, que él disolvió. Así, el sentido sería que Cristo descendió a los infiernos para disolver los dolores del infierno; los justos no sufrían, por lo tanto, en cuanto a la disolución de los dolores, no les aportó nada.

CUARTA duda: ¿Fueron liberadas otras almas además de las de los justos que estaban en el seno de Abraham? RESPONDO, en primer lugar, que no fueron liberadas almas condenadas al infierno de los malvados. Pues Filastrio, en su libro sobre las herejías, capítulo sobre el descenso a los infiernos, y San Agustín, en su libro sobre las herejías, capítulo 79, dicen que es una herejía afirmar que algunos impíos en el infierno se convirtieron y se salvaron al escuchar la predicación de Cristo. Además, parece implicar una contradicción que algunos hayan sido condenados a penas eternas y luego se hayan salvado, ya que la condenación eterna implica la certeza de un castigo que nunca terminará. ¿Cómo podrían estar seguros de que serían castigados sin fin si alguna vez fueran liberados?

Añadamos el pasaje de Eclesiástico 24: Iluminaré a todos los que esperan en el Señor. De aquí se deduce que ninguno de los condenados a penas eternas fue iluminado, pues, sin duda, no esperaban en el Señor. Añadamos además las palabras de Juan 9: Viene la noche en que nadie puede trabajar, y 2 Corintios 5: Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho en su cuerpo, y Gálatas 6: Lo que el hombre siembra, eso cosechará. Mientras tenemos tiempo, hagamos el bien. Todo esto indica claramente que después de esta vida no hay lugar para el arrepentimiento ni la reconciliación. Finalmente, el consenso de los teólogos en el libro 3, distinción 22.

Por lo tanto, debemos considerar como fabulosos los relatos que circulan entre los escritos de los Padres, como lo menciona Nicetas en su comentario a la segunda oración de Gregorio Nacianceno sobre la Pascua. Él relata que a un cristiano que maldecía la memoria de Platón, como impío y condenado, Platón le apareció en sueños y le dijo: "No niego que fui pecador, pero cuando Cristo descendió a los infiernos, nadie se acercó a la fe antes que yo". Este relato es ciertamente una fábula; lo que debe creerse, en cambio, es lo que el mismo Nicetas menciona, diciendo que Crisóstomo afirmó que ningún alma fue liberada del infierno por Cristo a menos que fuera digna de la salvación.

Lo mismo se aplica a las almas de los niños que murieron con el pecado original; no es creíble que alguna de esas almas haya sido salvada. Por lo tanto, lo que dice Clemente de Alejandría en el libro 6 de Stromata, que algunos creyeron y se arrepintieron mientras Cristo predicaba en los infiernos, es improbable.

En cuanto a las almas del purgatorio, puede haber una duda mayor. En primer lugar, parece deducirse de Eclesiástico 24: Iluminaré a todos los que esperan en el Señor, que todas las almas piadosas fueron beatificadas en ese momento. Además, San Agustín, en la epístola 99 a Evodio, y en el libro 12 de Sobre el Génesis, capítulo 33, dice claramente que Cristo liberó a algunos de los dolores del infierno, y aclara que no habla de las almas santas que estaban en el seno de Abraham, ni de las almas de los impíos, pues consideraba absurdísimo que estos se hubieran convertido cuando Cristo descendió a los infiernos. Por lo tanto, queda que se refiere a las almas que aún sufrían las penas purgatorias. También Gregorio, en el libro 13 de Moralia, capítulo 20, dice que todos los elegidos fueron liberados.

Pero Santo Tomás, en Suma Teológica, parte 3, cuestión 52, artículo 8, enseña que las almas del purgatorio no fueron liberadas simplemente por el descenso de Cristo a los infiernos. Pues Cristo no concedió nada a nadie sino lo que se había merecido por su pasión, y la pasión de Cristo no tiene un efecto temporal, sino eterno. Siempre es igualmente eficaz. Por lo tanto, Cristo no habría liberado a nadie en ese momento a menos que tuviera una disposición similar a la de quienes son liberados ahora. Sin embargo, añade Santo Tomás que podrían haberse liberado de dos maneras: PRIMERO, si hubieran cumplido el tiempo de su purificación; SEGUNDO, si por su devoción especial a la pasión de Cristo, lo hubieran merecido en esta vida para ser liberados cuando Cristo descendiera a ese lugar. Y de este modo debe interpretarse lo que dice San Agustín, que Cristo liberó a aquellos que él sabía que debían ser liberados.

Con respecto a Eclesiástico y Gregorio, podría decirse que Cristo liberó a todos los elegidos cuando descendió a los infiernos, pero no todos a la vez; algunos fueron liberados de inmediato, y otros más tarde, una vez completada su purificación. Pero de todos modos, Cristo les concedió a todos que no permanecieran en el limbo esperando la bienaventuranza. Aunque no sería un error decir que muchos, o incluso todos, fueron liberados del purgatorio en ese momento por una gracia especial, ya que el Señor no está limitado por los sacramentos ni por nuestros méritos.

LIBRO QUINTO Sobre el oficio y el mérito del Mediador.

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