- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se demuestra que la edición hebrea de Moisés y los profetas nunca se ha perdido.
- CAP. II: Si la edición hebrea está corrompida.
- CAP. III: De la edición caldea.
- CAP. IV: De la edición siríaca.
- CAP. V: Sobre las diversas ediciones griegas.
- CAP. VI: Sobre la interpretación de los Setenta Ancianos.
- CAP. VII: Sobre la edición griega del Nuevo Testamento
- CAP. VIII: Sobre las ediciones latinas
- CAP. IX: Sobre el autor de la edición Vulgata
- CAP. X: Sobre la autoridad de la edición latina vulgata.
- CAP. XI: Se resuelven las objeciones de los herejes contra la edición latina vulgata.
- CAP. XII: Se defienden los pasajes que Kemnitius dice que están corrompidos en la edición vulgata.
- CAP. XIII: Se defienden los pasajes que Calvino afirma que el intérprete latino tradujo mal en los Salmos.
- CAP. XIV: Se defienden los pasajes que los herejes afirman que están corrompidos en la edición latina del Nuevo Testamento.
- CAP. XV: Sobre las ediciones vulgares.
- CAP. XVI: Se responden a las objeciones de los herejes.
CAP. VII: Lo mismo se prueba a partir de los Padres.
Que se presenten ahora los testimonios de los Padres griegos y latinos, quienes con increíble consenso enseñan esta verdad. Y para comenzar con los griegos: el beato Ignacio, según Eusebio en su libro 3 de la Historia (capítulo 36), exhortaba a todos a adherirse más firmemente a las tradiciones de los Apóstoles. Eusebio dice: "Ignacio afirma haber dejado por escrito estas tradiciones por precaución." Estas son sus palabras. De lo cual se deduce que no fueron escritas por los Apóstoles.
Hermann no responde nada a este testimonio, excepto que no existen tales escritos de Ignacio. Pero es falso que no existan, ya que Jerónimo, en su libro De viris illustribus, escribe que Ignacio escribió una carta a los Efesios, otra a los Magnesianos, otra a los Trallianos, otra a los Romanos, otra a los Filadelfios, otra a los Esmirniotas, y otra a Policarpo. Todas ellas existen ahora, y en ellas encontramos el ayuno de la Cuaresma, las órdenes menores, el día del Señor y otras cosas que no están en las Escrituras, pero que sin duda alguna Ignacio aprendió de los Apóstoles.
Dionisio Areopagita, en el capítulo 1 de la Jerarquía Eclesiástica, dice:
"Los primeros guías de nuestro ministerio sacerdotal, aquellos supremos y sobreesenciales, nos transmitieron sus enseñanzas, en parte por escritos y en parte por no escritos." Ante estos y otros testimonios similares, Lutero, Calvino y los demás suelen responder que los libros que circulan bajo el nombre de Dionisio no son realmente de Dionisio. Sin embargo, estas obras son citadas bajo el nombre de Dionisio Areopagita en el VI, VII y VIII Concilios Generales; también por Gregorio I en su homilía sobre las cien ovejas, por Martín I en el Concilio Romano y por Agatón en su carta al VI Concilio. De todo esto, los herejes se ven obligados a admitir que este autor escribió hace más de mil años y, por lo tanto, no debe ser despreciado.
Hegesipo, según Eusebio en el libro 4 de la Historia (capítulo 8), recopiló las tradiciones apostólicas en cinco libros. Aunque estos ya no existan, este testimonio es suficiente para indicar que los Apóstoles no escribieron todo lo que enseñaron. Policarpo, según Eusebio en el libro 5, capítulo 20, relataba palabras que había oído directamente de los Apóstoles y que fueron dichas por el Señor, y sobre sus virtudes y enseñanzas. Además, Ireneo, como se menciona allí mismo, no escribía lo que Policarpo le transmitía en papel, sino en su corazón. Aquí es evidente que se trata de tradiciones no escritas. Si se tratara de tradiciones escritas, no se diría nada singular sobre Policarpo o Ireneo, ya que también yo podría relatar las palabras del Señor que he leído en los Apóstoles, y no sería necesario escribirlas en papel.
Sin embargo, Kemnitius responde que Eusebio está hablando de tradiciones que pueden probarse con las Escrituras. Pues él mismo dice que todo lo que Policarpo decía era acorde con las Escrituras. Pero Kemnitius se equivoca; ya que una cosa es que algo sea acorde con las Escrituras, y otra que pueda probarse con las Escrituras. Toda verdadera tradición, e incluso toda verdad, es acorde con las Escrituras, ya que la verdad no puede contradecir a la verdad, pero no todas las verdades pueden probarse con las Escrituras.
Justino, al final de su segunda Apología por los cristianos, después de haber expuesto muchas cosas sobre los cristianos, entre ellas algunas que no están escritas en las Sagradas Escrituras, como que se reúnen todos los domingos, y que después de la lectura de las Escrituras y el sermón se ofrece y consagra pan y vino mezclado con agua, y que no es lícito participar de la Eucaristía de ningún modo antes del Bautismo, y otras cosas; inmediatamente añade:
"El día siguiente a Saturno, que es el día del Sol, cuando apareció a sus Apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, las cuales os dejamos también a vosotros para vuestra consideración." Y aunque Justino no dice que estas cosas fueron transmitidas por Cristo, dado que Justino vivió muy cercano a los tiempos de los Apóstoles, es necesario creer que lo que se practicaba en la Iglesia en su tiempo fue transmitido por los Apóstoles. ¿Quién más puede imaginarse como autor de estas cosas?
Ante este pasaje y otros similares de Cipriano, Ambrosio, Hilario, Jerónimo y otros que aportaremos, Hermann y sus compañeros apenas responden, excepto que todos estos habrán errado en algún lugar. Pero esto no nos afecta. Pues aunque algunos Padres hayan errado en ciertos dogmas, nunca todos juntos han concordado en el mismo error; por lo tanto, cuando mostramos que todos concuerdan en la afirmación de tradiciones no escritas, probamos suficientemente que no se equivocaron en este punto.
Ireneo, en los libros 3, capítulos 2, 3 y 4, dice muchas cosas notables sobre las tradiciones, que sin embargo son interpretadas por Brenzio y Kemnitius en un sentido distinto del que Ireneo jamás pensó. Brenzio dice que Ireneo habla de la tradición de las Escrituras, es decir, de la tradición por la cual, a través de la sucesión de los Padres, entendemos cuáles son las verdaderas Escrituras. Pero no es esto lo que quiere decir Ireneo, como lo demuestran sus palabras en el libro 3, capítulo 4: "¿Qué pasaría, dice, si los Apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras? ¿No sería necesario seguir el orden de la tradición, que entregaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? Muchas naciones bárbaras que creen en Cristo están de acuerdo con esta disposición, teniendo la salvación escrita no con tinta ni caracteres, sino por el Espíritu en sus corazones, y guardando cuidadosamente la antigua tradición." Si Ireneo habla de la tradición de las Escrituras, ¿cómo es que estos bárbaros tenían y guardaban cuidadosamente la tradición, si no tenían Escrituras?
Kemnitius, sin embargo, dice que Ireneo habla únicamente de la tradición de aquellos dogmas que se encuentran en las Escrituras y que pueden ser probados a través de las Escrituras. Pero esto también es falso, como lo enseñan las palabras del mismo Ireneo: en los capítulos 2, 3 y 4, enseña que no hay otro camino para llegar a la verdad que consultando a las Iglesias, en las que existe la sucesión de los obispos desde los Apóstoles, y considerando qué se enseña allí y lo que esas Iglesias declaran ser la tradición apostólica. Ireneo, por tanto, quiere que la tradición abarque más que las Escrituras y que el sentido de las Escrituras difíciles no se obtenga de las Escrituras mismas, sino de la tradición, de modo que la tradición por sí sola sea suficiente y las Escrituras no lo sean. Esto sería totalmente falso si la tradición no contuviera nada más que lo que claramente se recoge en las Escrituras, como lo imagina Kemnitius.
Por tanto, después de haber dicho en el capítulo 2 que no se puede refutar a los herejes solo con las Escrituras; y en el capítulo 3 haber enumerado a los Pontífices Romanos desde Pedro hasta Eleuterio, que entonces estaba en la sede, para mostrar que en la Iglesia ha continuado la sucesión de obispos que conservan la tradición apostólica; así habla en el capítulo 4:
"Tantas pruebas tenemos, pues, que ya no es necesario buscar la verdad en otros lugares, pues es fácil tomarla de la Iglesia, ya que los Apóstoles, como si depositaran un gran tesoro, han confiado en ella todo lo que es de la verdad, para que todo el que quiera pueda sacar de ella el agua de la vida. Esta es la entrada a la vida, pero todos los demás son ladrones y salteadores, por lo cual hay que evitarlos, y amar con gran diligencia lo que pertenece a la Iglesia, y aferrarse a la tradición de la verdad. Porque, ¿qué sucedería si hubiera una discusión sobre alguna cuestión menor, no sería necesario recurrir a las Iglesias más antiguas, en las que los Apóstoles estuvieron, y de ellas obtener lo que es seguro y claro sobre la cuestión presente? ¿Y qué pasaría si los Apóstoles no hubieran dejado siquiera las Escrituras? ¿No sería necesario seguir el orden de la tradición?"**
A estas palabras deben añadirse las que el mismo autor dice en el libro 4, capítulo 43: "Los que tienen la sucesión de los Apóstoles, junto con la sucesión del episcopado, han recibido el carisma cierto de la verdad según el beneplácito del Padre." Ves cómo los Apóstoles transmitieron a sus sucesores no solo las Escrituras, sino también el carisma cierto de la verdad, es decir, la verdadera comprensión de las Escrituras y toda la doctrina evangélica.
Clemente Alejandrino, en el libro sobre la Pascua, como se encuentra en Eusebio, libro 6 de la Historia (capítulo 11), dice que los hermanos le pidieron que escribiera en libros y transmitiera a las generaciones futuras lo que había recibido de viva voz de los presbíteros sucesores de los Apóstoles. No sé qué podría decirse con más claridad a favor de las tradiciones.
Orígenes, en el capítulo 6 de la Epístola a los Romanos, dice:
"La Iglesia ha recibido la tradición de los Apóstoles de bautizar incluso a los niños." Y en la homilía 5 sobre el libro de Números, dice: "En las observancias eclesiásticas, hay algunas cosas que, aunque todos deben cumplir, no todos comprenden la razón de ellas." Y de inmediato enumera muchas tradiciones no escritas.
Eusebio, en el libro 1 de la Demostración Evangélica (capítulo 8), dice:
"Moisés escribió en tablas inanimadas, pero Cristo escribió en las mentes dotadas de vida los preceptos perfectos del Nuevo Testamento. Y sus discípulos, según las instrucciones de su maestro, confiaron su doctrina a los oídos de muchos, transmitiendo a aquellos que podían recibirlas las enseñanzas que les habían sido impartidas por su maestro perfecto, y a los demás, aquellos que aún estaban sujetos a pasiones y necesitaban curación, les entregaron estas enseñanzas, en parte por escrito y en parte sin escribir, para que fueran observadas como una especie de ley no escrita."
Atanasio, en el libro sobre los decretos del Concilio de Nicea, contra Eusebio, dice:
"Nosotros hemos demostrado que esta enseñanza ha sido transmitida de mano en mano desde los Padres hasta los Padres. Pero vosotros, oh nuevos judíos e hijos de Caifás, ¿podéis acaso mostrar a los predecesores de vuestros nombres?"
Basilio, en el libro sobre el Espíritu Santo, capítulo 27, dice:
"Los dogmas que se guardan y se predican en la Iglesia, en parte los tenemos de la doctrina escrita, y en parte los hemos recibido de la tradición apostólica transmitida en misterio. Ambos tienen el mismo valor para la piedad, y nadie los contradice, a no ser aquellos que tienen muy poca experiencia de los derechos eclesiásticos." Y de inmediato enumera numerosas tradiciones no escritas. Tiene cosas similares en el capítulo 29.
Kemnitius responde que lo que refiere Basilio no son dogmas de fe o moral, sino solo ciertos ritos libres, como el hacerse la señal de la cruz, adorar hacia el Oriente, bendecir el agua, etc. Pero en primer lugar, Kemnitius debería recordar que él mismo dijo que no se puede mostrar ningún rito ciertamente instituido por los Apóstoles; pero aquí Basilio audazmente enumera muchos instituidos por los Apóstoles. Además, aunque no sea necesaria para la salvación la observancia de algunos de estos ritos, sin embargo, es necesario para la salvación creer que fueron bien instituidos y no despreciarlos; de la misma manera que muchas cosas que están en las Escrituras no son necesarias para la salvación, como que el hombre ore con la cabeza descubierta y la mujer con la cabeza velada (1 Corintios 11), y, sin embargo, es necesario para la salvación creer estas cosas y no despreciarlas.
Finalmente, Basilio no solo menciona algunos ritos, sino también ciertas cosas esenciales, como la Confesión de la fe, es decir, el Símbolo Apostólico, que recibimos por tradición, y la unción con aceite en el sacramento de la Confirmación; menciona también otras cosas que, aunque en sí mismas no son necesarias, sin embargo, después de haber sido mandadas, son tan necesarias que, si se omiten deliberadamente, se peca gravemente, como la señal de la cruz en la consagración del agua, la Eucaristía, el Crisma; así como la renuncia a Satanás y sus pompas en el Bautismo, etc. Pues dice Agustín, en el tratado 118 sobre Juan, que sin la señal de la cruz no se puede realizar ningún sacramento correctamente; y lo mismo enseña Crisóstomo en la homilía 55 sobre Mateo.
Brencio, sin embargo, más desvergonzado, responde que estas sentencias de Basilio son defectos y errores de Basilio, que deberían ser cubiertos en silencio por el honor de un hombre tan grande. Y nos llama cerdos e imitadores de Cam por desnudar las vergüenzas de nuestros Padres. No cree que se deba soportar que Basilio diga que las tradiciones pedagógicas (como él las llama) del signo de la Cruz y del agua bendita tengan la misma fuerza para la piedad que los dogmas de las sagradas Escrituras.
Pero, dejando de lado los insultos, ya que no es propio de nosotros devolver mal por mal, respondo a lo que Brencio objeta, que es perfectamente correcto equiparar las tradiciones con las Escrituras. Pues, así como en las Escrituras hay algunos grandes preceptos, como amar a Dios, y algunos menores, como no decir palabras ociosas, que no obligan igualmente a la observancia, pero que, sin embargo, obligan igualmente a la fe y la veneración. No es menos hereje quien no cree o no venera aquella Escritura que dice: "De toda palabra ociosa darán cuenta en el día del juicio" (Mateo 12:36), que quien no cree o no venera la Escritura que dice: "Amarás al Señor tu Dios" (Deuteronomio 6:5), etc. Del mismo modo, en las tradiciones hay algunas mayores y otras menores en cuanto a la obligación de cumplirlas, pero todas obligan igualmente a la fe y la veneración. De la misma manera, algunas tradiciones son mayores en cuanto a la obligación que algunas Escrituras, otras son menores y otras iguales, ya que tanto las tradiciones como las Escrituras son iguales en cuanto a la fe y la veneración que se les debe, ya que provienen del mismo autor, Dios, y nos llegan por medio de la misma Iglesia Católica, que es nuestra madre y la esposa de Cristo.
Finalmente, Hermann no contento con lo que dijeron Brencio y Kemnitius, añade:
"Todo esto no es de Basilio, sino que fue insertado en el libro de Basilio por algún impostor." Esta ciertamente es la respuesta más fácil. Pues de esta manera es fácil resolver todos los argumentos. Y Hermann no aporta otra prueba que el testimonio de Erasmo, quien le pareció haber notado una diferencia de estilo en estos capítulos respecto a los anteriores. Pero el beato Juan Damasceno, mucho más antiguo y docto, y más versado en los escritos de Basilio, no pudo notar tal cosa. Pues él (por no mencionar a muchos más recientes) en su Oratio 1 en defensa de las imágenes sagradas, dice: "Así lo dice el divino Basilio en el capítulo 27 de aquel libro, que escribió sobre el Espíritu Santo, dividido en treinta capítulos para Anfiloquio: Las enseñanzas que se guardan y predican en la Iglesia, en parte están contenidas en la doctrina escrita y en parte han sido recibidas de la tradición de los Apóstoles."
Gregorio Nacianceno, en su Oratio 1 contra Juliano, más allá de la mitad del discurso, después de haber dicho que, debido a los dogmas del Antiguo y Nuevo Testamento, la doctrina de la Iglesia le había parecido admirable a Juliano, añade de inmediato:
"Sin embargo", dice, "la Iglesia me parece aún más admirable y sobresaliente debido a esas figuras que hemos recibido por tradición y que hasta el día de hoy mantenemos." Luego explica que por "figuras de la Iglesia" se refería a la disciplina, la política, el orden de la Iglesia, el modo de salmodiar, la manera de imponer la penitencia, los lugares sagrados en los templos, el monacato, los conventos de vírgenes y muchas otras cosas que se obtienen solo a través de la tradición. Todas estas cosas Juliano quiso que los paganos imitaran, para así atraer más fácilmente a los cristianos al paganismo.
Crisóstomo, en su comentario sobre 2 Tesalonicenses 2, dice:
"Está claro", dice, "que los Apóstoles no lo transmitieron todo por carta, sino que muchas cosas las transmitieron sin escribir. Sin embargo, estas son tan dignas de fe como aquellas." Lo mismo dicen Teofilacto y Oecumenio. Aquí hay que notar que cuando Basilio, Crisóstomo, Teofilacto y Oecumenio equiparan las tradiciones con las Escrituras, ¿qué debemos pensar de la censura de Kemnitius, quien dice: "Es una audacia verdaderamente notable equiparar cualquier cosa con la autoridad y majestad de la Escritura canónica?" Y se burla en varios lugares del Concilio de Trento, que venera las tradiciones y las Escrituras con el mismo afecto piadoso.
El mismo Crisóstomo, en la homilía 69 al pueblo y en la homilía 3 sobre la epístola a los Filipenses, dice:
"No en vano fue sancionado por los Apóstoles que en la celebración de los venerables misterios se hiciera memoria de aquellos que han fallecido. Sabían que esto les traía mucho provecho y utilidad."
Teófilo, en los libros 1 y 3 sobre la Pascua, enseña claramente que la ley de los ayunos es una tradición apostólica. Cirilo de Jerusalén, en sus catequesis mistagógicas, casi no explica otra cosa que tradiciones no escritas sobre el Bautismo y otros Sacramentos.
Epifanio, en su herejía 55, que es la de los Melquisedecianos, dice:
"Se nos han dado límites, fundamentos y una edificación de la fe: las tradiciones de los Apóstoles, las sagradas Escrituras, las sucesiones de la doctrina, y la verdad de Dios está protegida por todas partes, y nadie debe ser engañado por nuevas fábulas." Asimismo, en la herejía 61, que es la de los Apostólicos, dice: "Es necesario usar también la tradición, ya que no todo puede recibirse de la divina Escritura." Por lo tanto, los Apóstoles transmitieron algunas cosas en las Escrituras, y otras en la tradición. Cosas similares se pueden ver en la herejía 75 de los Aërinos y en la doctrina breve.
A esto no responden más que con blasfemias, diciendo que Epifanio se complacía demasiado en las tradiciones y las fábulas apócrifas, etc. Y entre otras cosas, Brencio cree que no se puede tolerar que Epifanio haya dicho que es una tradición apostólica que no se puede casar después de haber hecho voto de virginidad; ya que, evidentemente, lo hicieron los primeros padres de los luteranos, Lutero y Catalina. Pero esto será refutado en otro lugar.
Damasceno, en el libro 4, capítulo 17, dice:
"Los Apóstoles transmitieron muchas cosas sin escribir", etc. También tiene mucho sobre este tema en su primera oración en defensa de las imágenes sagradas.
Entre los latinos, Tertuliano, en su libro De Corona militis, dice:
"También", dice, "se exigirá, según la tradición, una autoridad escrita. Entonces busquemos si la tradición no escrita no debe ser aceptada. Ciertamente diremos que no debe aceptarse, si no existen ejemplos de otras observancias que, sin el apoyo de ningún instrumento de Escritura, reivindicamos únicamente bajo el título de tradición y con el patrocinio de la costumbre." Luego de enumerar las ceremonias del Bautismo, la señal de la Cruz, el sacrificio anual por los difuntos y otras cosas, añade: "De estas y de disciplinas similares, si pides una ley escrita en las Escrituras, no la encontrarás. La tradición te ofrece su autoría, la costumbre la confirma y la fe la observa." El mismo Tertuliano enseña por todas partes que debe utilizarse la tradición, como en el libro 1 contra Marción, el libro 2 Ad uxorem, el libro De velandis virginibus, y el libro De praescriptione haereticorum, donde enseña de manera explícita que los herejes no deben ser refutados por las Escrituras, sino por la tradición. Las respuestas a estos pasajes ya han sido refutadas cuando tratamos de Ireneo y Basilio.
Beato Cipriano, libro 1, epístola 12.
Es necesario ungir, dice, a quien ha sido bautizado, etc. Sin embargo, está claro que no se menciona el crisma en las Escrituras, sino solo en la tradición. Lo mismo se dice en el libro 2, epístola 3: Debes saber que se nos ha advertido que en la ofrenda del cáliz se debe seguir la tradición del Señor, y que no debemos hacer nada distinto de lo que el Señor hizo por nosotros, para que el cáliz, que se ofrece en memoria suya, sea ofrecido mezclado con vino. Kemnicio responde que Cipriano habla de la tradición escrita. Pero eso es falso, ya que los evangelistas no mencionan el agua. Hermann dice que, dado que no está escrito que el Señor puso agua en el cáliz, es mejor no ponerla, ya que así lo hizo el Señor. Pero, como no está escrito ni lo uno ni lo otro, es sorprendente que Hermann se tome tanta libertad como para pretender que se le crea a él en lugar de a Cipriano.
Brencio recurre a los insultos, diciendo que Cipriano siempre ha sido demasiado en la defensa de sus opiniones y que esto se le escapó de manera irreflexiva. La razón de Brencio es que Cipriano parece probar este rito con un razonamiento absurdo. Dice:
Debe mezclarse agua con vino, porque el vino significa a Cristo, y el agua al pueblo de la Iglesia; y al mezclarse el agua con el vino, la Iglesia se une a Cristo. Si, en cambio, solo se consagrara el vino, entonces Cristo comenzaría a estar sin la Iglesia. Lo cual ciertamente parece ridículo. ¿Quién podría creer que, si un sacerdote no mezclara agua con vino en el cáliz, Cristo perdería de inmediato a la Iglesia? Pero Brencio no se da cuenta, o quizás no quiso darse cuenta, de que Cipriano no está hablando de una unión o separación real entre Cristo y la Iglesia, sino solo de una unión simbólica. En efecto, en materia de sacramentos, argumentamos correctamente a partir de una significación imperfecta. Además, Cipriano no quiere que se mantenga este rito principalmente por esa razón, sino porque el Señor así lo enseñó. Esa razón se añade solo para mostrar que la tradición está en conformidad con la razón. Por lo tanto, aunque Cipriano no hubiera dado una razón adecuada, no por ello se debería negar que este rito deba ser mantenido, o que fue entregado por el Señor.
San Hilario, en su libro contra el emperador Constancio, aproximadamente a la mitad, cuando el príncipe arriano objeta:
No quiero que se lean palabras que no están escritas. Responde: Por último, dice, ¿quién manda a los obispos? ¿Quién manda cambiar la forma antigua de la predicación apostólica? Dime primero, si crees que es correcto decir: no quiero, contra los nuevos venenos, nuevas comparaciones de medicinas, etc. Con estas palabras, Hilario señala dos cosas; una, que la predicación de la consustancialidad del Padre y del Hijo es una predicación apostólica, aunque no esté expresamente escrito que el Hijo sea consustancial con el Padre; la otra, que el mismo término "ὁμοούσιος" (consustancial) es nuevo, pero debe ser conservado, aunque no esté escrito, porque es conforme a la predicación apostólica.
Hermann corrompe este pasaje con su glosa. Así lo explica:
Esto, dice, pregunto: ¿quién manda a los obispos, es decir, que mencionen algo fuera de las Escrituras? Pero si esta es una buena glosa, Hilario estaría de acuerdo con Constancio; por lo tanto, erróneamente añade: "Dime primero, si crees que es correcto decir, no quiero, contra los nuevos venenos", etc. Además, en casi todo el libro, Hilario argumenta que el término "ὁμοούσιος" debe ser conservado; pero, según la glosa de Hermann, habría querido más bien que fuera abolido.
San Ambrosio, en su libro sobre los que son iniciados en los misterios, capítulos 2 y 6, y en el primer libro de los Sacramentos, capítulos 1 y 2, explica los ritos que se observan en toda la Iglesia en el Bautismo, los cuales no se encuentran en ninguna parte escritos en las Sagradas Escrituras, y que los demás refieren constantemente a los Apóstoles como autores. En los sermones 25, 34 y 36, enseña que la Cuaresma fue ordenada por Cristo. En la epístola 81 y en el sermón 38, enseña que el Credo de los Apóstoles es una tradición apostólica no escrita. Hermann blasfema mucho contra Ambrosio, pero nada afecta nuestro propósito.
San Jerónimo, en la epístola a Marcela sobre los errores de Montano:
Nosotros, dice, ayunamos una Cuaresma conforme a la tradición apostólica en el tiempo adecuado para nosotros. También, en su diálogo contra los luciferianos, antes de la mitad, cuando el hereje había dicho: Muchas cosas que se observan en las iglesias por tradición se han atribuido a la autoridad de la ley escrita. Responde el ortodoxo: No niego que esta sea la costumbre de las iglesias. Pero, ¿cómo es que transfieres las leyes de la Iglesia a la herejía?
San Agustín, epístola 118.
Las cosas que guardamos no porque estén escritas, sino porque han sido transmitidas, y que se observan en todo el mundo, se dan a entender como entregadas o bien por los mismos Apóstoles, o bien por concilios plenarios, cuya autoridad es muy saludable en la Iglesia, y deben ser mantenidas, como el hecho de que la Pasión del Señor, su Resurrección, su Ascensión al cielo, y la venida del Espíritu Santo desde el cielo sean celebradas con solemnidades anuales. A esto responde Hermann con muchas palabras sin sentido, concluyendo finalmente: ¿Por qué, Agustín, impones tradiciones fuera de la Escritura junto con los otros Padres de la Iglesia? Así que Hermann admite que Agustín, junto con otros Padres, reconoce las tradiciones no escritas. Esta confesión ciertamente debería bastar, si tuviera algo de sensatez, para contener su insolencia.
Y Brencio responde de dos maneras. Primero dice que, aunque esta sea una tradición apostólica, no debe ser tomada como una ley necesaria, sino como una observación libre. Pero al contrario, ya que Agustín, en el mismo lugar, añade: “Otras cosas, sin embargo, que varían según los lugares y las regiones, etc., tienen observaciones libres.” Aquí, Agustín distingue entre estas tradiciones apostólicas necesarias y observaciones libres. En segundo lugar, Brencio dice que Agustín enseña falsamente que estas festividades provienen de la tradición apostólica, ya que el Apóstol reprende a los Gálatas, en el capítulo 4, por observar días y tiempos. Pero Agustín responde en la epístola 119, capítulo 7, que el Apóstol reprende a aquellos que observan los tiempos según las reglas de los astrólogos. Y en el libro contra Adimanto, capítulo 16, dice que el Apóstol se refiere a las festividades de los judíos, no de los cristianos. De igual manera lo explican Jerónimo y Crisóstomo; mientras que Ambrosio acepta ambas interpretaciones.
El mismo Agustín, en el libro 2 sobre el Bautismo contra los Donatistas, capítulo 7, dice:
“Creo que esta costumbre viene de la tradición apostólica, como muchas otras que no se encuentran en sus escritos ni en los concilios de sus sucesores, y sin embargo, como se observan en toda la Iglesia, se cree que fueron transmitidas y recomendadas por ellos.” Y en el libro 4, capítulo 6: “Esa costumbre, que los hombres mirando hacia arriba no veían como instituida por los posteriores, se cree correctamente que fue transmitida por los Apóstoles.” Y en el libro 4, capítulo 24: “Lo que toda la Iglesia mantiene, y no ha sido instituido por concilios, pero siempre se ha mantenido, se cree correctamente que fue transmitido por la autoridad apostólica.” Y en el libro 5, capítulo 23, dice: “Aunque los Apóstoles no ordenaron nada de esto, se debe creer que esta costumbre, que se oponía a Cipriano, tiene su origen en su tradición, como muchas otras que la Iglesia universal mantiene, y por lo tanto se cree bien que fueron ordenadas por los Apóstoles, aunque no se encuentren escritas.” Asimismo, en el libro sobre la Unidad de la Iglesia, capítulo 19, dice: “Quizá digas: léeme cómo Cristo mandó recibir a aquellos que desean pasar de los herejes a la Iglesia. Esto no lo leo ni tú tampoco, etc.” Y luego añade: “Ya que no se lee en ningún lugar, debe creerse en el testimonio de la Iglesia, a la cual Cristo ha testificado ser veraz.” Pasajes similares se encuentran en el libro 1 contra Cresconio, capítulos 31, 32 y 33.
A estas afirmaciones, Kemnitio responde con dos argumentos. PRIMERO, dice que la cuestión de Agustín en estos pasajes es si puede citarse un ejemplo de las Escrituras en el que algún hereje haya sido rebautizado o recibido sin un nuevo bautismo; no obstante, si los herejes deben ser rebautizados o no. Y efectivamente, Agustín pensaba que no se podía citar tal ejemplo, y esto es lo que enseña en los pasajes mencionados. SEGUNDO, afirma que Agustín sin duda creía que existen testimonios claros y evidentes en las Escrituras que demuestran que los herejes no deben ser rebautizados, y por lo tanto esta tradición está escrita.
PRIMERO lo prueba a partir del libro 1 contra Cresconio, capítulo 33, donde Agustín dice:
“Por lo tanto, aunque no se presente un ejemplo claro de las Escrituras sobre este asunto, etc.” Y tiene pasajes similares en el libro sobre la Unidad de la Iglesia, capítulo 19. SEGUNDO, lo prueba. Primero, en el libro 1 contra los Donatistas, capítulo 7: “Para que no parezca que uso argumentos humanos, presento documentos claros del Evangelio.” Segundo, en el libro 2, capítulo 14: “Es difícil juzgar si es más pernicioso no ser bautizado o ser rebautizado; sin embargo, recurriendo a la balanza del Señor, donde no se juzga por la razón humana, sino por la autoridad divina, encuentro la sentencia del Señor sobre ambas cosas.” Tercero, en el libro 4, capítulo 7: “A esto se suma que, al considerar bien los argumentos de ambos lados de la disputa y los testimonios de las Escrituras, se puede también decir lo que la verdad ha revelado, que esto seguimos.” Cuarto, en el libro 4, capítulo 24: “Se puede conjeturar correctamente cuál es el valor del sacramento del bautismo para los niños, a partir de la circuncisión de la carne, etc.” Quinto, en el libro 5, capítulo 4: “Quienquiera que entienda el bautismo de Cristo consagrado con las palabras del Evangelio, tanto por la costumbre de la Iglesia como por la firmeza posterior del Concilio plenario y por tantos y tan claros testimonios de las Sagradas Escrituras y las razones evidentes de la verdad, comprende que no puede ser pervertido por la perversidad de cualquier hombre.” Sexto, en el libro 6, capítulo 1: “Ya sería suficiente lo que tantas veces hemos repetido con argumentos, agregando también documentos de las Escrituras.” Séptimo, en el libro 5, capítulo 23: “Es contra el mandamiento de Dios que aquellos que vienen de los herejes, si ya han recibido el bautismo de Cristo, sean bautizados nuevamente; esto no solo se demuestra con los testimonios de las Sagradas Escrituras, sino que claramente se demuestra.” Octavo, en el libro 5, capítulo 26: “Es mejor, sin duda alguna, que recurramos a la fuente, es decir, a la tradición apostólica, y de ahí dirijamos el canal hasta nuestros tiempos, lo cual es lo mejor y sin duda debe hacerse. Se nos ha transmitido, como él mismo recuerda, por los Apóstoles, que hay un solo Dios y un solo bautismo.”
Respondo al PRIMER punto, Kemnitio está equivocado;
Pues aunque Agustín en ese único lugar del libro 1 contra Cresconio, capítulo 33, habla de ejemplos, en los otros lugares citados no habla de ejemplos, sino de preceptos o de documentos de las Escrituras, especialmente en el libro 5 contra los Donatistas, capítulo 23, cuando dice: “Lo que la Iglesia universal mantiene, se cree correctamente que ha sido ordenado por los Apóstoles, aunque no se encuentre escrito.” Además, incluso en ese único lugar, la cuestión principal no era sobre el ejemplo o el hecho, sino sobre la ley. Es evidente que trataba la cuestión del anabaptismo, que era entre los católicos y los donatistas; es cierto que los donatistas no discutían sobre ejemplos, sino sobre la ley.
Ya que durante la disputa los herejes pedían que los católicos mostraran algún ejemplo en las Escrituras de alguien recibido en la Iglesia sin ser bautizado nuevamente, Agustín respondió que no hay ejemplos en las Escrituras, ni a favor ni en contra; y de ahí concluye que, como no hay ni preceptos ni ejemplos en las Escrituras, se debe seguir la costumbre de la Iglesia, que correctamente se cree introducida por los Apóstoles. Y está claro que esto es así tanto por los mismos pasajes como por el hecho de que, si la cuestión principal hubiera sido sobre ejemplos, los donatistas no habrían sido herejes ni habrían errado en absoluto, pues es absolutamente cierto lo que decían, con el consentimiento incluso de Agustín, de que no existe ejemplo alguno sobre este asunto en las Escrituras.
Sobre el segundo punto, digo dos cosas. Primero, no presentamos esos pasajes de Agustín principalmente porque él diga que la costumbre de no rebautizar proviene de la tradición apostólica, sino porque en esos pasajes él añade que muchas cosas se guardan según la tradición apostólica, aunque no estén escritas. Este principio era tan cierto para Agustín que de allí quería probar que también la costumbre de no rebautizar fue transmitida por los Apóstoles. Por lo tanto, nos apoyamos más en este principio de Agustín que en su conclusión. Pero Kemnicio nos ataca como si solo nos apoyáramos en la conclusión.
Segundo, digo que Agustín nunca pensó que esa costumbre pudiera ser probada suficientemente con las Escrituras, y por eso él traía razones y Escrituras de cualquier parte, pero constituía el fundamento principal en la tradición, que quedaba declarada por la costumbre de la Iglesia, y que también más tarde fue declarada por un concilio general, como se puede ver tanto en los pasajes citados como en el libro 2 contra los Donatistas, capítulo 4, donde tan claramente no pensaba que los testimonios de las Escrituras fueran claros sobre este asunto, que decía:
“Ni siquiera nosotros mismos nos atreveríamos a afirmar tal cosa si no estuviéramos confirmados por la autoridad concordante de toda la Iglesia.” Y esto se hará más claro al responder a cada uno de los pasajes citados por Kemnicio.
Sobre el primer punto, tomado del libro 1, capítulo 7, contra los Donatistas, respondo que Kemnicio omitió deshonestamente las palabras que estaban en medio, uniendo las primeras con las últimas. Pues después de que Agustín dice:
“Para que no parezca que uso argumentos humanos”, añadió lo que Kemnicio omitió: “pues la oscuridad de esta cuestión hizo que grandes hombres dudaran durante mucho tiempo, hasta que, mediante un concilio plenario de todo el mundo, se confirmó, tras disiparse las dudas, lo que debía pensarse con más seguridad”; y entonces añade: “Del Evangelio traigo pruebas claras.”
Así que Agustín dice que esa cuestión no pudo resolverse con las Escrituras antes del concilio plenario de la Iglesia, pero después de que el concilio aclaró la duda y toda la cuestión, ya podían aportarse pruebas claras de las Escrituras. Pues las Escrituras, aclaradas por el concilio, prueban con firmeza y certeza lo que antes no probaban firmemente, como también muestra ser cierto el pasaje del Evangelio que cita el beato Agustín. Cita el pasaje de Lucas 9: “No lo impidáis, porque quien no está contra vosotros, está a vuestro favor.” En ese pasaje se muestra que fuera de la Iglesia pueden existir algunos dones de Dios, como era aquel don de expulsar demonios. Pero si el Bautismo debía contarse entre esos dones, no se puede deducir solo de este pasaje.
Sobre el segundo punto, respondo que ese pasaje no está relacionado con el tema en cuestión; allí Agustín prueba con las Escrituras que no es lícito rebautizar cuando alguien ha recibido el verdadero bautismo una vez en la Iglesia Católica, pero no prueba que el bautismo de los herejes sea un verdadero bautismo, que es nuestra cuestión. Pues en ese lugar quería enseñar que se podía admitir en la Iglesia mediante penitencia a quienes reconocían haber hecho mal al rebautizar a católicos. No aporta otro testimonio de las Escrituras, salvo aquel de Juan 13: “El que está lavado, no necesita volver a lavarse.” De este pasaje nadie deduciría que el bautismo de los herejes es válido, sino solamente (lo que Agustín deduce) que después del verdadero bautismo no debe añadirse otro bautismo, lo cual tampoco negaban los donatistas.
Sobre los puntos tercero, cuarto, quinto y sexto, digo que Agustín allí aporta conjeturas tomadas de las Escrituras, las cuales, después de la definición del concilio y la tradición no escrita comprobada, sirven para confirmar la verdad, pero por sí solas no son suficientes. Esto se hace evidente por las palabras de Agustín, donde siempre coloca las Escrituras después de la costumbre y el concilio, y usa expresiones como:
“A esto se añade; podemos conjeturar; añadidas también las Escrituras, etc.”
Sobre el séptimo punto, digo que Kemnicio citó deshonestamente. Pues esas palabras (“claramente se demuestra con los testimonios de las Sagradas Escrituras”) no se refieren a lo que Kemnicio había mencionado antes, sino a lo que siguió, que él omitió. Así lo dice Agustín: “Claramente se demuestra que muchos pseudo-cristianos, aunque no tienen la misma caridad que los santos, sin la cual no sirve de nada lo que los santos hayan podido poseer, sin embargo, tienen el mismo bautismo común con los santos.” Aquí el divino Agustín dice que es seguro según las Escrituras que muchos cristianos bautizados en la Iglesia pierden la caridad, pero no pierden el bautismo, lo que también concedían los donatistas; pero no dice que sea seguro según las Escrituras que el bautismo dado por los herejes sea válido.
Además, aunque esas palabras se refirieran a lo anterior, todavía Kemnicio no tendría nada, pues incluso allí Agustín no dice que sea seguro que el bautismo de los herejes sea válido, sino que dice que es seguro que quien ha recibido el verdadero bautismo de Cristo no debe ser rebautizado, lo cual también concedían los donatistas; pero aún quedaba la cuestión de si el bautismo de los herejes era el verdadero bautismo de Cristo o no.
Sobre el octavo punto, digo que allí Agustín no prueba su argumento con las Escrituras, sino que menciona con qué Escritura intentaban los adversarios probar la opinión contraria.