- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
Versículos 5 - 7
Texto Hebreo: Y vio el Señor que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y todo designio de los pensamientos de su corazón era solo mal todo el día; y se arrepintió el Señor de haber hecho al hombre en la tierra. Y se afligió en su corazón y dijo el Señor: Borraré al hombre que he creado de la faz de la tierra, desde el hombre hasta el ganado, hasta el reptil y hasta el ave del cielo; porque me pesa haberlos hecho.
Parafrasista Caldeo: Y se hizo saber ante el Señor que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y todo designio de los pensamientos de su corazón era solo mal todos los días, y le pesó al Señor en su palabra, o verbo, haber hecho al hombre en la tierra, y dijo en su palabra que traerá su furia según su voluntad. Y dijo el Señor: Borraré al hombre que he creado de la faz de la tierra, desde el hombre hasta el ganado, hasta el reptil y hasta el ave del cielo, porque me pesa en mi palabra haberlos hecho.
El Texto Griego tiene: Y consideró Dios que había hecho al hombre en la tierra, o lo reconsideró.
La Sagrada Escritura usa aquí una prosopopeya maravillosa para representar a Dios bajo la apariencia de los hombres; lo que aquí se dice, se debe entender según la ἀνθρωποπάθεια. Pero viendo Dios, dice, que la maldad de los hombres era mucha en la tierra. Esto significa que Dios ve algo que le llega a conocer; pues no tiene ojos para ver ya que es espíritu, no cuerpo: sin embargo, a la inteligencia divina todo, incluso lo más oculto, le es tan claro y manifiesto como si alguien con ojos clarividentes lo viera en la luz más brillante. Así que: Vio Dios la mucha maldad de los hombres: lo cual le llegó a conocer claramente, incluso lo que estaba oculto en los recovecos más profundos e insondables de los corazones. Pues Él examina los corazones y prueba los riñones de todos; no solo ve claramente lo que es visible externamente, como los hombres, sino que contempla lo más íntimo del corazón. Pues dice: Y todo pensamiento del corazón: nada le era desconocido, sino que en todo lugar y tiempo todo le es claro.
Pues está presente en todas partes en todo momento, de modo que ni los escondrijos de los lugares, ni las oscuridades, aunque sean máximas, pueden ocultar ni esconder algo de Él. De aquí que David diga: ¿A dónde iré de tu espíritu y a dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo al infierno, allí estás tú. Si tomo las alas del alba y habito en los extremos del mar, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu diestra. Y dije: Quizás las tinieblas me cubrirán, y la noche será luz en torno a mí; incluso las tinieblas no son oscuras para ti y la noche brilla como el día; las tinieblas son como la luz. Qué claro y poderoso es este ojo de Dios, que no necesita la luz del sol o de la luna, sino que Él mismo es luz clarísima, brillando para nosotros incluso en las tinieblas más densas, aunque invisible, que con su mirada sencillísima examina todos los lugares más ocultos.
Por lo tanto, Dios vio que la maldad de los hombres era mucha en la tierra; maldad, es decir, la perversidad e iniquidad de las obras y afecciones; mucha, dice, maldad: tanto porque la multitud de pecadores era muy grande; toda la humanidad entonces se precipitaba en la ejecución de malas acciones, toda esa gente y nación nacida para el mal, a la que le habría sido mejor no haber nacido, era pecadora, todos hijos malvados y criminales y apenas se encontraba uno justo. Además, la iniquidad de todos ellos era mucha, porque no estaban contaminados solo con uno o dos tipos de pecados, sino que se habían manchado de múltiples maneras con toda clase de pecado: un pueblo de iniquidad muy grave. Y no solo pecaban llevados por la pasión de las tentaciones carnales y las afecciones perversas, como les sucede a la mayoría, sino que deliberadamente, con todo el esfuerzo de sus fuerzas y pensamientos malignos, cada uno se dedicaba a las obras iniquas: Y toda, dice, la intención de los pensamientos de su corazón era solo para el mal: esto es, como los griegos lo han traducido libremente, cada uno pensaba en su corazón diligentemente en la perpetración de males. Y sin cesar nunca de tales y tantos crímenes, y de ejecutar fechorías y afecciones muy corruptas y depravadas, cada día avanzaban a peor: Toda, dice, la intención, o el designio de los pensamientos era solo maldad, porque no hacían nada bueno, ni siquiera lo pensaban, en todo momento. Cuando Dios vio esto, se indignó justamente; por lo cual sigue:
Le pesó haber hecho al hombre en la tierra. ¿Qué significa: Le pesó? ¿Acaso es un hombre para que pueda arrepentirse? He aquí que sobre Él dice el Profeta Samuel: El triunfador de Israel no mentirá ni se arrepentirá; porque Él no es hombre para que se arrepienta. Y por otro profeta Él mismo dice: Yo... soy Dios y no cambio. El bendito Jacob también llama a Dios Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación. Sin embargo, esto debe entenderse según la ἀνθρωποπάθεια, que se dice aquí que a Dios le pesó y que fue tocado por el dolor del corazón; pues el hombre, cuando destruye algo que hizo antes, muestra que se arrepiente de la obra hecha. Sin embargo, Dios no sufrió ninguna pena o dolor en sí mismo, ningún cambio; pues su naturaleza es impasible. Estas cosas se dicen para que comprendamos la gravedad y amargura de los pecados, "que merecieron ofender a Dios hasta tal punto que incluso Dios, que por naturaleza no se mueve ni por ira, ni por pasión, ni por odio, parece ser provocado a la ira". El arrepentimiento de haber hecho al hombre expresa esta divina voluntad de Dios, que justamente exige las penas de los pecados del hombre y desea borrarlo de la tierra de los vivos; aquel dolor del corazón es la ira y la indignación de la voluntad divina, es decir, expresa la voluntad divina que, con el juicio más justo de su justicia, desea castigar al hombre por sus pecados.
La ira es, de hecho, el deseo de venganza y la pasión de castigar: y esto en Dios está sin ninguna pasión ni perturbación. Porque la vía del Señor es la más justa, y su voluntad es la más recta y justa, que recompensa todo bien con premios buenos y abundantes más allá de lo que los méritos dignos requieren, y también quiere que todo mal no quede impune.
Por lo tanto, viendo Dios tantos y tan grandes males detestables y execrables, crímenes y fechorías de los hombres, sin estar movido por ninguna pasión de ira, odio o indignación, con el juicio más justo y equitativo de su voluntad, exige la venganza y las penas más merecidas y justas de los pecados; pues el rostro del Señor está contra los que hacen el mal, para borrar de la tierra su memoria. Por lo tanto, dice:
Borraré... al hombre que he creado de la faz de la tierra, desde el hombre hasta los animales, desde el reptil hasta las aves del cielo; pues me pesa haberlos hecho. He aquí, dice, al hombre que yo mismo he formado y creado con mi mano; a quien, aunque revestido de carne, he puesto en la región de la tierra, en un lugar de tentación – pues la carne es corrupción, una tentación – sin embargo, nunca me he olvidado de él, nunca le he faltado con mi ayuda: pero visitándole continuamente, siempre he estado presente con mi gracia. Lo hice un poco menor que los ángeles o, si prefieres, menor que Dios; pues le di una mente capaz de razón y una virtud del alma infundida en el cuerpo: lo coroné con gloria y honor, sometiéndole todas las cosas bajo sus pies: lo establecí como gobernador sobre las obras de mis manos, diciéndole que dominara sobre los peces del mar y las aves del cielo y las bestias y toda la tierra; lo constituí como un segundo dios después de mí, marcado con mi imagen y semejanza, para que con todo esto, tanto por deuda natural como por el honor de mi deidad, me adorara grandemente, me reconociera y comprendiera con mente e intelecto, me amara sobre todo y en todo con el más grande afecto y corazón pleno: para que trabajara con todas sus fuerzas para mi gloria y honor en todas las cosas buenas: y para que después yo lo coronara con una corona de gloria imperecedera de oro, gemas y toda piedra preciosa, y lo recompensara con los más altos honores y mayores premios, dones y regalos misericordiosos y justos. Este era mi propósito, para esto lo formé y creé; mi consejo y propósito son la justicia, la equidad y la rectitud inquebrantable e inflexible.
Pero el hombre mismo, en verdad no hombre, sino polvo, totalmente terrenal, habiendo abandonado y dejado atrás el sumo bien que soy yo, despreciando mi gloria y honor, y considerando en nada todo lo que he preparado para los que me adoran y me aman con fe y caridad, despreciándome a mí y teniendo en poco todos mis bienes, se apegó a los bienes corruptibles; encantado y deleitado con ellos, despreciando todo lo que es de Dios, solo desea lo que es de la carne y del mundo, despreciando toda virtud, abandonando la justicia y transgrediendo mis mandamientos, elige vivir de manera más brutal que racional. Por lo tanto, completamente animal, hecho semejante a las bestias insensatas que no tienen entendimiento, totalmente carnal y hecho carne, se ha hecho indigno no solo de mí y de mis bienes que había preparado para él, sino también de esta misma vida, de modo que ese espíritu celestial mío, que soplé en su rostro desde la creación, no habitaría más en el hombre para vivir una vida brutal: pues es carne.
Pero verdaderamente, como la naturaleza es voluble y podría convertirse de su mal camino hacia mí para obrar justicia, dejando la impiedad, y así no morir, sino vivir, le concedí tiempo para el arrepentimiento, dándole ciento veinte años de vida, esperando su arrepentimiento para ver si acaso se convertían de su mal camino. Ellos, sin embargo, durante ese tiempo, sirviendo más a la impiedad tras impiedad y a la inmundicia tras inmundicia, añadieron iniquidades a iniquidades y pecados a pecados. Por lo tanto, según la dureza de su corazón y su corazón impenitente, acumularon para sí más y más ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, ignorando que mi benignidad los conducía al arrepentimiento; pero despreciando las riquezas de mi bondad, paciencia y longanimidad. ¿Qué se debe hacer ahora, cuando la situación empeora cada día? Conservando mi consejo y el propósito inmutable de mi voluntad de justicia y juicio rectísimo, es necesario cambiar la sentencia para la que creé al hombre; pues sé cambiar la sentencia, aunque no sé cambiar el consejo.
Y este cambio de sentencia en las Sagradas Escrituras se llama arrepentimiento; y esto es: Me pesa haberlos hecho: porque los había destinado a la vida eterna y la gloria celestial; ahora, condenados a la muerte eterna, también es necesario privarlos de la vida temporal por el juicio más justo de mi justicia. Pero como también creé todos los animales para su uso, una vez destruido aquel para quien los hice, ¿para qué vivirán ellos? Por lo tanto, los destruiré junto con él, desde el hombre hasta el ganado, hasta el reptil y las aves del cielo.
Puestas estas cosas en la exposición del texto, valdrá la pena considerar, para una elucidación más clara, si la voluntad de Dios es totalmente inmutable o si de algún modo puede cambiar. Porque hay muchas cosas en la Sagrada Escritura que aparentemente muestran la voluntad de Dios como mutable, como aquí se dice: Me pesa haber hecho al hombre; y en 1 Samuel: Me pesa, dice, haber hecho a Saúl rey. David también dice: Se arrepintió según la multitud de su misericordia; y a través de Jeremías, el Señor dice: No retires la palabra, si acaso escuchan y cada uno se convierte de su mal camino, y me pesa del mal que pensaba hacerles por la malicia de sus obras. El mismo profeta también dice: Ahora, pues, mejoren sus caminos y sus obras y escuchen la voz del Señor su Dios, y al Señor le pesará del mal que ha hablado contra ustedes; y en otro lugar dice: Si esta nación se arrepiente... también yo me arrepentiré; y hay muchos otros ejemplos similares. Además, siendo Dios de voluntad libérrima y teniendo libre albedrío, que por su propia naturaleza es hacia lo opuesto, ¿por qué no puede cambiar, para querer lo que antes no quería, o no querer lo que antes quería?
Nosotros ciertamente decimos que en Dios hay voluntad y esta es libérrima, y que Dios tiene libre albedrío, puesto que tiene entendimiento: pues la voluntad sigue al entendimiento, así como el apetito sensible sigue al sentido; y así como en dondequiera que se encuentra sentido, también hay apetito: así, con el entendimiento, siempre se encuentra la voluntad en cada uno, que busca lo conocido por el entendimiento, deseando lo que no se tiene, o descansa en lo poseído, amando y deleitándose. Por lo tanto, en Dios hay voluntad así como entendimiento; y así como su entender es su ser, así también su querer; y así como el objeto primario y principal del entendimiento divino es aquella verdad que es la esencia divina, en la que brilla claramente toda otra cosa que participa de la razón de verdad, y en la que y por la que entiende todas las cosas siempre – por lo cual el conocimiento de Dios es invariable e inmutable en todo momento – así también el objeto y fin de la voluntad divina es aquel sumo bien, la misma esencia divina.
Ni por ningún objeto o fin externo es movida la voluntad de Dios, sino por el bien que es su propia esencia. Por lo tanto, el primer motor que se mueve a sí mismo, como decía Platón, de la misma manera que el entender y el querer son considerados movimientos. Así, la voluntad divina no se mueve por otro fin u objeto diferente de sí misma, sino solo por la esencia divina, que es el sumo bien y en la que se encuentra eminente y amado todo otro bien: dado que la esencia divina es completamente inmutable, la voluntad divina también debe ser inmutable. Porque la voluntad divina no es una fuerza apetitiva o afectiva, como en nosotros, que busca y desea un bien que no posee; sino que descansa y se deleita en el sumo bien, amando, y el amor es el primer acto de la voluntad.
En segundo lugar: decimos que esta voluntad divina es libérrima y tiene libre albedrío. Porque el Apóstol dice: "El Espíritu Santo distribuye a cada uno según quiere", es decir, por el libre albedrío de la voluntad y no por la obediencia de la necesidad. También dice a los Efesios: "Predestinados según el propósito de aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad". Digo que es de voluntad libérrima y de libre albedrío, porque no ama ni quiere todo lo que ama y quiere por necesidad; pues Dios ama tanto su propia esencia como otras cosas fuera de sí mismo: ama todas las cosas que ha hecho, y sin embargo, principalmente la criatura racional, el hombre, y la criatura intelectual, el ángel, y no odia nada de lo que ha hecho, sino que desea comunicar sus bienes y a sí mismo a todas ellas, en la medida en que es posible. Así como cada cosa natural, en la medida en que es buena y perfecta, desea comunicar su propio bien – de aquí que la generación sea la obra más natural de la naturaleza – así Dios ciertamente desea comunicar sus propios bienes a los demás, en la medida en que la posibilidad lo permite y la naturaleza de las cosas es capaz de recibir abundantemente la bondad divina.
Puesto que Dios desea comunicar también sus bienes a otros fuera de sí, y esto es amar, desear el bien a otro, ciertamente ama a otros fuera de sí; pero se ama a sí mismo como fin, y a los otros [como medios] para el fin y por el fin, es decir, por su inmensa bondad; y a sí mismo, es decir, su propia bondad, que es su esencia, la ama necesariamente – así como nuestra voluntad necesariamente desea la beatitud, y como cualquier otra potencia natural necesariamente tiende a su propio y primer objeto – pues Dios no puede dejar de amarse a sí mismo: libremente, sin embargo, se dice que se ama a sí mismo en cuanto desea amarse a sí mismo y desea querer. En esto principalmente consiste la razón de la libertad, en que cualquiera quiera lo que hace y quiera querer. Ama, sin embargo, a otros fuera de sí, pero solo como medios para el fin, es decir, por su bondad; pues esta es el objeto plenamente suficiente de la voluntad divina y la satisface completamente y con sumo gozo. Por lo tanto, Dios no ama en las cosas más que su propia bondad.
Y no ama algo en ellas por sí mismo: como el que toma una poción amarga no ama nada en ella más que la salud, que es su fin; pues no hay en ella nada que pueda deleitar, como si la poción fuera dulce: entonces, no solo por la salud, sino también por la dulzura, querría tomarla. Pero como Dios no encuentra nada en las cosas más que su propia bondad con la cual pueda deleitarse, no ama nada en ellas más que su propia bondad. Sin embargo, el que ama la poción, aunque no por sí misma, sino por la salud, necesariamente la ama, queriendo el fin, es decir, la salud – sin ella, no puede conseguir la salud, – pues queriendo el fin, necesariamente queremos los medios para el fin, ya que sin ellos no podemos obtener el fin; como necesita un barco quien desea cruzar el mar, y comida para conservar la vida. Pero es diferente si los medios para el fin no son necesarios, sino que el fin puede obtenerse sin ellos.
Por lo tanto, como Dios no ama todas las demás cosas fuera de sí mismo, sino por el fin, es decir, por su suma bondad, y estas cosas no son necesarias para Dios para alcanzar, aumentar o conservar su bondad, siendo Él el sumo bien y sumamente perfecto, y no puede añadírsele ninguna perfección; ciertamente no necesita en absoluto nuestros bienes. Así, está claro que Él desea y ama estas cosas no necesariamente, sino meramente libremente, así como también actúa libremente. Pues siendo libre, también actúa libremente, no necesariamente: por eso se dice que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.
En tercer lugar: decimos que esta misma voluntad divina es necesaria y completamente inmutable. Es necesaria, pues la esencia divina es necesaria, y la voluntad misma en Dios es esencia; y el querer también de la voluntad divina es necesario, así como el conocer del entendimiento; pues tanto el querer como el conocer no se separan de la esencia. Pero el conocer tiene una relación necesaria con lo conocido, no así el querer con lo querido: porque el conocer se refiere a las cosas tal como están en el que conoce, pero el querer se compara con lo querido tal como está en sí mismo; de ahí que se diga: la verdad está en el entendimiento, la bondad en las cosas. Así pues, dado que todas las demás cosas fuera de Dios, en la medida en que están en Dios, tienen un ser necesario, pero en sí mismas no lo tienen; por lo tanto, el conocimiento de Dios tiene una relación necesaria con lo conocido, porque están en Él: pero el querer no, porque ama las cosas tal como están en sí mismas, por lo que no es por necesidad.
Que la voluntad divina y el querer sean necesarios en sí mismos y no tengan una relación necesaria con lo querido fuera de sí mismos, no se debe a Él, sino a la deficiencia de las cosas. Pues que Dios no quiera necesariamente otras cosas fuera de sí mismo, no se debe a una deficiencia de la voluntad divina, sino a la naturaleza de las cosas, que son tales que sin ellas la bondad sumamente perfecta y perfectamente suprema de Dios puede existir, y no pueden añadirle nada de virtud y perfección.
Así, la voluntad divina y el querer son totalmente necesarios, también es necesario que sean completamente inmutables; digo que son inmutables, pero no que Él quiera la inmutabilidad. Porque el inmutable quiere el cambio de ciertas cosas: pues Él, gobernando el mundo con razón perpetua y ordenando que el tiempo avance desde la eternidad, permite que todo se mueva, mueve todas las cosas, cambia los tiempos, transfiere los reinos, a veces con castigos, a veces con recompensas, permaneciendo siempre estable e inmutable, y queriendo todos los cambios de las naturalezas, Él mismo no cambia, ni puede cambiar en su voluntad. Pues se dice que la voluntad cambia cuando empieza a querer lo que antes no quería, o deja de querer lo que quería.
Y eso solo ocurre por algún cambio previo, ya sea de la disposición de la sustancia o del conocimiento. Pues ya que la voluntad solo se dirige al bien y conveniente para sí misma, de estas maneras puede alguien desear algo recientemente: o bien reconoce ahora que es bueno para sí mismo lo que antes ignoraba, para esto es que tomamos consejos para saber qué nos es bueno; o porque algo comienza a ser conveniente para nosotros: como vestirse con ropa gruesa cuando hace mucho frío en invierno, lo cual no era bueno cuando hacía calor en verano. Y esto no ocurre sin un cambio de la sustancia, ya que ahora comienza a ser afectado y quemado por las injurias del frío, mientras que antes lo era por el calor.
Pero, en verdad, tanto la sustancia de Dios como su conocimiento y ciencia son completamente inmutables e invariables. La sustancia de Dios no puede cambiar de ningún modo, ni de no ser a ser, ni de ser a no ser, porque es acto purísimo. Lo que es mutable está en potencia, y no puede ser puro acto; y la sustancia más simple, libre de toda composición, no puede mezclarse con ninguna composición. Lo que es mutable puede recibir un límite y una composición; pero lo sumamente simple no puede componerse con nada. Además, dado que es el ser más perfecto, no puede cambiar ni para mejor ni para peor, ni puede disminuirse o aumentarse su perfección. También porque debe ser un ser necesario e infinito; lo que es necesario, no puede tener algo distinto de lo que tiene: lo que cambia puede tener algo distinto y ser, y eso ciertamente es contingente, ya que antes no era. Como también debe ser infinito, no puede cambiar, ya que si cambiara, se compondría con el límite del cambio y aquello sería parte de él: pero toda parte puede ser superada; y eso es contrario a lo infinito. Finalmente: cualquier cosa que esté en Dios es Dios y Él mismo es todo lo que tiene, porque es simplicísimo. Si, por lo tanto, cambiara, tendría ciertamente el límite del cambio: y este límite del cambio sería, ciertamente, Dios. Así que si cambia recientemente, un nuevo y reciente Dios comenzaría a ser. Por lo tanto, la sustancia de Dios es completamente inmutable.
Su conocimiento también es invariable. Porque el conocimiento de Dios es su sustancia; y así como su sustancia es completamente inmutable, también lo es su conocimiento. Pues no varía con las variaciones de las criaturas, ya que conoce algunas cosas que pueden ser y no son, y otras que pueden no ser y son; pues Él conoce tanto las cosas como el hecho de que son variables y mutables, y conoce profundamente sus movimientos y variaciones, que se llevan a cabo en todo el flujo del tiempo, permaneciendo siempre inmutable. Pues todas las cosas que en el tiempo se hacen o se pueden hacer de algún modo, Él las conoció en su eternidad, que coexiste con todo el tiempo, como el centro indivisible de toda la circunferencia, y como si un ojo se elevara lo suficiente para ver todo el río desde su fuente hasta el mar, asistiendo a todas las aguas del río y a cada una de sus partes y a todo lo que en él sucede, viendo todo el flujo y cambio sin sufrir ningún cambio. Así, claramente, Dios ve todo el flujo del tiempo con una mirada simple y única, y todas las mutaciones de las cosas que en él ocurren; y así como ese ojo vería infaliblemente e inmutablemente todas las cosas, sin imponer necesidad a lo que ve: así también Dios.
Por lo tanto, siendo Dios inmutable tanto en sustancia como en conocimiento, es necesario que también sea completamente inmutable en voluntad. Por eso, correctamente leemos en Números: "Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta"; y en 1 Samuel: "El triunfador de Israel no mentirá ni se arrepentirá; porque Él no es hombre para que se arrepienta". Entonces, cuando aquí se dice que a Dios le pesó haber hecho al hombre, debe entenderse metafóricamente, por ἀνθρωπος-πάθος, es decir, a la manera de los hombres; y cuando se dice que: "Viendo Dios que la maldad de los hombres era mucha en la tierra y que toda intención del corazón humano estaba siempre inclinada al mal", y: "Le pesó": no debe entenderse que lo vio entonces, como si lo hubiera conocido recientemente y se arrepintiera de un nuevo conocimiento: pues lo conoció desde la eternidad; sino que entonces los méritos de los hombres por su mucha maldad exigían que Dios los destruyera, como si lo hubiera visto entonces.
Se dice también que a Dios le pesó por otra razón: porque no había creado al hombre con la intención de destruirlo, sino más bien para beatificarlo, si hacía buenas obras; por lo tanto, esta no era una voluntad absoluta o simplemente de beneplácito: sino bajo la condición de buenas obras. Pero cuando destruyó al hombre, cambió esa sentencia inicial en la que lo había creado, ya que a aquel que había creado para la beatitud primero, lo entregó a la perdición y condenación.
Y se dice que le pesó en la medida en que este arrepentimiento significa el cambio de sentencia, pero no de consejo; porque su consejo de voluntad nunca cambió, ya que era y fue desde la eternidad, que si el hombre actuaba justamente, sería beatificado: si actuaba inicuamente, sería destruido; por lo tanto, cuando el hombre mereció la perdición por su iniquidad, Dios lo destruyó y lo borró. Pues Noé, porque fue justo y actuó justamente.