CAP. XX: Refutación de la última objeción basada en la razón natural.

El último argumento de Brentius es el siguiente: Cristo como hombre, sin duda, es sumamente feliz, sumamente hermoso, sumamente bienaventurado, por lo tanto, está presente en todas partes. Pues estar circunscrito a un lugar y caminar de un lugar a otro no es propio de la excelencia divina, sino de la debilidad corporal; no de la majestad celestial, sino de la pequeñez terrenal; no de la belleza espiritual, sino de la deformidad carnal.

RESPONDO: Según la definición de San Agustín en el libro 13 de De Trinitate, capítulo 5, ser bienaventurado es "tener todo lo que se quiere y no querer nada malo". Y la belleza, según el mismo Agustín en el libro 22 de La ciudad de Dios, capítulo 19, consiste en la proporción de los miembros con la suavidad del color. De esto se sigue que para Dios, quien es inmenso por naturaleza, es necesario estar en todas partes para ser completamente feliz y hermoso. Pues si no fuera así, no tendría todo lo que quisiera, o querría algo malo. Sin embargo, para el hombre, que tiene una naturaleza finita y corporal, y posee instrumentos de movimiento, sería malo y vergonzoso si no pudiera moverse, o si llenara todo hasta el punto de que desapareciera la forma y la figura visible de sus miembros. Por lo tanto, el argumento de Brentius es tan sorprendente que logra lo contrario de lo que pretendía.

Pero no puedo pasar por alto aquí las palabras de Brentius:

"Estar circunscrito a un lugar y caminar de un lugar a otro no es propio de la excelencia divina, sino de la debilidad corporal; no de la majestad celestial, sino de la pequeñez terrenal; no de la belleza espiritual, sino de la deformidad carnal." ¿Qué otra cosa sugieren estas palabras sino el más puro eutiquianismo? Pues si quitas de la humanidad de Cristo el ser corporal, terrenal y carnal, como hace Brentius, y le atribuyes la excelencia divina, la majestad celestial y la belleza espiritual, como también hace Brentius, ¿no cambiarás manifiestamente la humanidad en deidad y destruirás por completo el misterio de la encarnación? Sin duda, este era el objetivo de Satanás desde el principio cuando incitó a Lutero, para que, poco a poco, a través de la crítica de las indulgencias, del purgatorio y de cosas similares, la cuestión llegara finalmente al punto de que Cristo mismo y los misterios más altos de nuestra fe fueran impíamente negados. Pero sobre esto basta por ahora. Debemos pasar ahora a las últimas disputas sobre Cristo.

LIBRO CUARTO Sobre el alma de Cristo y su descenso a los infiernos. CAP. I: Se plantea la primera controversia sobre la ciencia del alma de Cristo.

Hasta ahora hemos discutido sobre la divinidad de CRISTO y su encarnación; ahora abordaremos el tema de su alma, no para tratar todo lo que los teólogos suelen debatir, sino solamente aquellos puntos que los herejes de nuestro tiempo han puesto en duda.

Existen dos controversias principales en nuestro tiempo acerca del alma de Cristo: una sobre su perfección y otra sobre su descenso a los infiernos. Y para comenzar con la primera: existió la antigua herejía de los Agnoitas, quienes, bajo la dirección de Temistio Diácono, como lo refieren el Beato Liberato en su Breviario, cap. 19, y el Beato Gregorio en el libro 8, epístola 42, enseñaban que Cristo desconocía el día del juicio. Y no atribuían tal ignorancia a la divinidad de Cristo, sino a su alma, como es evidente en su argumento. Pues razonaban así: "El Verbo tomó un cuerpo corruptible para, muriendo por nosotros, librarnos de la muerte; por lo tanto, también tomó nuestra ignorancia, es decir, una mente humana ignorante, para librarnos de la ignorancia."

Casi todos los herejes de nuestro tiempo siguen esta herejía, afirmando que el alma de Cristo aprendió poco a poco lo que realmente desconocía; y que también cometió actos que debieron ser corregidos. Aunque no se atreven a decir que esto fue pecado, en realidad lo fue, si necesitó corrección.

Martín Lutero, en un sermón sobre el nacimiento del Señor, tratando el pasaje de Marcos 13 sobre "Aquel día, etc.", dice: "Algunos traen aquí una interpretación inoportuna, diciendo que el Hijo no sabía, es decir, que no quiso saber. ¿Qué necesidad hay de tales comentarios? Cristo fue un verdadero hombre, por lo que, como otro hombre puro, pero santo, no siempre pensaba, decía, quería o entendía todo en cualquier momento." Y más adelante añade: "Así como no siempre vio, escuchó y sintió todo, de la misma manera tampoco siempre reconoció todo en su corazón, sino según lo que el Señor le mostró y enseñó." Lutero dice cosas similares en una homilía sobre el primer domingo después de la Epifanía, explicando aquello de "Crecía en sabiduría y gracia."

Zwinglio, en su confesión ante Carlos V, art. 1, afirma que la sabiduría de Cristo creció poco a poco.

Bucero, en el capítulo 24 de Mateo, dice: "Así como Cristo asumió todas las demás debilidades humanas, haciéndose semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado, también asumió la ciencia humana y la ignorancia, es decir, la razón y la mente humanas, que se incrementan, disminuyen o aumentan en intervalos, según las cuales se dice que Cristo ignoraba algo. Por eso en otro lugar se dice: 'Crecía en sabiduría, en edad y en gracia.'"

Calvino, en el capítulo 24 de Mateo, dice: "Tres o cuatro veces sería insensato quien se negara obstinadamente a aceptar la ignorancia, la cual el mismo Hijo de Dios no rechazó asumir por nuestra causa." Dice cosas similares en el capítulo 2 de Lucas y utiliza el mismo argumento que los Agnoitas. Teodoro de Beza, en su libro contra Andrés Jacobi sobre las dos naturalezas de Cristo, cuando se le reprochó haber atribuido ignorancia al alma de Cristo, no lo negó, sino que respondió que seguía a Lutero y Calvino.

De nuevo, Calvino, en el capítulo 26 de Mateo, dice: "La oración de Cristo en el huerto fue una petición precipitada." Y más adelante añade: "Cristo fue presa del miedo y estuvo constreñido por la ansiedad, de modo que fue necesario que, en medio de las violentas olas de tentaciones, vacilara con peticiones alternas." Esta es la razón por la que, después de pedir que pasara la copa, inmediatamente se impone el freno a sí mismo, sometiéndose al mandato del Padre, castigando y retractando su súplica previa, que había sido realizada precipitadamente." Noten esas palabras: "precipitadamente" y también aquellas de "castiga y retracta". Y más adelante dice: "Vemos cómo Cristo inmediatamente desde el principio contiene su afecto y se obliga tempranamente a ordenarse." En ese mismo lugar dice: "No fue esta una oración meditada de Cristo, sino que la fuerza y el ímpetu del dolor le arrancaron de repente esa súplica, a la que inmediatamente siguió la corrección; la misma vehemencia le quitó la memoria presente del decreto celestial." Así habla él, quien no solo atribuye ignorancia, sino también olvido y pecado a Cristo.

Fundamentan su opinión en cinco pasajes de las Escrituras. El PRIMERO es Hebreos 2 y 4: "Debía asemejarse en todo a sus hermanos, excepto en el pecado." El SEGUNDO es Lucas 2: "El niño crecía y se fortalecía en espíritu, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él." Porque en griego no está "lleno", sino "quien se llenaba", pues no es πλήρης (plēres), sino el participio presente πληρούμενον (plēroumenon). El TERCERO es el mismo: "Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia." El CUARTO es Marcos 13: "De aquel día nadie sabe, ni los ángeles, ni el Hijo, sino solo el Padre." El QUINTO es Mateo 26: "Si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres." Porque parece que el Señor revoca y corrige su primera oración. Y además, ¿acaso el Señor no sabía si era posible que la copa pasara o si era imposible? O lo ignoraba, en cuyo caso sería ignorante; o sabía que era posible, entonces, ¿por qué dudaba? Si sabía que era imposible, ¿por qué lo pedía? Finalmente, ¿no había venido a morir por la raza humana? ¿Por qué, entonces, pedía que se le librara de la muerte?

Pero la opinión común de los católicos siempre ha sido que el alma de Cristo, desde el mismo momento de su creación, estaba llena de sabiduría y gracia, de tal manera que no aprendió nada posteriormente que no supiera antes, ni realizó ninguna acción que necesitara ser corregida. Así lo enseñan todos los teólogos, junto con el Maestro, en el libro 3, distinción 13, y también todos los Padres, como veremos pronto.

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