CAP. X: Se resuelven las objeciones de los adversarios tomadas de las Escrituras.

Queda la última parte de la cuestión, en la que deben exponerse y resolverse los argumentos de los adversarios. Hay tres tipos de argumentos que ellos emplean: el primero proviene de las Escrituras, el segundo de los Padres, y el tercero de la razón. De las Escrituras, en primer lugar, proponen aquellas que ordenan que nada debe añadirse a la palabra de Dios; en segundo lugar, aquellas que expresamente enseñan que las Escrituras son suficientes y contienen todo lo necesario; y en tercer lugar, aquellas que abiertamente condenan las tradiciones.

El primer argumento se basa en tres pasajes:

Deuteronomio 4 y 12: “No añadiréis nada a la palabra que yo os mando, ni quitaréis de ella.” Apocalipsis, al final: “Si alguno añade a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro.” Gálatas 1: “Pero si nosotros o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, sea anatema.” Aquí, Kemnicio señala que no se dice “contra”, sino “además de”. Y para que no digamos que Pablo se refiere tanto a la palabra escrita como a la no escrita, cita a Agustín, quien lo expone de la siguiente manera en el libro 3 contra las cartas de Petiliano, capítulo 6: “Si alguien, ya sea sobre Cristo, sobre su Iglesia, o sobre cualquier otra cosa que concierna a nuestra fe y vida, no digo si nosotros, sino como añadió Pablo, si un ángel del cielo os anunciara algo distinto de lo que habéis recibido en las Escrituras legales y evangélicas, sea anatema.” Basilio dice cosas similares en Summa Moralium, suma 72, capítulo 1.

Al primer argumento respondo: primero, allí no se trata de la palabra escrita, sino de la palabra transmitida oralmente, ya que no dice “la palabra que he escrito”, sino “la palabra que yo os mando”. Segundo, digo que la interpretación correcta de ese pasaje es que Dios quiere que sus mandamientos se guarden íntegramente y perfectamente, tal como él los ha mandado, y que no se depravaran por una falsa interpretación. Así que no quiere decir “no guardaréis otra cosa que lo que ahora os mando”, sino “en lo que os mando, no cambiaréis nada añadiendo o quitando, sino que lo guardaréis íntegramente, como yo os mando, y no de otra manera”. Este mismo significado se encuentra en las palabras: “No te desviarás ni a la derecha ni a la izquierda.” Y que esto es verdad es evidente, porque de lo contrario habrían pecado los Profetas y los Apóstoles, que añadieron muchas cosas después.

Brencio, Kemnicio y Calvino responden que los Profetas no añadieron nada a la ley en cuanto a la doctrina, sino que solo escribieron algunas profecías sobre el futuro y explicaron la doctrina de la ley. Del mismo modo, dicen que el Nuevo Testamento no es una adición al Antiguo, sino una explicación, pues el Apóstol dice en Romanos 1 que el Evangelio fue prometido por Dios a través de sus Profetas en las Sagradas Escrituras. Y en Hechos 15 los Apóstoles no se atrevieron a decidir nada en el Concilio sin el testimonio de las Escrituras.

Pero al contrario, en este caso las tradiciones tampoco son adiciones, sino explicaciones. Pues en la ley de Moisés no se contienen los escritos de los Profetas, ni en la ley y los Profetas se contiene el Nuevo Testamento, excepto en forma general y de alguna manera en potencia, como todo el árbol está contenido en la semilla. Pues en la ley tenemos Deuteronomio 18: “Un profeta te suscitará el Señor tu Dios... a él escucharás.” Allí se contiene en general todo lo que Cristo hizo y dijo; pero en particular no se dice que Cristo debería predicar la Trinidad de personas en Dios, instituir los sacramentos, realizar tales milagros, etc.

Lo que citan de Hechos 15 va en contra de ellos. Pues aunque Santiago probó en ese concilio a partir de las Escrituras que la Iglesia debía edificarse con los gentiles, sin embargo, el decreto del concilio no se encuentra en las Escrituras del Antiguo Testamento. Pues decretaron que los gentiles no observaran las leyes rituales, exceptuando la abstinencia de la sangre y de lo estrangulado, pero esta segunda parte del decreto no se encuentra en ningún lugar del Antiguo Testamento. ¿Dónde, pregunto, algún Profeta predijo que en los tiempos del Mesías sería prohibido lo estrangulado y la sangre?

De la misma manera, porque está escrito en 2 Tesalonicenses 2: “Mantened las tradiciones que habéis recibido, sea por palabra, sea por carta”; y en Lucas 10: “El que os oye, a mí me oye”; y en Mateo 18: “Si no escucha a la Iglesia, sea para ti como un gentil y un publicano”; por tanto, afirmamos que las tradiciones son de algún modo explicaciones de la palabra escrita, no porque contengan una simple exposición de ella, sino porque todas las tradiciones y los decretos de la Iglesia están contenidos en las Escrituras en general, pero en particular no están contenidas ni deben estarlo. Por esto, Agustín, en el libro 1 contra Cresconio, capítulo 33, dice: “Aunque no se presente un ejemplo claro de las Escrituras, sin embargo, seguimos la verdad de esas mismas Escrituras cuando hacemos lo que agrada a toda la Iglesia, cuya autoridad es recomendada por las mismas Escrituras.”

Al segundo argumento, es claro que Juan prohíbe la corrupción de ese libro, pero no que se escriban otros libros o que se transmitan otros dogmas. De lo contrario, él mismo habría caído en contradicción, ya que, según Kemnicio, escribió su Evangelio después del Apocalipsis.

Al tercer argumento, que Brencio y Kemnicio utilizan principalmente, hay dos respuestas, ambas sólidas. La primera es que el Apóstol no habla solo de la palabra escrita, sino de toda palabra, ya sea escrita o transmitida. Pues no dice: “si alguno os predicara algo distinto de lo que hemos escrito”, sino “de lo que os hemos predicado”. Tampoco se oponen las palabras de Agustín o Basilio, pues ellos no exponen formalmente este pasaje, sino que prueban con él que no se debe afirmar nada contrario a las Escrituras, lo cual es absolutamente verdadero. Pues cuando Pablo habla en general de la predicación apostólica, y esta es en parte escrita y en parte no escrita, podemos probar correctamente de aquí que no se puede afirmar nada contrario a la predicación escrita de los Apóstoles. Porque de una negación universal se puede deducir correctamente un argumento hacia una negación particular, pero no al revés. Y de la misma manera, podemos argumentar a partir de este pasaje de Pablo contra aquellos que predican contra las tradiciones ya aceptadas por la Iglesia, aunque parezcan predicar a partir de las Escrituras, como enseña bellamente Atanasio en el libro De Incarnatione Verbi, y Cirilo, citando a Atanasio en el libro De recta fide ad reginas, no lejos del principio.

La segunda solución es que el término “praeter” (además) que usa el Apóstol debe entenderse como "contra", y, por lo tanto, no prohíbe nuevos dogmas y preceptos, siempre que no sean contrarios a los ya transmitidos; sino que prohíbe dogmas y preceptos que sean contrarios o ajenos. Esto se ve primero, porque el mismo Apóstol enseñó muchas otras cosas después de esta epístola, y Juan escribió el Apocalipsis y su Evangelio después de esta carta. Segundo, por el propósito del Apóstol, ya que está combatiendo a aquellos que enseñaban que las leyes del Antiguo Testamento debían ser observadas, mientras que él había enseñado que no debían observarse. Por lo tanto, cuando dice “praeter”, se refiere a “contra”. Tercero, por otro pasaje donde el Apóstol usa la palabra “praeter” de manera similar. En Romanos, al final, dice: “Observen a los que causan divisiones y escándalos fuera de (praeter) la doctrina que habéis recibido.” En este lugar es tan claro que “praeter” significa “contra” que Erasmo lo tradujo como "contra". Y en ambos pasajes, la palabra griega es la misma, “παρὰ” (para). Cuarto, por la interpretación de los Padres. San Ambrosio lo interpreta como “si es contra”. San Jerónimo, como “si es de otra manera”. Crisóstomo, Oecumenio y Teofilacto dicen que el Apóstol no dijo “si son contrarios”, sino “si es además de”, para indicar que no solo son anatematizados aquellos que enseñan abiertamente lo contrario a toda la doctrina, sino también aquellos que de cualquier manera, ya sea abierta o indirectamente, alteran algo de la doctrina recibida.

San Basilio, en Summa Moralia 72, capítulo 1 (pasaje citado por Kemnicio en su favor), enseña que de este lugar se puede deducir que deben ser recibidos aquellos que enseñan cosas conformes a las Escrituras, y rechazados aquellos que enseñan cosas extrañas. Finalmente, San Agustín, en el libro 17 contra Fausto, capítulo 3, lo interpreta como "contra". Y en el tratado 89 sobre Juan dice: “No dice ‘más de lo que habéis recibido’, sino ‘además de lo que habéis recibido’. Porque si dijera eso, se estaría contradiciendo a sí mismo, ya que deseaba venir a los Tesalonicenses para completar lo que faltaba en su fe. Pero quien completa lo que falta añade, no quita lo que ya estaba. Sin embargo, quien pasa por alto la regla de la fe no avanza por el camino, sino que se desvía de él.”

El segundo argumento lo toman de aquellos pasajes que parecen indicar que las Escrituras contienen todo de manera suficiente. Son dos pasajes. El primero es:

Juan 20: “Jesús hizo muchas otras señales, que no están escritas en este libro; pero estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.” Aquí Juan indica que escribió, no todo, sino lo que era suficiente. Pues si podemos tener vida a través de lo que está escrito, ¿qué más necesitamos?

Kemnicio confirma esto con tres testimonios de los antiguos. Agustín, en el tratado 49 sobre Juan, dice: “El santo evangelista testifica que el Señor Cristo hizo y dijo muchas cosas que no están escritas. Pero fueron elegidas aquellas que parecían suficientes para la salvación de los creyentes.” El mismo Agustín, en el libro 1 de De consensu Evangelistarum, capítulo final, dice: “Todo lo que Cristo quiso que leyéramos sobre sus hechos y dichos, mandó a los Apóstoles que lo escribieran como si fuera con sus propias manos.” Cirilo, en el libro 12 sobre Juan, capítulo final, dice: “No todo lo que el Señor hizo fue escrito, sino lo que los escritores juzgaron suficiente, tanto para las costumbres como para los dogmas, para que, brillando en la fe recta, en las obras y en la virtud, lleguemos al reino de los cielos.”

El segundo pasaje es:

2 Timoteo 3: “Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, completamente equipado para toda buena obra.” Este pasaje es el “talón de Aquiles” de Brencio y Kemnicio. Así lo explica Kemnicio. “Toda Escritura” no significa cualquier libro sagrado, sino todo el conjunto de libros canónicos. Pues lo que sigue: “es útil para enseñar, para reprender, etc.” no puede aplicarse a un solo libro, sino solo a toda la Escritura en su conjunto. Además, “es útil” no significa que la Escritura sea útil en el sentido de que sea algo diferente de lo necesario y suficiente, sino que significa que la Escritura fue hecha como un medio para perfeccionar al hombre de Dios. Es como si Pablo dijera: “La Escritura tiene esta utilidad, fue hecha para esto, y está dirigida a esto”, del mismo modo que decimos que la comida es útil para nutrir al hombre, aunque sin ella no puede vivir.

Lo que sigue: “para enseñar, para reprender, etc.” explica la suficiencia de la Escritura. Pues hay cuatro cosas que son necesarias para el hombre de Dios, es decir, para el maestro cristiano. Primero, que pueda enseñar la doctrina de la fe. Segundo, que pueda refutar los errores contra la fe. Tercero, que pueda enseñar la doctrina de la moral. Cuarto, que pueda corregir a los que yerran en la moral. Todo esto lo provee la Escritura. Sirve para enseñar, es decir, los dogmas de la fe; para reprender, es decir, para refutar a los que yerran en la fe; para instruir en justicia, es decir, para enseñar los preceptos morales; para corregir, es decir, para corregir a los que yerran en la moral. De esto concluye Pablo que el hombre que está instruido en las Escrituras es perfecto y apto para toda buena obra.

Respondo al primer argumento: Juan en ese pasaje solo habla de los milagros de Cristo, y dice que él escribió solo algunos milagros, no todos, porque esos eran suficientes para convencer al mundo de que Cristo es el Hijo de Dios. Pues dice: “Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos...” Kemnicio aplica incorrectamente lo que se dice solo de los milagros a todos los dogmas de la fe y a los preceptos morales. Además, Juan solo habla de las cosas que él escribió, por lo que, si esas son suficientes, entonces todas las demás Escrituras serían superfluas. Kemnicio responde que Juan habla de toda la Escritura. Pero este es un error, porque Juan dice: “Jesús hizo muchas otras señales que no están escritas en este libro.” Lo que sigue: “estas han sido escritas, etc.” no significa que solo los milagros son suficientes para la salvación, sino que estos están orientados y ordenados para ese propósito, siendo uno de los medios necesarios para nuestra salvación, aunque no el único suficiente.

En cuanto a los pasajes de Agustín y Cirilo, digo que esos Padres solo hablan de los dichos y hechos de Cristo; por lo tanto, querían decir que están escritos de manera suficiente, no en términos absolutos, sino que todos los dichos y hechos de Cristo están escritos de manera suficiente. Además de esos dichos y hechos, hay otras muchas cosas necesarias, de lo contrario, todas las historias y enseñanzas del Antiguo Testamento, así como los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de Pedro, Pablo, Juan, Santiago y Judas serían superfluas. Y esto no contradice lo que dijimos antes, que las Escrituras no eran absolutamente necesarias. Pues aunque es necesario conocer muchas cosas que Cristo y los Apóstoles dijeron o hicieron, esa misma ciencia podría haberse obtenido sin las Escrituras, solo por la tradición, aunque no se puede negar que fue muy útil que se escribieran los puntos principales.

Añádase que, sin duda, esos Padres, por “los dichos y hechos de Cristo”, no entienden que todo lo necesario esté escrito en un sentido absoluto, sino que están escritas de manera suficiente aquellas cosas que los Apóstoles juzgaron que debían ser escritas. Pues algunas cosas debían ser escritas, y otras transmitidas sin escritura, especialmente la interpretación y la comprensión de las Escrituras. En los libros sagrados se contienen de manera suficiente todas las cosas que debían ser consignadas por escrito, o, como dice Agustín, “que Cristo quiso que se leyeran”. Pues las otras cosas no quiso que se leyeran en las Escrituras divinas, sino que fueran recibidas de la Iglesia, aunque de alguna manera también están contenidas en el Evangelio, no en particular, sino en general, porque el Evangelio nos advierte que, en las cuestiones dudosas, debemos consultar a la Iglesia.

Al segundo lugar de Pablo puede responderse en primer lugar de la misma manera: que la Escritura instruye y perfecciona suficientemente al hombre de Dios, porque contiene muchas cosas expresamente, y lo que no contiene, muestra de dónde debe ser buscado. Luego, digo que Pablo, en ese pasaje, ni siquiera atribuye esa suficiencia a la Escritura. Esto se deduce de dos puntos. Primero, de la expresión "Omnis Scriptura". Segundo, de la expresión "Utilis est". Pues cuando dice "Omnis Scriptura", no solo atribuye este elogio al conjunto de las Escrituras, sino también a cada uno de los libros, es decir, que son útiles para enseñar, reprender, etc., y, sin embargo, Kemnicio admite que no cualquier libro sagrado es suficiente.

Esto es claro primero por la misma forma de hablar. Pues según el juicio de todos los que saben latín, lo que se dice de "toda Escritura inspirada por Dios", se dice de cada uno de los libros que son inspirados divinamente. Segundo, porque cuando se escribió esta epístola, aún no existían el Apocalipsis ni el Evangelio de Juan, y tal vez faltaba algo más del cuerpo de las Escrituras. Por lo tanto, no se refiere al conjunto completo y único de las Escrituras. Tercero, por el razonamiento del Apóstol: pues de este principio general quería concluir en particular que la Escritura del Antiguo Testamento, porque era divinamente inspirada, era útil para enseñar, reprender, etc. Pues así dice: "Desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras" (es decir, el Antiguo Testamento, pues cuando Timoteo era niño, el Nuevo Testamento aún no existía, como es evidente, y los adversarios admiten), "que te pueden instruir para la salvación por la fe en Cristo Jesús." Aquí, el Apóstol atribuye en pocas palabras al Antiguo Testamento lo mismo que poco después atribuye en muchas palabras a toda Escritura. Y para que Timoteo no dude de esto, el Apóstol prueba su argumento añadiendo: "Toda Escritura es divinamente inspirada, y útil..."

No se puede objetar lo que dice Kemnicio, que no se encuentran todas estas utilidades en cada libro, pues es falso que no se encuentren. No hay parte de la Escritura más breve que la segunda epístola de Juan, y, sin embargo, en ella vemos que se predica que Cristo es el verdadero Hijo de Dios, lo cual es un dogma de fe. También vemos que se predica el amor mutuo, que es una doctrina moral. Además, vemos que en ella se escribe abiertamente que son anticristos aquellos que dicen que Cristo no vino en carne, lo que corresponde a la refutación de los herejes. Finalmente, vemos que se reprende a aquellos que saludan a los herejes con un "salve", lo cual corresponde a la corrección moral.

Ahora bien, la expresión "utilis est" (es útil), por más que Kemnicio la retuerza, nunca significará "suficiente". Él mismo, aunque prueba que de esa expresión no se deduce que la Escritura no es suficiente, tampoco demuestra que sea suficiente, que es lo que debería probar. Pues ya sea que digas "la Escritura es útil para esto", o "tiene este uso", o "se refiere y se ordena a esto", o cualquier otra expresión similar, nunca significarás que por sí sola sea suficiente. Del mismo modo que quien dice "la comida es útil para nutrir al hombre" afirma que la comida está destinada a nutrir, pero no dice que solo la comida sea suficiente; pues si falta el calor natural o algún instrumento del cuerpo necesario para la nutrición, la comida no nutrirá. Por lo tanto, el Apóstol no dice que la Escritura por sí sola sea suficiente para enseñar, reprender, etc., y, por lo tanto, para perfeccionar y completar al hombre; sino que dice que ayuda y contribuye en todas estas cosas.

Y aunque el mismo Apóstol no dice que no es suficiente, lo deducimos de otros pasajes suyos: como de 1 Corintios 11: "El resto lo dispondré cuando venga", y de 2 Tesalonicenses 2: "Conservad las tradiciones, sea por palabra o por carta." Incluso de este pasaje, aunque no se deduce que Pablo dijera que la Escritura no es suficiente, se deduce claramente que no dijo que la Escritura por sí sola es suficiente, pues él atribuye estas alabanzas a cada obra canónica, y sabemos, incluso por confesión de los adversarios, que no cualquier obra canónica es suficiente, porque si lo fuera, las demás serían superfluas.

El tercer argumento proviene de los pasajes en los que se condenan las tradiciones. En Isaías 29: "En vano me adoran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres." En Mateo 15: "Habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición." En Gálatas 1: "Excedía en el celo de las tradiciones de mis padres." En Colosenses 2: "Mirad que nadie os engañe por filosofías y vanas sutilezas según la tradición de los hombres." En 1 Timoteo 1: "No prestes atención a fábulas judías..." En 1 Pedro 1: "Habéis sido redimidos de vuestra vana manera de vivir, heredada de vuestros padres." Aquí se condenan las tradiciones que los judíos afirmaban haber recibido por transmisión de Moisés y los Profetas; por lo tanto, se entiende que de manera similar se condenan las tradiciones que nosotros decimos que nos llegaron de Cristo y los Apóstoles a través de los Padres.

Respondo: Cristo y los Apóstoles no reprochaban las tradiciones que los judíos habían recibido de Moisés y los Profetas, entre las cuales estaba la tradición sobre los libros canónicos, cuáles eran verdaderos y cuáles no lo eran, sino las tradiciones que habían recibido de algunos más recientes, algunas de las cuales eran inútiles y otras perniciosas, y contrarias a las Escrituras. Pues ni Cristo ni los Apóstoles llamaron a estas tradiciones "de Moisés y los Profetas", y claramente dijeron que se referían a aquellas que contradecían las Escrituras. Además, los Padres antiguos explicaron explícitamente quién era el autor de las tradiciones que Cristo y los Apóstoles reprendían.

Ireneo, en el libro 4, capítulos 25 y 26, disputa contra los antiguos herejes que pensaban que por las tradiciones reprendidas por Cristo y los Apóstoles se entendía la ley de Moisés, y enseña que no se trata de la ley de Moisés, sino de las tradiciones de los ancianos más recientes que corrompían la ley, las cuales son reprendidas por Cristo y los Apóstoles. Epifanio, en la herejía de Ptolomeo, enseña que las tradiciones de los judíos consistían en cuatro interpretaciones de los libros sagrados: la primera, de Moisés, que no es reprendida; la segunda, de Rabí Akiba; la tercera, de Rabí Judá; y la cuarta, de los hijos de los asmoneos, y estas son las que fueron reprendidas por el Señor.

Jerónimo, en el capítulo 8 de Isaías, en el capítulo 3 de la epístola a Tito, y en la epístola a Algasia, cuestión 10, enseña que las tradiciones judías reprendidas por el Señor se originaron con Shamai, Hillel, Akiba, y algunos otros, que vivieron poco antes del nacimiento del Salvador, y que no tanto interpretaron la ley como la corrompieron; a estas tradiciones ellos las llamaban δευτερώσεις (deuterosis, una segunda ley). Sobre ellas existe en el derecho civil una constitución de Justiniano, la número 146 de las Novelas, que dice: "Prohibimos en su totalidad esa deuterosis, que es llamada por ellos una tradición secundaria, ya que no está contenida en los libros sagrados ni transmitida por los profetas, sino que contiene extractos de hombres que solo hablan de cosas terrenales y que no tienen en sí nada de divino."

De estas fuentes provienen las fábulas que ahora están en el Talmud y en casi todos los libros de los rabinos. Pero esto no tiene nada que ver con nuestras tradiciones, que tienen a Cristo y a los Apóstoles como autores y son consonantes con las Sagradas Escrituras.

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