CAP. IV: Se muestra la necesidad de las tradiciones.

Ahora que vamos a la prueba, intentaremos demostrar tres cosas. Primero, que las Escrituras, sin las tradiciones, no fueron simplemente necesarias ni suficientes. Segundo, que se encuentran tradiciones apostólicas no solo sobre ritos, sino también sobre la fe. Finalmente, cómo podemos estar seguros de cuáles son las verdaderas tradiciones.

La primera afirmación la pruebo desde las diferentes épocas de la Iglesia. Porque desde Adán hasta Moisés existió una Iglesia de Dios en el mundo, y los hombres adoraban a Dios con fe, esperanza y caridad, y con ritos externos, como se evidencia en el Génesis, donde se mencionan a Adán, Abel, Set, Enoc, Noé, Abraham, Melquisedec y otros hombres justos; y en San Agustín, en el libro 11 de La ciudad de Dios, y los siguientes, donde presenta la ciudad de Dios desde el inicio del mundo hasta el fin. Sin embargo, no existía Escritura divina antes de Moisés, como es evidente tanto porque, por consenso universal, Moisés es el primer escritor sagrado, como porque en el Génesis no se menciona doctrina escrita, sino solo la doctrina transmitida. En Génesis 18, dice Dios: "Sé que Abraham instruirá a sus hijos y a su casa después de sí, para que guarden el camino del Señor." Así que durante dos mil años la religión se conservó solo por tradición. Por tanto, la Escritura no es simplemente necesaria. Del mismo modo que aquella antigua religión pudo ser preservada sin Escritura durante dos mil años, la doctrina de Cristo pudo ser preservada sin Escritura durante mil quinientos años. Luego, desde Moisés hasta Cristo, durante otros dos mil años, existieron las Escrituras, pero solo entre los judíos. Sin embargo, las otras naciones, entre las cuales había algunos con la verdadera religión y fe, se encontraban solo con la tradición no escrita.

Porque está claro que, aparte de los judíos, muchos otros pertenecían a la Iglesia, como se muestra en Job y sus amigos. También lo afirma San Agustín, que constantemente lo sostiene en el libro 2 de El pecado original, capítulo 24, y en el libro 1 de La predestinación de los santos, capítulo 9, y en el libro 18 de La ciudad de Dios, capítulo 47. Y aún dentro del pueblo de Dios, aunque existían Escrituras, los judíos usaban más la tradición que la Escritura, como se evidencia en:

Éxodo 14: "Contarás a tu hijo en aquel día diciendo: 'Esto es lo que el Señor hizo...'" Deuteronomio 32: "Pregunta a tu padre y te lo contará, a tus ancianos y te dirán." Job 8: "Pregunta a las generaciones pasadas e investiga cuidadosamente la memoria de los padres." Jueces 6: "¿Dónde están las maravillas que nos contaron nuestros padres?" Salmo 43: "Dios, con nuestros oídos hemos oído; nuestros padres nos contaron la obra que hiciste." Salmo 77: "Cuántas cosas mandó a nuestros padres para que las hicieran conocer a sus hijos, para que lo supiera la generación siguiente, los hijos que habrían de nacer, y se levantarían y lo contarían a sus hijos." Eclesiástico 8: "No se te pase por alto la narración de los ancianos, pues ellos la aprendieron de sus padres." Y el Eclesiástico fue uno de los últimos escritores del Antiguo Testamento.

La razón por la cual los hebreos usaban más la tradición que la Escritura parece ser que, hasta los tiempos de Esdras, las Escrituras no estaban organizadas en forma de libros, para que pudieran tenerse fácil y cómodamente, sino que estaban dispersas en varios anales y documentos, y a veces, por la negligencia de los sacerdotes, no se encontraban durante largos períodos, como se evidencia en 4 Reyes 22, donde se narra como una novedad que, en los días de Josías, se encontró un volumen de la ley del Señor en el templo. Esdras, después del cautiverio, recopiló todo y lo reunió en un solo cuerpo, añadiendo al Deuteronomio el último capítulo sobre la vida de Moisés y algunas otras cosas aquí y allá para continuar la historia. Sobre esto, véase Teodoreto en la Prefación a los Salmos, Beda en el capítulo 7 del libro 1 de Esdras, y Pedro Antonio Beuter en su novena anotación sobre la Sagrada Escritura.

Además, desde la venida de Cristo, durante muchos años, la Iglesia estuvo sin Escrituras, de tal manera que, en su tiempo, Ireneo escribe en el libro 3, capítulo 4, que había [páginas 209-210] algunas naciones cristianas que vivían perfectamente solo con las tradiciones, sin Escritura. Por lo tanto, de esta deducción es bastante claro que las Escrituras no son simplemente necesarias. Lo que San Juan Crisóstomo dice en la homilía 1 sobre Mateo, que las Escrituras no fueron necesarias para los Patriarcas y los Apóstoles, pero que para nosotros, debido a la corrupción de los hombres, sí son necesarias, se entiende no en el sentido de necesidad absoluta, sino en el de conveniencia, es decir, de utilidad. Pues de otro modo, también en los tiempos de los Patriarcas y de los Apóstoles, hubo muchos impíos.

Además, que las Escrituras no contienen todo de manera suficiente, lo pruebo primero porque, o el canon completo de las Escrituras es suficiente en conjunto, o cada libro por sí mismo es suficiente. No se puede decir que cada libro sea suficiente; pues en ese caso sería falso lo que dice Kemnicio, que el uso de la tradición fue necesario en la Iglesia hasta la conclusión del canon completo de las Escrituras. Además, vemos que los Evangelistas no contienen todo individualmente. Porque Juan no escribió nada sobre la Anunciación, el Nacimiento, la Circuncisión, la Epifanía del Señor, y muchas otras cosas. Lo mismo puede decirse de los demás. Además, si un solo libro contiene todo de manera suficiente, ¿por qué fue necesario tener tantos libros? Finalmente, ellos mismos dicen abiertamente que todo el canon es necesario para que haya una doctrina suficiente. Pero tampoco eso puede afirmarse verdaderamente. Pues muchos libros verdaderamente sagrados y canónicos se han perdido, por lo que no hemos tenido ni tenemos, en mil quinientos años, doctrina suficiente si toda se encuentra en las Escrituras. Porque, según se enseña en Crisóstomo, homilía 9 sobre Mateo, sobre "Nazareno será llamado":

"Mucha parte de las profecías se ha perdido, como se puede probar por la historia de los Paralipómenos. Pues los judíos no solo eran negligentes, sino también impíos; algunas cosas las perdieron por negligencia, otras las quemaron o destruyeron." Esto mismo lo enseña en la homilía 7 sobre la primera epístola a los Corintios. Y no se puede responder que todo lo que se había perdido fue restaurado por Esdras, pues San Juan Crisóstomo quiere probar que no todas las profecías de los profetas existen ahora, y lo prueba porque los judíos perdieron muchas.

Además, Esdras no restauró los libros perdidos, sino que corrigió y recopiló los que existían. En 1 Paralipómenos, capítulo final, dice: "Los hechos de David, tanto los primeros como los últimos, están escritos en el libro de Samuel el vidente, y en el libro del profeta Natán, y en el volumen de Gad el vidente." Y en 2 Paralipómenos 9: "El resto de las obras de Salomón están escritas en las palabras del profeta Natán, y en los libros de Ahías el Silonita, y en la visión de Addo el vidente." Y en 3 Reyes 4: "Salomón habló tres mil proverbios y sus canciones fueron cinco mil." ¿Dónde están todas estas cosas?

Del Nuevo Testamento es seguro que la carta de Pablo a los Laodicenses, que él menciona en Colosenses, capítulo final, se ha perdido. Y es fácil que algunas otras también se hayan perdido. Así que los herejes deberán ver cómo suplir tan notable deficiencia.

SEGUNDO, esto mismo se prueba por la diferencia que existe entre la predicación y los escritos de los Apóstoles. Porque si Cristo y los Apóstoles hubieran tenido la intención de restringir la Palabra de Dios únicamente a la Escritura, en primer lugar, Cristo habría dado un mandato explícito sobre un asunto de tanta importancia, y los Apóstoles habrían testificado en alguna parte que escribían por mandato del Señor, de la misma manera que testificaron que enseñaban por mandato del Señor en todo el mundo. Pero no leemos esto en ninguna parte. Además, los Apóstoles no esperaron que se presentara una ocasión o una necesidad para predicar de viva voz, sino que lo hicieron espontáneamente y por su propia iniciativa; pero solo se dedicaron a escribir cuando fueron forzados por alguna necesidad.

Eusebio, en el libro 3 de Historia Eclesiástica, capítulo 24, dice que Mateo escribió por esta razón: después de haber predicado a los hebreos y estar listo para ir a los gentiles, consideró útil dejar algún memorial de su doctrina y predicación a aquellos de los que se separaba físicamente. Eusebio también relata en el libro 2 de Historia Eclesiástica, capítulo 15, que Marcos, discípulo de Pedro, no escribió su Evangelio ni por iniciativa propia ni por orden de Pedro, sino que fue compelido a hacerlo por las súplicas de los romanos. Asimismo, Eusebio dice en el libro 3 de Historia Eclesiástica, capítulo 24, que Lucas escribió solo porque había visto que muchos otros se habían atrevido a escribir lo que no conocían perfectamente, para apartarnos así de las narraciones inciertas de los demás.

Eusebio también narra que Juan predicó el Evangelio sin escribir nada hasta su vejez extrema, y San Jerónimo, en el Libro de los escritores eclesiásticos, añade que finalmente fue compelido a escribir el Evangelio por los obispos de Asia, debido a la herejía de los ebionitas, que estaba emergiendo en ese momento. Por lo tanto, si no hubiera existido la herejía de Ebión, quizá no tendríamos el Evangelio de Juan, del mismo modo que no tendríamos los otros tres Evangelios si no se hubieran presentado las circunstancias mencionadas. Eusebio escribe correctamente en el lugar mencionado que solo dos de los doce Apóstoles escribieron el Evangelio, y ambos fueron movidos por alguna necesidad a hacerlo.

De esto se deduce claramente que la intención principal de los Apóstoles no era escribir el Evangelio, sino predicarlo. Además, si hubieran tenido la intención expresa de consignar por escrito su doctrina, ciertamente habrían compuesto un catecismo o algún libro similar. Pero, en cambio, los Evangelistas escribieron historias, y los otros Apóstoles, como Pedro, Pablo, Santiago, Judas y Juan, escribieron cartas motivadas por alguna circunstancia, y en ellas solo trataron incidentalmente sobre disputas doctrinales. Finalmente, si cada Apóstol hubiera tenido la intención de publicar una doctrina escrita del Evangelio, ya que cada uno tenía a su cargo una provincia, o bien todos ellos, reunidos antes de dispersarse a sus provincias, habrían escrito en conjunto un libro común, de la misma manera que compusieron conjuntamente el Símbolo de la Fe, que no escribieron, sino que transmitieron solo de viva voz, como enseñan San Ireneo en el libro 3, capítulo 4, San Jerónimo en la Carta a Pamaquio contra los errores de Juan de Jerusalén, San Agustín en el libro Sobre la fe y las obras, capítulo 9, San Ambrosio en la epístola 81 a Siricio, San León en la epístola 13 a Pulqueria, así como también lo enseñan Rufino y San Máximo en la exposición del Símbolo.

La tercera prueba se toma de muchas cosas que no se pueden ignorar y, sin embargo, no se encuentran en las Escrituras. Primero, en tiempos del Antiguo Testamento, sin duda tanto las mujeres como los hombres debían tener algún remedio para ser purificados del pecado original, y aunque la circuncisión estaba instituida para los hombres, según la opinión de muchos, no se encuentra en las Escrituras qué se hacía por las mujeres.

Luego, en la misma época, no es en absoluto creíble que no existiera remedio alguno para los niños varones que morían antes del octavo día, el único en que podían ser circuncidados, y, sin embargo, sobre este asunto no se menciona nada en las Escrituras.

Tercero, muchos gentiles podían salvarse, y de hecho se salvaban en tiempos del Antiguo Testamento, y verdaderamente pertenecían a la Iglesia, como hemos demostrado antes, y, sin embargo, en las Escrituras no se menciona absolutamente nada sobre su justificación del pecado original ni de otros pecados.

Cuarto, es necesario saber que existen algunos libros verdaderamente divinos, lo cual ciertamente no puede saberse solo por las Escrituras. Porque, aunque las Escrituras digan que los libros de los profetas y los apóstoles son divinos, no puedo creerlo con certeza, a menos que primero crea que la Escritura que lo dice es divina. Porque también leemos en muchas partes del Corán de Mahoma que este fue enviado del cielo por Dios, y sin embargo, no creemos en él. Así que este dogma tan necesario, es decir, que alguna Escritura es divina, no puede obtenerse suficientemente solo de las Escrituras. Por lo tanto, dado que la fe se basa en la Palabra de Dios, si no tenemos la Palabra de Dios no escrita, no tendremos fe.

Quinto, no es suficiente saber que hay una Escritura divina, sino que también debemos saber cuál es. Y esto de ningún modo puede obtenerse solo de las Escrituras. ¿Cómo podremos deducir de la Escritura que los Evangelios de Marcos y Lucas son verdaderos y los de Tomás y Bartolomé son falsos? Pues la razón más bien dictaría que se debe creer más en un libro que lleva el nombre de un Apóstol que en uno que no lo lleva.

¿Y cómo sabré que la epístola a los Romanos es verdaderamente de Pablo, y que la epístola a los Laodicenses, que ahora circula, no es de Pablo, ya que ambas llevan el nombre de Pablo, y dado que Pablo, en la epístola a los Colosenses, capítulo final, menciona que escribió a los Laodicenses, mientras que nunca menciona que escribió a los Romanos?

SEXTO, no solo es necesario saber cuáles son los libros sagrados, sino también que esos libros que tenemos en nuestras manos son realmente los auténticos. No basta con creer que el Evangelio de Marcos es verdadero y que el Evangelio de Tomás no lo es, sino que también es necesario creer que el Evangelio que ahora leemos bajo el nombre de Marcos es el verdadero e incorrupto que Marcos escribió. Esto, ciertamente, no se puede deducir de las Escrituras. ¿Cómo, a partir de la Escritura, podré saber que este Evangelio no es apócrifo, como dicen los mahometanos, o que no ha sido completamente corrompido, como afirmaban los maniqueos en su tiempo y ahora lo hacen los anabaptistas?

Calvino, en el libro 1 de Instituciones, capítulo 7, §1 y 2, responde a estos tres puntos diciendo que las Escrituras sagradas se distinguen de las no sagradas por sí mismas, como la luz de las tinieblas o lo dulce de lo amargo. Pero al contrario, porque si esto fuera así, ¿por qué Lutero juzgó que la epístola de Santiago era de paja, mientras que Calvino la consideraba apostólica? Por eso, Calvino añade en el mismo lugar, §4, que no todos pueden percibir esta diferencia en las Escrituras, sino solo aquellos que tienen el Espíritu, ya que incluso el ciego no distingue la luz de las tinieblas. Pero al contrario, porque Calvino, en el capítulo 9, §1, del mismo libro, sostiene que los Apóstoles y los fieles de la primera Iglesia tenían el verdadero Espíritu; sin embargo, ellos consideraban el libro de Sabiduría como sagrado, como lo testifica San Agustín en el capítulo 14 de De praedestinatione sanctorum, mientras que Calvino, que también se jacta de tener el Espíritu, sostiene que ese libro es profano.

Además, los antiguos testifican unánimemente que no obtenemos el conocimiento de que la Escritura es divina y cuáles son los libros sagrados, sino por la tradición no escrita. Así, en el libro 6 de Historia Eclesiástica, capítulo 10, Eusebio relata que Serapión rechazó ciertos escritos falsamente atribuidos a Pedro, porque había recibido por tradición que Pedro no había escrito tal cosa. Y en el capítulo 11, Clemente de Alejandría enseña, según la tradición recibida de los ancianos, cuáles son los verdaderos Evangelios. Y en el capítulo 18, Orígenes dice: "He aprendido por tradición que solo estos cuatro Evangelios son verdaderos." También Basilio, en el libro Sobre el Espíritu Santo, capítulo 27, dice que si se descuidan las tradiciones no escritas, el Evangelio mismo sufrirá un gran daño. Finalmente, San Agustín, en el libro Contra la epístola de los fundamentos, capítulo 5, dice claramente que no habría creído en el Evangelio si la Iglesia no se lo hubiera ordenado.

Sin embargo, Calvino insiste en que el fundamento de la Iglesia son las Escrituras de los Apóstoles y profetas, como se dice en Efesios 2. Por lo tanto, no creemos que las Escrituras sean divinas por la tradición de la Iglesia, porque entonces el fundamento de la Escritura sería la Iglesia. Respondo que el Apóstol no dice que los escritos de los Apóstoles y profetas son el fundamento, sino que los Apóstoles y profetas lo son. Y estos no solo escribieron, sino que también transmitieron oralmente y enseñaron que ellos mismos habían escrito. Por lo tanto, es por la palabra no escrita de los Apóstoles, transmitida por la Iglesia, que sabemos que lo escrito es realmente la palabra de los Apóstoles. Pero esto ya lo hemos tratado en el libro anterior.

Brencio, en los Prolegómenos, no encontrando una salida, admite que esta es la única tradición no escrita que debe aceptarse. Y Kemnicio enseña lo mismo al tratar sobre el segundo tipo de tradiciones en su Examen del Concilio de Trento. Pero si es así, entonces la Escritura sola no es suficiente, como ellos enseñan tan frecuentemente y con tanta seriedad. Pues si se carece de esta tradición no escrita y del testimonio de la Iglesia, poco nos servirá. Además, si esta tradición ha llegado hasta nosotros, ¿por qué no pudieron llegar también otras tradiciones por el mismo camino? Finalmente, o esta tradición es la palabra de Dios o no lo es; si no lo es, entonces no tenemos fe, porque la fe se basa en la palabra de Dios. Si lo es, ¿por qué entonces claman que no hay palabra de Dios salvo la escrita?

SÉPTIMO, es necesario no solo poder leer la Escritura, sino también entenderla. Sin embargo, muchas veces la Escritura es ambigua y compleja, de modo que no puede ser comprendida a menos que sea explicada por alguien que no pueda errar. Por lo tanto, la Escritura sola no es suficiente. Hay muchos ejemplos: la igualdad de las personas divinas, la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo como de un solo principio, el pecado original, la bajada de Cristo a los infiernos, y muchas otras cuestiones similares se deducen ciertamente de las Sagradas Escrituras, pero no tan fácilmente que, si solo nos basáramos en los testimonios de la Escritura, las disputas con los obstinados podrían terminarse alguna vez. Es importante notar que en la Escritura hay dos cosas: las palabras escritas y el sentido que encierran. Las palabras son como la vaina, el sentido es la espada del Espíritu. De estos dos elementos, el primero está al alcance de todos. Cualquiera que sepa leer puede leer las Escrituras; pero no todos tienen el segundo, y no podemos estar seguros del sentido en muchos pasajes sin la tradición. Esto es probablemente lo que Basilio quiso decir en el capítulo 27 de Sobre el Espíritu Santo cuando afirmó que, sin las tradiciones no escritas, el Evangelio sería solo un nombre vacío, es decir, sería solo palabras sin sentido.

OCTAVO, debemos creer que la bienaventurada María siempre fue virgen, contra el error de Helvidio, como siempre lo ha creído toda la Iglesia, y, sin embargo, no hay ningún testimonio sobre esto en las Escrituras.

NOVENO, debemos creer que la Pascua en el Nuevo Testamento debe celebrarse en domingo; pues los Quartadecimanos fueron considerados herejes por la antigua Iglesia, y, sin embargo, no hay nada sobre esto en las Escrituras. Lo mismo puede decirse de muchas otras cosas.

DÉCIMO, debemos creer, y lo creen junto con nosotros los luteranos y calvinistas, contra los anabaptistas, que el bautismo de los niños es válido. Sin embargo, ni los católicos ni los luteranos pueden probar esto de ninguna manera solo a partir de las Escrituras. Porque ellos creen que el bautismo sin fe propia y actual no tiene ningún valor, y por eso creen que los niños, cuando son bautizados, creen en acto, algo que no solo Lutero enseña en el capítulo 3 de Gálatas y Kemnicio en el Examen de la sesión 7 del Concilio de Trento, sino que también fue definido por el sínodo general de los luteranos celebrado en Wittenberg. Pero esto de ningún modo puede probarse a partir de las Escrituras. ¿Dónde, pregunto, indica la Escritura que los niños utilizan la razón antes de tener uso de ella, mientras son bautizados? Así que, evidentemente, los anabaptistas ponen a los luteranos en serias dificultades y los obligan, quieran o no, a recurrir a la tradición y al uso de la Iglesia.

UNDÉCIMO, Lutero creía en el purgatorio. Así lo dice en sus afirmaciones sobre el artículo 37: "Yo, sin embargo, creo que existe el purgatorio, y aconsejo y recomiendo creerlo." Y, sin embargo, en ese mismo artículo 37, afirma que el purgatorio no puede probarse a partir de las Sagradas Escrituras.

Finalmente, todos los herejes de nuestro tiempo creen que no hay ninguna palabra de Dios salvo la escrita; sin embargo, esto ciertamente no se encuentra en ninguna parte de la Escritura. Porque lo que más frecuentemente suelen presentar es Deuteronomio 4: "No añadiréis a la palabra que os hablo, ni disminuiréis de ella." Pero esto no les sirve de nada. Pues Moisés no dice "de la palabra escrita", sino "de la palabra que os hablo".

© 2025 Bibliotecatolica
Todos los derechos reservados

contacto@bibliotecatolica.com

Accepted payment methods: Credit and Debit cards
Powered by PayPal