Versículos 1 - 3

Pero el Señor se acordó de Noé y de todos los seres vivientes y de todo el ganado que estaba con él en el arca, e hizo que un viento soplara sobre la tierra, y las aguas disminuyeron. Y se cerraron las fuentes del gran abismo y las cataratas del cielo, y las lluvias del cielo fueron detenidas. Y las aguas retrocedieron yendo y viniendo, y comenzaron a disminuir después de ciento cincuenta días.

Texto Hebreo: Y Dios se acordó de Noé y de todos los seres vivientes y de todo el ganado que estaba con él en el arca, e hizo pasar un viento sobre la tierra, y cesaron las aguas. Y se obstruyeron las fuentes del abismo y las ventanas del cielo, y la lluvia del cielo fue contenida. Y las aguas retrocedieron de la tierra yendo y viniendo, y las aguas disminuyeron al final de los ciento cincuenta días.

Así también el Intérprete Caldeo.

El Targum Jerusalén dice: Y se acordó en su buena misericordia de Noé y hizo pasar un espíritu de misericordias.

Pero Dios se acordó. De hecho, ningún olvido puede caer sobre Dios; porque las ideas supremas de la mente divina, que son como especies intelectuales en nuestro intelecto, no pueden ser borradas de ninguna manera, de modo que de esa eliminación resulte el olvido. Pues el intelecto divino es un arte lleno de todas las razones vivientes y por su propia esencia, que es el primero y el más alto de los seres intelectuales, entiende todas las cosas inmutablemente y siempre tiene todo claramente y más claro que con la luz más brillante. La memoria en Dios no es más que el intelecto divino junto con el objeto presente, es decir, su inteligible, como en nosotros. Hablo de la memoria en nosotros, no de la que pertenece al sentido, y que es la última de los sentidos internos después de la estimativa, situada en el ventrículo posterior del cerebro cerca del occipucio, que está destinada por su naturaleza a retener y conservar las fantasías sensibles o más bien las intenciones de las especies sensibles y que es como una bodega o almacén de las intenciones de las especies sensibles de los sentidos precedentes; sino que hablo de la memoria intelectual, que está destinada a conservar las especies intelectuales.

Además de la memoria sensible, es necesario poner en el hombre la memoria intelectiva, de modo que así como aquella retiene las intenciones de las fantasías sensibles, esta sea como un ábaco y tesoro de las especies inteligibles. Porque las especies inteligibles no pueden ser conservadas en un órgano corporal: pues aquello es material, y estas son inmateriales; así como las especies sensibles o intenciones no pueden ser conservadas en el intelecto: pues estas son más gruesas que para que puedan entrar en la potencia altísima del intelecto.

Por lo tanto, para conservar las intenciones de las fantasías sensibles se da la memoria sensitiva: para conservar las especies intelectuales, como en un tesoro, se da la memoria intelectiva. Pero esto no es otra cosa que el propio intelecto, que, en cuanto forma y produce las especies de las cosas inteligibles, es decir, hace inteligibles las fantasías irradiándolas con su luz, se llama intelecto agente; en cuanto recibe las especies inteligibles formadas en sí mismo para producir la inteligencia, se denomina posible; en cuanto conserva esas mismas especies dentro de sí, de modo que, aunque el intelecto no entienda en acto, sin embargo, tenga las especies inteligibles guardadas, de modo que cuando quiera pueda volver sobre ellas y hacerse en acto y producir inteligencia, se llama memoria.

La memoria, por lo tanto, no es otra cosa que el mismo intelecto con el objeto presente ya sea en sí mismo o en su imagen. Pues el intelecto siempre tiene presentes las imágenes de lo inteligible, es decir, las especies intelectuales, aunque no siempre las comprenda; porque la inexistencia del objeto o de la especie en sí misma no es por naturaleza capaz de producir comprensión: pero cuando el intelecto se dirige hacia ellas, entonces se genera la inteligencia.

Así, en Dios, la memoria no es otra cosa que el intelecto divino y deífico con el objeto presente. En nosotros, de hecho, pueden ocurrir muchas mutaciones en torno a la memoria, tanto porque las especies pueden ser borradas y desaparecer de la memoria, como porque en nosotros hay una diferencia entre la potencia de recordar y el acto de recordar, cuando el intelecto se dirige a una especie ya recibida anteriormente y se dice que recuerda, cuando esa especie no se presenta de inmediato y él mismo la requiere. También es diferente el hábito de la memoria, cuya función es conservar las especies almacenadas, y en la memoria hay mutabilidad tanto en relación al hábito como al acto. En Dios, sin embargo, el acto, el hábito y la potencia son totalmente los mismos, una sola cosa, una esencia inmutable; ni las especies, es decir, las ideas de las cosas inteligibles, pueden ser borradas de la mente divina, porque son eternas e inmutables y una con la sustancia de Dios. Pues Dios entiende primero su propia esencia; en ella y a través de ella, con un acto simplicísimo y unitísimo, entiende y conoce todas las demás cosas contingentes a él. Sin embargo, no sin la voluntad divina o la determinación de la voluntad divina, porque Dios conoce todas las cosas a través de sus causas: y la causa de todas las criaturas es la voluntad divina y su determinación libérrima, que produce todas las cosas en el ser.

Y así Dios hizo que las aguas del diluvio disminuyeran por la determinación de su voluntad, y se dice que se acordó de Noé, no porque antes lo hubiera olvidado, sino porque viendo con su intelecto divino todas las cosas, todas ellas están presentes para él, cuando vio que ya todo el mundo de los impíos había perecido por la inundación de las aguas, entonces, en su infinita misericordia, quiso por la determinación de su voluntad proporcionar nuevamente la salvación del mundo; y esto es recordar en Dios, es querer tener misericordia. La Sagrada Escritura se adapta a nuestra debilidad y habla mucho de Dios en términos antropopáticos. Pues viendo que todos los hombres habían perecido y que esos pocos que habían quedado vivos en el arca estaban en tal angustia y dificultad, sin saber cuándo acabarían tantas calamidades: viendo todo y escudriñando los pensamientos más íntimos del corazón, determinó con su voluntad que las aguas disminuyeran.

Pero esta determinación que mencionamos, de ninguna manera implica un cambio en Dios, salvo en cuanto al efecto, y Dios lo quiso realmente, al igual que crear el mundo; pero así como la creación no implica ningún cambio en Dios, aunque haya sido hecha por la determinación de la voluntad divina, tampoco esto: porque al igual que la creación es un respecto de razón en Dios, también lo es esta determinación de la voluntad divina. Sin embargo, el respecto de razón no induce ningún cambio, salvo en cuanto al otro término; y este respecto no se dice que sea de razón como si fuera ficticio por la razón, sino que es dejado por la razón o por la comparación de lo conocido por la razón. Así pues, entendemos: Y Dios se acordó de Noé.

Pero es necesario recordar lo que se ha dicho antes: "Pondré mi pacto contigo," o "estableceré mi pacto": pues a eso se refiere este recordatorio para restaurar aquel pacto, como hemos expuesto anteriormente; por eso Moisés sigue hablando sobre la disminución de las aguas. Las causas de esta disminución se presentan primero, porque por orden de Dios se cerraron las fuentes del abismo para que ya no subieran más aguas de la tierra; también se cerraron las cataratas del cielo, porque fueron detenidas por orden de Dios esas lluvias torrenciales del cielo; luego, envió un viento vehemente, que al pasar secó las aguas. Sin embargo, ciertamente no podría el viento, aunque fuera muy fuerte, secar por completo una masa tan grande de aguas y ese inmenso abismo, a menos que se hubiera ordenado que las aguas regresaran a su lugar, es decir, a menos que las hubiera confinado en los lugares originales, como hizo desde la creación cuando ordenó que las aguas se reunieran en un solo lugar y apareciera lo seco. Así, las aguas comenzaron a disminuir a partir del final de los ciento cincuenta días; porque después del diluvio de cuarenta días, las aguas permanecieron fuertes durante ciento cincuenta días y prevalecieron sobre la tierra; pero después de esos días, comenzaron a disminuir de esa fuerza.

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